A favor del silencio
Morandi es uno de los artistas modernos amorosos de lo simple, lo cotidiano, lo falto de presunci¨®n, de los objetos que nos hacen compa?¨ªa en casa
H¨¢ganse un favor y vayan una de estas ma?anas o tardes, o se lo apuntan (¡®agendar¡¯, se dice ahora, incluso ¡®bloquear la agenda¡¯) para ir lo antes posible al encuentro de las pinturas de Giorgio Morandi, al remanso de paz y silencio que procuran en las salas de la Pedrera. Bien comisariada y mejor montada, es un regalo en estos tiempos abrumadores y estent¨®reos que incluso en los museos y centros de arte ense?an la patita, y a menudo la pata entera. El pintor de los cacharros, dec¨ªa con respeto no exento de cachaza y somarda, ese humor tan espec¨ªficamente aragon¨¦s, mi amiga y maestra Katia Ac¨ªn, grabadora y dibujante del dolor hist¨®rico y del cuerpo anciano femenino. Morandi (1890-1964) es uno de los artistas modernos (otro es Xavier Valls, el padre de, m¨¢s luminoso) amorosos de lo simple, lo cotidiano, lo falto de presunci¨®n, de los objetos que nos hacen compa?¨ªa en casa, estos bodegones que reiteradamente en la expo se titulan ¡®Naturaleza muerta¡¯ y que, a pesar del nombre penumbroso del g¨¦nero, no est¨¢n nada muertos. Una exposici¨®n de un artista f¨¢cil de considerar repetitivo y obsesivo es empresa compleja, pero esta, centrada en lo que su t¨ªtulo proclama, la Resonancia infinita, logra hacer ver c¨®mo fue pasando hacia la luz, algo que no hab¨ªa visto hasta ahora tan bien expuesto. Paz, silencio, luz. Morandi.
Me ha gustado saber que al tipo, un hombre alto siempre bien compuesto, le agradaba regalar flores a las se?oras: les llevaba un cuadrito de las que pintaba, ramos que no se marchitar¨ªan ante sus ojos, que pod¨ªan durar para siempre, a menudo con flores artificiales de modelo. Tambi¨¦n a m¨ª me gustan, me duele ver morir una flor. Por los a?os que vivi¨®, Morandi atraves¨® por las corrientes m¨¢s exaltadas del arte moderno que, en Italia, cabalgaban el caballo veloz y furibundo de los futuristas en su juventud y, al final, el pop y el ¡®arte povera¡¯. Prefiri¨® quedarse con C¨¦zanne y su insistencia, proclamada como su herencia por Picasso a la muerte en 1906 del pintor de las repetidas manzanas, de su esposa y de la monta?a de Santa Victoria al lado de su pueblo, que pint¨® sesenta y cinco veces. Y a?adi¨® el primer cubismo, su paleta de colores sobrios, que en tiempos de los inflamados pigmentos de sus colegas futuristas sonaron como m¨²sica antigua.
No se movi¨® de Bolonia, encerrado en su taller casi siempre, paseando a ratos por los paisajes de siempre, depurando siempre su color hasta casi desmaterializarlo a partir de 1950. Sus bodegones son tambi¨¦n, a menudo, a mis ojos, la naturaleza muerta del fascismo, de las guerras, de la posguerra. Es ese silencio, esa paz, que pudieron haber sido, lo que transmite este recorrido tan bien armado y explicado por Daniela Ferrari i Beatrice Avanzi, conservadoras del Museo di Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto, con el que la Pedrera vuelve a la cartelera de exposiciones.
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