Un secuestro en el barrio alto de Barcelona
Los sucesos permiten conocer los surcos de una sociedad repleta de recovecos y zonas muertas, donde no es lo mismo lo que pase en Sarri¨¤ que en el Bes¨°s
La noche del viernes es especial. La gente de bien ya est¨¢ camino de su casa en el Alt Empord¨¤. El resto, inaugura el fin de semana como puede. A los 40, con contrato matrimonial en vigor y lactantes a cargo, la ¨²nica aspiraci¨®n es cenar r¨¢pido, tirarse en el sof¨¢ y dormirse anestesiado con cualquier cosa. Una enajenaci¨®n perfecta destrozada por un mensaje de Whatsapp: ¡°Vemos esto por agencias. ?Lo est¨¢is mirando?¡±. ¡°Esto¡± es un secuestro, y el ¡°est¨¢is¡± es en realidad un est¨¢s, en singular, que parpadea en la pantalla.
No vale hacerse el loco. En el periodismo y en la vida hay olas que se pueden surfear, como la que oye llover, pero otras que te arrollar¨¢n sin compasi¨®n se haga lo que se haga. As¨ª que lo mejor es no oponer ning¨²n tipo de resistencia, subirse al coche, e intentar sobrevivir mientras se escriben mensajes, se llama y se env¨ªan notas de voz camino al epicentro del delito: la calle de Amig¨®, en el distrito de Sarri¨¤-Sant Gervasi, el coraz¨®n del pijer¨ªo barcelon¨¦s.
En el atropellado trayecto, se descubre que la v¨ªctima no es un se?or bien de la zona alta con deudas sobrevenidas y amigos poco recomendables. Tampoco se trata de un caso de violencia machista, o de una falsa alarma, como ha pasado en alguna ocasi¨®n. Son tres hombres que retienen a dos compatriotas, todos de origen chino. Al menos uno de los secuestradores vive en el domicilio que los cuerpos de ¨¦lite de los Mossos ¨Ccu¨¢nta polisemia- han echado abajo para rescatar al hombre y la mujer supuestamente secuestrados, que han llegado a Barcelona desde Madrid.
La curiosidad, como la muerte, todo lo iguala. En los barrios populares, el vecino pone la oreja y pregunta espont¨¢neamente al primero que se cruza: ¡°??Qu¨¦ ha pasado?!¡±. Donde abundan las personas con amarre en Palam¨®s, su manera especial de habitar el mundo y las ganas de saber toman otras formas. ¡°Va, va, que pregunto¡±, se reta, entre risas lo que las nuevas generaciones definen como un Cayetano. ?l y sus amigos siguen con emoci¨®n, empotrados en el pelot¨®n de periodistas, la rueda de prensa de los Mossos improvisada a pie de calle.
A las diez de la noche, ya no queda ni un coche de polic¨ªa. Han sido dos horas de frenes¨ª, uniformes, granadas detonadoras, muchos jefes y especulaciones. Un revuelo impropio de la avenida de Diagonal hacia arriba, donde todo se hace con mesura y buen gusto. En el edificio poco saben de los vecinos dedicados a secuestrar en sus ratos libres y que han salido esposados del domicilio. Apenas llevaban un par de meses all¨ª y no se relacionaban con nadie.
El episodio sigue envuelto en la nebulosa una semana despu¨¦s. Los tres secuestradores han ingresado en prisi¨®n preventiva. Ped¨ªan 370.000 euros al hombre y la mujer, que nunca llamaron a la polic¨ªa. El aviso lo dio un amigo de ambos. Ninguno de ellos, ni presuntas v¨ªctimas ni presuntos autores, han aclarado a los Mossos d¡¯Esquadra qu¨¦ estaba pasando exactamente en ese domicilio de la calle de Amig¨®, a solo dos calles de Luz de Gas, que tuvieron que asaltar los grupos especiales.
En el mundo de la comunidad china, la segunda nacionalidad m¨¢s numerosa (20.952) en Barcelona despu¨¦s de los italianos (44.233), corren todo tipo de hip¨®tesis. La m¨¢s extendida se refiere a una mafia que se dedica a extorsionar a empresarios para que les paguen con dinero en efectivo. Y que no es la primera vez que lo hacen, sin que otros episodios hayan llegado a o¨ªdos de la polic¨ªa catalana: prefieren solucionar el problema por sus propios medios y de la manera m¨¢s amigable posible.
En la calle de Amig¨® a¨²n se recuperan del susto, poco habituados a episodios de esa ¨ªndole. Nada que ver con la reacci¨®n en el Bes¨°s, en la otra punta de la ciudad, cuando un d¨ªa igual de inapropiado, un domingo 16 de enero de 2022, la furgoneta camuflada de los GEI (los del cuerpo de ¨¦lite) aparc¨® en una esquina de la rambla de Prim. Sospechaban que un hombre se hab¨ªa atrincherado despu¨¦s de disparar a otros dos por una plantaci¨®n de marihuana. Al operativo se sum¨® un helic¨®ptero, un dron, la brimo, seguridad ciudadana... Imposible salir a pasear por la zona sin chocar con un uniformado.
¡°Lo de siempre¡±, dec¨ªan inmutables los vecinos, ante los tiroteos, los negociadores de los Mossos, y el blindaje de una manzana entera del barrio. Tampoco en el terreno se vio ni por asomo el desfile de jefes que se desplazaron a Sarri¨¤-Sant Gervasi: el director de la polic¨ªa catalana, Pere Ferrer, el comisario jefe, Eduard Sallent, y el responsable de Seguridad del Ayuntamiento, Albert Batlle. Con mucha menos expectaci¨®n, menos periodistas y menos sorpresa, se ech¨® una puerta abajo. Encima, en el otro lado no hab¨ªa nadie.
Los sucesos no piden permiso. Pasan cuando se est¨¢ en el cine, en una charla, en una comida de Reyes, de camino a Vietnam, o c¨®modamente en el sof¨¢ a las puertas de un fin de semana. Seguirlos permite conocer los surcos de una sociedad repleta de recovecos y zonas muertas, donde ocurre lo que luego nos cuentan los libros y las series. Tambi¨¦n sirve para constatar que no es lo mismo lo que pase en la calle de Amig¨® que en la rambla de Prim; en Barcelona que en Sant Salvador de Guardiola. Igual que seguramente a usted lector le sonar¨¢ sin duda qui¨¦n era Diana Quer y para descubrir algo de Caroline del Valle necesitar¨¢ teclear su nombre en Google.
Puedes seguir a EL PA?S Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.