C¨®mo se hunde y se levanta un pueblo en 15 d¨ªas
Alfafar, arrasado por la riada, se conjura para ponerse en pie en torno a su alcalde y su equipo municipal y volver a ser lo que era antes del martes 29 de octubre
Esa ma?ana, el alcalde de Alfafar, Juan Ram¨®n Adsuara, del PP, no supo qu¨¦ decir a un vecino de 20 a?os que acudi¨® desesperado al Ayuntamiento en busca de ayuda urgente: su t¨ªo, tras el embate de la riada de esa noche, se encontraba aterido de fr¨ªo, muerto de miedo y empapado de barro en una habitaci¨®n sin paredes, y el cad¨¢ver de su abuela estaba en otra. El alcalde no ten¨ªa respuesta porque en ese momento no contaba con UVI m¨®viles, ni con polic¨ªas suficientes, ni con un centro m¨¦dico ¨²til ni con nadie que se pusiera al tel¨¦fono en Valencia o Madrid. Ni siquiera sab¨ªa por d¨®nde empezar a buscar ropa seca o comida porque las calles hab¨ªan desparecido bajo un mar de barro y de murallas de coches amontonados. Este mismo alcalde, este mi¨¦rcoles, dos semanas despu¨¦s, examinaba junto a un bombero llegado de Canarias varias alcantarillas para ver si drenaban el agua de la lluvia y alguien le contaba con una sonrisa que en la plaza acababan de abrir ya dos bares capaces de servir un caf¨¦. Entre medias, Alfafar se ha transformado varias veces. Lo mismo que Juan Ram¨®n y todos y cada uno de los 20.000 habitantes de su pueblo.
Hasta el calendario es otro. En Alfafar dicen ya d¨ªa 1 para referirse a la ma?ana del mi¨¦rcoles 30 de octubre, la que sigui¨® a la noche en la que el barranco se desbord¨®. Y d¨ªa 2 al jueves 31 y d¨ªa 3 al viernes 1, y as¨ª sucesivamente. As¨ª lo hace Mar¨ªa ?ngeles Gonz¨¢lez, de 41 a?os: ¡°El d¨ªa 1 no hicimos nada. Ni mi marido ni yo ni mis hijos. Hab¨ªamos pasado la noche subidos al techo del coche en el garaje, el ¨²nico lugar alto de la casa, y al d¨ªa siguiente lo ¨²nico que hicimos fue salir a la calle y dar vueltas, buscando a la gente que conoc¨ªamos. El d¨ªa 2 abrimos la casa y la vimos llena de barro a la luz de las linternas, porque no hab¨ªa electricidad. Me dio much¨ªsima pena. Ah¨ª me di cuenta de que no nos quedaba nada. No puedo asimilar lo que me ha pasado. Solo puedo decir que me siento vac¨ªa¡±.
Y el alcalde Adsuara as¨ª: ¡°Ya el d¨ªa 1 aparecieron unos voluntarios m¨¦dicos del pueblo dispuestos a ayudar y les cedimos los botiquines de los coches patrulla que conserv¨¢bamos, el ¨²nico material sanitario con que cont¨¢bamos, e improvisaron un centro m¨¦dico en un edificio municipal; y para mover los coches al principio vinieron los agricultores del pueblo con sus tractores y se autoorganizaron; y un vecino con un negocio de ambulancias nos las prest¨® y se puso manos a la obra y as¨ª todo... Yo tom¨¦ 1.000 decisiones en esos d¨ªas porque nadie las tomaba por nosotros¡±.
Una de ellas: ¡°Mercadona, que no hab¨ªa resultado muy afectado, quer¨ªa abrir, pero yo les advert¨ª que los primeros d¨ªas no pod¨ªan cobrar a los vecinos, que la factura de todo la enviaran al Ayuntamiento. No estaban muy conformes, pero accedieron¡±. Otra: los primeros d¨ªas empezaron a acudir personas necesitadas que no ten¨ªan sitio donde dormir y despu¨¦s voluntarios llegados de Valencia o de m¨¢s lejos, y despu¨¦s polic¨ªas de varios sitios y bomberos y tambi¨¦n furgonetas con botellas de agua y monta?as de comida o de ropa o medicamentos y como no sab¨ªan d¨®nde meter a toda esa gente o d¨®nde almacenar todo ese material, enviaron todo al colegio p¨²blico La Fila, que no estaba muy inundado y que de golpe se transform¨® en el coraz¨®n log¨ªstico de Alfafar. Las clases de primaria en la planta de arriba se convirtieron en dormitorios; la cocina del colegio se transform¨® en una cocina de campa?a capaz de servir 3.000 raciones al d¨ªa; la sala de profesores se volvi¨® una droguer¨ªa y los pasillos y el patio pasaron a ser un almac¨¦n lleno de material de todo tipo. La directora del colegio, Luisa Oliver, se coloc¨® un peto amarillo y se erigi¨® en gestora a tiempo completo del improvisado centro de aprovisionamiento y albergue temporal, mandando a un peque?o pelot¨®n de profesores y de padres.
El equipo municipal, compuesto por 21 concejales de cuatro partidos pol¨ªticos (PP, PSOE, Comprom¨ªs y Vox) se uni¨® en bloque en torno al alcalde. Se olvidaron de las banderas pol¨ªticas, compartieron todos el mismo grupo de WhatsApp y se repartieron por el pueblo. Desde entonces trabajan casi 12 horas al d¨ªa al pie de calle. Hubo zonas arrasadas completamente, como el barrio Orba, al que la ola de la riada, arrastrando coches, contenedores y ¨¢rboles enteros, embisti¨® de frente, y ¨¢reas que se inundaron un palmo tan solo, debido a la altura, como la Tauleta. Obedeciendo a eso, el Ayuntamiento habilit¨® desde el principio tres centros de reparto de comida y ropa, incluido el del colegio de La Fila. La luz lleg¨® el d¨ªa 4 a algunas partes, gracias en parte al trabajo de los t¨¦cnicos municipales. La noche en que se iluminaron de golpe las casas los vecinos comenzaron a aplaudir emocionados. A¨²n dos semanas despu¨¦s hay cortes y zonas oscuras. El agua tard¨® un poco m¨¢s. Desde el d¨ªa 6 o 7 sale por el d¨ªa con menos presi¨®n que por la noche, y llega casi sin fuerza a muchos pisos altos. El gas natural todav¨ªa no ha alcanzado muchas zonas, debido a las roturas de las tuber¨ªas y el miedo a las fugas. De hecho, la concejal de Atenci¨®n Ciudadana, Encarnaci¨®n Mu?oz, del PP, lleva semanas duch¨¢ndose en un barre?o.
El d¨ªa 5, el domingo 3 de noviembre en que los Reyes, Pedro S¨¢nchez y Carlos Maz¨®n trataron de visitar Paiporta, el alcalde Adsuara recibi¨® por la tarde las llamadas telef¨®nicas del presidente del Gobierno y de la Comunidad Valenciana. Era la primera vez que hablaba con ellos. ¡°Les cont¨¦ lo que pasaba en mi pueblo, en todos los pueblos, les expliqu¨¦ que est¨¢bamos en una emergencia nacional, que no era lo que se ve¨ªa en televisi¨®n, que era mucho m¨¢s, que necesit¨¢bamos de todo, que necesit¨¢bamos al Ej¨¦rcito por tierra, mar y aire, que hab¨ªa muertos en las calles [Alfafar ha registrado 15] y desparecidos. Hasta ese momento, los ¨²nicos que hab¨ªan llegado hasta aqu¨ª eran los voluntarios: el ¨²nico ej¨¦rcito que hab¨ªamos visto era la juventud de este pa¨ªs¡±. Hay un cartel colgado en un balc¨®n a la entrada e Alfafar que resume bien el sentimiento de los vecinos de la zona hacia esta generaci¨®n de veintea?eros tachada de d¨¦bil y denominada de cristal que acudi¨® en tromba a la llamada de auxilio. Dice as¨ª: ¡°Gracias, h¨¦roes del barro¡±.
Los voluntarios y los vecinos, y los efectivos de la UME y del Ej¨¦rcito que empezaron a aparecer a partir del lunes 6 se aplicaron a vaciar las casas llenas de muebles humedecidos e inservibles. Un capit¨¢n de la UME que apareci¨® por entonces descarg¨® al alcalde Adsuara de la necesidad de tomar todas las decisiones. Las calles, embarradas, eran una monta?a insalubre de varios metros de alto de enseres embadurnados de lodo a la espera de la maquinaria pesada que los transportara fuera de la ciudad. Pero las casas y los comercios pod¨ªan empezar a limpiarse. En una calle del barrio Orba el propietario de un bazar chino con miles de cacharros embarrados limpiaba esa semana de tierra con una manguera a presi¨®n, una a una, cada figurita rescatada. El propietario de un gimnasio hac¨ªa lo mismo con las m¨¢quinas de pesas. El alcalde ten¨ªa otro problema: ?D¨®nde apilar los miles de coches arrastrados por la riada? ?D¨®nde meter las miles de toneladas de basura en que se hab¨ªan convertido los muebles de cientos y cientos de familias? Decidi¨® que los campos de f¨²tbol del pueblo funcionar¨ªan como vertederos provisionales porque no hab¨ªa tiempo para que los camiones fueran y vinieran a los verdaderos vertederos situados a decenas de kil¨®metros de Alfafar por carreteras adem¨¢s atascadas.
Esa semana, por la noche, Alfafar, Paiporta, Benet¨²sser o Catarroja parec¨ªan localidades apocal¨ªpticas y uno ten¨ªa la sensaci¨®n de pisar un escenario de pel¨ªcula de cat¨¢strofes en vez de un pueblo de Valencia: el tableteo de los helic¨®pteros colgados del aire, las sirenas de los coches patrulla y los camiones de bomberos, los soldados, el baile de las excavadoras manejando paletadas de tierra, las calles oscuras, o con muy poca luz, llenas de barro hasta la pantorrilla y los vecinos de aqu¨ª para all¨¢, con linternas, atados a un carrito de la compra en el que llevaban la cena del d¨ªa, la ropa prestada o las pocas cosas recuperadas del desastre.
La tarde del d¨ªa 11 (el s¨¢bado 9 de noviembre) el alcalde Adsuara se tom¨® un vino cenando en su casa mientras ve¨ªa Informe Semanal. Era la primera vez que descansaba desde la noche de la riada. Como todo habitante de Alfafar, Adsuara tiene una historia de esa noche, en la que el pueblo se dividi¨® entre salvadores y salvados. El alcalde es de los primeros: junto a su mujer y un amigo, logr¨® rescatar a un vecino que se ahogaba. Tambi¨¦n, como casi todos los habitantes de Alfafar, ha perdido su coche. No sabe en qu¨¦ desmonte o en qu¨¦ cuneta o en qu¨¦ vertedero est¨¢. Confiesa que le cost¨® volver al trabajo de alcalde omnipresente la ma?ana del domingo. Padeci¨® ataques de agorafobia. Pero se sobrepuso y sali¨® temprano a la calle. D¨ªas atr¨¢s hab¨ªa recibido la llamada del presidente de su partido, Alberto N¨²?ez Feij¨®o, que le recomend¨®, tras la agresi¨®n de los vecinos a los Reyes y a Pedro S¨¢nchez en Paiporta, que se pusiera escolta. ?l rechaz¨® la idea: ¡°?Pero c¨®mo voy a llevar escolta en mi propio pueblo? ?Si son mis vecinos!¡±.
El domingo amaneci¨® muy soleado y Alfafar, junto al resto de las localidades afectadas, se vio invadida por un nuevo aluvi¨®n casi festivo de miles de voluntarios. Tambi¨¦n llegaban cada vez m¨¢s soldados, m¨¢s polic¨ªas procedentes de todas las comisar¨ªas de Espa?a y bomberos de todas las comunidades aut¨®nomas. Las calles se despejaban de escombros y de coches achatarrados o llenos de barro a un ritmo constante. Muchos vecinos recibieron esa ma?ana la visita de familiares o amigos que aprovecharon el d¨ªa libre para llevarles ropa, comida, electrodom¨¦sticos peque?os y, sobre todo, compa?¨ªa y amparo. No era raro verlos llorar de congoja y en una esquina al abrazarse. En los puntos de reparto de comida se serv¨ªa caf¨¦, galletas y dulces. Por primera vez en mucho tiempo la gente sonre¨ªa y se hac¨ªan bromas entre ellos. No todos: hab¨ªa quien, en el barrio de Orba, recordaba que de noche segu¨ªan patrullando por miedo a los saqueos en los locales comerciales sin puertas o en las casas sin gente.
Para entonces, el Ayuntamiento hab¨ªa ya tomado una decisi¨®n: hay que tratar de volver. Esto es: el colegio La Fila, a¨²n abarrotado de ropa, alimentos, latas, botes de lej¨ªa de varios litros, a¨²n lleno de polic¨ªas y bomberos y voluntarios que lo utilizan de comedor y de hotel, tiene que volver a ser un colegio en cuanto sea posible. Hay que recoger todo, pues, y almacenarlo en una nave. El centro de salud improvisado tiene que cerrar ya porque el de siempre est¨¢ a punto de estar operativo. Los puntos de recogida de alimentos y de art¨ªculos de primera necesidad tienen que empezar a desaparecer y volver a ser centros de mayores o dependencias municipales. Los que necesiten comida contar¨¢n con el apoyo de los servicios sociales a domicilio. En una palabra: el pueblo, con todo lo que ha pasado, con todas las heridas, tiene que volver a ser un pueblo y no un escenario de guerra.
Luisa Oliver, la directora del colegio La Fila, sabe que no ser¨¢ f¨¢cil: cuando su colegio abra, deber¨¢ atender no solo a sus 340 estudiantes, sino a los 240 a?adidos del colegio de Orba, arrasado por completo. ¡°Lo haremos encantados, claro. Pero necesitamos ayuda de la Generalitat, porque no se trata de escolarizar a 240 ni?os m¨¢s, sino de escolarizarlos bien, con garant¨ªas¡±, advierte.
No solo las instituciones p¨²blicas son conscientes de que los edificios volver¨¢n a ser lo que eran. El propietario de una gestor¨ªa que ofreci¨® su local anegado para distribuir comida y productos de limpieza ha avisado ya de que necesita despejar el lugar porque desea tratar de poner en marcha su negocio cuanto antes. Cerca, en la calle de los Reyes Cat¨®licos, una farmacia que fue embestida por la riada ha vuelto a funcionar a partir del lunes 11 (d¨ªa 13). Lo hace en los huesos, con tres mesas cedidas, tres ordenadores y un armario que milagrosamente se salv¨®. Y exactamente nada m¨¢s. Pero con eso basta. Un poco m¨¢s lejos se ha formado una cola considerable en la administraci¨®n de loter¨ªa, que tambi¨¦n acaba de abrir.
Este lunes, los que han tenido peor suerte, los que viv¨ªan en plantas bajas y han perdido la casa, se acercan al Ayuntamiento, donde se ha habilitado el sal¨®n de plenos para que empiecen a tramitarse las ayudas de la Generalitat, que dar¨¢ 6.000 euros a cada familia. Frente a ellos, respondiendo a las mil preguntas que surgen, dando la cara -en el sentido m¨¢s noble y m¨¢s v¨¢lido de la expresi¨®n-, est¨¢ la concejal de Atenci¨®n Ciudadana, Encarnaci¨®n Mu?oz, del PP. En una libretita apunta el n¨²mero del ciudadano cuya duda no puede resolver a la primera y promete llamarle despu¨¦s con una soluci¨®n. Lo hace con determinaci¨®n y sin perder nunca ni el ¨¢nimo. ¡°Nosotros no podemos hundirnos¡±, afirma, refiri¨¦ndose a los miembros del equipo municipal, ¡°aunque estemos agotados, no nos pueden ver hundidos, porque si no¡¡±.
Todos los concejales coinciden: es necesario que los colegios abran. Con un poco de suerte, lo har¨¢n a lo largo de la semana que entra. Los ni?os deben tambi¨¦n volver al mundo de antes. Por la calle, caminan muy juntas una madre y su hija de nueve a?os. Van a una ludoteca que ha abierto en Benet¨²sser, no muy lejos, donde la peque?a se juntar¨¢ con ni?os de su edad por primera vez en casi 15 d¨ªas. La ni?a no habla casi y lo observa todo de forma asustadiza. La madre, como cualquiera en este pueblo, tiene tambi¨¦n su historia de salvados y salvadores: ¡°Mi marido y yo bajamos a la calle a ayudar a un hombre y dejamos a la ni?a en el piso. No nos dimos cuenta de que, si sal¨ªa la cosa mal, ella se quedaba sin nadie¡¡±. La ni?a escucha con los ojos como platos. Por edad, podr¨ªa ir sola a la ludoteca porque conoce de memoria las calles. Pero no se atreve. La madre tampoco.
Los voluntarios, entre semana, desaparecieron. ¡°Es normal¡±, dec¨ªa un vecino, que a?adi¨®, con tristeza: ¡°Para los dem¨¢s la vida sigue¡±. El mi¨¦rcoles llovi¨® y la lluvia vaci¨® a¨²n m¨¢s las calles. Por todo el pueblo flotaba la melanc¨®lica sensaci¨®n de que si los vecinos se quedan solos, se van a quedar muy solos.
A¨²n falta el gas en muchas casas. A¨²n hay que limpiar calles. A¨²n hay garajes llenos de barro. A¨²n hay casas con muebles embarrados sin retirar. A¨²n hay monta?as de coches apilados en descampados. A¨²n hay se?ales de tr¨¢fico por el suelo. A¨²n hay personas mayores aisladas en los pisos altos, porque la pr¨¢ctica totalidad de los ascensores se han estropeado y no hay ni operarios ni piezas de repuesto suficientes. El tren de cercan¨ªas que enlaza con Valencia no funciona. Y hay barrios enteros sin tiendas de nada.
El alcalde, optimista a pesar de todo, asegura: ¡°Yo creo que para algunas cosas, recuperaremos una cierta normalidad en Navidades. Para entonces, m¨¢s o menos, la mayor¨ªa habr¨¢ recuperado cierta cotidianidad. Hablo de la recogida de basuras, por ejemplo, de esas cosas. Si en Navidades me puedo tomar un vino con mis amigos en un bar, me dar¨¦ por satisfecho. Pero para lo otro, para las instalaciones p¨²blicas, como algunos centros de juventud, o colegios, o los campos de f¨²tbol, para eso necesitaremos a?os¡±.
Cerca de all¨ª, esa misma ma?ana, uno de los bomberos que tiraba a un contenedor todos los muebles inservibles de una casa anegada se acerc¨® a la propietaria de la vivienda, que desde la calle les miraba trabajar, y le pregunt¨®: ¡°He encontrado en una habitaci¨®n una caja con una nota que dice: `Toda mi vida est¨¢ aqu¨ª. ?Qu¨¦ hago con ella?¡±.
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