Hostel N¨¢poles, el techo barato en Madrid donde hasta 26 personas por habitaci¨®n duermen en colchones hinchables
El hostal m¨¢s econ¨®mico de la capital es la primera parada en Espa?a de muchos inmigrantes a quienes la falta de confort les parece un sacrificio que merece la pena
La ruta es bien conocida por muchos inmigrantes en Espa?a: desciendes del avi¨®n en Barajas, cruzas los dedos para que la polic¨ªa no te ponga problemas, sales con tu equipaje en busca del Metro y te bajas a cinco paradas, caminas 300 metros por las calles tranquilas de un barrio perif¨¦rico y ah¨ª est¨¢, tu primer alojamiento en Madrid, el escenario donde comienza la gran aventura, Hostel N¨¢poles.
Lo conocen por el boca a boca o por buscadores de alojamiento. Todo el mundo lo dice. N¨¢poles es la opci¨®n m¨¢s barata en la capital por unos precios que suelen rondar los 10-15 euros de lunes a jueves y los 30-50 euros los fines de semana. Es un sitio austero con 12 habitaciones repartidas en tres plantas y tres salas comunes, sin decoraci¨®n en las paredes ni televisi¨®n. ¡°?Sabes que vas a dormir en una habitaci¨®n con 15, 20 personas o m¨¢s?¡±, es lo primero que advierte el recepcionista a un interesado. ¡°Esto es muy b¨¢sico¡±.
Por no tener, Hostel N¨¢poles no tiene ni camas. Los hu¨¦spedes duermen sobre colchones inflables instalados en literas. Tampoco disfrutan de privacidad alguna. Las duchas carecen de pestillo y no existen casilleros para guardar las pertenencias m¨¢s valiosas. El recepcionista ofrece depositarlas en el cuarto de lavadoras, que cierra bajo llave. La cocina es autogestionada. Los inquilinos compran su comida en un D¨ªa cercano y guardan su turno hasta que queda libre una peque?a estufa o un microondas.
La mayor¨ªa de la gente sabe lo que va a encontrar porque en internet pueden leer cientos de comentarios advirtiendo del escaso confort o el riesgo de robos (¡±Le doy una estrella porque no le puedo dar cero¡±). Pero a¨²n as¨ª, N¨¢poles estaba casi lleno la semana pasada. A pesar de todas sus carencias, tiene lo imprescindible para dar sus primeros pasitos en Espa?a: un techo.
Alejandra Castillo, de 16 a?os, comparte una habitaci¨®n de 26 colchones en litera con su t¨ªa, su abuela y otras muchas desconocidas, en el s¨®tano del edificio. Llegaron hace un mes desde El Salvador y esperan hasta final de noviembre para mudarse a una habitaci¨®n de un piso. La adolescente podr¨¢ as¨ª empadronarse y solicitar plaza en un instituto para retomar los estudios.
Cuando ya ha oscurecido, las tres mujeres vuelven al hostal donde no encuentran mucho que hacer. La abuela Zoraida, de 58 a?os, se marcha al dormitorio colectivo mientras Alejandra y su t¨ªa Carla, que tiene 21 a?os y es como una hermana para ella, tratan de matar el tiempo en una de las dos salas comunes. Pasan la tarde mirando sus m¨®viles, sentadas en torno a una mesa sin ornamento alguno. La luz de la estancia se apaga cada 10 segundos hasta que levantan un brazo para activar los sensores de movimiento. El mecanismo parece dise?ado para agotar la paciencia y mandar a los hu¨¦spedes a otro lugar.
Ellas evitan el dormitorio porque les deprime y solo entran a la hora de dormir, aunque es dif¨ªcil conciliar el sue?o en una sala que parece un barrac¨®n militar. Les molestan el mal olor, los ronquidos y la falta de respeto de algunas inquilinas que hablan hasta altas horas de la madrugada con sus familiares en sus pa¨ªses de origen. A estas alturas de la tarde, cuando ya ha amanecido en Am¨¦rica, ya han comenzado las videollamadas. Las dos j¨®venes tienen una mirada triste y est¨¢n deseando que les entreguen las llaves del piso para salir de este ambiente. ¡°Yo he escuchado ah¨ª en la habitaci¨®n que algunas hasta su cuerpo venden¡±, dice Carla, la t¨ªa de Alejandra.
La t¨ªa Carla ya conoce Madrid porque vivi¨® ocho meses en 2021, cuando trabaj¨® de ni?era. Volvi¨® a El Salvador para recoger a su sobrina y a su madre, quien, harta de la extorsi¨®n de los delincuentes, cerr¨® hace dos a?os su pupuser¨ªa, un establecimiento donde vend¨ªa tortas de ma¨ªz. Dicen que la seguridad ha mejorado en el pa¨ªs, pero han decidido emprender una nueva vida en un pa¨ªs m¨¢s pr¨®spero.
La adolescente Alejandra nunca hab¨ªa salido al extranjero y est¨¢ fascinada por lo ordenado y seguro que es Madrid. Le ha impresionado ver por Gran V¨ªa a grupitos de chicos de su edad disfrutando sin miedo a ser baleados o raptados, o que los conductores circulan con precauci¨®n y se detienen en los pasos de cebra para que pasen los peatones, o que pueden comprar carne y fruta a la mitad de precio que en su pa¨ªs. Quiere terminar aqu¨ª el a?o que le queda para finalizar secundaria, llegar a la universidad y conseguir su meta: ¡°Ser piloto de avi¨®n es mi sue?o¡±.
No hay mucho que hacer en los alrededores del N¨¢poles. El entorno, en el barrio de Canillas, es un popurr¨ª de pisos modestos y chal¨¦s caros, con poco comercio. El hostal abri¨® aqu¨ª despu¨¦s de lo peor de la pandemia, en el local donde ten¨ªan su sede los peregrinos de la Hermandad de la Virgen del Roc¨ªo en Madrid. La due?a, Liu Dongfei, controla otros hostales en la capital. En esos otros hospedajes, los est¨¢ndares (y los precios) son ligeramente m¨¢s elevados, seg¨²n los inquilinos del N¨¢poles. Sin embargo, uno de los negocios de esa empresaria fue clausurado en 2021 despu¨¦s de una plaga de chinches. La Comunidad de Madrid dice a trav¨¦s de una portavoz que recientemente ha inspeccionado el N¨¢poles y a¨²n est¨¢n pendientes de la resoluci¨®n.
Esta noche, un grupo ruidoso de espa?oles brinda con cervezas en el bar de Juan, el negocio que colinda con el N¨¢poles. Nadie presta atenci¨®n al noticiero nocturno de Telemadrid donde hablan sobre la investidura de Pedro S¨¢nchez. Ning¨²n inquilino del N¨¢poles entra al bar, salvo uno. Abraham Abed. Con su gabardina y zapatos relucientes, este palestino de 65 a?os es la persona m¨¢s elegante del hostal. Tomando un caf¨¦ con leche sobre la barra, explica que reside ah¨ª desde agosto. Vino desde Jordania para someterse a una cirug¨ªa y se qued¨® primero en un hotel c¨¦ntrico, pero como el procedimiento se ha retrasado, tuvo que buscar un alojamiento asequible.
Los primeros d¨ªas en el hostal los pas¨® asustado de los j¨®venes con los que compart¨ªa residencia. ?l tambi¨¦n hab¨ªa sido emigrante en Espa?a, en los setenta, pero no pod¨ªa identificarse con ellos porque su experiencia migratoria fue muy distinta. ?l hab¨ªa llegado a Espa?a con recursos para financiar sus estudios de medicina; ellos han venido sin apenas medios, buscando una fortuna incierta.
Su opini¨®n sobre ellos cambi¨® cuando empez¨® a conocerlos y descubri¨® ¡°la heroicidad¡± de sus historias. ¡°Los ves callados, un poco t¨ªmidos o rudos, pero cuando hablas con ellos se les cae la m¨¢scara¡±, dice Abed. ¡°Descubres el sacrificio enorme que est¨¢n haciendo¡±.
?Quedarse o regresar?
Dentro del N¨¢poles, los j¨®venes pasan las horas posteriores a la cena en sus dormitorios (algunos mixtos y otros divididos por g¨¦nero) o en las tres salas comunes. Uno de estos espacios es un rellano con un par de sof¨¢s y sillas donde se concentran algunos noct¨¢mbulos. Un venezolano explica en un ingl¨¦s muy competente a unos gambianos que lleg¨® a Espa?a hace solo cinco d¨ªas, escapando de la ruina a la que han conducido a su pa¨ªs unos pol¨ªticos corruptos, pero se queda trabado porque no encuentra la palabra para describir la malversaci¨®n de fondos.
¡ªEmbezzlement, it¡¯s called embezzlement, deduce el gambiano.
¡ªYes! That¡¯s the word.
Un senegal¨¦s muestra a unos latinos un v¨ªdeo de TikTok donde aparece ¨¦l poco antes de emprender su viaje a las Canarias. Se le ve cantando sonriente en una peque?a barca donde ha pescado un enorme pez espada.
Alejandra discute con otro subsahariano sobre uno de los debates que divide a la humanidad.
¡ªCristiano, dice ella.
¡ªMessi, responde ¨¦l.
¡ª?Cristianoooo!
¡ªNo, ?Messiiii!
As¨ª, llega la medianoche y empieza la lenta retirada a los dormitorios. Para dormir, deben combatir el intenso olor a pies, el concierto de ronquidos y la luz del pasillo, que golpea en la cara cada vez que alguien abre la puerta. Dicen que despu¨¦s de unos d¨ªas uno se acostumbra.
Los primeros despiertan poco despu¨¦s de las 5.00. El venezolano Carlos Acero y el colombiano Heiler Roa quieren coger el primer metro de la ma?ana para llegar a Plaza El¨ªptica. All¨ª, como ha pasado desde hace tiempo, se recluta a inmigrantes sin documentos.
Pero a la hora del almuerzo, ambos regresan al hostal con hambre y cara de derrota. ¡°Cada vez que llega un man con un carro se le echan 30 encima¡±, se queja Roa en la cocina. Llevan d¨ªas caminando, preguntando aqu¨ª y all¨¢, pero es dif¨ªcil conseguir trabajo sin papeles.
Llega un momento en que cunde la desesperaci¨®n, dice Acero, de 29 a?os, mientras prepara unos espagueti. Viste una camiseta donde ha estampado fotos de ¨¦l con sus dos hijos y el mensaje ¡°Gracias pap¨¢. Te amo¡±. En dos semanas que lleva en Madrid solo ha trabajado un d¨ªa, como pe¨®n de obra por 40 euros que a¨²n no ha cobrado. La buena noticia de que iba a trabajar la recibi¨® el mi¨¦rcoles por la ma?ana en una iglesia de Lavapi¨¦s adonde acudi¨® para apuntarse a la bolsa de empleo. All¨ª son¨® su tel¨¦fono preguntando si estaba disponible. ¡°Llegu¨¦ de una¡±, dice para explicar que se march¨® volando. ¡°Va uno as¨ª alegre¡±.
Pero hoy no ha trabajado y ha vuelto a preocuparse. Est¨¢ pensando regresar. ¡°?Qu¨¦ voy a hacer yo aqu¨ª en diciembre chupando (pas¨¢ndolo mal)?¡±, pregunta.
Un joven colombiano que s¨ª tiene trabajo m¨¢s continuo llega a la cocina y choca pu?os con ¨¦l. ¡°Todo llega. Es el voz a voz¡±, le dice, tratando de levantarle el ¨¢nimo.
Se llama Diego Rodr¨ªguez, tiene 27 a?os y trabaja en una obra. Lleva en Hostel N¨¢poles tres meses y ha visto pasar por aqu¨ª a muchos que deciden volver a sus pa¨ªses. Tras unos primeros d¨ªas emocionantes, llega el baj¨®n an¨ªmico. ¡°Ven c¨®mo la plata disminuye y se asustan¡±, explica.
¡°Todo es un paso a paso¡±, dice Rodr¨ªguez, que vendi¨® su moto para pagar el pasaje a Espa?a. ¡°Quiero ahorrar para mandar dinero a mis pap¨¢s que no est¨¢n bien econ¨®micamente. Que tengan un buen retiro¡±.
¡ª?Pero no prefieres ahorrar para salir de aqu¨ª?
¡ª?S¨ª, claro! La idea es prosperar.
Cuando salen de Hostel N¨¢poles en busca de suerte, todos caminan un par de calles hacia la parada del Metro. ?Su nombre? Esperanza.
Contacta al autor en fpeinado@elpais.es o fernandopeinado@protonmail.com
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