Miquel Barroso
No hac¨ªa falta ser amigo suyo para que Barroso te invitara a comer o cenar. Le bastaba saber que pod¨ªa compartir contigo su contagioso sentido del humor
El s¨¢bado me levanto con la noticia de la inesperada muerte de Miquel Barroso. Me qued¨¦ at¨®nito. Barroso transmit¨ªa siempre la impresi¨®n de que nos sobrevivir¨ªa a todos, tal era su desbordante y contagiosa vitalidad. Por eso su muerte me dej¨® helado. Como si se me hubiera muerto un ser querido o mi mejor amigo. Y lo curioso es que Miquel no era mi amigo. Tampoco un saludado, que dir¨ªa Josep Pla, pero s¨ª fue para m¨ª un ¨ªntimo conocido. (Creo que ¨¦l hubiera aprobado esta categor¨ªa).
Conoc¨ª a Miquel Barroso a finales de la d¨¦cada de los setenta. Era amigo de un amigo m¨ªo. Ambos militaban en Bandera Roja. Por eso cuando se fund¨® la legendaria revista El Viejo Topo, yo acud¨ª a una entrevista con ¨¦l que me hab¨ªa facilitado mi amigo. Me recibi¨® en su despacho de la calle de Casp. Me obsequi¨® con un caf¨¦, que fue a buscar ¨¦l mismo. Me dijo que hab¨ªa le¨ªdo algunas cosas m¨ªas en el suplemento de este mismo diario, que entonces se llamaba escuetamente Libros. Acept¨® enseguida mis sugerencias de art¨ªculos y una entrevista a Manuel de Pedrolo, que al final la hicimos con Marcelo Cohen. Hacia 1978, Barroso se invent¨® unas jornadas culturales, entre los cuales asistieron las m¨¢s notables cabezas pensantes de la filosof¨ªa, la antipsiquiatr¨ªa y la pol¨ªtica europeas de aquella ¨¦poca. (Me ofreci¨® que yo cubriera la informaci¨®n para EL PA?S. Me dio el tel¨¦fono de Juan Cruz, jefe entonces de Cultura para coordinarnos. Llam¨¦ a Juan Cruz y me dijo que ya lo har¨ªa ¨¦l solo.) Unos a?os m¨¢s tarde, en un Sant Joan, lo volv¨ª a ver en casa de mi amigo. Fue acompa?ado de una chica un poco m¨¢s joven que ¨¦l, que, seg¨²n supe por mi amigo, era una bisnieta de Francesc Maci¨¤. Esa noche supe por Barroso que yo ten¨ªa ¡°pelo malo¡±. As¨ª le dec¨ªan en Cuba a los que ten¨ªan el pelo como yo.
Volvieron a pasar otros a?os. Barroso estaba en Barcelona y ven¨ªa a hacerse cargo del FNAC de la Diagonal. Me llam¨® para quedar para comer. No hac¨ªa falta ser amigo suyo para que Barroso te invitara a comer o cenar. Le bastaba saber que pod¨ªa compartir contigo su contagioso sentido del humor y escuchar hasta el infinito sus relatos basados en hechos reales, como se dice ahora. No fue por ¨¦l, sino por mi amigo que supe que acababa de escribir una novela negra ambientada en Cuba. Una maravilla de novela, pude constatar cuando la le¨ª. Ya en el siglo veintiuno coincidimos en un premio Nadal. Se acerc¨®, nos present¨® a m¨ª y a mi mujer, a la ministra Carme Chac¨®n.
He le¨ªdo estos d¨ªas art¨ªculos sobre su muerte. Casi no le¨ª nada sobre su vida en Barcelona. La gente lo llamaba generalmente Miquel, porque hablaba perfectamente el catal¨¢n, lengua en la que se sol¨ªa expresar habitualmente, mientras vivi¨® en Barcelona. No voy a olvidar nunca aquella noche de Sant Joan. Todos, menos yo, hablaban en catal¨¢n. En catal¨¢n tambi¨¦n hablaban entre ellos, Barroso y la joven descendiente de Maci¨¤.
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