Barcelona de posguerra: entre la prostituci¨®n y el caviar
El investigador Paco Villar pasea, desde el Barrio Chino hasta Pedralbes, por la vida nocturna de la ciudad entre 1939 y 1952 en ¡®Cuando la riqueza se codeaba con el hambre¡¯
En el hueco de la escalera, una familia con cuatro v¨¢stagos; en el rellano de la porter¨ªa, una madre con sus dos hijos mayores de edad; en la terraza, artista de variedades en una barraca de madera construida por ella y por la que pagaba 40 pesetas; todo en la calle Cir¨¦s, 1, inmueble de bajos, tres pisos y terraza, con 76 personas hacinadas. En la hospeder¨ªa de Rosa L¨®pez (Mina, 6), 72 cuando s¨®lo se permit¨ªan ocho, y en los bajos, casa de dormir de Antonia Sans, 40 donde cab¨ªan oficialmente 15. Esa dram¨¢tica y miserable 13, Rue del Percebe del Barrio Chino de la Barcelona de 1952 no era lo peor. Si, en 1943, las autoridades censaban 221 meubl¨¦s y casas de prostituci¨®n, en 1945 eran 383 (casi un 70% m¨¢s) y se cifraban en unas 50.000 las prostitutas. Mientras, para el siguiente fin de a?o, en la cena del Windsor Palace (Diagonal / V¨ªa Augusta: m¨¢rmoles negros, lujo estilo Primer Imperio) se serv¨ªa por vez primera caviar en la ciudad desde el final de la Guerra Civil. A 500 pesetas el ticket por persona. Llenazo a partir de la burgues¨ªa, las nuevas autoridades franquistas y los pujantes estraperlistas.
La vida nocturna en la Barcelona de la posguerra generaba un contraste de escarnio. Era Cuando la riqueza se codeaba con el hambre (Ayuntamiento de Barcelona), t¨ªtulo con el que el estudioso de la ciudad Paco Villar bautiza su paseo desde el miserable y encogido por los escombros Barrio Chino al a¨²n medio virgen Pedralbes de entre 1939 y 1952.
Trinchado urban¨ªsticamente por los bombardeos (la calle Cid y su m¨ªtico local La Criolla hab¨ªan desaparecido) y por la normativa sobre moral y espect¨¢culos franquista, el que fuera pintoresco atractivo tur¨ªstico de la ciudad, el Barrio Chino, vio disminuir el tr¨¢fico de drogas, pero incrementar exponencialmente la oferta sexual m¨¢s extrema por la pobreza, mayormente clandestina y practicada por mujeres (viudas, separadas, con el marido en prisi¨®n¡) para complementar un sustento y por menores. En algunos locales, las mujeres se rifaban a raz¨®n de 50 c¨¦ntimos o una peseta el boleto.
Desaparecidos burdeles hist¨®ricos, o, en su caso, en estado decr¨¦pito como los de Madame Petit, Villa Rosa o La Sevillana (el de Vida privada de la novela de Josep Maria de Sagarra), las prostitutas invad¨ªan la calle apenas los mercadillos ambulantes de ropa y objetos de segunda mano de dudosa procedencia y la oferta reciclada de los colilleros, como el del portal de Santa Madrona, cerraban. Abundaba la pr¨¢ctica de las gateras (pescar al cliente, llevarlo a una habitaci¨®n y robarle mientras estaba enfrascado) en calles como Sant Ramon, Barber¨¤, Uni¨® o la de Robadors, donde mucha juventud pudo desvirgarse, como sobre su generaci¨®n recordaron literariamente Carlos Barral o V¨ªctor Mora. El de Les T¨¤pies tambi¨¦n fue escenario popular por acoger esa presencia callejera, cinco burdeles y el cabaret Barcelona de Noche, que en 1940 a¨²n rezumaba cierto ambiente homosexual, si bien muy matizado. Apenas la calle Conde de Asalto (hoy Nou de la Rambla) aguantaba el tipo, con 107 bares en 1941 y, en su n¨²mero 12, el Ed¨¦n, primer cine que adopt¨® los finales de fiesta tras los pases para atraer p¨²blico. All¨ª hubo la primera revista musical popular de la ¨¦poca, ?Cochero, al Ed¨¦n!, con la vedette Dolly y los payasos Pompoff y Teddy.
Presi¨®n viciosa a La Rambla
La degradaci¨®n del Barrio Chino llev¨® la presi¨®n de la prostituci¨®n desesperada a La Rambla, en especial a la zona de Sant M¨®nica y la plaza del Teatre. En el paseo mutaron o desaparecieron, antes de acabar la d¨¦cada de los 40, locales como el Suizo, el Le¨®n de Oro y el Excelsior: una Barcelona que se desvanec¨ªa mientras proliferaba la bodega andaluza. La moda del cine-espect¨¢culo la representaba el irregular Principal Palacio (abierto un temprano abril de 1939), el primero en contratar una artista internacional desde 1939: Jos¨¦phine Baker. La vertiente gastron¨®mica estaba en la calle Escudellers, con el exotismo de Los Caracoles o la fuerza del Charco de la Pava, que, en 1947, con un sal¨®n con formato de ruedo taurino con sus burladeros y una figura de cart¨®n de tama?o natural de Manolete, ten¨ªa asiduos e ilustres artistas como Carmen Amaya, El Pesca¨ªlla y la incipiente Lola Flores y clientes como Dal¨ª.
Pero la prostituci¨®n no ten¨ªa cotos vedados, como denotaba su presencia incluso en el flamante Front¨®n Col¨®n y el Principal Palacio. Tamizaban apenas la imagen de la zona una bo?te como el Saratoga (1945, en la calle del Pi, con sesiones de jazz, a las que acudir¨ªa un Tete Montoliu de 14 a?os) o, desde 1950, el Folies: la voluntad de repescar glamour de regusto parisino y que consigui¨® que la flor y nata de la sociedad barcelonesa (de la aristocr¨¢tica familia G¨¹ell a Kubala) lo frecuentara; la cosa aguant¨® hasta 1954, cuando el local sucumbi¨® abducido por el lamentable ambiente de La Rambla, al que no ayud¨® la llegada de los marines de EE UU a partir de 1951: con sus cinco d¨®lares por chica (frente a las m¨ªseras 15 pesetas que cobraban) dinamitaron el paup¨¦rrimo equilibrio de una zona donde todo se convirti¨® en ¡°typical¡±.
Bella Dorita: gestos ¡°l¨²bricos y obscenos¡±
Con una revista poco suntuosa, de ¡°fastuosidad comedida, sin excesos argumentales y humor casero de bon enfant¡±, como admit¨ªan los comentaristas de la ¨¦poca, el Paralelo flotaba como pod¨ªa. El Molino era ¡°el ¨²nico hilo sical¨ªptico¡± con el pasado de la avenida, recuerda Villar. Pero fue solo a partir de 1943, cuando aup¨® a vedettes como Mico (obligado, como todo travesti u homosexual, a actuar en el escenario con una f¨¦mina para disimular), Maty Mont y, sobre todo la Bella Dorita, que con sus cupl¨¦s fr¨ªvolos (La viuda; La pecera, donde cambi¨® la letra ¡°pez raya¡± por ¡°cigala¡±, de doble sentido sexual en catal¨¢n) y su pubis cubierto por un justito tri¨¢ngulo de tela, consigui¨® que fuera el local m¨¢s multado de la ciudad y que mutaran en latiguillos frases-concepto de los expedientes administrativos como ¡°gestos en exceso l¨²bricos y obscenos¡± o ¡°actuar con vestuario alterado¡±.
El otro gran foco de popularidad de la avenida lo proporcionaron, en el Teatro C¨®mico donde ya triunfaba a finales de 1941 Raquel Meller con La Violetera, Arthur Kaps y Franz Joham, apodados Los vieneses, que desde mayo de 1942 generaron en ¨¦poca de miseria fastuosos y modernos espect¨¢culos durante casi una d¨¦cada (Luces de Viena; Viena es as¨ª; Melod¨ªas del Danubio¡) que marcaron la memoria popular. El cierre, en 1947, del hist¨®rico Olimpia (con aforo de 6.000 espectadores) y el del Gran Caf¨¦ Espa?ol (1948) fueron el pistoletazo de salida del gran mazazo urban¨ªstico a la zona.
Esp¨ªas y ¡®queridas¡¯
El nivel del ocio sub¨ªa acorde con la geograf¨ªa urbana. El Grill del Ritz (espa?olizado Parrilla tras la guerra), reabierto ya en abril de 1939, era de novela: esp¨ªas, diplom¨¢ticos, empresarios y mujeres muy dispuestas conformaban una atm¨®sfera tan lujosa como intrigante, pero siempre con compostura, en la neutral Barcelona en plena Segunda Guerra Mundial, todo bajo los acordes de la orquesta de Bernard Hilda, jud¨ªo huido de Alemania y amigo del, con el conflicto, enriquecido industrial algodonero Alberto Puig Palau, por el que el m¨²sico se hizo esp¨ªa de los aliados. Tanto el Marfil (Rambla de Catalu?a, de 1941) como el Guinea (Diagonal / Pau Claris, de 1942) reflejaban la postura tan catalana de vida alegre y amoral, pero sin demasiadas alharacas ni esc¨¢ndalos. El primero ten¨ªa dos ambientes: sal¨®n de t¨¦ (b¨¢sicamente, para mujeres) y bar (hombres), con prostituci¨®n de alto standing, queridas (muchas, modelos de Pertegaz y de la cercana Santa Eul¨¤lia) y fulanas. El segundo, de regusto british (el alcalde Miguel Mateu; el notario Raimon Noguera¡), fue el que llev¨® a Paco Gonz¨¢lez Ledesma a escribir lo de ¡°donde la riqueza se codeaba con el hambre, recintos de pr¨®cer que elige y de chica a la que nunca han permitido elegir¡±. M¨¢s frecuentado por las autoridades franquistas era el Parador del Hidalgo (paseo de Gr¨¤cia, de 1939), donde com¨ªa gente como el general Ordaz o Pilar Primo de Rivera, pero donde se daba tambi¨¦n prostituci¨®n clandestina, ¡°con ni?as de 16 a?os que ten¨ªan hambre¡±, recoge Villar.
Si el hoy izquierda del Eixample era m¨¢s popular (el R¨ªo, de 1947, en Floridablanca, contrataba a una ya descendente aunque a¨²n popular superartista francesa como Mistinguett), la derecha era m¨¢s la zona de meubl¨¦s y de casas de citas o ¡°de recibir¡±, en el argot de la ¨¦poca. S¨®lo en el cuadrante de Consell de Cent, Diputaci¨®, Aribau y Balmes hab¨ªa siete. El mayor, Casa Moreal (Diputaci¨®n 208, con 35 se?oritas). Tantas o m¨¢s abundaban las llamadas ¡°casas de tapadillo¡±, domicilios particulares en los que acud¨ªan amas de casa, modistas, dependientas¡ y menores, de 16 a 19 a?os, como recog¨ªan los informes policiales. Torres o chalets con jard¨ªn eran m¨¢s frecuentes en Gr¨¤cia (con la discret¨ªsima La Casita Blanca) y Sant Gervasi. En esta ¨²ltima, a destacar la de la Se?ora Lola (Cop¨¦rnico / Muntaner), centrada en ¡°clientes de gustos especiales¡± y frecuentada por Dal¨ª. El pintor tambi¨¦n acud¨ªa a la de la calle Sant M¨¤rius, en la c¨²spide de Muntaner, como hicieron Orson Welles, Omar Sharif, el rey F¨¢isal o Jean Paul Belmondo cuando pisaron la ciudad. Con el precio adecuado, toda fantas¨ªa era all¨ª posible.
La Diagonal, olor de Costa Azul
La ¨²ltima y m¨¢s exquisita frontera del ocio de la Barcelona de posguerra estaba a partir de la Diagonal. Con algunos de los mejores restaurantes del momento (el Parellada, el Finisterre¡), o el complejo del Windsor Palace (planta, dos pisos, terraza y aforo de 1.478 localidades: en enero de 1952 por dos actuaciones pagaron a Maurice Chevalier la locura de 60.000 pesetas), lo m¨¢s chic y exclusivo estaba pasados los locales de la plaza Calvo Sotelo (hoy Francesc Maci¨¤: el bar S¨¢ndor; la fastuosa sala de fiestas Lamoga, con porcelanas, mesas y sillas de caoba¡). Todo empez¨® el verano de 1940: en una zona a medio urbanizar hasta las puertas del Palacio de Pedralbes y de Esplugues proliferaron no menos de cinco grandes restaurantes al aire libre, con una ostentaci¨®n de lujo nunca vista, lo que tambi¨¦n facilit¨® la labor de algunos atracadores y de la nimia resistencia pol¨ªtica, que puso algunas bombas (casi todas, fallidas). Por las tardes, en los locales que frecuentaba una burgues¨ªa estraperlista y las autoridades del r¨¦gimen, se ofrec¨ªa t¨¦ con baile y por las noches, cenas americanas con espect¨¢culo moderno (jazz, fox, swing), am¨¦n de banquetes de toda condici¨®n. Estaban el Copacabana, el Cactos, El Cortijo, el Monterrey, la Font del Lle¨®¡, pero el m¨¢s selecto fue el Rosaleda, en unos terrenos de la familia God¨® y explotados por el Ritz, en un proyecto paisaj¨ªstico y arquitect¨®nico de Adolf Florensa: fuentes, estanques, p¨¦rgolas¡ Coches de 12 plazas tirados por caballos pod¨ªan llevarle a uno desde el hotel al local. Eva Per¨®n acudi¨® una noche, fuera de protocolo.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, los propietarios de esos locales entraron en una espiral de contrataciones internacionales desaforadas, con artistas que ven¨ªan directamente de trabajar en Nueva York. En verano de 1951, el Rosaleda pag¨® a Charles Trenet 200.000 pesetas por 12 d¨ªas. Se dec¨ªa que en pocos rincones del mundo ocurr¨ªa algo as¨ª. ¡°Esto huele a Costa Azul¡±, se lleg¨® a escribir.
El globo pet¨® en menos de una d¨¦cada: ese mismo 1951, el Rosaleda se hundi¨®; le siguieron otros. Apunta Villar que fue ¡°por falta de p¨²blico¡± ante un evidente ¡°exceso de oferta¡±. Exceso de oferta de lujo en la Barcelona franquista, gris y miserable de principios de los 50. Qu¨¦ cosas.
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