Momentos de inflamaci¨®n
Muchos j¨®venes han interiorizado la idea de que, si no es con violencia, nadie les escucha. Corremos el riesgo de que este tipo de protestas solo sirvan para alimentar la pulsi¨®n autoritaria de una sociedad atemorizada
Cada cierto tiempo, el fuego y la furia se apoderan de las calles de Barcelona y otras ciudades de la mano de j¨®venes airados que arremeten contra la polic¨ªa y contra el mobiliario urbano. Primero fue en apoyo del movimiento okupa, despu¨¦s contra las pol¨ªticas de austeridad, en 2017 en apoyo del independentismo, en 2019 contra la sentencia del proc¨¦s y ahora por el encarcelamiento del rapero Pablo Has¨¦l. Los mismos protagonistas con distintas banderas. En los ¨²ltimos a?os, estas protestas se han hecho cada vez m¨¢s frecuentes y violentas. Contenedores ardiendo como s¨ªntoma de una patolog¨ªa estructural: el malestar y la rabia que sienten muchos j¨®venes contra un sistema que les ha dejado sin expectativas y que perciben como profundamente injusto.
Las protestas de los ¨²ltimos d¨ªas en defensa de la libertad de expresi¨®n son el ¨²ltimo episodio de un bucle que empez¨® en 2008. La ley que ha llevado a Pablo Has¨¦l a la c¨¢rcel forma parte de la involuci¨®n democr¨¢tica impulsada por el PP como respuesta a las movilizaciones contra las pol¨ªticas de austeridad, que adem¨¢s de agravar las consecuencias de la crisis, penaliz¨® especialmente a las generaciones m¨¢s j¨®venes. El objetivo de la ley Mordaza era dificultar y desincentivar las movilizaciones por la v¨ªa de criminalizar las protestas, y lo ha conseguido ¡ªse han recaudado m¨¢s de 400 millones de euros en sanciones amparadas en esa ley ¡ª pero a costa de hacerlas m¨¢s virulentas e imprevisibles.
Este marco legal ha conducido a la paradoja, c¨ªnica e insoportable a los ojos de muchos j¨®venes, de que mientras se cierran investigaciones judiciales sobre la supuesta corrupci¨®n del Rey em¨¦rito, se lleve a la c¨¢rcel a quien la ha criticado en sus canciones. De muy mal gusto, desde luego, pero canciones al fin, que expresan una opini¨®n y que nunca deber¨ªan haber sido consideradas delito, por muy deleznables que sus letras nos parezcan. Joaqu¨ªn Ur¨ªas, profesor de Derecho Constitucional y ex letrado del Tribunal Constitucional, ha clarificado d¨®nde se encuentra la frontera del delito: ¡°Si expresas tus ideas pol¨ªticas siempre es libertad de expresi¨®n. Si usas las palabras para amenazar, insultar o animar a delinquir, nunca es libertad de expresi¨®n¡±.
El encarcelamiento ha sido la mecha, pero hay otros factores de fondo que alimentan estos s¨²bitos accesos de fiebre y de furia a los que se suman colectivos muy diversos de j¨®venes con ganas de darle una patada al tablero. Algo tendr¨¢ que ver con todo ello que la tasa de paro se haya enfilado hasta el 40,7% entre los menores de 25 a?os y que la precariedad laboral sea el destino de los que han empalmado dos crisis econ¨®micas en diez a?os. Si al estallar la de 2008 el colectivo con mayor riesgo de pobreza eran los mayores de 75 a?os, ahora son los j¨®venes de 16 a 24 a?os. Y el segundo, los menores de 16 a?os. As¨ª lo constata el estudio La pobreza en Espa?a y Europa: los efectos de la covid-19, de N¨²ria Bosch y Llu¨ªs Ayala.
Sin pol¨ªticas destinadas a revertir la brecha generacional, muchos j¨®venes se ven abocados a engrosar las filas de los excluidos. Cuando el sistema no integra, sino que expulsa, no debe extra?ar que surjan revueltas antisistema. Lo preocupante es que cada vez haya m¨¢s violencia.
Violencia contra la polic¨ªa, como s¨ªmbolo del Estado que les excluye, y contra ciertos bienes privados, como oficinas bancarias o sedes de grandes corporaciones. Pero tambi¨¦n contra el mobiliario urbano y el espacio p¨²blico, lo que revela el poco valor que estos j¨®venes conceden a los bienes colectivos. Y ¨²ltimamente, tambi¨¦n con saqueos de comercios populares, un patr¨®n que ya vimos en las protestas que en 2011 se iniciaron en el barrio de Tottenham de Londres. Esta vez han ardido adem¨¢s muchas motos y coches de gente que nada tiene que ver con las injusticias por las que protestan, como ocurri¨® en los suburbios de Par¨ªs en 2007 y en las revueltas de los chalecos amarillos en Francia.
Los colectivos que promueven estas protestas han interiorizado la idea de que solo si media violencia, el poder los escucha. ¡°Es la ¨²nica forma de que nos hagan caso¡±, dec¨ªa en TV3 una joven que parec¨ªa muy razonable. Algo falla en nuestra democracia si una parte de la juventud est¨¢ convencida de que protestar pac¨ªficamente no sirve de nada; que, si no es con violencia, nadie les tiene en cuenta. Esto es algo muy perturbador, que nos interpela a todos. Corremos el riesgo de que la violencia callejera y la socializaci¨®n del da?o que representa la quema de motos y coches ¨²nicamente sirvan para despertar las pulsiones autoritarias de una sociedad atemorizada. Para alimentar el discurso de los que apuestan por soluciones represivas y de limitaci¨®n de las libertades. La mano dura de la derecha de siempre.
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