Sacudiendo el centro del poder
Bad Gyal arrasa en el Sant Jordi centrando el espect¨¢culo en su propia figura
Aluvi¨®n ol¨ªmpico. Una multitud camino del Sant Jordi, otra del Sant Jordi Club. Ni una queja. Este a?o los cul¨¦s han descubierto que en la monta?a hace fr¨ªo y que no hay metro, pero las aficionadas que acud¨ªan al concierto de Bad Gyal llevaban sus mejores galas, en muchos casos tan minimalistas que no parecer¨ªa invierno. Otras, por estilo, no por temperatura, suger¨ªan entrenamientos en centros de alto rendimiento, con sus ch¨¢ndales y deportivas. Ellos, que tambi¨¦n los hab¨ªa, y en un n¨²mero que parece creciente, muchos en pareja, tambi¨¦n con brillos y seductores maquillajes. Alg¨²n padre despistado no sab¨ªa d¨®nde mirar de puro pasmo. Ingenuo preguntaba en las casetas d¨®nde se extiende el permiso de ingreso de menores (¡±?pero esas chicas ten¨ªan menos de 16 a?os?¡±), a lo que con mirada profesional respond¨ªa un trabajador: ¡°S¨ª, es que hoy crecen muy r¨¢pido¡± Todo va r¨¢pido s¨ª, tanto que Bad Gyal, con una carrera que arranc¨® hace ocho a?os, iba a llenar por segunda vez el Sant Jordi. Al lado Viva Suecia hac¨ªa lo propio en el Club. Y todo era ilusi¨®n y ganas por ocupar el mejor lugar frente al escenario. Anhelo. La monta?a ol¨ªmpica parece m¨¢s musical que futbolera. Ser¨¢ cosa de la edad.
Bad Gyal, 26 a?os. Acaba de publicar La joia, su asalto a los cielos del planeta. La reina apareci¨® puntual y durante hora y media hizo lo que se ha convertido en su santo y se?a, su marca, el eje de su identidad: dejarse ver. En una sociedad que no priorizase la vista sobre los dem¨¢s sentidos habr¨ªa de reconsiderar su argumentaci¨®n. Estatismo para que las miradas fijen su figura, cubierta lo estrictamente necesario. Brilla la ropa, ojos ocultos tras unas gafas. Contoneo sensual. S¨ª, soy yo, as¨ª soy y estoy aqu¨ª, dice sin hablar, desafiante. Es una diva. Es inalcanzable, pero est¨¢ ah¨ª, cerca. No es como las dem¨¢s, aunque un d¨ªa lo fue. Su determinaci¨®n la extrajo de una panader¨ªa, su visi¨®n la empuj¨® y su talento la ha entronizado. Y manda. Sabe lo que quiere y no soporta a los babosos incapaces de contenerse ante lo sucinto de su vestuario. Todo el mundo, todas ellas, la admiran por ello. Pasea las manos por su cuerpo. Nadie que no sea ella u obtenga su permiso puede hacerlo. En Tiffany no entra cualquiera.
Pero el ¨¦xito no s¨®lo lo explica la imagen, algo que bien podr¨ªa pensar el padre que preguntaba por las edades de unas chiquillas que no se lo parec¨ªan. Abre con La que no se mueve, una pieza de dancehall producida por quien ha producido a Bad Bunny. Poca broma. En Perdi¨® este culo, a base de dembow, mezcla ya esencias: autoconfianza, orgullo, seguridad, desd¨¦n y dominio. ¡°Cada vez que entro al club ponen algo m¨ªo y suena tan duro / T¨² te qued¡¯a ah¨ª en la esquina escondido/ porque ha¡¯ perd¨ª'o este culo¡±. El padre habr¨ªa a?adido ¡°so pringao¡±, pero ella dice ¡°ja, ja¡±. Saluda envuelta en su melena y pide al equipo que pongan los ventiladores ¡°a ful¡±. En Pop pop, a ritmo de reggaet¨®n, estilo que puede gustar o no pero que mueve hasta la escayola, comienza a sacudir el centro del poder, apenas cubierto por una falda tan mini que mini se queda corta describi¨¦ndola. Las canciones se disparan en popurr¨ªs que ahora se llaman medley, que parece suena menos carpetovet¨®nico, y el primer tramo se cierra con sorpresa (imaginable). Es Morad, ¨²nica voz de entre todas las que suenan en las colaboraciones que se encarna en escena. Fiel a su ch¨¢ndal como las sepias a su tinta, hunde el recinto. Y es que As¨ª soy, del que apenas canta dos estrofas, es un pelotazo nada especulativo.
Bota ni?a una mezcla de estilos con aire reggaet¨®n abre la segunda parte. Habla tambi¨¦n del centro del poder. Los interludios, que bien podr¨ªan no dejar el escenario a oscuras y al p¨²blico en espera, no enfr¨ªan el entusiasmo. Asombroso. No hay m¨¢s show que ella, que sigue igual, como una obra de Fidias, perfecta en sus proporciones y casi inm¨®vil, pues apenas baila, s¨®lo de tanto en tanto. Tropezar ser¨ªa letal. La dupla-popurr¨ª Aprendiendo el sexo - Mi lova sube m¨¢s la tensi¨®n. Hedonismo sudado, deseado y ejercido. ?No tenemos que ser felices?, ?no es el cuerpo lo ¨²nico que nos lo permite sin gastar el dinero que no tenemos? Cuando los m¨²sicos negros cantan a la sexualidad nos est¨¢n diciendo lo mismo, esto es lo ¨²nico que no nos pod¨¦is arrebatar, nuestro cuerpo. Y las nuevas generaciones lo usan a su antojo en una sociedad donde s¨®lo manda el ojo. ¡°De s¨®lo tocarme me empiezo a soltar¡±, canta en Real G, ya en la tercera parte, frase que remacha, si es que fuera necesario, con ¡°ning¨²n hombre me pod¨ªa intimidar¡±. Ya ha usado un catal¨¢n de calle en Yo sigo igual, uno de sus primeros ¨¦xitos y en Qu¨¦ rico vuelven las sacudidas del poder, muchas veces pormenorizadas por planos cortos con un encuadramiento que no podr¨ªa ser calificado como sutil. Todo rezuma sensualidad, agudos tacones en primer plano. Las caderas del Sant Jordi se zarandean. Arata Isozaki hizo bien su trabajo.
Por megafon¨ªa suena un trocito de Pai y en la memoria se dibuja aquella cr¨ªa con camiseta del PSG que cantaba en una ba?era. Quer¨ªa ser una estrella, lo que hoy es. Con proyecci¨®n internacional, como atestiguan las muchas voces de artistas urbanos de primera fila que han sonado en el concierto. Emboca su ¨²ltimo tramo. Ha habido cambio de vestido. Ahora parece que acaba de huir del ¨²ltimo proceso de una momificaci¨®n y le cuelgan telas blancas mientras otras han ce?ido someramente su figura, apenas cubierta. Los ¨¦xitos se suceden en la pendiente final. Zorra, Blin blin, Sexy, de personalidad vogue y coreograf¨ªas en consonancia de bailarines y bailarinas (seis), Pussy, con este tema pasa como con medley y popurr¨ª, suena m¨¢s fino en ingl¨¦s, aunque luego, una acepci¨®n hispana de lo mismo, ¡°toto¡±, se convierte en el grito de guerra del p¨²blico, coreado como una exaltaci¨®n cuando suena Nueva York. Tot*. En un gesto enternecedor que entender¨ªa el padre de la entrada, Bad Gyal pide que se enciendan los mecheros, ?y los hay! Llamitas amarillas entre el blanco cl¨ªnico de la linterna de los m¨®viles. Chulo parte 2, con tantas reproducciones en Spotify que hasta genera dividendos, antecede al final con Fiebre. En el pa¨ªs se debate sobra la Zorra de Eurovisi¨®n. Podr¨ªa pensarse en dos alpinistas que desliz¨¢ndose ante un alud se preguntan por el tipo de nieve que lo conforma.
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