Michael Bubl¨¦: canciones, sonrisas, chistes y aut¨®grafos
El cantante canadiense, un espect¨¢culo en s¨ª mismo, convirti¨® el Sant Jordi de Barcelona en una extensi¨®n de Las Vegas
Est¨¢ por encima de los estilos, de las corrientes, de las modas y de las categor¨ªas destinadas a compartimentar la m¨²sica. Es ¡°la calidad¡±, un valor inaprensible que cada uno identifica con una forma de hacer, todo y que hay un consenso universal que se?ala que aquello que tiene calidad no puede ser malsonante, atropellado, agresivo o inc¨®modo, sino m¨¢s bien confortable, asequible, bien hecho y mejor acabado, como las mejores construcciones o los coches m¨¢s lujosos en los que est¨¢ medido hasta el m¨ªnimo pespunte de la tapicer¨ªa de cuero. El grupo Ciudad Jard¨ªn sublim¨® con iron¨ªa este concepto all¨¢ por los ochenta con su tema Dame calidad un retrato de los cazatalentos de la ¨¦poca. Pues bien, Michael Bubl¨¦ hace, sin duda alguna, m¨²sica de calidad, y con ella llen¨® el Sant Jordi de p¨²blico educado que desplazado al recinto mayormente en coche, otro term¨®metro de los conciertos de este tipo, disfrut¨® de un concierto a la altura de su precio tras superar un atasco la mar de vulgar.
Pero Bubl¨¦ no s¨®lo hace m¨²sica de calidad, sino que adem¨¢s la sabe vender. Ya tras la segunda canci¨®n comenz¨® a alentar simp¨¢ticamente al p¨²blico para que se sumase a la fiesta, llev¨¢ndolo a aplaudir ferviente cuando justo comenzaba a desearlo. Hab¨ªa aparecido en escena como las estrellas, amagando con hacerlo por la parte superior del escenario para emerger en su centro: negro riguroso, zapatos de charol, peinado cincelado y sonrisa perenne: todo ¨¦l un recept¨¢culo de miradas. Y como se mira mejor a quien se siente satisfecho y merecedor de las miradas, el canadiense obr¨® en consecuencia durante sus dos horas de concierto, chistoso, pill¨ªn, simpatic¨®n, due?o de un humor correcto que tambi¨¦n pod¨ªa suponerse no tanto a nada que mediasen un par de copas en un ambiente distendido. Es dudoso que Bubl¨¦ haga el papel, no parece un representante de tejidos mostrando sonrisas comerciales, sino que todo le sale porque tiene las dotes para ello y, por ende, comprueba que ¨¦sta es una de las mejores formas de hacer que quien ha pagado un buen dinero, ¨¦l mismo aludi¨® al precio de las entradas, disfrute en su presencia.
Y es dif¨ªcil no hacerlo, a menos que se tire de un arsenal de cinismo tan innecesario como est¨²pido. Bubl¨¦ es palomitas con confeti, y su cat¨¢logo de composiciones, que abarcan del swing al pop y al rock en formato de versiones, ofrece un acogedor terreno de comuni¨®n en el que nadie se siente extra?o. ?A qui¨¦n no le suena cuando no se sabe de memoria You¡¯re The First, The Last, My Everything, Fever, How Sweet It Is (To Be Loved By You) o ?Qui¨¦n ser¨¢?, solo algunos ejemplos de temas cl¨¢sicos entre los que intercal¨® piezas propias como ese Higher que nombra la gira y que podr¨ªa sonar en la cabecera de cualquier pel¨ªcula de James Bond. Los m¨¢s conspicuos incluso disfrutan sin la sensaci¨®n de estar incurriendo en placer culpable. Bubl¨¦, la meseta donde es obligado dejarse ir.
Como sost¨¦n de la noche, al margen de las sonrisas y el humor del canadiense, un escenario de lujo, un cuadrado inclinado con los laterales iluminados que encajaba las cuatro gradas en las que se situaba la orquesta. Los m¨²sicos con instrucciones claras, impl¨ªcitas o expl¨ªcitas, de mostrar que se lo estaban pasando bomba, bailando, haciendo coreograf¨ªas o sonriendo como su jefe, que dispon¨ªa de un pasillo que se adentraba en platea para as¨ª ense?arse cercano y en una muestra de habilidad que rompe el t¨®pico de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez ?firmar aut¨®grafos mientras cantaba! A todo ello hablando en ingl¨¦s o un simp¨¢tico castellano chapurreado (su esposa es argentina) y cantando con una solvencia, intenci¨®n y flexibilidad fuera de toda duda. Y el sonido perfecto, con la salvedad de que un hecho ins¨®lito, que el punto de proyecci¨®n de la voz acompa?ase a Bubl¨¦ en su desplazamiento por la pasarela crease en los laterales algunos puntos ciegos, los situados en el punto equidistante entre escenario y punta de la pasarela, con cierta cacofon¨ªa. Nimiedad en una noche de espect¨¢culo impecable, de esos que la cultura norteamericana ha convertido en ense?a.
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