Preguntas y sospechas
El independentismo se ha visto obligado a compartir afrenta con aquellos a los que acusaba de espiar porque tambi¨¦n han sido espiados
?Por qu¨¦ nos alarmarnos por aquello que no nos sorprende? Una pregunta que puede responderse cada uno a partir de su propio comportamiento ante la deriva tomada por el caso Pegasus. La evoluci¨®n de lo que se inici¨® como CatalanGate ahora rebautizado con el nombre del software que consigue saberlo todo del poseedor del m¨®vil infectado. Sea el diputado abertzale que conoc¨ªa su persecuci¨®n desde hac¨ªa un a?o o el presidente del Gobierno que acabar¨¢ explic¨¢ndose en el Congreso a cambio de que ¨¦ste no investigue la trama. Un titular de la Generalitat que sit¨²a en las pasadas Navidades el soplo de la intromisi¨®n sufrida o un abogado defensor con causa propia abierta que se querella por 19 posibles ataques padecidos que alteran la confidencialidad letrado-cliente. Un avispado ingeniero inform¨¢tico con pasado en Silicon Valley que consta tanto en la lista de los expertos investigadores de Citizen Lab como en la de espiados o la ministra de Defensa de inoportuna respuesta parlamentaria pero clara advertencia de que se ir¨ªan conociendo m¨¢s detalles que los trascendidos al estallar el esc¨¢ndalo gracias a la informaci¨®n recibida sobre su propia situaci¨®n justo antes de entrar en el hemiciclo. Y as¨ª ha sido. De manera que el independentismo se ha visto obligado a compartir afrenta con aquellos a los que acusaba de espiar porque tambi¨¦n han sido espiados.
Probablemente esto pasa porque la hipocres¨ªa es el homenaje que el vicio tributa a la virtud, seg¨²n lo defini¨® John le Carr¨¦ en Una verdad delicada. As¨ª, y siguiendo la capacidad narrativa de quien sab¨ªa tejer complejas tramas, cada paso que se da, cada noticia que ampl¨ªa la anterior, provoca una multiplicaci¨®n de preguntas sin que lleguen necesariamente las contestaciones a ninguna de ellas. Raz¨®n por la que las respuestas pueden ir variando seg¨²n el contexto. Le Carr¨¦ de nuevo.
Siguiendo s¨®lo las explicaciones dadas, m¨²ltiples y confusas, ver¨ªdicas o de distracci¨®n, podr¨ªamos advertir los m¨²ltiples contrasentidos que se desprenden de una situaci¨®n grave pero que puede acabar como una gran cortina de humo diluida en el principio lampedusiano del cambio o las conclusiones aparentes. Es como suelen cerrarse las llamadas razones de estado cuando trasciende aquello que se hizo para permanecer oculto. O como se advierte en El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo: ¡°El trabajo del espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados¡±. M¨¢s Le Carr¨¦. Y, a la vista de lo trascendido hasta ahora, no parece que estos obedezcan a un trabajo rigurosamente profesional.
Que sea obvio que los estados vigilan, controlan y esp¨ªan no lo es que ello se convierta en la comidilla general y que se haya podido haber hecho sin el amparo de la ley porque es evidente que aquella solicitud legal para evitar un ataque o la ruptura del mismo Estado no se corresponde con el criterio de vigilar al m¨¢ximo garante de su integridad. Excepto que a la pregunta ¡°?qu¨¦ es la supervivencia?¡± los sospechosos habituales contesten: ¡°Una infinita capacidad de sospecha¡±. Remata Le Carr¨¦.
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