No saldr¨¦ jam¨¢s de casa
Me imagino el d¨ªa en el que recuperemos la libertad de movimientos: ser¨¢ raro. O no ser¨¢
?C¨®mo ser¨¢ el d¨ªa en que nos dejen salir de casa? Trato de imaginarlo: es por la ma?ana, me visto de gala y bajo al portal. Por el cristal enrejado entra una claridad que ciega, entrecierro los ojos, abro la puerta y veo el mundo atravesado de una luz azulada y de un silencio met¨¢lico. Ya se puede salir y, sin embargo, no hay nadie en la calle. Un ciervo pasa galopando.
Alcanzo a ver, a lo lejos, otros portales con las t¨ªmidas puertas abiertas y otras cabezas de otros vecinos que dudan, que se quedan en el umbral, agazapados, igual que esos cuerpos que se asoman a los balcones, que aparecen sutilmente apartando un visillo, como si fuera a pasar el ¨¢ngel exterminador, como en Bu?uel. Ya se puede salir, pero nadie sale. Eso imagino. No pienso salir nunca m¨¢s.
Habr¨¢ acabado el confinamiento, las semanas m¨¢s extra?as de nuestras vidas, pero ya nada ser¨¢ como antes: algo ha cambiado ah¨ª afuera, aqu¨ª dentro. El mundo exterior parece in¨²til, banal, absurdo, un decorado de cart¨®n piedra. Probablemente el pr¨®jimo, aquellos a los que amamos, ya solo existan pixelados dentro de una videoconferencia que se entrecorta al atardecer. Subo la escalera, regreso a casa, cierro la puerta con llave, me miro en el espejo, soy feliz, y decido no abandonar nunca mi hogar: solo al supermercado, la ¨²nica extensi¨®n ¨²til del universo que encierran estas siete paredes.
Recuerdo Madrid lejanamente, como aquella ciudad que gustaba de echarse a la calle y rozarse contra s¨ª misma, celebrando copas del mundo, orgullos homosexuales, fiestas populares, peque?as revueltas, en ferias esot¨¦ricas, recitales, conciertos y latas de cerveza callejeras. A partir de ahora me quedar¨¦ en casa, como un anti-Baudelaire, fascinado por la monstruosidad de las pelusas, confesando con el lavavajillas, entrando a meditar en la nevera y cerrando la puerta detr¨¢s. La tostadora, las figuras de Lladr¨®, los cursos por YouTube, los peluches y Liliana me acompa?an.
Ya no s¨¦ d¨®nde acaba mi cuerpo y donde empieza mi casa, si esto es mi brazo o mi cuarto de ba?o, si esto es mi joroba o mi cocina, si esto es mi balc¨®n o mi verg¨¹enza. He descubierto espacios en mi piso de alquiler que desconoc¨ªa, de la misma manera que he explorado nuevas zonas de mi cuerpo de alquiler, de mi persona en venta, y todo ello lo he aprendido a utilizar de formas asombrosamente nuevas (la quinta os va a sorprender). Tengo un cactus en la ventana desde hace seis a?os y medio, y nunca lo hab¨ªa mirado seriamente: el parecido es sorprendente.
Imagino la sociedad que se queda en casa, la econom¨ªa destruida, el planeta floreciente, la humanidad extinta y el Universo que sigue su camino indiferente, como si aqu¨ª, en este peque?o planeta, nunca hubiera pasado nada. Lo imagino mirando fijamente el gotel¨¦ que me rodea.
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