Jardines bien encerrados
Las consecuencias de derribar los muros de jardines y parques de Barcelona indiscriminadamente, aunque se haga con la mejor intenci¨®n, puede suponer la desaparici¨®n de estos lugares preservados
Deber¨ªamos derribar los muros que cierran algunos espacios, muchos de ellos jardines y parques de la ciudad? La cuesti¨®n surge de los debates que tienen lugar en las agrupaciones de arquitectos del CoAC en algunos distritos de Barcelona, con el objetivo de aportar opiniones y contribuir al proceso participativo del debate sobre la ciudad. La idea motriz es dar transparencia a estos jardines e incorporarlos visualmente a la v¨ªa p¨²blica. Una iniciativa incipiente que motiva este art¨ªculo. Sin darnos cuenta, en apenas unas l¨ªneas hemos convocado dos palabras que forman parte del vocabulario habitual de quienes piensan la ciudad con la mejor de las intenciones. Muro y transparencia, dos opuestos frente a los que se suele reaccionar como un resorte. El muro es malo y la transparencia es buena.
Sobre los muros conviene hacer alguna observaci¨®n, comenzando por se?alar que actualmente solo parecen existir para derribarlos. La transparencia, una cualidad asociada sin met¨¢foras al vidrio, ¡°el material que muere de accidente porque es fr¨¢gil¡±, como dec¨ªa Rafael Echaide, uno de los arquitectos art¨ªfices de los edificios SEAT de la plaza Cerd¨¤, es usada frecuentemente como s¨ªmil de juego limpio. En arquitectura se utiliza como atributo de la espacialidad moderna por excelencia, asoci¨¢ndose a los espacios di¨¢fanos y sin divisiones. Sin embargo, deber¨ªamos llamar la atenci¨®n de que el siguiente estadio de la transparencia es ¡°aqu¨ª no hay nada¡±, cosa que sabemos sin m¨¢s, simplemente mirando. As¨ª es que tal vez los muros guardan algo de inter¨¦s, pero la transparencia no contiene nada.
Las consecuencias de derribar los muros de jardines y parques indiscriminadamente, aunque se haga con la mejor intenci¨®n, puede suponer la desaparici¨®n de estos lugares preservados. Una campa?a a favor de ¡°derribar los muros¡± de los jardines convenientemente sazonada con palabras como privados, por ejemplo, tendr¨ªa consecuencias fatales para los espacios que encierran, pero especialmente para los que acuden a ellos buscando cosas que la ¡°ciudad transparente¡± nos niega. Aunque ser¨ªa mejor decir, que no nos puede dar. De empe?arnos con iniciativas bienintencionadas como estas, solo quedaran los cementerios para procurarnos lugares en los que estar con nosotros mismos, aunque en algunos lugares ya han sido v¨ªctimas de experimentos censurables, como colocar placas solares sobre los nichos.
Los muros, aunque parezca una contradicci¨®n est¨¢n ligados desde antiguo a los jardines, comenzando por el Para¨ªso. Los grabados que lo han tratado de ilustrar o las descripciones como las de Milton, lo presentan encerrado en sus muros, siendo imposible concebirlo sin esa condici¨®n de lugar al que acedemos a trav¨¦s de una puerta. Incluso algunas plantaciones agr¨ªcolas, como las de los limoneros en Sicilia, son as¨ª tal y como recoge H. Atlee en El pa¨ªs donde florece el limonero. Lo mismo ocurre en los palmerales del sur de Marruecos, con sus hermosos huertos protegidos por muros de barro y a la sombra de las palmeras. Todas ellas experiencias vinculadas al control del agua y la humedad. Al Para¨ªso entramos, no pasamos por all¨¢.
De prosperar una iniciativa as¨ª, estar¨ªan amenazados jardines y parques como los del Palacio de Pedralbes, el Parque G¨¹ell o jardines como los de Mu?oz Ramonet, La Tamarita, y tantos otros cuyo origen era privado y con el tiempo se han incorporado a la ciudad. Si queremos dulcificar los muros que los encierran, dejemos que la vegetaci¨®n del interior se muestre hacia fuera, pero no expongamos el interior a la ciudad. Tapicemos de vegetaci¨®n sus per¨ªmetros, como ocurre en el Parc Central del Poble Nou, con sus muros revestidos de buganvilias.
La presencia en la ciudad de recintos a los que hemos de entrar a trav¨¦s de una puerta, deber¨ªan ser cuidados y prestarles la atenci¨®n que merecen. Su existencia permite ampliar la noci¨®n de espacio p¨²blico y lo preservan de considerarlo un todo sin matices, un continuum esterilizante. Baste pensar en las implicaciones que tiene saber que lo que llamamos espacio p¨²blico no es homog¨¦neo ni ¨²nico, y que como en el caso que nos ocupa, lo que llamamos espacio publico puede contener otros espacios p¨²blicos. Pensar en que algunos espacios como calles y avenidas se exponen mediante la perspectiva, otros, como las plazas, mediante escenograf¨ªas y otros se encierran y debemos ¡°entrar¡± en ellos a trav¨¦s de puertas.
No seamos ingenuos, no pongamos nuestras reclamaciones al servicio de t¨®picos banales. Mantener esos muros es defender el momento de la intimidad y el extra?amiento que procuran los jardines en la ciudad. Estar en ellos es lo m¨¢s pr¨®ximo a estar en un para¨ªso encerrado en sus cuatro muros. Fuera, el ruido.
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