Barcelona es el barrio, no la Rambla
La ciudad vieja ha fagocitado el sentido de lo com¨²n, ahora est¨¢ vac¨ªa y desierta. Sant Andreu, Sants o Gr¨¤cia, en cambio, lo cultivan y sus vecinos se vuelcan en sus calles para que las puertas abiertas no cierren
El vac¨ªo de la Rambla. Es lo que queda de la Barcelona tur¨ªstica. El gran r¨ªo de asfalto de la ciudad hist¨®rica re¨²ne y centrifuga, en su mismo nombre, en sus luces de d¨ªa y noche, la vida alrededor de los barrios en sus flancos, el Raval y el G¨°tic. Barrios que se extienden hasta la Barceloneta por una esquina y hacia Sant Antoni por la otra, las dos barriadas que m¨¢s han conocido hasta ahora los efectos perversos de la conversi¨®n de la Rambla ¡ªde las Ramblas que forman una sola desde la plaza Catalunya hasta el puerto¡ª en una avenida de la quimera urbana, un gigante fagocitador del sentido de la vecindad.
El proceso, ya viejuno, ha expulsado a muchos de sus vecinos. Los que quedan all¨ª son a menudo gentes con pocos medios, que viven en precario, como es tan frecuente hoy en todo tipo de profesiones. Pero los m¨¢s son pobres de solemnidad. Claro que cierran los comercios del G¨°tic, claro que la ciudad vieja vive la pandemia en sus propias carnes: sus puertas abiertas deben cerrar. Sus calles se est¨¢n quedando sin comercios, sin puertas abiertas. Y ?qu¨¦ es una ciudad sin puertas abiertas? Una ciudad sin vecinos.
Hace tiempo que las Ramblas son un recuerdo lejano para los barceloneses y catalanes que la frecuentaban
Y porque es lo que es, hist¨®rica y relevante, ic¨®nica hasta marear, la Rambla ha deglutido y licuado en este proceso el propio sentido de vecindad barcelonesa y, por extensi¨®n, urbana. Barcelona no parece ahora mismo una ciudad, es un conjunto inconexo de barrios. Los turistas no eran vecinos ni lo quisieron ser cuando alquilaban un piso tur¨ªstico. Ciudad sin vecinos, pues, en la ciudad vieja. Hace tiempo que las Ramblas, una por una y no te digo ya entera, son un recuerdo lejano, muy lejano a veces, para los barceloneses, catalanes y viajeros que la aman y que un d¨ªa la frecuentamos d¨ªa y noche. Ahora, silencio y vac¨ªo. A no ser que las protestas de los ¨²ltimos d¨ªas contra las restricciones llenen alg¨²n rato esa Rambla en pena, en el atardecer, antes del toque de queda, claro, de gentes enojadas con raz¨®n, a las que se suman folloneros que polic¨ªas y medios adjudican a la extrema derecha.
El viernes pasado qued¨¦ en Canaletes con una escritora amiga para ir hasta el Departamento de Cultura a sumarnos a la protesta convocada. A medida que ¨ªbamos bajando y, luego, al regresar desde el Moll de la Fusta, donde dejamos a la comitiva que segu¨ªa en sus trece y sus pancartas, me vi de repente en los primeros a?os setenta, cuando llegu¨¦ a Barcelona. Entonces, calles de luces tristes y apagadas, qu¨¦ l¨ªo era volver a casa en el bus la primera vez. Entonces la ciudad era oscura y tardar¨ªa unos a?os en iluminar sus atardeceres y noches. Ahora, que se sirve de m¨¢s luz, de m¨¢s reflejos en el ojo dorado de sus escaparates, va y resulta que est¨¢ igual de apagada.
Cuando ves las gentes que, a la que pueden, acuden a la librer¨ªa y a las tiendas del barrio, es un contento
Pero no sucede lo mismo en toda Barcelona. Este es el asunto que conviene a mi entender tratar. La remodelaci¨®n de la Rambla no s¨¦ en qu¨¦ fase est¨¢ pero eso ahora mismo tiene m¨¢s ecos. Si no hay vecinos, si los vecinos que quedan all¨ª no pueden ser clientes de ninguna puerta abierta, de ning¨²n negocio, ya me dir¨¢s t¨². Y sus vecinos hoy no pueden, no les alcanza el bolsillo. Las vecindades, los vecinos, est¨¢n respondiendo de muy otra manera en barrios y distritos lejos de la Rambla. Sant Andreu, Sants y Hostafrancs, Gr¨¤cia, se vuelcan tanto como pueden en sus v¨ªas y pasajes para que las puertas abiertas en sus calles no cierren. ?Son m¨¢s solventes que los de la ciudad vieja? No es la ¨²nica explicaci¨®n. Es sobre todo que la vecindad existe, en ellos.
Est¨¢ decretado que no hay m¨¢s remedio ahora mismo que renunciar a teatros, cines, bares y restaurantes. Si es que no hay m¨¢s remedio que renunciar. El miedo social puede que sea justificado pero tambi¨¦n es l¨ªcito dudar de si este miedo inducido ha de ser tanto. Cuando ves las gentes que, a la que pueden, en fin de semana, acuden a la librer¨ªa y a las tiendas del barrio, es un contento, una cultivada apolog¨ªa c¨ªvica del ¨¢nimo, aquello de ¡°a ver qu¨¦ se puede hacer¡±. ?Orgullo de barrio? M¨¢s bien sensatez y sensibilidad. Por tus vecinos.
Por las ganas de seguir siendo una vecindad, no la anomia que nos rige. En las ciencias sociales, anomia significa ¡°falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad¡±. Referida al lenguaje, es ¡°el trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre¡±. Y esto de ahora pide al m¨¢ximo que llamemos a las cosas por su nombre. Hay vecindad, o no la hay.
Merc¨¨ Ibarz es escritora y cr¨ªtica cultural.
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