Por qu¨¦ me apunt¨¦ a nataci¨®n
En las piscinas de Madrid hay atascos y horas puntas. Los nadadores vamos de un lado para otro muy r¨¢pido, como si lleg¨¢ramos tarde a alguna reuni¨®n de trabajo
Cuando vuelvo a casa despu¨¦s de las vacaciones me siento un ba?ista en tierra. No s¨¦ nadar entre personas corrientes, me ahogo en los problemas del d¨ªa a d¨ªa. En la ciudad, vivo rebajado en agua, como en una versi¨®n homeop¨¢tica de lo que deber¨ªa ser la vida. Todo en Madrid va r¨¢pido, mientras que, bajo el mar, la vida discurre a un ritmo espacial y narcotizado, como a c¨¢mara lenta. No creo que exista mejor meditaci¨®n que nadar, cuando el mundo flota lento y solo puedes centrarte en tu respiraci¨®n. Los peces atraviesan el agua como flechas. Las medusas se mecen a la deriva, como jirones de nubes. Los sonidos llegan amortiguados y la gravedad desaparece. Cualquier problema es menos importante bajo el agua. Por eso, este a?o me apunt¨¦ a nataci¨®n.
Fui a la piscina buscando libertad y me encontr¨¦ con un mont¨®n de normas. Un enorme cartel proh¨ªbe salpicar o tirarse de cabeza, indica que los adelantamientos deben realizarse por la izquierda, que uno no puede detenerse a bucear o hacer el muerto. El juego est¨¢ prohibido y las olas no existen. Las normas de la piscina van m¨¢s all¨¢ del agua. Y de la l¨®gica. El otro d¨ªa hab¨ªa un se?or quej¨¢ndose de que le obligaran a llevar gorro. La cabeza era quiz¨¢ la ¨²nica parte del cuerpo donde no ten¨ªa pelo, pero era justo ah¨ª donde le obligaban a ponerse este extra?o profil¨¢ctico capilar en tonos fl¨²or. Para subrayar la terrible injusticia, en lugar de se?alarse la espalda o el pecho, me se?al¨® a m¨ª, dici¨¦ndole al socorrista que yo iba por ah¨ª con barba y nadie me dec¨ªa nada. Vio el pelo en el cuerpo ajeno y no el matojo en el propio.
En lugar de pensar que era un calvo chivato, prefer¨ª verle como a un fil¨®sofo incomprendido. Se hab¨ªa dado cuenta de que las normas de la piscina no obedecen tanto a la l¨®gica como a la uniformidad. No es una cuesti¨®n de higiene, sino de imponer una mansa obediencia bobina. El de la piscina es un mundo en el que impera la justicia hasta lo injusto, con los calvos enfundados en una segunda calvicie de pl¨¢stico, mientras que otros vamos por ah¨ª con las barbas y el vello al aire. Como resultado, en el fondo de la piscina, se forman pelusas con los restos de piel, pelos y mugre de los nadadores. Siempre hab¨ªa pensado en las pelusas como alima?as terrestres que viven bajo mi cama. Monstruitos personales e ¨ªntimos que se alimentan de los restos org¨¢nicos de un solo individuo al que se acaban pareciendo, al menos gen¨¦ticamente. Pero aqu¨ª hay enormes pelusas acu¨¢ticas y colectivas. Parecen reptar por el fondo de la piscina como babosas. Intentan escapar.
La piscina es un mar domesticado por reducci¨®n, como esos lobos que, a fuerza de eugenesia, acabaron siendo caniches. Su agua es mansa, estanca y qu¨ªmica. Est¨¢ encajonada en un recipiente de 25 por 50 metros y compartimentada en carriles de doble sentido, como carreteras comarcales. Hay carriles lentos, medios y r¨¢pidos. Tambi¨¦n hay atascos y horas puntas, algo bastante frustrante, pues esto es Madrid y todo el mundo tiene prisa. Los ociosos ba?istas nos convertimos aqu¨ª en eficientes nadadores. Vamos de un lado para otro muy r¨¢pido, como si lleg¨¢ramos tarde a alguna reuni¨®n de trabajo. A veces, hay alg¨²n nadador estresado realizando un adelantamiento brusco, que le falta pitar e insultarte al hacerlo.
Un cron¨®metro gigante preside la pared del polideportivo. No hay aguja para los minutos ni para las horas, solo un aspa con cuatro segunderos de colores, as¨ª que da la sensaci¨®n de que estemos todos atrapados en un minuto eterno. Y hay algo de relajante en esta suspensi¨®n temporal, que se ve subrayada por la ausencia de m¨®viles ni comunicaci¨®n con el mundo exterior. Tras los cristales del polideportivo, en la ciudad, el tiempo va acelerado, pero en la piscina parece flotar. Para salir de este bucle temporal, me he comprado un reloj inteligente que me cuenta los largos recorridos, las calor¨ªas quemadas y el tiempo que llevo dando vueltas. Da igual cu¨¢ndo lo mire, siempre me dice que llego tarde. Soy un h¨¢mster dando vueltas en una rueda. Un segundero en un cron¨®metro deportivo. Un sim al que alg¨²n jugador omnipotente y cruel quit¨® la escalera de la piscina, condenado a nadar hasta morir.
En el polideportivo todos somos iguales, nuestra identidad se diluye en el agua y se mezcla en las pelusas acu¨¢ticas. En el mundo real, el peinado, la mirada y la ropa conforman una apariencia, son una forma de presentarnos ante la sociedad. Pero, al llegar al agua, nos uniformamos con gafas reflectantes y gorros fosforitos. Los ba?adores son ajustados y oscuros: negros, grises o azules, quiz¨¢ con alguna raya de color. Da la sensaci¨®n de que los dise?adores de ba?adores sean los mismos que los de los coches y hayan decidido reducir la enorme paleta crom¨¢tica a cuatro tonos estandarizados que se repiten una y otra vez.
Al salir del agua nos duchamos, nos secamos y nos vestimos como borregos. Hay algo extra?o en realizar algo tan ¨ªntimo de una forma tan p¨²blica. No hablo de desnudarse, sino de vestirse rodeado de desconocidos. Dejar de ser nadador y recuperar poco a poco tu personalidad. Te quitas gafas para descubrir la mirada. Te quitas el gorro y de repente tienes el pelo largo, corto o canoso. O eres un calvo chivato. Te quitas el ba?ador negro y enfundas tu cuerpo desnudo, un lienzo en blanco, en un traje de oficinista o un ch¨¢ndal de rapero. En un polito con la bandera de Espa?a o en unos pantalones de yute y algod¨®n org¨¢nico. Te pones gafas de sol o pulseras de cuero. Abandonas el anonimato del medio acu¨¢tico para volver a disfrazarte de persona. Del personaje que has elegido interpretar en esta vida.
Y me da por pensar si somos m¨¢s nosotros con todos estos artificios. Si el agua nos iguala porque en ella no estamos en nuestro medio, uniformados e intercambiables como astronautas. O si llevamos hasta ella parte de lo que somos en tierra. Dec¨ªa la escritora Alejandra Kamiya que el pescado est¨¢ siempre mojado, como si no acabara de salir nunca del mar. Como una forma de recodar que antes de pescado fue pez. Y puede que a nosotros nos pase lo mismo, que estemos secos a¨²n rodeados de agua, que llevemos a la piscina nuestros problemas de animales terrestres. El pescado huele a mar. ?Oleremos nosotros a tierra?
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