Las l¨¢grimas de los vencidos
La idea misma del pa¨ªs, la reputaci¨®n de su lengua y su cultura, de sus valores democr¨¢ticos y de su convivencia plural, todo ha quedado cubierto por el polvo amargo del resentimiento
Ay de los vencidos! M¨¢s a¨²n si son ellos los responsables de su propia derrota. Porque quisieron resolver sus dificultades con la guerra, cuando pod¨ªan haber elegido el camino de la paz. Y porque luego, una vez declarada, no supieron o pudieron ganarla. Y para a?adir mayor ignominia a su desgracia, tampoco supieron luego reconocer la derrota y se empe?aron en prolongar durante a?os su agon¨ªa con el espejismo de un golpe de suerte que les diera una nueva oportunidad para la victoria.
Volveremos a hacerlo, vociferaban en p¨²blico. Acorralados y divididos, segu¨ªan increpando a quienes no les segu¨ªan y amenazando a quienes se opon¨ªan a sus prop¨®sitos alocados. Cada uno de sus pasos en falso (y casi todos sus pasos fueron en falso) lo atribu¨ªan al enemigo, a su malevolencia, a su perfidia, a su poder excesivo, como si fuera obligaci¨®n del enemigo ceder amablemente al jaque en vez de evitarlo.
Nunca consideraron que fuera suya por entero la responsabilidad de la derrota y de la guerra que est¨¢ en el origen de la derrota. Quisieron, como en la guerra, obtener la victoria en un juego que solo pod¨ªa fabricar vencedores y vencidos. Su envite fue a todo o nada. Se creyeron victoriosos desde el primer d¨ªa. Iban a ganar a quienes hab¨ªan declarado su adversario en cualquier caso. Ya fuera por la obtenci¨®n del sublime objetivo, largamente oculto y so?ado, ya por una negociaci¨®n con sustanciosas rentas de poder y el premio de una victoria pol¨ªtica sin precio.
Ahora han llegado al cabo de la calle. Su jugada maestra siembra la discordia entre ellos mismos, despu¨¦s de haberla sembrado entre amigos y vecinos, familias y partidos, y desprestigiado a instituciones p¨²blicas y privadas. La idea misma del pa¨ªs, la reputaci¨®n de su lengua y su cultura, de sus valores democr¨¢ticos y de su convivencia plural, todo ha quedado cubierto por el polvo amargo del resentimiento.
Lloran. Hay que respetar estas l¨¢grimas. En una guerra sin victoria de nadie, sin vencedores y solo vencidos, las l¨¢grimas son de todos, siempre buenas, y no solo por el alivio de los sentimientos que se expresan libremente.
¡°La acci¨®n de los pueblos, como la de los individuos, est¨¢ sometida a unas fr¨ªas reglas, inexorables, que no se dejan doblegar ni por las causas m¨¢s elevadas ni por los principios m¨¢s generosos¡±, escribi¨® Charles de Gaulle en 1938, antes de asumir las mayores responsabilidades pol¨ªticas y militares de la Francia Libre, tras la derrota y ocupaci¨®n hitlerianas. El fundador de la V Rep¨²blica enumeraba as¨ª dichas reglas en su libro Francia y su ej¨¦rcito: ¡°Incrementar la fuerza en la medida de los prop¨®sitos, no esperar del azar, de las f¨®rmulas, lo que ha quedado olvidado y sin preparaci¨®n, jugar bien las propias cartas y saber encontrar los instrumentos¡±. Son principios realistas, y pragm¨¢ticos, y seg¨²n De Gaulle solo se entienden ¡°a trav¨¦s de las l¨¢grimas de los vencidos¡±.
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