El barrio en el que todos viven
La s¨®lida actuaci¨®n de Robe engrandeci¨® su figura apelando en el F¨®rum a los p¨²blico m¨¢s dispares
Ellas apenas pasaban de los veinte mientras ¨¦l superaba los cincuenta. Ellas eran tres y bailaban y cantaban saltando y riendo. ?l, casi inm¨®vil, cara de felicidad escrita con una t¨ªmida sonrisa, ni se mov¨ªa ni cantaba. Su melena gris denotaba su estirpe est¨¦tica. A estas cuatro personas les un¨ªa un artista de 62 a?os. Tambi¨¦n a los cr¨ªos y cr¨ªas all¨ª presentes con sus padres, y personas que pertenec¨ªan al menos a cuatro generaciones, cada una de ellas no s¨®lo representada por cifras irrelevantes. En conjunto 23.800 personas, adem¨¢s, todo y el predominio del barrio y de personas con calle, tambi¨¦n los hab¨ªa de clase media y acomodada. Es cierto que para ser un grande no s¨®lo debes tener un p¨²blico sino una suma de p¨²blicos y Robe Iniesta es de estos, es de los que no hablan s¨®lo para los de su generaci¨®n. Este poeta urbano es para muchas personas una suerte de sant¨®n en el que se debe confiar porque no usa medias tintas para hablar de tiempos que merecen mejora o que, como dijo, nos obligan a luchar para cambiarlos aunque, remach¨® expl¨ªcito ¡°si se logra o no me importa una puta mierda¡±. Se hace camino al andar, dijo otro. Es lo que tambi¨¦n cuenta para Robe.
Con una configuraci¨®n del F¨®rum adaptada para un solo escenario, el show se pudo o¨ªr y ver en buenas condiciones casi en cualquier lugar del recinto. La comodidad era necesaria, tres horas de espect¨¢culo separadas por m¨¢s de 20 minutos de descanso lo exig¨ªan. Precios en barra no disparatados favorecieron un disfrute que mantiene a Robe en la cresta del rock urbano nacional con su apuesta entre la ternura, la crudeza, la palabra gruesa y el trazo sensible de sus canciones m¨¢s reposadas. Estas fueron las protagonistas de la primera hora larga de concierto, abierta como suele ser normativo con Destrozares, una pausada canci¨®n dolorida donde ya se mostr¨® viol¨ªn y los sonidos de clarinete y saxo que perfilan los bosques de guitarras propios del rock que Robe encarna. Sudadera de aspecto ajado, camiseta solidaria de la fundaci¨®n que apoya, Colibr¨ª, y sus sempiternas faldas estampadas como imagen siempre rematada por su melena entreverada por las canas. Seco como un alambre. El de siempre, como siempre, haciendo de cada concierto no un calco del anterior por mor de no aburrirse en la repetici¨®n de una gira que lleva meses protagonizando con ¨¦xitos constantes y que desembocar¨¢ en Madrid a inicios de noviembre.
En la tercera canci¨®n ya introdujo el primer cambio en su repertorio en relaci¨®n con los m¨¢s recientes mediante Guerrero. Era s¨®lo la tercera pieza de las 23 que interpret¨® pero ya ten¨ªa al p¨²blico seducido por esa voz de secarral, y le cantaba y cantaba con ¨¦l como quien celebra reconciliarse con la alegr¨ªa de vivir. Los brazos de la multitud eran ya miles de limpiaparabrisas yendo de lado a lado en Nana cruel, dedicada a todos los ni?os en zonas de conflicto, en especial a los de Gaza. Antes hab¨ªa saludado en catal¨¢n, idioma que reconoci¨® no le hab¨ªa parecido necesario, ?por qu¨¦ no hablar¨¢n normal como yo?, dijo que se preguntaba antes, hasta que Albert Pla se cruz¨® en su vida. De ¨¦l hizo La sequ¨ªa otra muestra de poes¨ªa amorosa fundamentada en im¨¢genes que no evocan amor y que forman parte de un lenguaje considerado vulgar. Porque Robe, como Pla, habla de la vida, de sentimientos, anhelos y frustraciones, de adicciones, depresiones y superaciones con im¨¢genes ¨¢speras que rascan, piedras en un camino de palabras. Lenguaje directo como un bofet¨®n. No hay recovecos. El primer bloque, en el que ya sonaron tres temas de Extremoduro, su anterior banda, se cerr¨® con El poder del arte y su celebraci¨®n de canciones que dejan en el aire ¡°olor a napalm¡±.
Tras un descanso en el que ni se cambi¨® de ropa, o si lo hizo fue para ponerse la misma, el concierto aceler¨® el paso. El poder del rock urbano en toda su expresi¨®n, desarrollos instrumentales ejecutados con precisi¨®n por una banda impecable que as¨ª se sumerg¨ªa en el rock progresivo, acentos meridionales, canciones largas de hasta ocho minutos, solos de guitarra acelerados, empuje p¨¦treo de la secci¨®n r¨ªtmica y Robe all¨ª, al frente, guiando voz arenosa la jovial marabunta. En este segundo tramo desfilaron cuatro temas de Extremoduro ¨Clos suele variar en cada concierto- , aunque Ama, ama, ama y ensancha la vida, el de cierre, se mantiene firme como despedida. Antes un Nada que perder trot¨®n puso a la multitud patas arriba, en esos momentos en los que el p¨²blico se mira a s¨ª mismo y se ve disfrutando, sinti¨¦ndose feliz cerrando el c¨ªrculo con el escenario, del que no se desenganch¨® en toda la noche. Y eso que de tanto en tanto hab¨ªa parones entre tema y tema que dificultaban un ritmo continuado. Pero con un repertorio del calado y la popularidad del de Robe no hubo par¨®n insalvable. La multitud ya hab¨ªa coreado Esto no est¨¢ pasando, con otra letra de calle en el que todo el mundo se desga?it¨® cantando ¡°yo ahora que hace sol, pienso aprovechar para solearme las pelotas¡±, otra muestra de poes¨ªa de calle, esa calle en la que Robe Iniesta ha sobrevivido hasta convertirse en uno de los rockeros m¨¢s firmes del pa¨ªs, un infalible tejedor de complicidades que no implican s¨®lo a quien podr¨ªa parecer su p¨²blico natural.
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