Voces
La transici¨®n
de las palabras
La suavizaci¨®n del lenguaje pol¨ªtico con la Transici¨®n hizo que fueran perdiendo valor los vocablos m¨¢s abruptos
RECUERDOS MUY PERSONALES DEL D?A QUE MURI? FRANCO
?ngel Vi?as desayun¨® con champ¨¢n, Javier Cercas se fue a jugar al tenis y Fernando Trueba, reci¨¦n operado, no pudo decir nada. 22 representantes del mundo de la cultura recuerdan c¨®mo fue su 20N
Amelia Valc¨¢rcel
Muy de ma?ana, creo recordar. Mi t¨ªa me sacudi¨® levemente para despertarme y me lo musit¨®: ¡°Ya se ha muerto¡±. Se notaba el silencio. Estaba en Le¨®n donde hab¨ªa encontrado mi primer trabajo como joven profesora de filosof¨ªa en el INEM Juan del Enzina. Ten¨ªa horarios de nueve de la ma?ana a diez de la noche. Pero yo viv¨ªa¡ es una forma de hablar porque pasaba en mi instituto de lunes a viernes, en Oviedo. All¨ª me hab¨ªa casado y all¨ª sigo¡ los fines de semana. As¨ª que r¨¢pidamente entend¨ª la situaci¨®n: Hice la maleta y sal¨ª de estampida a la estaci¨®n de tren. Mucha gente y toda callada, mirando de trav¨¦s. Cuando llegu¨¦ a casa pude al fin abrir la boca y comentarlo. Entonces no hab¨ªa m¨®viles y las cabinas eran de ficha. El tel¨¦fono era tambi¨¦n algo que mejor no usar para estos asuntos. Igual que no hab¨ªa que hacerse fotograf¨ªas porque pod¨ªan acabar en el ¨¢lbum equivocado.
Algunas amistades andaban celebrando. Pero lo interesante era ver la televisi¨®n que transmit¨ªa sin cesar las enormes colas que llevaban a la capilla ardiente. No daba para cohetes precisamente observar el asunto. Varios han dicho m¨¢s tarde que fueron para asegurarse del fallecimiento. No s¨¦ qu¨¦ decir¡ Franco se hab¨ªa convertido, en sus interminables cuarenta, en Naturaleza. Indudable, ¨²nica, sin futuro. Una pesadilla.
Alberto Coraz¨®n
Las semanas que precedieron a la muerte del dictador, viv¨ªa pendiente de la radio y el tel¨¦fono. El grupo de amigos, entre los que hab¨ªa m¨¦dicos, desmenuzaban con precisi¨®n los comunicados que ¡°el equipo m¨¦dico habitual¡± iba transmitiendo, al mismo tiempo que se filtraban noticias de colegas del propio hospital. La muerte cl¨ªnica parec¨ªa confirmarse d¨ªas antes de que ¡°el carnicero¡±, de los hombres y mujeres arrojados a la plaza de toros de M¨¢laga, apareciera compungido en las pantallas de televisi¨®n para balbucear que la pesadilla hab¨ªa terminado. Recuerdo muy bien que ca¨ª de rodillas al suelo con un llanto de incontenible alegr¨ªa, un llanto de liberaci¨®n, de plenitud. Lo primero que pens¨¦ es que mis hijos por fin podr¨ªan crecer en un pa¨ªs en libertad. Ca¨ª en la cuenta que aquella opresi¨®n cotidiana, sistem¨¢tica, me hab¨ªa envuelto de tal modo que nunca hab¨ªa pensado en ¡°el d¨ªa despu¨¦s¡±. Ese d¨ªa fue extraordinariamente luminoso, amable, feliz.
Almudena Grandes
Ten¨ªa 15 a?os, estaba en segundo de Bachiller y, desde que empez¨® el curso, est¨¢bamos haciendo c¨¢lculos de cu¨¢ndo podr¨ªa morir. Se muri¨® mal. Si se hubiera muerto el 5 de diciembre habr¨ªamos tenido vacaciones hasta el final de Navidad. El primer impacto serio que me llev¨¦ en aquella ¨¦poca fue la muerte de Carrero porque fue inesperada. Est¨¢bamos en misa y empezaron a llegar padres a llevarse ni?as y no sab¨ªamos por qu¨¦. Para m¨ª el bautismo de fuego de que Franco se pod¨ªa morir fue la muerte de Carrero. Me acuerdo tambi¨¦n de la alegr¨ªa de algunos y de la tristeza de otros. Pero de aquel d¨ªa recuerdo sobre todo la sensaci¨®n de vacaciones. No tuve ninguna percepci¨®n hist¨®rica de que Espa?a iba a cambiar y empezaba otra etapa.
?ngel Vi?as
Me despert¨¦ a las siete, la radio emit¨ªa cl¨¢sica. Fui a la nevera. Abr¨ª el champ¨¢n. Beb¨ª una copa. Regres¨¦ a la cama. A las 9.30 estaba en el Banco de Espa?a donde trabajaba sobre el dossier de Negr¨ªn y el oro de Mosc¨² en el antedespacho del subgobernador tercero. Me puse una corbata negra porque me pareci¨® que no le gustar¨ªa una pajarita negra de camarero. Desde hac¨ªa varios d¨ªas unas amigas m¨¦dicas me hab¨ªan dicho que no exist¨ªa salida alguna. Les sorprendi¨® que hubieran diagnosticado trombosis mesent¨¦rica que, informaron, solo se identificaba en un cad¨¢ver. No encend¨ª jam¨¢s la televisi¨®n. No escuch¨¦ la radio. Compr¨¦ todos los peri¨®dicos. Hice un dossier que perd¨ª en alg¨²n traslado. Segu¨ª con el oro. Nunca he sentido mayor alivio.
Antonio Mu?oz Molina
Yo hab¨ªa empezado el segundo a?o de la carrera en Granada. Ten¨ªa alquilada una habitaci¨®n en casa de una familia en la que el padre, un ferroviario jubilado, estaba en silla de ruedas, por culpa de una diabetes. El hombre hab¨ªa sido revisor en los expresos nocturnos entre Granada y Madrid y se acordaba bien de Federico Garc¨ªa Lorca, que viajaba con frecuencia en ellos. El 19 de noviembre nos quedamos hasta muy tarde viendo la televisi¨®n, porque se rumoreaba que Franco estaba a punto de morir. Algo iba a pasar, sin duda, porque empezaron a poner inesperadamente una pel¨ªcula a deshoras, una pel¨ªcula muy larga adem¨¢s, Objetivo Birmania, con Errol Flynn. La pel¨ªcula termin¨® muy tarde y no hubo ninguna informaci¨®n. A la ma?ana siguiente me despertaron temprano las voces de la due?a de la casa, mezcladas con el sonido del televisor. Cuando sal¨ª el padre y las dos hijas miraban la tv en silencio y la madre lloraba. ¡°Qu¨¦ va a pasar ahora¡±, dec¨ªa, muy asustada. Esa misma ma?ana me volv¨ª a ?beda, porque hab¨ªan suspendido las clases en la universidad. La estaci¨®n de autobuses estaba invadida por una multitud de estudiantes en busca de billetes. Nadie hablaba muy alto, pero tampoco hab¨ªa una sensaci¨®n de pesadumbre, ni de nada. Sobre todo el alivio de unas vacaciones repentinas. Hab¨ªa poco tr¨¢fico y poca gente por la calle. En todos los kioscos todos los peri¨®dicos ten¨ªan la foto de Franco en la primera p¨¢gina, fotos sombr¨ªas en blanco y negro. Estaba nublado pero no hac¨ªa mucho fr¨ªo. Eso recuerdo.
Bernardo Atxaga
Tengo la impresi¨®n de que los acontecimientos de aquella ¨¦poca saltan en mi cabeza como pulgas. Lo que para m¨ª tuvo lugar en noviembre de 1975 ocurri¨® en realidad un a?o despu¨¦s. Lo mismo me pasa con las personas. Mi memoria las descoloca. No obstante, tengo varias pulgas fijas. Cuando muri¨® Franco ten¨ªa 24 a?os y viv¨ªa con mis padres en Andoain. Acababa de terminar, como soldado raso, el Servicio Militar Obligatorio. Trabajaba en el Banco Europeo de Negocios. No pas¨¦ en vela la noche del 19 al 20 esperando la noticia. La supe por la ma?ana. Por ciencia infusa, creo, o porque me lo dijo mi madre, que madrugaba m¨¢s que yo. El d¨ªa 20 de noviembre fue un d¨ªa silencioso en San Sebasti¨¢n. En el banco solo se o¨ªan murmullos. En la calle hab¨ªa poco tr¨¢fico. Entr¨¦ en una cafeter¨ªa y vi a Jos¨¦ Ram¨®n Recalde. Estaba tomando una copa de champ¨¢n, y yo ped¨ª otra. Entr¨® gente, m¨¢s copas de champ¨¢n. Sin embargo, no recuerdo descorches, ni ning¨²n corcho volando por los aires.
Carmen Linares
Estaba en Madrid ensayando la obra de teatro musical Las arrecog¨ªas del Beaterio de Santa Mar¨ªa Egipciaca, que estrenamos en el Teatro de la Comedia de Madrid. Era un tiempo muy gris, entonces s¨ª recuerdo que tras esos d¨ªas hab¨ªa mucha confusi¨®n. Ahora hab¨ªa que templar bien el cante. En ese momento ensayaba con Enrique Morente, Mario Maya y el resto de la compa?¨ªa. Nos enteramos a la ma?ana siguiente, ya con el peri¨®dico en la mano y viendo en la tele a Arias Navarro nos lo empezamos a creer.
Dar¨ªo Villanueva
Trabajaba en la Universidad de Santiago de Compostela, en la que era ya ?penene?. El 19 de noviembre estuve hasta muy tarde trabajando en mi tesis y pendiente a la vez de las noticias, pero finalmente me fui a dormir. Madrugu¨¦ y en la TV me encontr¨¦ ya con el comunicado l¨²gubremente le¨ªdo por Arias Navarro. En casa comentamos mi mujer y yo la situaci¨®n, tambi¨¦n con la radio puesta. Compartimos una sensaci¨®n de alivio y de esperanza. Nos d¨¢bamos cuenta de que est¨¢bamos viviendo un momento hist¨®rico, y que inevitablemente las cosas iban a cambiar. Luego me fui a la Facultad de Filolog¨ªa; all¨ª, entre mis compa?eros, la respuesta era la misma. El resto del d¨ªa todo fueron llamadas telef¨®nicas, algunas desde el extranjero, seguimiento de los peri¨®dicos, radio y televisi¨®n. Tambi¨¦n reflexi¨®n. Yo ten¨ªa 25 a?os; hab¨ªa nacido y vivido con la dictadura; el a?o anterior hab¨ªa estado por primera vez en Italia, y la impresi¨®n de libertad pol¨ªtica que all¨ª tuve por primera vez fue imborrable. El 20 de noviembre de 1975 so?¨¦ que al fin algo semejante podr¨ªa darse en Espa?a, y el proceso que desde entonces se desencaden¨®, con todas sus flaquezas y contradicciones, en modo alguno me defraud¨®. Nuestra hija naci¨® en 1978 ya en democracia.
Elvira Lindo
Cuando me sent¨¦ aquella ma?ana delante del Colacao, me dijo mi madre, "se ha muerto Franco". Yo le dije, "pues entonces no habr¨¢ al colegio". Mi madre, que tan tolerante se mostraba siempre conmigo, ese d¨ªa fue inflexible: "?t¨² siempre busc¨¢ndote excusas para faltar a clase!". Total, que me puse el uniforme y me fui. Recuerdo ir de camino al colegio yo sola, sin cruzarme con nadie, por la acera entre bloques de Moratalaz que recorr¨ªa a diario, pero como si caminara dentro de un sue?o o de un cuento. Llegu¨¦ a la escuela. No hab¨ªa nadie. El conserje, don Juli¨¢n, me vio detr¨¢s de la verja, que estaba cerrada y me grit¨®, "?pero qu¨¦ haces ah¨ª, es que no te ha dicho tu madre que se ha muerto Franco?". Y me fui feliz de vuelta a casa, de nuevo por una acera extra?amente solitaria, deseando que el luto se prolongara varios d¨ªas.
Fernando Trueba
Mi amigo Manolo emigr¨® a Brasil en el 52 con su mujer y su hija y volvi¨® a Espa?a en el 64 con ellas y cuatro m¨¢s. Como tantos, esper¨® a?os la muerte de Franco. Cuando la enfermedad final de ¨¦ste, los amigos de Brasil le llamaban. All¨ª ya hab¨ªan dado ¡°la noticia¡±. Pero al d¨ªa siguiente, nada. Eso s¨ª, cada vez que ¡°mor¨ªa¡±, nos agarr¨¢bamos una borrachera de campeonato. Al d¨ªa siguiente de operarme de am¨ªgdalas, me despert¨® mi padre, ABC en mano: ¡°Franco ha muerto¡±. Pero yo no pod¨ªa hablar ni cantar ni gritar de alegr¨ªa. No pod¨ªa emitir sonido alguno. Casi mejor, porque pap¨¢ y yo nos hubi¨¦ramos enzarzado en una m¨¢s de nuestras ol¨ªmpicas broncas. Pero qu¨¦ alegr¨ªa... Y qu¨¦ tristeza. La de tener que esperar a?os que un tipejo se muera para volver a ser libres. Por eso entiendo tan bien a los cubanos.
Gonzalo Pont¨®n
Me enter¨¦ de que hab¨ªa muerto Franco al llegar a mi trabajo, en la editorial Ariel, alrededor de las nueve de la ma?ana. Medio dormido, no hab¨ªa comprado el peri¨®dico y fueron mis compa?eros de la oficina los que me informaron. Recuerdo que no experiment¨¦ la menor emoci¨®n; de alg¨²n modo Franco llevaba ya varios d¨ªas muerto. Baj¨¦ al taller para ver c¨®mo se hab¨ªa recibido la noticia y mis compa?eros estaban descorchando botellas de cava mientras un par de sujetadores volaban por los aires, agitados como banderas de libertad. El edificio de Ariel estaba en Esplugues, en el Baix Llobregat, escenario aquellos meses de duros enfrentamientos con la polic¨ªa armada, de modo que salimos a la calle para unirnos a los obreros de la metal¨²rgica Elsa, que llevaban semanas en huelga, dispuestos a enfrentarnos a los grises... pero all¨ª no hab¨ªa nadie.
Isabel Burdiel
Para mi sorpresa, a diferencia de lo que ocurre con el golpe de Estado, tengo un recuerdo muy vago del d¨ªa que muri¨® Franco. Viv¨ªa en Valencia, ten¨ªa 17 y era mi primer a?o de Facultad, directamente de un colegio de monjas. Era como Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Los d¨ªas previos un grupo de compa?eros (uno de ellos apodado El Chino) escenificaban los partes m¨¦dicos habituales, haciendo uso de lo que llamaban ¡°stream of consciousness¡±. Era muy divertido para todos menos para los del PCE cuya alta misi¨®n hist¨®rica no les permit¨ªa re¨ªrse. En casa, mi madre anunciaba una nueva guerra civil y mi padre nos dec¨ªa que hab¨ªa que confiar en el progreso. Le recuerdo al tel¨¦fono sin parar aquella noche y mi nula sensaci¨®n de temor, a diferencia del 23F.
Javier Cercas
A las ocho de la ma?ana mi amigo Jose Sobrino me llam¨® por tel¨¦fono para decirme que las clases se hab¨ªan suspendido, porque se hab¨ªa muerto Franco, y para proponerme un partido de tenis. Euf¨®rico, cog¨ª la bolsa de deporte y me reun¨ª con mi amigo en la calle. Era una ma?ana de niebla cerrada, y recuerdo que, mientras camin¨¢bamos por el parque de La Devesa, no dej¨¢bamos de felicitarnos por los tres d¨ªas de vacaciones que nos aguardaban. Pero lo que sobre todo recuerdo es que al llegar a la H¨ªpica -el club regentado por militares donde jug¨¢bamos al tenis-, vimos al administrador caminando arriba y abajo, con la barbilla erguida y el porte marcial, frente a su oficina. A medida que nos acerc¨¢bamos comprendimos con incredulidad que estaba llorando. Ten¨ªamos 13 a?os, carec¨ªamos de conciencia pol¨ªtica y hasta de miedo, pero durante unos segundos eternos nos quedamos clavados, fascinados por el llanto de aquel viejo militar franquista. Estoy seguro de que no comprendimos nada, salvo lo esencial, y es que aquel anciano desconsolado era un signo inequ¨ªvoco de que nuestro mundo iba a cambiar para siempre.
(Fragmento de un art¨ªculo publicado por el autor en este diario en noviembre de 2005)
Jos¨¦ Luis Pardo
Escuch¨¦ el pat¨¦tico mensaje de Arias Navarro en una f¨¢brica del extrarradio de Madrid en donde atend¨ªa las m¨¢quinas autom¨¢ticas de bebidas calientes, uno de los signos inequ¨ªvocos de que el pa¨ªs estaba ¡°en v¨ªas de desarrollo¡±. La noticia no interrumpi¨® la jornada laboral, pero todos especul¨¢bamos sobre su alcance pol¨ªtico, en una especie de ¡°?Qu¨¦ va a pasar ahora?¡± generalizado. Yo acababa de llegar a la mayor¨ªa de edad y, como todos los fichados por actividades subversivas, tem¨ªa un recrudecimiento de la represi¨®n policial. En el ambiente flotaban los fantasmas de la guerra civil cuya sombra se alarg¨® casi cuarenta a?os. S¨®lo que, aquel d¨ªa de oto?o, esos fantasmas se daban la mano con los guardianes de la victoria franquista, que desde hac¨ªa unas horas tambi¨¦n se hab¨ªan vuelto algo fantasmales. La esperanza, vaga e inconcreta, miraba hacia Europa. Y la democracia, como una lamparilla temblona, se ve¨ªa como un bien muy lejano e improbable.
Juli¨¢n Casanova
Cuando Franco muri¨®, yo hab¨ªa cumplido 19 a?os, estudiaba segundo curso de Historia en la Facultad de Filosof¨ªa y Letras de la Universidad de Zaragoza, y estaba en plena formaci¨®n, recogiendo est¨ªmulos desde muchos frentes, desordenados, pero que influyeron mucho en mis intereses personales. Compart¨ªa piso y militancia antifranquista con un grupo de amigos y amigas. La noticia la escuch¨¦ en la radio, porque ni siquiera ten¨ªamos televisi¨®n.
Franco muri¨®, la militancia pas¨® ¨Cincluidas las decenas de horas que a ella le dedicaba- y los dos ¨²ltimos a?os de la carrera me dediqu¨¦ a estudiar mucho m¨¢s. Nunca fue f¨¢cil olvidar la dictadura, la vida cotidiana con miedo, la falta de libertades¡ Pero no me sent¨ª parte, sin embargo, de esa generaci¨®n del desencanto. Para m¨ª, todo lo que vino despu¨¦s, sobre todo en mi elecci¨®n de hacer carrera en la investigaci¨®n y ense?anza en la universidad, de estudiar e investigar historia en profundidad, de viajar, fue mucho mejor. Acab¨¦ siendo historiador, profesor de Universidad y he dedicado una buena parte de mis estudios a la historia comparada de la dictadura de Franco.
Kim Aubert
Por aquel entonces yo llevaba un diario, he consultado lo que escrib¨ª aquel d¨ªa y aqu¨ª est¨¢: ¡°He dormido en el estudio, cuando me levanto, pongo la radio y s¨®lo dan m¨²sica cl¨¢sica ?ya ha ocurrido? Espero que den el parte¡ y por fin ?Franco ha muerto! Abro la peque?a ventana de mi estudio y busco el azul del cielo, le digo a mi padre fallecido hace a?os (y que pas¨® dos a?os en las c¨¢rceles franquistas a punto de ser fusilado) que finalmente el dictador ha muerto¡ salgo a la calle y todo sigue igual, no veo llorar a nadie. Por la noche nos hemos citado todos los amigos de siempre en el restaurant Bilbao (a¨²n existe en la calle Perill en el barrio de Gr¨¤cia). Lo primero que hacemos es pedir champagne (por entonces a¨²n no se llamaba cava). Alrededor todas las mesas tienen su botella, todos brindamos. Acabamos la noche en las Ramblas, una procesi¨®n silenciosa circula arriba y abajo, nadie dice nada, s¨®lo nos miramos y sonre¨ªmos, por fin ha muerto. Nadie sabe qu¨¦ va a pasar ma?ana¡±.
Luis Eduardo Aute
Estaba saliendo de casa de unos amigos y alguien, en el ascensor, dijo que se hab¨ªa muerto, que lo hab¨ªa escuchado en la radio. Me fui a casa y lo confirm¨¦. Estuvimos escuchando la radio, bebiendo vino y hablando durante horas. Recuerdo la sensaci¨®n de alivio, muy grande, pero al mismo tiempo la preocupaci¨®n por lo qu¨¦ podr¨ªa pasar. Hab¨ªa una gran incertidumbre.
Miguel Gallardo
El 20 de Noviembre de 1975 me faltaba un mes y unos d¨ªas para cumplir 20 a?os. Estaba estudiando en la Escuela Massana de artes y oficios en Barcelona, escuela de la que me echar¨ªan en junio del a?o siguiente por no presentarme a las clases, seguramente me hubieran encontrado en el bar de enfrente. Faltaban dos a?os para que, junto a Mediavilla y Borrayo cre¨¢ramos Makoki y revolucion¨¢ramos el c¨®mic patrio. Por aquellos a?os no deb¨ªa escuchar las noticias mucho, viv¨ªa en un piso con unos hippies desnortados al estilo de los Freak Brothers y no me enteraba mucho de lo que pasaba alrededor. Solo recuerdo que ese d¨ªa iba en metro a la escuela o al bar de enfrente de la escuela y en el vag¨®n se subieron un par de gazn¨¢piros con un brazalete y la cruz gamada, m¨¢s tarde me enter¨¦ de que Paquito nos hab¨ªa dejado.
Paul Preston
Evidentemente, habiendo vivido en Madrid los ¨²ltimos a?os de la dictadura y consciente del riesgo de una nueva guerra civil cuando finalmente muriera Franco, hab¨ªa seguido el desarrollo de las ¨²ltimas enfermedades de Franco y las consecuencias para Juan Carlos con mucha atenci¨®n. Adem¨¢s, yo hac¨ªa algunos comentarios para la BBC sobre la situaci¨®n tan tensa en Espa?a, la noche del d¨ªa 19 y la madruga del 20 de noviembre, estaba en mi despacho pegado a la radio para tener las ¨²ltimas noticias y esperaba la llamada de la BBC para ir a hacer un balance del r¨¦gimen de Franco y hablar de las posibles consecuencias de su muerte. Qued¨¦ en ir a la BBC y me ech¨¦ un par de horas antes de que viniera a recogerme un coche para llevarme a los estudios.
Rosa Montero
Yo estaba cubriendo el festival de cine de Benalm¨¢dena (M¨¢laga) para la revista Fotogramas y me llam¨® al hotel desde Madrid mi pareja de entonces. Me despert¨® temprano para dec¨ªrmelo, ahora no recuerdo la hora exacta. Estaba durmiendo. El festival se suspendi¨® durante 24 horas en se?al de duelo, creo recordar, y nos pasamos un d¨ªa fenomenal con los colegas d¨¢ndonos una comilona y celebr¨¢ndolo en la playa.
V¨ªctor Manuel y Ana Bel¨¦n
No est¨¢ clara la hora de la muerte de Franco pero Ana y yo hab¨ªamos salido con amigos y la madrugada del 19 al 20 pas¨¢bamos justo delante del Palacio de Oriente en Madrid -a¨²n no era peatonal la zona- paramos en un sem¨¢foro con nuestro Dyane 6 -Cabiria, nuestra perrita maltesa dormitaba atr¨¢s- y desde otro coche que se detuvo al lado, al vernos, apretaron el pu?o euf¨®ricos. En ese momento comprendimos que el tap¨®n hab¨ªa volado. Lo cant¨¦ tiempo despu¨¦s en Canci¨®n de la esperanza: ¡°Tanto imaginarnos una muerte digna en ti/ y t¨² salpicabas la pared/ fuimos una oreja, un latido, un transistor/ y t¨² salpicabas la pared...¡±. El d¨ªa de su entierro, durante sus exequias en la Plaza de Oriente, nosotros est¨¢bamos -junto a otros compa?eros- tratando de llegar a la prisi¨®n de Carabanchel pidiendo amnist¨ªa para todos los presos pol¨ªticos. Corrimos mucho, la polic¨ªa dio estopa y una de las detenidas fue la actriz Aurora Bautista -que como Reina de Castilla que hab¨ªa sido- se neg¨® a correr.
Una beb¨¦
de la
democracia
La periodista de EL PA?S naci¨® poco despu¨¦s del 20-N. Cuando la fotografiaban le ped¨ªan que levantara el pu?o. En este texto, regresa a su adolescencia
MI
PRIMERA
CR?NICA
Ten¨ªa 9 a?os cuando muri¨® Franco. No supo entonces si aquello era un funeral o una fiesta. Pero ya en aquellos momentos empez¨® a mostrar su alma de periodista
retratos
inolvidables
El fot¨®grafo barcelon¨¦s selecciona sus mejores im¨¢genes de los protagonistas de los nuevos tiempos