Esconderse en la luz
Pienso en ese gesto tan habitual y tan violento de presumir tranquilamente de ser un sexista, un racista o un chulo piscinas barato. La admisi¨®n p¨²blica, lejos de ser un dem¨¦rito, es un signo de valor
Antes de ser el creador de Breaking Bad, Vince Gilligan trabaj¨® en una de las series ic¨®nicas de los noventa, The X-Files [Expediente X en Espa?a], en calidad de productor, guionista i director ocasional. Uno de les mejores episodios que escribi¨®, ¡°Folie ¨¤ Deux [locura de dos]¡±, cuenta la historia de Gary Lambert, un teleoperador que se extingue poco a poco en una franquicia de impresi¨®n de vinilos, y que ha descubierto que su jefe, el se?or Pincus, es en realidad un monstruo insectoide capaz de convertir a los humanos en zombies. Dejando de lado la alegor¨ªa evidente (la cultura corporativa norteamericana consume la vida de sus asalariados), lo que me pareci¨® una genialidad de Gilligan es plantear que el monstruo, en palabras de Lambert, ¡°se esconde en la luz¡± y que, para revelar su naturaleza aut¨¦ntica, o bien se lo confronta a oscuras o bien uno tiene que ¡°saber donde mirar¡±. Esta segunda parte (la que conf¨ªa en la posibilidad de delatar el monstruo) ha envejecido muy mal; la primera, en cambio, me parece vigent¨ªsima.
Para los que entramos en la adolescencia en los noventa, la ficci¨®n conspiranoia fue una de las estructuras narrativas que tuvieron impactos afectivo-ideol¨®gicos m¨¢s importantes. El planteamiento de The X-Files es, en este sentido, ejemplar: contra versi¨®n oficial del FBI (sus casos resueltos, su confianza en la ciencia y la deducci¨®n, etc.), Chris Carter opone el mont¨®n de archivos que guardan en un s¨®tano y que recogen los casos irresolubles ¡ªa menudo, por irrupci¨®n de lo paranormal. S¨®lo hace falta la asignaci¨®n de un tipo lo suficientemente listo y paranoico (Mulder) para que, de toda esa morralla, surja la evidencia de otro relato, de una realidad secreta, que la oficialidad trabaja activamente (y violentamente) para silenciar. Esta es la dial¨¦ctica (relato fuerte hegem¨®nico versus relato fuerte antihegem¨®nico) que serv¨ªa de motor de la serie entera y que se apoyaba en una de sus confianzas t¨¢citas, muy noventera tambi¨¦n: la convicci¨®n que exponer el relato secreto (la conspiraci¨®n alien¨ªgena, en este caso, y la existencia de lo paranormal) desbancaria el relato hegem¨®nico y conducir¨ªa a alg¨²n tipo de revoluci¨®n o de liberaci¨®n. Hace tiempo que esta convicci¨®n se ha vuelto insostenible.
?Hay alguien que todav¨ªa cree que descubrir una verdad vergonzosa de un poderoso pone en peligro su ejercicio del poder? Me dir¨¢n que depende, y tendr¨¢n raz¨®n, pero s¨®lo en parte. Ser¨¢ que no hemos descubierto verdades vergonzosas, negligencias, tramas de corrupci¨®n, malversaciones, mentiras flagrantes, enga?os orquestados, abusos escandalosos de poder y deformaciones obtusas de la ley inimaginables incluso para escritores de thrillers de abogados. Incluso hemos descubierto por d¨®nde anda el em¨¦rito y, m¨¢s all¨¢ de una ola de indignaci¨®n tuitera, la cosa parece que se quedar¨¢ en esto: en rabia de sobremesa virtual. Quiz¨¢s tenga que ver con estos tiempos nuestros, en los que la mancha moral no se esconde, sino que se saca a pasear. Aznars, Berlusconis, Trumps, Bolsonaros, Abascals: todos ellos exhiben lo que, en otro momento, quiz¨¢s huberian corrido a esconder. Sloterdijk llamaba a este descaro ¡°el imperio de la raz¨®n c¨ªnica¡±, una raz¨®n que desactiva la respuesta ir¨®nica en la que conf¨ªan los x-files por ingenua. Tambi¨¦n podemos llamar-lo, en honor al se?or Pincus, ¡°esconderse en la luz¡±. Pienso en ese gesto tan habitual y tan violento de presumir tranquilamente de ser un sexista, un racista o un chulo piscinas barato. La admisi¨®n p¨²blica, lejos de ser un dem¨¦rito, ha pasado a ser un signo de valor, la marca de una honestidad radical. Al menos, dicen algunos, el tipo va de cara. Y puede que sea sincero, pero esta sinceridad lo es respecto de una morralla moral. Esta autoexposici¨®n voluntaria, adem¨¢s, desactiva la promesa de la exposici¨®n cr¨ªtica del otro, del resistente. Descubrimos el sexismo, o el inter¨¦s de clase que se esconde bajo un universal, y el descubierto nos mira y nos responde ¡°S¨ª, ?y qu¨¦?¡±. Y todav¨ªa hay quien aplaude su coraje. Es verdaderamente deprimente.
En ¡°Folie ¨¤ Deux¡±, Gilligan planteaba dos salidas: o bien la violencia (Gary Lambert consegu¨ªa un AK-47 y secuestraba la oficina entera para obligar al monstruo a mostrarse delante de todos), cosa que no terminaba de salirle bien; o ¡°aprender a mirar¡±, lo que en el cap¨ªtulo de Gilligan tenia que ver con estar dispuesto a ver. Y con la oscuridad, claro. La pregunta que me pesa, y que Gilligan no responde, es qu¨¦ hacer una vez hemos visto que el monstruo es monstruo: c¨®mo apagar las luces a todos los que las utilizan para blindar su miseria moral, exponi¨¦ndola.
Borja Baguny¨¤ es escritor y profesor de la Universidad de Barcelona.
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