?ltimo tango con la Sard¨¤
Un recuerdo de la actriz a partir del espect¨¢culo ¡®Rosa i Mar¨ªa¡¯ del Teatre Lliure de 1979
Con la Sard¨¤ nos ten¨ªamos un gran cari?o desde que en 1979 bailamos el tango en escena innumerables noches. Entonces yo era un reci¨¦n graduado en el Institut del Teatre al que Llu¨ªs Pasqual hab¨ªa fichado como ayudante de direcci¨®n para unas Tres germanes de Ch¨¦jov en el Lliure y luego repescado de lo mismo para Rosa i Mar¨ªa. Pas¨¦ muchas horas viendo c¨®mo Pasqual y la Sard¨¤ montaban ese verdadero one woman show (con la participaci¨®n de un pianista, Josep LLu¨ªs Soler), que consist¨ªa en una primera parte festiva y cabaretera con canciones, recitado de poemas y muchas bromas autorreferenciales, y una segunda brutalmente dram¨¢tica, el mon¨®logo sin concesiones de una mujer enferma -precisamente- de c¨¢ncer. El texto, del polaco Ireneusz Iredynsky, lleg¨® de la mano de Fabi¨¤ Puigserver, que firm¨® la escenograf¨ªa del espect¨¢culo. Fue, me parece, un momento decisivo en la carrera de la actriz, que avanz¨® en el camino hacia la excelencia interpretativa, y luego la direcci¨®n, en el encuentro con Pasqual y con el Teatre Lliure.
En esa ¨¦poca era habitual hacer todos de todo en el teatro y cuando a Llu¨ªs y Rosa se les ocurri¨® que ser¨ªa divertido que en un momento de la primera parte alguien bailara un tango con ella aprovecharon que yo estaba all¨ª, con los micros, las luces, la utiller¨ªa, las boas de plumas, y lo que fuera. La escena consist¨ªa en que la Sard¨¤ escuchaba unos acordes de tango y entonces se met¨ªa entre cajas y sacaba a bailar a un t¨¦cnico que empezaba titubeante pero luego se marcaba el baile con intensidad hasta que ella, harta, lo expulsaba de un empuj¨®n fuera del escenario. La coreograf¨ªa del tango (que yo no ten¨ªa ni idea de bailar) nos la hizo, con mucha paciencia conmigo, S¨ªlvia Munt, a la saz¨®n bailarina antes de convertirse en actriz. El caso es que yo me pasaba las funciones regulando las luces, poniendo las cosas en su sitio y esperando esos minutos de tango. Y disfrutando de la inmensa capacidad de la Sard¨¤ para encantar al p¨²blico con los dos registros del espect¨¢culo. Los ve¨ªas morirse de risa, so?ar con una canci¨®n de Brel o con Jeny de los piratas de Brecht-Weill, y despu¨¦s tragar saliva y llorar con la enferma Mar¨ªa. Luego llevamos de bolos el espect¨¢culo, al que Mainat decidi¨® recortar la segunda parte, que le parec¨ªa demasiado tr¨¢gica.
No sabr¨ªa decir cu¨¢ntas veces bail¨¦ el tango con Rosa. Muchas. Desde entonces siempre que nos ve¨ªamos -unas veces por trabajo, otras fortuitamente- hac¨ªamos broma con aquello, una simple an¨¦cdota en la carrera de ella y un preciso recuerdo inolvidable para m¨ª. La ¨²ltima vez que nos encontramos fue por casualidad en mitad del paso de peatones de Pau Claris con Casp. Enfrascados conversando casi nos atropellan. Corrimos como ni?os traviesos a la casilla de salvados, la acera. Ella, apasionada lectora, se dirig¨ªa a Laie a buscar libros, como sol¨ªa, tras comprar unas revistas. Hablamos de sus ¨²ltimas lecturas. De Philip Kerr, que le encantaba. Me agradeci¨® que le hubiera regalado el Alejandro Magno de Robin Lane Fox, de Acantilado, que le hab¨ªa gustado mucho, y me recomend¨® M¨¢quinas como yo, de Ian McEwan (Anagrama). Hablamos de su estado de salud, malo. De sus transfusiones y tratamientos. De la soledad. Se le humedec¨ªan los ojos y re¨ªa a la vez, una cosa que solo le he visto hacer a ella. Y nos despedimos como sol¨ªamos con un amago de pasos de tango. ¡°Estoy yo para bailes¡±, brome¨® mientras nos abraz¨¢bamos. Su cuerpo fr¨¢gil, mayor, y sin embargo tan lleno de intensidad y de vida pegado un momento contra el m¨ªo. Su mirada burlona, tierna y triste. Los a?os desvaneci¨¦ndose y la vida irremediable.
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