En la ciudad confinada, paisaje sonoro
El m¨²sico Jos¨¦ Manuel Berenguer se interroga sobre el sentido de aplausos y canciones, y propone ponernos de una vez a la escucha de ese mundo tan desconocido que tantas cosas por decirnos tiene
El compositor Jos¨¦ Manuel Berenguer (Barcelona, 1955), artista inter-media, fundador de la Orquesta del Caos, colaborador generoso de tantos, experto en o¨ªr y escuchar, me hace llegar sus notas del confinamiento. En casa, ante un patio en el que cada d¨ªa alabo a Cerd¨¤ y su visionaria ciudad, se oyen estos d¨ªas trinos alegres en coro y las campanas de la Concepci¨® cuatro cuadras m¨¢s abajo. Mi vecina, de piso que da tambi¨¦n a la calle, nunca hab¨ªa o¨ªdo hasta ahora el sonido del sem¨¢foro al cambiar de color, dice, admirada. A las ocho de la tarde, aplausos, dos minutos, ya t¨ªmidos. Y el helic¨®ptero.
Elmer (Jos¨¦ Manuel) Berenguer es un m¨²sico y profesor considerado por ah¨ª fuera, en Francia, Alemania, Am¨¦rica Latina. Estos d¨ªas fue requerido por una radio argentina sobre sus impresiones ¡ªque siempre son sonoras, sociales, pol¨ªticas¡ª y a partir de ah¨ª sigui¨® escribiendo sus notas. Mientras acabo este art¨ªculo leo el de ayer en estas mismas p¨¢ginas de Xavier Monteys sobre la necesidad de preservar del olvido la ciudad confinada. Me sumo, solo a?ado y dir¨ªa que Monteys lo compartir¨¢, que el film que propone, mudo de propaganda, habr¨ªa de tener la banda sonora del confinamiento.
El compositor tilda de ¡°gritos individuales, egoc¨¦ntricos e insolidarios¡± los usos de la m¨²sica en los balconesEl compositor tilda de ¡°gritos individuales, egoc¨¦ntricos e insolidarios¡±</CW> los usos de la m¨²sica en los balcones
Atento a lo que el silencio permite o¨ªr y escuchar, como ense?¨® en 1952 el maestro John Cage, Berenguer describe y carbura: ¡°Pero no ha sido s¨®lo la naturaleza la que ha cambiado el paisaje sonoro de las ciudades. Parecido ocurre con la actividad humana, cuyos sonidos no han desaparecido sino que han mutado. Desde donde me hallo en estos d¨ªas, un apartamento de la novena planta de un hospital en la Diagonal de la ciudad de Barcelona, era imposible en otras ¨¦pocas distinguir la campanilla o el paso del tranv¨ªa el¨¦ctrico. Menos a¨²n, tal vez, el campanario que da las horas. Hoy da tambi¨¦n el repique diario del Angelus. Tampoco, por m¨¢s fuerte que sonara, el bombo electr¨®nico que alguien, abiertas de par en par las ventanillas de su veh¨ªculo esparce a su paso su residuo s¨®nico por el aire primaveral. Ahora, junto al de los p¨¢jaros y al del remanente del tr¨¢nsito, esos sonidos son, durante todo el d¨ªa, parte destacada del paisaje sonoro de este lugar¡±.
Desde una novena planta, subrayo: ¡°Si el tranv¨ªa y el campanario, incluso el ocasional del bombo o los hombres que ahora conversan a pie de calle, siempre estuvieron ah¨ª, no as¨ª los aplausos de las ocho de la tarde ni las sirenas ni las trompetas m¨¢s propias de la hinchada futbolera que los acompa?an. Tampoco lo es el helic¨®ptero que de la forma m¨¢s imp¨²dica vigila y registra nuestros movimientos. El rotar de sus aspas parece estar dici¨¦ndonos que ya nunca va a dejarnos tranquilos. Si la tolerancia al control social y policial y la adicci¨®n a la seguridad aumentaron y nunca disminuyeron significativamente tras el trauma de la ca¨ªda de las Torres Gemelas en el 2001, cabe imaginar que, si alg¨²n d¨ªa superamos el reto del SARS-COV-2, los dispositivos de control y seguridad reci¨¦n estrenados se resistir¨¢n a desaparecer y buscar¨¢n nuevos horizontes de aplicaci¨®n¡±.
Sobre los actuales usos de la m¨²sica en los balcones: ¡°Si se me permite, dir¨¦ que esas manifestaciones sonoras me parecen gritos. De miedo, en cierto sentido, por lo que entran de lleno en la categor¨ªa de los ritornelli, tal como los describieron Guattari y Deleuze en Mil Mesetas. Funcionan tambi¨¦n como expresiones de autoafirmaci¨®n, por lo que cabe considerarlos gritos individuales, egoc¨¦ntricos, insolidarios, que muestran con toda la crudeza el germen de capitalismo que habita, aunque nos pese, en el fondo de nuestras almas. No en vano, el hit que en estos d¨ªas pinchan dijeis aficionados y profesionales por toda Espa?a, tras los aplausos de las ocho de la noche, dirigidos inicialmente a los sanitarios y capitalizados descaradamente aqu¨ª y all¨¢ por los cuerpos de seguridad, es Resistir¨¦ (¡) No hay We shall overcome que valga. ¡®Yo resistir¨¦¡¯, pues, es el mensaje. Seguido de ¡®si te gusta ver lo bien que resisto, eres bienvenido. Si no, me da igual¡¯. Esta ¨²ltima idea va quedando ahora substituida por algo como ¡®si no, eres insolidario y amargado¡±.
?Resisten los muertos, los enfermos?: ¡°Ni visos de cuestionamiento acerca de la solidaridad de quien ¡®resiste¡¯ no se sabe si por la gracia de Dios, de la Patria o del Rey. Ni trazas, por supuesto, tampoco, de inter¨¦s por quien no pudo resistir o por quien est¨¢ a punto de desfallecer. El aplauso desnudo de los primeros d¨ªas ha trocado en fiesta macabra de una sociedad infantilizada e incapaz de hacer frente al miedo a la muerte¡±.
Propuesta: ¡°Mucho m¨¢s solidario que contribuir en ella con el producto de desecho s¨®nico de la propia miseria ser¨ªa aprovechar la ocasi¨®n y, ahora que nos est¨¢ dado, ponernos de una vez a la escucha de ese mundo tan desconocido que tantas cosas por decirnos tiene¡±.
Merc¨¨ Ibarz es escritora y cr¨ªtica cultural
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