Rodrigo Cuevas y la lucidez del desparpajo
El artista y cantante plasm¨® en el Palau su desacomplejada visi¨®n del folclore asturiano en un espect¨¢culo divertid¨ªsimo
¡°Yo no soy maric¨®n de nacimiento¡±, dec¨ªa en el escenario, paseando la mano izquierda por los contornos de su torso, pierna izquierda adelantada, queriendo ense?arse, ¡°yo soy maric¨®n de lobby, pues de peque?o el lobby gay me meti¨® en una habitaci¨®n para ver pel¨ªculas de pollas, oblig¨¢ndome a comer pl¨¢tanos enteros¡±, remataba sin disimular ¨¢cida iron¨ªa mientras la platea se carcajeaba c¨®mplice, desoll¨¢ndose las manos cada vez de las muchas que aplaud¨ªa. ?l estaba presentando una habanera de homenaje a Rambal, homosexual sin verg¨¹enza cuando la homosexualidad daba verg¨¹enza, figura popular del barrio pesquero gijon¨¦s de Cimavella, asesinado en los a?os setenta del pasado siglo, un drama m¨¢s de la Espa?a negra, ignorante, intransigente e integrista ante la cual Rodrigo Cuevas alzaba su voz en un Palau de la M¨²sica que se llenaba en el primero de sus dos conciertos dentro del festival Tradicionarius. Un concierto de m¨²sica popular a la manera de la otra Espa?a, aquella que acepta que cada cual haga de su capa un sayo.
Halando de capas y sayos, el sincretismo de Rodrigo Cuevas, ovetense enamorado del folclore asturiano y gallego, persona de su tiempo que da puntadas electr¨®nicas a mu?eiras, fandangos y xiring¨¹elus, que insufla ritmos digitales a cadencias nacidas entre hierba y nubes, le conduc¨ªa a vestir h¨ªbridamente. De cabeza a pies: monteira gallega como tocado, camiseta blanca de encaje bien ce?ido, faja multicolor, yukata verde, an¨®nimos pantalones negros entallados y madre?as asturianas de madera enfundando unas pantuflas como calzado. Y todo armonizaba pues todo lo que se lleva con naturalidad acaba casando, como cantar ¡°y a m¨ª me llaman el tonto, yo digo que lo ser¨¦, pero no me chupo el dedo si antes no lo mojo en miel¡± mientras conviv¨ªan de fondo tambor con parche de piel y ritmos sint¨¦ticos en esa Arboleda Bien Plantada que cantaba con desparpajo del bardo tan seguro de s¨ª mismo como de su verdad. Es ese desprejuicio, no alocada b¨²squeda de la modernidad en s¨ª misma, sino ausencia de miedo para recuperar la poes¨ªa popular y sus sentencias morales en un contexto global, lo que distingue a Rodrigo Cuevas como folclorista sincero que cuando busca la implicaci¨®n de su p¨²blico le pide ¡°gritad como vuestras abuelas¡±. Los abuelos, maestros como ¨¦l record¨® de aquellas ceremonias de amor, canciones bajo el balc¨®n de la enamorada hoy sustituidas por fr¨ªos mensajes de texto. Embellecer la pragm¨¢tica fealdad del presente evocando la belleza de lo que existi¨® siempre.
Y este discurso de fondo se articul¨® en el Palau mediante un espect¨¢culo total. Unas a?ejas fotos en blanco y negro presid¨ªan la escena, y Rodrigo tej¨ªa en sus largas y fin¨ªsimas presentaciones la vida de personas que nunca olvidaron su orgullo y raigambre popular como Milia la Miruxana, una campesina de Amb¨¢s, que a la guisa de Rosa Parks, acab¨® mediante su ind¨®mita actitud con un viejo impuesto a los se?oritos que hed¨ªa a Medievo. Pero a la vez, este humor propio de quien vive hoy, propon¨ªa al p¨²blico ejercicios de suelo p¨¦lvico para bailar un xiring¨¹elu mientras frunc¨ªa los labios, carnal, bajo ese bigotito que acababa por asemejarle a¨²n m¨¢s a Freddie Mercury. Risas y carcajadas, m¨¢s estas que aquellas, para reivindicar el orgullo de lo popular, las leyendas y cuentos que nos han tra¨ªdo hasta aqu¨ª, a este presente de mu?eiras, diversidad sexual, electr¨®nica, descaro y autoafirmaci¨®n en la diferencia. Un concierto sensacional donde forma y fondo fueron uno.
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