El ¡®Jesuset¡¯ de la Olimpiada Popular vuelve a la Bas¨ªlica del Pi despu¨¦s de 88 a?os
La figura fue rescatada de las llamas en 1936 por un atleta gal¨¦s que la custodi¨® durante este tiempo hasta que su hija la encontr¨® en una caja
Un ni?o Jes¨²s asoma discretamente desde una peque?a cuna dispuesta en la capilla de la Cinta de la Bas¨ªlica del Pi de Barcelona. No es la imagen cl¨¢sica que resplandece habitualmente por las fiestas de Navidad. Tampoco despierta un inter¨¦s especial porque es peque?a -mide unos 26 cent¨ªmetros-, humilde -no est¨¢ catalogada- y muy com¨²n -se supone que pertenece a las figuras llamadas de cap i pota que fueron muy populares en la segunda mitad del siglo XIX-. Va vestido de carmelita y, por el agujero que tiene en la parte posterior, se supone que su sitio natural eran los brazos de una virgen del Carmen. Aparentemente no tiene ning¨²n valor patrimonial ni art¨ªstico, que se sepa nunca form¨® parte de un inventario de objetos desaparecidos y nadie le hab¨ªa echado en falta, ni siquiera Jordi Sacasas, el archivero y conservador de la bas¨ªlica de la plaza del Pi de Barcelona.
Hasta que en mayo Sacasas recibi¨® un mail de Maralyn Wetsbury. La se?ora informaba del hallazgo por sorpresa en una caja de madera de una figura religiosa y una carta de su padre Philip Arthur Dee, fallecido en Carshalton, al sud de Londres, en 2001. La hija interpret¨® por el contenido del manuscrito que aquella imagen pertenec¨ªa a la iglesia del Pi y ten¨ªa que ser devuelta a su lugar de origen en cuanto alguien la encontrara, como as¨ª hab¨ªa ocurrido ahora, tiempo despu¨¦s con Maralyn. El deseo se cumpli¨® el pasado 9 de septiembre y, 88 a?os m¨¢s tarde, el ni?o Jes¨²s regres¨® a Barcelona. El documento y el testimonio de Maralyn dieron vida y val¨ªa a aquel icono que no parec¨ªa tener trascendencia y que ahora es conocido como El Jesuset de l¡¯Olimpiada Popular de 1936, que espera ser emplazado de forma definitiva en la bas¨ªlica, previa dedicatoria de un ¡°goig¡±, seg¨²n palabras de Sacasas.
La historia tiene su ¨¦pica y encanto porque Philip Arthur Dee fue un atleta amateur gal¨¦s de 21 a?os que formaba parte del equipo del Reino Unido, integrado por unos cuarenta deportistas, que se desplazaron a Barcelona para la Olimpiada Popular cuyo inicio estaba anunciado para el 19 de julio, un d¨ªa despu¨¦s del estallido de la Guerra Civil de 1936. Philip ya se hab¨ªa entrenado incluso en Montju?c y a la ma?ana siguiente estaba dispuesto para debutar cuando desde la habitaci¨®n de su hotel El Jard¨ª en el que estaba hospedado con sus compa?eros, advirti¨® c¨®mo empezaba a quemar la iglesia del Pi. El fuego se inici¨® dentro de la bas¨ªlica, cuando prendieron hasta el roset¨®n y el ¨®rgano, y continu¨® fuera, momentos previos a que la expedici¨®n fuera invitada a la repatriaci¨®n en barco v¨ªa Francia. Philip tuvo tiempo de advertir y rescatar de entre las llamas a la figura de un ni?o Jes¨²s que le conmovi¨® por su expresi¨®n dolorosa en la pira de la plaza del Pi.
As¨ª se desprende de las explicaciones de Maralyn y, sobre todo, del escrito del propio atleta, quien despu¨¦s fue enfermero, ejerci¨® de sanitario en la Segunda Guerra Mundial y trabaj¨® en un hospital de Londres hasta su jubilaci¨®n en 1976. Aquel deportista que se alist¨® en una Olimpiada Popular organizada en Barcelona como alternativa a los Juegos Ol¨ªmpicos de Berl¨ªn de 1936 -los Juegos de Hitler-, tuvo una reacci¨®n sorprendente, m¨¢s propia de un religioso, de un feligr¨¦s o un parroquiano de Santa Maria del Pi. ¡°El gesto invita a la reconciliaci¨®n de los pueblos y de sus gentes con independencia de su ideolog¨ªa e ideas pol¨ªticas¡±, opina Sacasas. El archivero sostiene que el Jesuset de la Olimpiada Popular tiene un valor simb¨®lico ¨²nico y comparable al de la Cruz de los Clavos de Coventry o a la Virgen Quemada de Nagasaki.
¡°Hablamos seguramente de un acto reflejo de quien siente compasi¨®n y opta por coger la figura¡± insiste Sacasas. ¡°Nos consta que antes de regresar a su pa¨ªs intent¨® confiarla sin suerte a alguien, a alg¨²n vecino sensibilizado o ciudadano identificado con la talla, y no lo encontr¨® en Barcelona¡±. La figura del ni?o Jes¨²s explica la reacci¨®n de Philip. Unas manchas se reflejan a modo de l¨¢grimas en su cara, parece incluso que el calor hubiera fundido la cola o la pasta que enganchaba a los p¨¢rpados y es evidente que el fuego afect¨® a los ojos del Jesuset. La menuda imagen adquiere todo su sentido en la iglesia del Pi de manera que nadie se ha planteado que pueda pasar a formar parte del Museo Ol¨ªmpico para recordar aquella Olimpiada que cont¨® con cerca de 6000 atletas inscritos, representantes de hasta 23 naciones, a pesar de las amenazas de sanci¨®n recibidas por parte del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional.
Aunque el boicot a los Juegos de Berl¨ªn no funcion¨®, algunas federaciones dieron libertad de elecci¨®n a sus atletas y la Barcelona republicana acogi¨® a muchos participantes procedentes del mundo del olimpismo obrero y de distintas agrupaciones c¨ªvicas de pa¨ªses como Estados Unidos. La ciudad, sede de la Exposici¨®n Universal de 1888 y de la Internacional en 1929, se convirti¨® en un punto de referencia del deporte y del esp¨ªritu antifascista en el mundo durante unas jornadas previas al golpe militar del 18 de julio en las que sobresali¨® la tarea organizativa de los ateneos y entidades deportivas populares, momento muy bien relatado en el libro L¡¯altra olimpiada de Carles Santacana y Xavier Pujades. Adem¨¢s del olimpismo oficial, exist¨ªa un universo de olimpismo obrero y la Olimpiada Popular pretend¨ªa acoger a ambos y a cuantos quisieran expresar su rechazo a Berl¨ªn.
El deporte fue siempre una de las mayores expresiones de la moderna sociedad industrial catalana y la vocaci¨®n ol¨ªmpica de Barcelona ser¨ªa una constante desde 1924 hasta conseguir los Juegos en 1992 despu¨¦s de los intentos frustrados de 1972 y 1936, el a?o de aquella Olimpiada Popular tan silenciada que ahora se recuerda de forma puntual cada vez que aparece un motivo tan sugerente como el del Jesuset de la Olimpiada Popular.
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