El jard¨ªn del Pr¨ªncipe de Anglona, un paseo con historia y arte
En este parque del Madrid de los Austrias, muretes, setos o p¨¦rgolas hacen al visitante cambiar de direcci¨®n una y otra vez, como si estuviera en un juego de comecocos
En Madrid, todav¨ªa se respira la estela luminosa que dej¨® Goya por muchos de sus rincones. Parece que el m¨¢s evidente ha de ser el Museo del Prado, pero el artista todav¨ªa vive en lugares como la Puerta del ?ngel, donde se asentaba la famosa Quinta del Sordo, cuyas paredes luc¨ªan ¨Do ensombrec¨ªan¨D sus pinturas negras; tambi¨¦n en la calle del Desenga?o, donde una ¡°tienda de perfumes y licores¡± vend¨ªa una de sus famosas series de grabados; y, por supuesto, en la ...
En Madrid, todav¨ªa se respira la estela luminosa que dej¨® Goya por muchos de sus rincones. Parece que el m¨¢s evidente ha de ser el Museo del Prado, pero el artista todav¨ªa vive en lugares como la Puerta del ?ngel, donde se asentaba la famosa Quinta del Sordo, cuyas paredes luc¨ªan ¨Do ensombrec¨ªan¨D sus pinturas negras; tambi¨¦n en la calle del Desenga?o, donde una ¡°tienda de perfumes y licores¡± vend¨ªa una de sus famosas series de grabados; y, por supuesto, en la ermita de San Antonio de la Florida, ya que all¨ª se encuentra enterrado.
Hay muchos sitios m¨¢s y, al menos un par, est¨¢n ligados con jardines castizos, arraigados en la vida de Goya, como el artista lo est¨¢ en nuestra memoria colectiva. Nos detenemos en uno, en el jard¨ªn del Pr¨ªncipe de Anglona en la plaza de la Paja, uno de los m¨²ltiples corazones del Madrid de los Austrias. Para hallar la delicada conexi¨®n de este espacio verde con el artista debemos trasladarnos al Prado, que cobija uno de los retratos de familia m¨¢s vivos de toda la historia del arte: Los duques de Osuna y sus hijos, pintado entre 1787 y 1788. Los duques, mecenas de Goya, mantuvieron una estrecha y fruct¨ªfera relaci¨®n con el pintor, tanto laboral como personal.
En este retrato, sentado sobre un coj¨ªn y tirando del cord¨®n atado a una calesa de juguete, se encuentra Pedro de Alc¨¢ntara T¨¦llez-Gir¨®n y Pimentel, el segundo pr¨ªncipe de Anglona, que da nombre a nuestro tesoro verde escondido entre muros de ladrillo, granito y pedernal. La trayectoria personal del pr¨ªncipe, reflejo de los convulsos tiempos que le tocaron vivir, es trepidante. Solo mencionaremos uno de los muchos detalles que jalonan su vida, al menos uno apacible: fue el segundo director del Museo del Prado.
Al ver justamente restablecida la ligaz¨®n de Goya con este espacio, ya podemos adentrarnos como debemos en este vergel, que en su d¨ªa perteneci¨® al palacio contiguo, donde habit¨® nuestro pr¨ªncipe de Anglona. El jard¨ªn, creado hacia 1750 como informa la p¨¢gina web del Ayuntamiento de Madrid, sufri¨® diversos avatares que llevaron al paisajista Javier de Winthuysen a restaurarlo en 1920. Los caminos enladrillados nos conducen entre borduras de boj (Buxus sempervirens) a una fuente de fuste salom¨®nico. Si nos fijamos en uno de los ocho ailantos (Ailanthus altissima) que crecen en alineaci¨®n en dos de los muros del jard¨ªn, veremos como uno de ellos tiene insinuada en su tronco la misma forma en espiral que la fuente. Parece como si el ¨¢rbol quisiera imitar su ornamento, envidioso de su porte.
Los ailantos no son los ¨²nicos grandes ¨¢rboles que crecen en este jardincillo. Hay otros dos, dignos de menci¨®n, que ocupan con sus copas gran parte del espacio. Uno es la falsa acacia, o ¨¢rbol de las pagodas (Styphnolobium japonicum), inconfundible por sus ramillas de color verde aguacate y su corteza fisurada. El otro es un pl¨¢tano de sombra (Platanus x hispanica) imponente, con una peculiar rama que se ha soldado al tronco, autoinjertada, a varios metros de altura. Sus raizotas levantan el camino, cerca de varios ombligos de Venus (Umbilicus rupestris) que prosperan en las llagas de los ladrillos. M¨¢s especies de ¨¢rboles verdean por debajo de los ailantos, como los granados (Punica granatum), los almendros (Prunus dulcis), un solitario y escu¨¢lido caqui (Diospyros kaki) o varios madro?os (Arbutus unedo).
Adem¨¢s de los bojes, otros arbustos pueblan muchos de los rincones de este jard¨ªn con toques rom¨¢nticos y tambi¨¦n ¨¢rabes, acentuado por las p¨¦rgolas con rosales trepadores o un plato bajo de m¨¢rmol de otra fuente. Justamente ahora, una camelia (Camellia japonica) est¨¢ cargada de capullos, pacientes para abrirse, a la espera de su propia primavera. Setos medios de abelia (Abelia x grandiflora) o de granado enano (Punica granatum Nana) delimitan uno de los caminos paralelos al palacio. Muchas m¨¢s plantas arbustivas pintar¨¢n el jard¨ªn con el color de sus flores, como las amarillas de las mahonias (Mahonia aquifolium), con sus hojas de bordes espinosos, o las tan queridas azuladas de las lilas (Syringa vulgaris) y su aroma dulz¨®n.
En este jardincillo parece como si muchos de sus caminos estuvieran descabalados, al obligar al caminante a encontrarse en varios lugares con muretes, setos o p¨¦rgolas que le hacen cambiar de direcci¨®n una y otra vez, como si estuviera en un juego de comecocos. Es algo muy singular de este recinto, que, aun siendo peque?o, despliega dentro de s¨ª recovecos infinitos, como las circunvoluciones de un cerebro.
La luz cambia a lo largo del d¨ªa bajo las hojas de los ¨¢rboles. La algarab¨ªa de ni?os y las risas de una pareja resuenan al pie del templete, record¨¢ndonos otros tiempos m¨¢s felices para esta perla madrile?a, un jard¨ªn hist¨®rico que hoy yace degradado por el mal uso de quienes lo disfrutan y la inercia del abandono. Un lugar en el que el arte y la jardiner¨ªa van de la mano.
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