Zweig y las maletas que bostezan
Un volumen re¨²ne por vez primera en catal¨¢n las notas de 16 viajes por Europa que, entre 1902 y 1940, realiz¨® el popular autor de ¡®El mundo de ayer¡¯
¡°Mis maletas me est¨¢n bostezando vac¨ªas¡±, pon¨ªa como excusa a menudo Stefan Zweig para no parar quieto por casa. Hijo de un rico industrial textil jud¨ªo y de una madre de familia de banqueros italianos, el futuro escritor austriaco de Novela de ajedrez y Momentos estelares de la Humanidad recibi¨® una exquisita formaci¨®n cultural, que comportaba, por tradici¨®n, enriquecerla con viajes, especialmente por Europa. Primero lo hizo con sus padres, y ya por su cuenta, de mayor, ampli¨® experiencias, entre otras, tras pasar por China, India y Jap¨®n (1908-1909), Am¨¦rica (1911) y, de nuevo, por Europa, a la que vio desangrarse con la Primera Guerra Mundial, inicio del fin de su mundo.
¡°Puertos y estaciones, he ah¨ª mi pasi¨®n¡±, reconoce con 45 a?os, en un texto de 1926 en el que, con olfato, detecta que el porqu¨¦ y el c¨®mo del viaje toman un rumbo sin retorno. Otro signo de una ¨¦poca que se acaba. Se impone ya ¡°el viajar en masa, el viajar bajo contrato, el hacerse viajar¡±; ya no hay viajeros, sostiene, sino ¡°viajados¡±: ¡°Ninguna necesidad de pensar en dineros, de prepararse, de leer libros, de encontrar alojamiento¡¡±. Un sacrilegio para quien planifica sus trayectos y destinos en funci¨®n de las estaciones del a?o o del clima. Viajar o hacerse viajar, titula Zweig el texto, de los centenares que escribi¨® fruto de sacar a pasear sus maletas por el viejo continente, pero uno de los m¨¢s agudos de los 16 que conforman Viatges (Univers; Catedral, en castellano), selecci¨®n que acerca por vez primera en catal¨¢n esa vertiente de refinado trotamundos del autor de Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
El itinerario seleccionado arranca en Ostende, ¡°la m¨¢s extensa y m¨¢s elegante de las playas de B¨¦lgica¡±, fija en 1902, con 21 a?os, y termina en Londres, en 1940, reci¨¦n estallada la Segunda Guerra Mundial, a dos a?os de su suicidio en Petr¨®polis, R¨ªo de Janeiro. Eur¨®filo por educaci¨®n cultural y como b¨¢lsamo espiritual, Zweig aprovecha sobre todo el apogeo de los viajes en tren para recorrer medio continente, capaz de un rodeo notable s¨®lo para contemplar un monumento concreto, como hace en Francia, donde recala en Dijon para plantarse ante la marm¨®rea tumba de los duques de Borgo?a.
Am¨¦n de la inevitable Italia, pasa tambi¨¦n por la Espa?a de 1905. Viajado como ya empieza a ser y culto, se permite hacer un juego, a partir de la m¨²sica, entre Salzburgo y Sevilla; otro alarde de conocimiento, ahora arquitect¨®nico y pict¨®rico, le permite poner la ciudad andaluza como contrapunto de Madrid y Castilla, ¡°pesada como la sombra de El Escorial¡± u oscura como ¡°un Zurbar¨¢n¡±, frente a una Andaluc¨ªa que es ¡°como si hubiera salido el sol¡±.
Molesto en un mundo que se ha vuelto ¡°malcarado y ruidoso¡±, cree que ¡°es bueno, en ¨²ltima instancia, que cada a?o unas cien mil personas se arrastren panzas en gloria¡± por uno de los peores escenarios de la Primera Guerra Mundial, Ypres, en clara competencia como destino tur¨ªstico belga con la hasta entonces imbatible Waterloo. Porque ya que aquella ¡°ciudad sin coraz¨®n¡±, que en una especie de ¡°feria de los muertos¡± ha hecho que su ¡°curiosidad tur¨ªstica sean doscientas mil tumbas¡± y que uno de sus m¨¢s famosos souvenirs del campo de batalla recaiga en ¡°un crucifijo de bronce con una cruz hecha con cartuchos recogidos¡±, al menos sirva para recordar ¡°el Gran Crimen¡±, para ¡°retornar a esos a?os execrables, que nunca deber¨ªan ser olvidados ni desaprendidos¡±.
En el hotel de Mozart y Casanova
Por esa grieta de la Gran Guerra empezaba a filtrarse camino de la desaparici¨®n la raz¨®n de ser de Zweig, que luego tan bien reflejar¨ªa en sus afortunadas memorias p¨®stumas, El mundo de ayer. Los textos de estos viajes, como sus diarios, pueden leerse como ensayos de aquellas p¨¢ginas de luz crepuscular. Lo destila tambi¨¦n en Necrolog¨ªa de un hotel (1918), donde critica la decisi¨®n de las autoridades de Z¨²rich de comprar el antiqu¨ªsimo Hotel Schert y convertirlo en una oficina tributaria. ¡°Una bella fama de perseverancia en el tiempo, arruinada para siempre¡±, constata, recordando que durante los siete siglos de vida del hotel, personajes como Mozart, Goethe, Casanova (disfrazado de camarero excesivamente servicial para satisfacer a unas damas) y Madame de Sta?l, entre otros, hicieron parada y fonda. Memoria viva de Europa, recuerda Zweig desapariciones similares en medio continente y, en particular, el derribo en su Viena natal de la casa mortuoria de Beethoven o, premonitoriamente, del restaurante Schwann en Fr¨¢ncfort, donde se firm¨® la paz entre Alemania y Francia en 1871. ¡°Es patrimonio colectivo de nuestro mundo (¡) No reconocemos el verdadero valor de una cosa hasta que la hemos perdido¡±, sentencia.
La declaraci¨®n de la Segunda Guerra Mundial le pilla ya en Inglaterra, donde se hab¨ªa refugiado en 1934 tras ver c¨®mo un a?o antes sus libros eran quemados por los nazis. La vida le lleva a ver el inicio de cada una de las dos guerras desde un frente diferente. En 1914, en Viena, la declaraci¨®n fue ¡°una euforia, un ¨¦xtasis. S¨®lo conoc¨ªamos la guerra por los libros, nunca la hab¨ªamos tenido por posible en una ¨¦poca civilizada¡±. Los j¨®venes se agolpaban ante las oficinas de reclutamiento con una sola angustia: ¡°que los llamasen demasiado tarde y se perdieran la aventura¡±. Los caf¨¦s restaban abiertos hasta altas hora de la noche y cargados de parlanchines, ¡°cada uno, un estratega, un estadista, un profeta¡±.
En Inglaterra, sin embargo, en 1940 nadie se libra a la euforia, porque ahora ya se sabe que una guerra mundial es ¡°una fatalidad¡± que ¡°consume cantidades industriales de personas y dinero¡±. Le sorprende la impasibilidad anglosajona, que atribuye en parte a ¡°una educaci¨®n que sistem¨¢ticamente acostumbra al ni?o a esconder los sentimientos¡±, pero, sobre todo, al amor de los ingleses por la jardiner¨ªa, en tanto saben que ¡°lo esencial de nuestra Tierra, que es su belleza, se mantiene inmune a la locura de la guerra y a las animaladas de los pol¨ªticos¡±. Lo escribe en Huertos y jardines en tiempos de guerra (1940), texto que cierra un Viatges de estilo aparentemente sencillo y de un humanismo ingenuo, una Europa de regusto a Arcadia, como toda la obra de Zweig, seg¨²n algunos cr¨ªticos. Pero quiz¨¢ una vitamina espiritual de nuevo necesaria hoy para una Uni¨®n Europea renqueante de post-brexit y pandemia.
4.000 ejemplares cada a?o en Quaderns Crema
Stefan Zweig es un escritor muy popular en parte por sus biograf¨ªas, fen¨®meno de ventas con velocidad de crucero, impasible a los tiempos y las modas. En catal¨¢n, no es una excepci¨®n, desde que ya en un temprano y coet¨¢neo 1929 fuera traducido por Ernest Mart¨ªnez Ferrando a partir de las nouvelles 'Amok i Vint-i-quatre hores en la vida d¡¯una dona'. Diversas editoriales tienen y publican libros de o sobre el autor austr¨ªaco (Edicions de l¡¯Ela Geminada, Lleonard Muntaner ¡), pero quien m¨¢s lo ha editado y ha hecho por su promoci¨®n en catal¨¢n en las ¨²ltimas d¨¦cadas es Quaderns Crema, donde hasta su fundador, Jaume Vallcorba, lleg¨® a actualizar personalmente la traducci¨®n de 'Vint-i-quatre hores...' en 1996. Hoy tienen en cat¨¢logo 15 t¨ªtulos de Zweig, de los que venden en total una media de 4.000 ejemplares cada a?o. Apuesta segura, este mismo curso aparecer¨¢n dos nuevos t¨ªtulos: 'Triomf i trag¨¨dia d¡¯Erasme de Rotterdam' (¡°la primera persona en adquirir consciencia de europeo, el primer pacifista militante, el defensor m¨¢s elocuente del ideal human¨ªstico, social y espiritual¡±, escribi¨® bajo los efectos de la deriva totalitarista en el continente), previsto para abril, y los 'Dietaris', tambi¨¦n in¨¦ditos en catal¨¢n, en junio.
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