La hora de los vigilantes del arte
Los auxiliares de sala de museos son protagonistas de una exposici¨®n fotogr¨¢fica de Sophie K?hler, y en otra de N¨²ria G¨¹ell son dos exreclusos quienes la custodian algunos d¨ªas
En cada exposici¨®n, en un museo, me sucede a menudo (por no decir que siempre). Me pregunto c¨®mo viven las horas los vigilantes de sala. A veces hablo con alguno, pero no suelen ser conversaciones propiamente sino un intercambio bastante r¨¢pido de impresiones sobre la obra que se ve en esa sala. Casi siempre la vigilante (suele haber bastantes mujeres en este trabajo) se limita, con profesionalidad, a sonre¨ªr y decir que s¨ª, que unas cuantas horas con esa obra, cada d¨ªa, tiene su qu¨¦. Me quedo sin saber qu¨¦ es ese qu¨¦. Lo comprendo, no es sencillo hablar de lo que se siente ante una obra, y menos si es tu trabajo. Si est¨¢s all¨ª ocho horas, a buen seguro que experimentas todo tipo de sensaciones, tanto si la obra es de tu agrado como si no.
Una vez s¨ª que tuve una conversaci¨®n con una vigilante, ahora lo recuerdo. Ante unas maquetas de Oteiza, la vigilante de la sala me oy¨® comentarlas (a veces hablo en voz alta en los museos) y se acerc¨®. Me pregunt¨® entonces si conoc¨ªa la historia de por qu¨¦ y c¨®mo fue que en la portalada del monasterio de Ar¨¢nzazu haya trece ap¨®stoles y no doce. Dije que por lo que yo sab¨ªa, cuando fue recriminado por ello por los responsables del monasterio, Oteiza aleg¨® que le cab¨ªan trece, que ese espacio era para trece ap¨®stoles y trece habr¨ªa. Y que me parec¨ªa raz¨®n suficiente. La vigilante me dio entonces otras razones, a su entender m¨¢s s¨®lidas, comprometidas con el hecho religioso. Algo relativo a ciertos evangelios basados en el n¨²mero trece que, la verdad, he olvidado. Pero no a ella, no la he olvidado, la vigilante interesada en la cultura religiosa. No ten¨ªa ning¨²n t¨ªtulo acad¨¦mico m¨¢s all¨¢ de los estudios de secundaria, dijo, lo estudiaba por gusto. Acabamos con un cierto acuerdo: lo que alegaba yo y lo que alegaba ella no era incompatible.
Si est¨¢s all¨ª ocho horas, a buen seguro que experimentas todo tipo de sensaciones tanto si la obra es de tu agrado como si noSi est¨¢s all¨ª ocho horas, a buen seguro que experimentas todo tipo de sensaciones tanto si la obra es de tu agrado como si no
Por eso me parece una gran idea la de la fot¨®grafa Sophie K?hler: retratar a los vigilantes de sala. No con fotos robadas con el m¨®vil ni con prisas, sino hablando con ellos y estableciendo un acuerdo. El resultado se puede ver ahora en exposici¨®n, en el museo Can Framis. K?hler la titula Ocho horas con T¨¤pies. Se les ve, se aprecia su presencia, su cara, su mirada. Y la silla vac¨ªa, el asiento en que cada vigilante reposa cuando no est¨¢ dando una vuelta por la sala o atendiendo a alg¨²n visitante o impidiendo las fotos con flash o, tambi¨¦n, informado al visitante de esta obra o de la otra. Porque a menudo son estudiantes de Bellas Artes, con el t¨ªtulo, terminados los estudios. No los vemos, pero ah¨ª est¨¢n. Y en la actualidad, antes ya incluso de la pandemia, sus salarios y contratos son miserables. A unos cuantos de estos auxiliares de sala, desprotegidos y a la vez esenciales en los museos, K?hler les da imagen y voz: ha hablado con ellos y sus conversaciones forman parte tambi¨¦n de esta exposici¨®n.
La palabra enlaza las experiencias de estos vigilantes del arte de cuatro centros de arte barceloneses: el MNAC, el Macba, las fundaciones Mapfre i T¨¤pies. ¡°No puedes mirar el arte con los mismos ojos con que vas por la calle¡±, dice Pablo Jes¨²s Ladero, entonces en el Macba. Manolo Ferr¨²s, de la T¨¤pies, donde lleva tres d¨¦cadas y que nunca hab¨ªa entrado en un museo, dice que este trabajo le ha hecho ¡°respetar y entender a la gente¡±. La fot¨®grafa ha pasado tres a?os con este proyecto. Solo con tiempo para cada vigilante se puede lograr reflexiones sin pretensi¨®n y con criterio, que acostumbran a ser las mejores.
En la actualidad, antes ya incluso de la pandemia de la covid, sus salarios y contratos son miserablesEn la actualidad, antes ya incluso de la pandemia de la covid, sus salarios y contratos son miserables
Otra cosa es lo de N¨²ria G¨¹ell en la Fabra i Coats. Son vigilantes de sala no por oficio o trabajo temporal, sino como parte de la apuesta de la artista sobre la moralidad del presente en las instituciones: son dos exreclusos, que han cumplido pena por robos de objetos de valor y de obras de arte, y que ahora se encargan de custodiar (no todos los d¨ªas) la exposici¨®n de G¨¹ell, titulada. ¡°La banalidad del bien¡±, de resonancias religiosas. Esta activista del arte, que se mete dentro de todos los entresijos legales del sistema y sus corruptelas de cada d¨ªa, ahora se ha dado de baja de aut¨®nomos y se ha registrado como monja.
Paga menos a Hacienda y se podr¨¢ beneficiar del paro y de bajas por enfermedad si es el caso. Los vigilantes de sala especiales que se ha buscado tendr¨¢n la misi¨®n, cabe suponer, si los visitantes est¨¢n al caso de su condici¨®n ex-reclusa, de atraer la atenci¨®n sobre los vigilantes y su trabajo en las salas. Todo es bueno, me digo, para lograr que las personas que andan entre obras de arte m¨¢s o menos no pasen tan desapercibidas. No deja de tener su qu¨¦.
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