Maestros valencianos
Mi madre Paloma siempre ha sido de esas maestras ¡®guays¡¯ y modernas que los de la clase de al lado envidiaban
Siempre he vivido rodeado de maestros. De los cinco hermanos de la familia Carbonell, dos de ellos decidieron convertirse en maestros, hastiados de ver a su padre empresario aparecer en casa a las tantas de la noche. As¨ª, mi t¨ªo Ricardo y mi madre Paloma siempre han sido los maestros de la familia. A principios de los 2000, apenas siendo un cr¨ªo, vi de cerca lo complicada que es la vida para algunos maestros, cri¨¢ndome en lugares diferentes en funci¨®n de d¨®nde le tocaba a mi madre aquel a?o, ya que todav¨ªa no hab¨ªa aprobado la oposici¨®n. Crec¨ª, mi madre aprob¨® su oposici¨®n y atr¨¢s quedaron aquellas cenas con mi padre y aquellas llamadas a mi madre antes de irnos a dormir.
Mi madre Paloma siempre ha sido de esas maestras guays y modernas que los de la clase de al lado envidiaban. De las que quiere que los alumnos descansen por las tardes y siempre se esfuerza porque los ni?os y las ni?as vayan al colegio con una sonrisa cada d¨ªa. ¡°Lo importante es que vengan motivados para aprender¡±, me ha dicho siempre. Ya en el instituto, me di cuenta del poder transformador que ten¨ªa la educaci¨®n por primera vez. Mientras ve¨ªa c¨®mo aumentaban y aumentaban las ratios y ¨¦ramos 35 en clase, mi madre sal¨ªa a protestar con su camiseta de la marea verde por la Avenida de Blasco Ib¨¢?ez de Val¨¨ncia.
Otra de las personas que me ense?aron el valor de la educaci¨®n p¨²blica fue mi profesor de Historia. Lo enterramos el otro d¨ªa; muri¨® de un infarto cuando apenas se acababa de jubilar. Si cuando estudiaban mis padres los profesores daban una buena torta a los alumnos d¨ªscolos, profesores como Vicente nos pon¨ªan pel¨ªculas en el pen cada semana a quienes nos hab¨ªamos quedado con ganas de seguir aprendiendo, y mi mejor amigo y yo las ve¨ªamos el fin de semana. A veces, lo pienso y ojal¨¢ le pusiesen su nombre a mi instituto, por aquel hombre que pas¨® toda una vida dedicado a la educaci¨®n de tantas generaciones de personas en mi pueblo. Personas a las que ense?¨® que un pueblo que no conoce los errores de su historia est¨¢ condenado a repetirlos.
De la educaci¨®n de crucifijo y Cara al sol de mis padres a la de mi profesor Vicente hay una diferencia abismal. Pero, a pesar de ello, la historia de nuestra generaci¨®n tambi¨¦n es la de los barracones y las ratios alt¨ªsimas. Recuerdo aquel d¨ªa que a mi madre le toc¨® en el colegio de Anna, el pueblo de al lado. Cuando mi madre lleg¨® a aquella escuela, los ni?os todav¨ªa estudiaban en barracones, pasando fr¨ªo en invierno y mucho calor en verano, y llen¨¢ndose de barro cuando llov¨ªa. A los dos a?os, en aquel lodazal hab¨ªa una nueva escuela. Tambi¨¦n recuerdo aquel 2015 en que fui voluntario en un banco de libros de texto en mi pueblo, y c¨®mo me llamaron al a?o siguiente para decirme que, con el programa Xarxa Llibres, no har¨ªa falta el trabajo voluntario de tantos para asegurar que nadie se quedase sin poder comprar un libro de texto.
A veces, intentan hacernos creer que la pol¨ªtica son personas y partidos, y todas sus luchas de poder. Pero, como dijo un d¨ªa Evita, la pol¨ªtica no es m¨¢s que el arte de conquistar nuevos derechos donde existen necesidades. En la Comunidad Valenciana, desde la entrada del Bot¨¤nic en 2015, hemos pasado de 66.000 a 78.500 profesores, de 8.800 alumnos en barracones a 2.270, y de 16.000 alumnos con libros de texto gratuitos a medio mill¨®n. Algunos insisten en que, como dec¨ªa Thatcher, ¡°no existe alternativa¡±, pero la vocaci¨®n y la lucha de maestros de la p¨²blica como mi madre nos demuestran una vez m¨¢s que la educaci¨®n es el arma m¨¢s poderosa de una democracia. Y, que si existe la utop¨ªa es, precisamente, para caminar.
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