Vuelve la Tomatina de Bu?ol sin restricciones, con 15 toneladas de frutos rojos y 20.000 participantes: ¡°Es divertido y tambi¨¦n extra?o¡±
La popular fiesta de la poblaci¨®n valenciana celebra su 76? edici¨®n dando la bienvenida de nuevo a muchos extranjeros, que llegan atra¨ªdos por una fiesta at¨ªpica para despedir el verano
En el tren de Cercan¨ªas de Valencia a Bu?ol, solo se oye ingl¨¦s. Muchos j¨®venes y algunos talluditos. La mayor¨ªa viste con camisetas blancas y pantal¨®n corto para que resalten bien las heridas rojas despu¨¦s de la batalla. Ya en la estaci¨®n, un japon¨¦s mira a uno y otro lado y pregunta ¡°?Bu?ol?, ?Bu?ol?¡±. No son las nueve de la ma?ana de este mi¨¦rcoles y algunas barras callejeras ya sirven sangr¨ªa de rojo intenso. La m¨²sica suena y a¨²n faltan tres horas para que seis camiones recorran las calles con un cargamento de 15 toneladas de tomates tipo pera, bien maduritos, para que el impacto no cause demasiados estragos. Es la Tomatina, que este a?o, en su edici¨®n 76, ha reunido a m¨¢s de 18.000 participantes, que han pagado los 15 euros de la entrada. Para los vecinos (9.500 censados) es gratis. En total, se estima que han participado unas 20.000 personas. Se nota que ya han cesado todas las restricciones que el a?o pasado a¨²n estaban vigentes en algunos pa¨ªses asi¨¢ticos.
¡°Hemos venido a disfrutar porque vimos en un programa de televisi¨®n im¨¢genes de la Tomatina y nos pareci¨® muy divertido¡±, apunta Takuya, veintea?ero y estudiante de Ingenier¨ªa al igual que sus amigos Katsuki y Gaku. Luego, exhaustos y completamente enrojecidos, reafirmar¨¢n sus expectativas, sonriendo y asintiendo. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil abrirse paso. La gente se arremolina. Muchos llevan gafas de bucear para protegerse del escozor en los ojos. Beben, comen, bailan, cantan, se hace selfis...
Sentados en un banco, la pareja holandesa formada por Frits (70 a?os) y Leo (55) parece ajena al jolgorio. Impolutos, elegantes, esperan verlo todo sin sufrir muchos da?os en sus ropas, explica el primero sonriendo. M¨¢ximo Huerta, exministro de Cultura y vecino del pueblo, donde ha abierto una librer¨ªa, seguir¨¢ la tomatina desde un balc¨®n del Ayuntamiento, como el presidente de la Generalitat, Carlos Maz¨®n, del PP. ¡°Ya he vivido muchas cuando jovencito¡±, comenta. Una vecina se apiada del periodista y ofrece a hacer caf¨¦ en su casa antes de cubrir la fachada con una lona para evitar los tomatazos. No queda apenas tiempo. Ya no cabe nadie. Retumba una carcasa. Son las 12. Se desata la euforia. Arrancan los camiones con voluntarios en el interior entre los frutos, sujetos con arneses para evitar ca¨ªdas y deslizamientos.
Una tormenta de tomates cae sobre la calle principal, frente al Ayuntamiento. La gente grita. Pide tomate. ¡°?Tomate, tomate, tomate!¡±, exclaman al un¨ªsono acentuando m¨¢s la o. Y los tomates vuelan y se estrellan contra los cuerpos, el suelo, las fachadas. Los grupos de amigos se buscan para estamparse el fruto rojo. Hay alg¨²n conato de enfrentamiento y algunos empujones por el espacio que se reduce cada vez m¨¢s, sobre todo cuando se abre paso a los veh¨ªculos pesados.
¡°Esto es una liberaci¨®n. Esto sirve para quitarte de encima todo lo malo que llevas dentro. Para liberarte¡±, se?ala Mariano, de 73 a?os, vecino que ya ha vivido 64 tomatinas. ¡°Antes era todo mucho m¨¢s sencillo. Ahora hay much¨ªsima gente¡±, apostilla sobre una fiesta que empez¨® como una protesta de un grupo de j¨®venes a los que no dejaron participar en una fiesta de Gigantes y Cabezudos el ¨²ltimo mi¨¦rcoles de agosto. Se liaron a tomatazos y la tradici¨®n se consolid¨® hasta convertirse en una de las fiestas estivales m¨¢s populares de Espa?a en el mundo. ¡°O¨ªmos hablar de la Tomatina hace unos a?os y como estamos estudiando espa?ol en Barcelona, pensamos: qu¨¦ mejor que lanzar tomates en la cara de los dem¨¢s¡±, comenta Selina, acompa?ada del tambi¨¦n australiano Matt, ambos en la treintena.
La gente quiere m¨¢s y m¨¢s. M¨¢s tomate, m¨¢s ca?a, m¨¢s fiesta. Ofician una ceremonia pagana, mundana, muy f¨ªsica, en la que unos alzan los brazos al dios cami¨®n que eleva un poco su remolque para dejar caer el fruto, mientras otros lo recogen del suelo para estamparlo de inmediato o hacer acopio para despu¨¦s. Empiezan a bajar r¨ªos de tomate por los lados de la calzada. Desde arriba, desde los balcones m¨¢s altos, los remolques se asemejan a grandes contenedores de sopa de tomate con los voluntarios a modo de tropezones. Desde abajo, el olor a tomate lo impregna todo y es muy dif¨ªcil evitar alguna acometida. Los vecinos alivian el calor de la gente, que este a?o se ha contenido, lanzando agua desde los balcones. ¡°Es muy divertido y tambi¨¦n muy extra?o¡±, dice en espa?ol el ruso Max, mientras solicita m¨¢s agua para limpiarse ¡°un poquito¡±. Ha viajado junto a dos amigos. Los tres est¨¢n completamente empapados con restos de tomate por todo su cuerpo.
Explota la segunda carcasa. Pasan unos pocos minutos de la una de la tarde. Circula el ¨²ltimo cami¨®n. La gente no se resigna. Empiezan ahora las tareas para limpiarlo todo. Algunos participantes guardan pacientemente cola ante las mangueras de los vecinos que se prestan a adecentar a los visitantes, adem¨¢s de ofrecerles agua y en algunos casos tambi¨¦n los t¨ªpicos bollos de la temporada con panceta, embutidos o sardinas. Las barras y la m¨²sica no cesan. La fiesta y los selfis contin¨²an, pero ya sin tomate.
Cobro por acceso
La celebraci¨®n de la fiesta ha venido precedida por la denuncia hace una semana de la Uni¨® de Periodistes relativa a que el Ayuntamiento de Bu?ol (Valencia), ahora gobernado por el PP con el apoyo del independiente X Bu?ol, ha solicitado, a trav¨¦s de la empresa que la gestiona, el cobro a los fotoperiodistas y c¨¢maras de hasta 700 y 900 euros por el acceso a los balcones municipales para cubrir la Tomatina.
La alcaldesa de Bu?ol, Virginia Sanz, asegur¨® este martes que ¡°si por alg¨²n malentendido¡± se ha cobrado a alg¨²n medio de comunicaci¨®n por cubrir la fiesta, la empresa concesionaria organizadora devolver¨¢ el dinero. Pero lo que no va a hacer el Consistorio, como ha ocurrido con anterioridad, seg¨²n apunt¨® la alcaldesa, es volver a ¡°pagar por balcones privados¡±. Desde hace 11 a?os se cobra entrada a los visitantes para evitar la masificaci¨®n e intentar controlar el aforo.
La Uni¨® tambi¨¦n ha denunciado que la organizaci¨®n exige a los fotoperiodistas apostados en el Ayuntamiento la cesi¨®n ¡°gratuita¡± de los derechos de imagen de sus fotograf¨ªas, una situaci¨®n que la entidad considera otro ¡°desprecio¡± a los profesionales de la comunicaci¨®n valencianos.
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