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El Caribe turbio

El territorio costero que comparten M¨¦xico, Guatemala y Belice es una de las regiones m¨¢s porosas y desconocidas de la frontera sur de Am¨¦rica. A trav¨¦s de tres reportajes: en Xcalak, un remoto poblado mexicano que vive de la coca¨ªna que expulsa el mar; en Blue Creek, el poderoso motor econ¨®mico de los menonitas; y en Puerto Barrios, el oscuro puerto de Guatemala en el Atl¨¢ntico, este especial describe la enigm¨¢tica realidad que se levanta a pocos pasos de los centros tur¨ªsticos m¨¢s importantes del mundo

FRONTERA SUR. CAP 1.

El Caribe turbio

[Si no ve el player del audio, pinche aqu¨ª para escuchar el relato] 

LA COCA?NA QUE LLEGA DEL MAR

El ¨²ltimo hombre de M¨¦xico vive en un lugar ubicado en 18 grados 12 minutos y 9 segundos latitud norte y 87 grados 50 minutos 36 segundos longitud oeste. Ah¨ª pueden encontrarlo, haciendo casi siempre vida en la azotea. La casa de don Luis tiene enfrente el mar Caribe y todo lo dem¨¢s, hacia donde mire, es manglar. Si camina cinco minutos a la derecha estar¨¢ en el extranjero, pero si lo hace hacia la izquierda durante una hora, llegar¨¢ a Xcalak, la primera comunidad de M¨¦xico.

Don Luis es un hombre fibroso, de cabello oscuro y bigote, de 58 a?os, que vive en una casa abandonada en una de las fronteras m¨¢s absurdas del mundo. Un trozo de tierra en el sureste de 99 kil¨®metros dividido en dos partes con una base militar en medio. El Norte, de M¨¦xico, es un ¨¢rea despoblada de 62 kil¨®metros y el Sur, de Belice, tiene 37 kil¨®metros y no cabe un turista m¨¢s.

El ¨²ltimo hombre de M¨¦xico no tiene electricidad, agua corriente ni acceso por tierra a su casa. Tampoco tiene refrigerador, televisi¨®n ni ventilador, y su viejo celular capta, solo a veces, la se?al de Belice. Pero sabe cosas que parecen imposibles para el resto de mortales, como pescar con el cord¨®n de un zapato, desalar agua de mar, sembrar en la playa o extraer con la boca el veneno de la nauyaca, una de las serpientes m¨¢s temidas.

Luis M¨¦ndez naci¨® en M¨¦rida (Yucat¨¢n) y fue funcionario estatal hasta que un conocido le propuso convertirse en guard¨¦s de la finca. Tres a?os despu¨¦s de haber llegado al ¨²ltimo rinc¨®n del pa¨ªs, ha aprendido que todo lo que viene del mar sirve: un trozo de cuerda para arrancar la propela (h¨¦lice), la suela de un zapato para hacer una bisagra, la tapa de un refresco para asegurar un clavo.

Acompa?ado de Canelo, un braco h¨²ngaro color caf¨¦, don Luis sale a pasear cada d¨ªa cuando nace el sol. Antes lo hac¨ªa sobre la arena, pero ahora ambos se mueven con soltura sobre una f¨¦tida alfombra de sargazo, el alga que invade el Caribe y provoca un insoportable olor a huevo podrido en la orilla. El d¨ªa que lo acompa?o, sobre el tapiz marr¨®n, cubierto de latas, chanclas, botes de cloro, tapones o envases de patatas fritas, hay tambi¨¦n cientos de bolsas de pl¨¢stico del tama?o de la palma de la mano. Todas iguales y semiabiertas, con restos de polvo blanco y agua de mar.

La costa de Xcalak, en el Caribe mexicano

Don Luis se despierta cada ma?ana frente al segundo arrecife de coral m¨¢s grande del mundo, sin embargo camina con los ojos puestos en el suelo. ?l dice que solo sale a comprobar que todo est¨¢ en orden, pero durante el paseo escucho por primera vez un verbo nuevo: ¡°playear¡±, la incansable b¨²squeda de ladrillos de coca¨ªna lanzados junto a la orilla por las avionetas. No playear aqu¨ª es como no ser cat¨®lico en el Vaticano.

¡°playear¡± (v): buscar ladrillos de coca¨ªna lanzados junto a la orilla por las avionetas

El Robinson del Caribe es un hombre afable que solo se pone los zapatos para recorrer la playa, capaz de reconocer todos los tipos de motor que pasan frente a su casa solo escuchando el zumbido. Y lo demuestra:

¡ª ¡°La avioneta hace groooooongggg¡±, ejemplifica, de forma continua y prolongada. ¡°Pero la lancha de 15 caballos hace brrrrrrrrrrr, pausa, brrrrrrrrrrr, y otra pausa para quitar el sargazo de la h¨¦lice¡±, aclara. ¡°El de 40 caballos, ?eeeeeeeeee¡±, dice moviendo de lado a lado el pu?o cerrado en el aire como si fuera el acelerador. ¡°Y el de 75...¡±, igual que el anterior pero m¨¢s grave y con la O. Y as¨ª, uno a uno, hasta el de 100 caballos, despliega una variada orquestina gutural.

Tambi¨¦n puede identificar los chiflidos que llegan desde el mar por la noche. El de ¡°vienen¡±, ¡°ap¨²rate¡± o ¡°v¨¢monos¡± o si los hace el Gavilancito, la Zorra, el Pel¨®n, el Guanaco¡­

El ¨²ltimo hombre de M¨¦xico no tiene Netflix, pero solo tiene que sentarse en su balc¨®n para ver las carreras de lanchas, las persecuciones de la polic¨ªa o el paso de las avionetas clandestinas. ¡°Hab¨ªa tanto mosco que tuvimos que prender unos cocos (y hacer humo) para no meternos en la habitaci¨®n¡±, dice recordando la escena de ayer, cuando se sent¨® con su mujer, Norma, a disfrutar la pel¨ªcula de la noche.

 

El Caribe es el mar comprendido entre 1.061 islas de 32 naciones. Una regi¨®n y una cultura propia que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez describi¨® como el ¨²nico pa¨ªs que no es de tierra, sino de agua.

Menos l¨ªrico, para los mexicanos el Caribe son los 1.176 kil¨®metros de litoral comprendidos entre la casa de don Luis y el cabo Catoche, en la punta de Yucat¨¢n. La costa incluye lugares como Canc¨²n, Playa del Carmen, Cozumel o la Riviera Maya, o lo que es lo mismo, el 35% de los ingresos tur¨ªsticos del sexto pa¨ªs que m¨¢s visitantes recibe del mundo. El motor de una industria que supone casi el 16% del Producto Interior Bruto (PIB) de M¨¦xico.

Para Xcalak, a 412 kil¨®metros de todo eso, el Caribe y los vientos y corrientes que lo comunican entre s¨ª, tambi¨¦n son su forma de vida. Ubicado en el extremo sur de Quintana Roo, a dos horas de Chetumal, es un espectacular poblado de palmeras, aguas turquesa, dos faros y una laguna. El urbanismo de Xcalak son tres calles de arena paralelas al mar y otras tres que las cruzan, pero si hubiera que ilustrar el para¨ªso aparecer¨ªa siempre esta comunidad de 300 habitantes donde casi todos son familia y se conocen por el apodo.

Sus playas son tambi¨¦n el destino final para cualquier cosa de valor que caiga en el Atl¨¢ntico, principalmente la coca¨ªna arrojada por las avionetas colombianas, lo que aqu¨ª se conoce como ¡°bombardeo¡±. Un m¨¦todo por el cual las avionetas env¨ªan a tierra las coordenadas y acto seguido las lanchas acuden al lugar. Pero no siempre da tiempo a recoger toda la carga y los paquetes que se extrav¨ªan pueden aparecer d¨ªas despu¨¦s envueltos en cinta canela, flotando en el mar, atorados en la orilla o enredados entre el manglar. Otras veces, los ladrillos son arrojados por las lanchas r¨¢pidas que llegan desde las islas cercanas y que, en su intento por borrar evidencias y ganar velocidad huyendo de las patrulleras, lanzan la carga al mar.

Crist¨®bal Col¨®n no habr¨ªa llegado jam¨¢s a Am¨¦rica de no ser por los vientos alisios, esas brisas regulares causadas por la rotaci¨®n de la Tierra que llevan viento en popa hasta el otro lado del oc¨¦ano y se recrean en el Caribe. Gracias a ellos da igual en que parte de este mar se arroje cualquier cosa, que, tarde o temprano, tiene muchas posibilidades de terminar en Xcalak. Desde que vive aqu¨ª, en el tramo de sargazo que cuida don Luis han aparecido una mu?eca haitiana, una botella de Dominicana o un trozo de madera de ?frica.

Direcci¨®n de los vientos alisios

¡°En este pueblo, playear es una profesi¨®n que se ense?a a los j¨®venes como quien ense?a a pescar¡±, explica don Luis. ¡°?Qu¨¦ otra cosa puedes transmitir a tus hijos si dedicas toda tu vida a faenar o vender cocos y de un d¨ªa para otro el vecino se construye una casa o aparece con camioneta nueva? Aqu¨ª los j¨®venes son los primeros que aprenden que el futuro no est¨¢ en trabajar, sino en buscar, encontrar y comprar pronto una lancha para seguir buscando. Un d¨ªa puede aparecer marihuana pero, tal vez, uno o dos a?os despu¨¦s puede que encuentres la coca¨ªna que te saque de la pobreza¡±.

Hace mes y medio, a finales de febrero, don Luis tuvo que salir unos d¨ªas a la ciudad. Cuando regres¨® a Xcalak no necesit¨® que nadie le dijera que durante su ausencia hab¨ªa ca¨ªdo un cargamento. ¡°Me enter¨¦ que un vecino contrat¨® un conjunto (musical), que otro invit¨® a cerveza a todo el pueblo, que otro apareci¨® con moto nueva¡±, recuerda.

 

Uno de los que ayer pas¨® huyendo de la polic¨ªa belice?a frente a la casa de don Luis era El Guanaco. Era noche cerrada cuando escuch¨® su Yamaha cortando la bah¨ªa. El Guanaco es un tipo rudo y desconfiado que fuma marihuana sin parar. Como su apodo indica, naci¨® en El Salvador y a sus 33 a?os tiene m¨¢s vidas de las que caben en estas l¨ªneas. Dice que sali¨® de San Salvador cuando las pandillas estaban a punto de matarlo. Despu¨¦s huy¨® a Belice, donde trabaj¨® en los campos de los menonitas, los ultraconservadores cristianos que habitan la frontera, hasta que se refugi¨® en Xcalak, el ¨²ltimo sitio donde preguntar¨ªan por ¨¦l.

El Guanaco es atl¨¦tico, tiene la piel morena y varios tatuajes en el pecho y en la espalda. Pero hoy est¨¢ cansado de sus correr¨ªas de anoche huyendo con unas langostas. En Xcalak la captura del animal est¨¢ en veda, as¨ª que se desplaza hasta aguas belice?as donde hay menos vigilancia. Y pocos tipos son capaces de hacerlo como ¨¦l. Desciende seis metros a pulm¨®n por la noche pero deja el motor de la lancha encendido por si tiene que irse antes de lo previsto. Cuando sube, lo hace dando giros sobre s¨ª mismo iluminando con la linterna por si llegan los tiburones.

El Guanaco, el pescador que encontr¨® 25kg de coca¨ªna
El Guanaco, el pescador que encontr¨® 25kg de coca¨ªna

Cuando recuerda la ¡®pel¨ªcula¡¯ de anoche, se nota que lo que m¨¢s le divierte es robarle en su cara a los belice?os, ¡°pero ?ojo!, que esos tiran con bala¡±, dice con la risa floja de la hierba, en referencia a la polic¨ªa del pa¨ªs vecino.

As¨ª que hoy mete con pereza el remo en el agua pero sin apartar la vista de cualquier cosa que flote. ¡°Toca paquetear, es la loter¨ªa de los pobres¡±, r¨ªe de nuevo, ¡°nunca sabes donde aparecer¨¢ el ladrillo que te cambiar¨¢ la vida¡±. ¡°Paquetear¡±, la continua b¨²squeda de droga en el mar, y segundo verbo aut¨®ctono que anoto en la libreta.

¡°paquetear¡± (v): buscar droga en el mar

Mientras mueve el remo con aires de gondolero, el Guanaco recuerda aquel d¨ªa, de hace cinco a?os, cuando se encontr¨® un hermoso paquete de coca¨ªna: ¡°Estaba ah¨ª, delante¡±, dice se?alando un trozo de mar, tan azul y cristalino como cualquier otro. ?bamos tres y encontramos 25 kilos que nos repartimos. Me toc¨® un mill¨®n de pesos (50.000 d¨®lares), jam¨¢s hab¨ªa visto tanto dinero junto. Con eso amuebl¨¦ la casa, me compr¨¦ una moto, otra a mi esposa¡­¡± recuerda. ¡°Normalmente, la gente enloquece y hasta tira el dinero al aire pero yo, que he sufrido carencias, no. Al final el dinero me dur¨® menos de un a?o¡±.

Adem¨¢s del viento, el nuevo aliado de los pepenadores (recolectores) del Caribe es el sargazo, que deja en la orilla un tupido manto vegetal que afea el lugar, da?a los corales, deja sin ox¨ªgeno a los peces y espanta al turismo. El alga que se extiende por el Caribe y angustia a M¨¦xico, Panam¨¢, Rep¨²blica Dominicana y Florida, pero no as¨ª a quienes se aprovechan de las corrientes. ¡°El movimiento que hacen los bancos de sargazo en el agua se?ala por d¨®nde va la corriente y nos ayuda a saber en que parte de la orilla pueden aparecer los paquetes¡±, dice.

El sargazo ayuda en la b¨²squeda de droga
El sargazo ayuda en la b¨²squeda de droga

El Guanaco recibi¨® un mont¨®n de golpes hace dos semanas. Por sus nudillos, en carne viva, se deduce que se defendi¨® como pudo pero fue una paliza en toda regla. Diez personas, entre ellos el alcalde, le patearon hasta dejarlo molido. Y por los silencios en su narraci¨®n, da la sensaci¨®n de que se pas¨® de listo. Estaba trabajando para uno de los capos locales, o lo que es lo mismo, cobrando por playear y buscar en el mar y, por tanto, utilizando la lancha, gastando gasolina y recibiendo algo de dinero adelantado, pero dej¨® a su patr¨®n y se puso a trabajar para otro.

 

¡ª ?Coca¨ªna? ?crack?, ?marihuana? La oferta del abarrotero tatuado no deja lugar a duda, cuando pido un six de cerveza.

En un pu?ado de tiendas del pueblo, adem¨¢s de cerveza, venden coca¨ªna ¡°mojada¡± (salida del mar) a cinco d¨®lares una bolsita del tama?o de una u?a. Por mucho menos es posible comprar una cantidad similar de crack.

En Xcalak la receta local no es el pargo al mojo de ajo, sino la forma de cocinar la coca¨ªna humedecida que llega del mar, un proceso que el muchacho moreno me explica sobre una moto con un gal¨®n de gasolina entre los pies. ¡°Se coloca todo al fuego en una olla grande y se cocina a fuego lento. Hay que moverla continuamente hasta que se evapore el agua y sin quemarla. Despu¨¦s se pone sobre una tabla y vas cortando la coca¨ªna con un cuchillo grande. Los grumos se van deshaci¨¦ndolos con una cuchara¡±, detalla. Para obtener el crack se cocina al ba?o mar¨ªa con bicarbonato de sodio. Por un kilo salido del mar se pagan unos 200.000 pesos (10.000 d¨®lares).

Seg¨²n los expertos, los carteles de Sinaloa, del Golfo y Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG) controlan Canc¨²n, la Riviera Maya y la franja costera de Quintana Roo. Los Zetas, que a?os atr¨¢s extendieron el terror por todo el pa¨ªs, han perdido poder pero conservan peque?as c¨¦lulas en las zonas tur¨ªsticas. En el resto de la regi¨®n han proliferado carteles peque?os, casi familiares, que colaboran en el trasiego.

La mercanc¨ªa que sale de Xcalak se entrega en Chetumal y de ah¨ª viaja hacia el norte o a Canc¨²n, la tercera ciudad donde m¨¢s coca¨ªna se consume del pa¨ªs, seg¨²n la encuesta nacional de adicciones. En la otra direcci¨®n, por una buena carretera, desde la capital de Quintana Roo se tarda unas 12 horas a Veracruz y otras tantas a Bronswille. En solo 24 horas ese kilo deja de valer 10.000 d¨®lares en Xcalak y pasa a costar 60.000 en Texas.

Los restos de dos pecios sobresalen del agua frente al muelle. Muchas embarcaciones con quilla fracasaron en su intento por llegar a Xcalak obviando la barrera coralina. Algo que solo puede lograrse por un ¨²nico punto; con la embarcaci¨®n alineada con los dos faros, un rumbo 283 verdadero y dejando el muelle a babor.

En las calles de Xcalak tambi¨¦n son visibles los restos de tiempos mejores. Los a?os en que ten¨ªa 3.000 habitantes, astillero y hasta una sala de baile. Por aquel entonces, del muelle sal¨ªan ingentes cantidades de caracol de mar, huevos de tortuga, langosta o tibur¨®n para exportar. Una ¨¦poca en que Xcalak ¡°era m¨¢s grande que Chetumal¡±, aclara don Melchor, un anciano de 75 a?os, con el acta de nacimiento n¨²mero 2, que lo acredita como el m¨¢s viejo del lugar. Aquello dur¨® hasta 1955, cuando el hurac¨¢n Janet barri¨® todo y mat¨® a una tercera parte de la poblaci¨®n. "En esa ¨¦poca hab¨ªa mucha gente descargando en el muelle. Incluso hab¨ªa f¨¢brica de hielo y un cine¡±, recuerda se?alando una calle vac¨ªa.

Desde entonces, el pueblo vive de las tres pes, ¡°paseantes, pesca y paquetes¡±, ironiza El Guanaco. Los paseantes que llegan hasta aqu¨ª para practicar el fly fishing o en busca del buceo m¨¢s exquisito se alojan en seis hoteles destinados al turismo internacional, con precios de 120 d¨®lares la noche, que dan trabajo a unas 40 personas. ¡°Pero la pesca cada vez deja menos y los turistas no llegan, as¨ª que hay que esperar a que el mar env¨ªe la suerte¡±, a?ade.

¡°El trabajo principal de este pueblo siempre han sido los cocos, el caracol de mar y la langosta. Pero hay largas ¨¦pocas de veda y cuando en el a?o 2000 se convirti¨® en Reserva Natural se limitaron a¨²n m¨¢s las posibilidades¡±, se lamenta el farero, Jos¨¦ Miguel Mart¨ªn, de 55 a?os, subido a lo m¨¢s alto del enorme foco de luz.

Desde la punta de la construcci¨®n, a unos metros del cuartel de la Marina, se ve con m¨¢s claridad el ir y venir de motos conducidas por adolescentes, que cargan bidones de gasolina en direcci¨®n a los campamentos donde pasan las horas esperando, buscando y cocinando. ¡°?C¨®mo le digo a mi hijo que no vaya, si todos sus amigos en eso andan?¡±, acepta resignado el farero.

?l y su faro, la capitan¨ªa de puerto, la Comisi¨®n Nacional de ?reas Protegidas (Conanp) y una base de la Marina con 10 soldados, son la ¨²nica presencia del Estado en el lugar. Parad¨®jicamente, la instituci¨®n m¨¢s temida y odiada en el pueblo no son los soldados sino la Conanp. Sus cuatro delegados luchan con m¨¢s entusiasmo que medios para que se respete la veda, impedir la pesca furtiva o que se da?e la barrera coralina. Como el municipio no tiene polic¨ªa, cada vez que detectan alguna ilegalidad recurren a los soldados. Y eso, claro, son palabras mayores. En Xcalak da m¨¢s miedo pescar en tiempo de veda que revender un kilo de coca¨ªna.

Seg¨²n la Marina mexicana, cada dos d¨ªas una avioneta de Colombia y Venezuela cruza el espacio a¨¦reo de Quintana Roo. El general Miguel ?ngel Huerta, encargado de la vigilancia del litoral caribe?o, reconoci¨® a los medios que en los primeros cinco meses de este a?o se han detectado al menos 100 vuelos operados por los carteles de la droga.

¡ª ?Y son grandes las fiestas de tu pueblo?

¡ª ?Conoces Ibiza?, responde prepotente El 75, influenciado por todo lo que sale en MTV y la televisi¨®n por cable, el servicio m¨¢s eficiente del pueblo. Para el chamaco de 24 a?os, la mejor fiesta del mundo es celebrar con pedas de tres d¨ªas y disparos al aire la llegada de Semana Santa o que un vecino ¡°paqueti¨®¡±

A Joaqu¨ªn lo apodan El 75 porque es cabez¨®n y tiene las piernas muy largas como el motor de 75 caballos. El chico intenta ser formal en sus paseos con los turistas; llena de agua y refrescos la peque?a hielera, carga con las gafas y las aletas, les ense?a las mantarrayas y los manat¨ªes y les ofrece poner y quitar las veces que haga falta el toldo de la embarcaci¨®n. Pero cuando estos no llegan se une a su grupo de amigos ¡°y busca en el recale¡±. "El recale", tercer neologismo que anoto.

¡°recale¡± (s): acumulaci¨®n de algas en la orilla

Joaqu¨ªn cuenta que su t¨ªo se encontr¨® hace algunos a?os uno de estos ladrillos pero el golpe de suerte termin¨® arruin¨¢ndole la vida. ¡°Porque no sabe leer ni escribir y le enga?aron d¨¢ndole no m¨¢s 70.000 pesos. Luego no tuvo cabeza y gast¨® todo en alcohol y en pendejadas que lo dejaron aun peor¡±.

El 75 maneja con destreza el GPS, el motor y los cabos, pero lo que le averg¨¹enza, lo que de verdad le hace sentir mal, es que no sabe utilizar los cubiertos para comer. Con la inocencia de un ni?o recuerda que recientemente vivi¨® el momento m¨¢s humillante de su vida cuando, durante una comida familiar, sus parientes se dieron cuenta que no sab¨ªa coger el tenedor ni usar el cuchillo para cortar la carne. Pero tiene otras habilidades: puede reconocer al instante a qu¨¦ grupo criminal pertenece la mercanc¨ªa ¡°dependiendo de si trae grabada una calavera, un aka o un escorpi¨®n¡±.

Saliendo del pueblo est¨¢ el cementerio de Xcalak, un terreno de arena de playa ganado al manglar. Todas las tardes, do?a Silvia llega con un machete y una escoba y barre, corta, ordena y adecenta el lugar porque ah¨ª tiene dos hijos enterrados. En el para¨ªso olvidado, el crack cuesta lo mismo que una Coca-Cola y una bolsa de papas fritas, y las consecuencias duermen en el cementerio. M¨¦xico registra un suicidio cada 20.000, seg¨²n cifras oficiales, pero en este pueblo de menos de cien tumbas, hay al menos cuatro. Todos j¨®venes. ¡°En esta tumba hay un chico de 22 a?os que se ahorc¨®; en esa, uno de 23 que tambi¨¦n se colg¨®; en aquella, otro de 25 que se tir¨® de una antena y en aquella otra¡­¡±, se?ala la mujer, mientras camina entre las l¨¢pidas del cementerio m¨¢s bonito y triste del mundo.

Do?a Silvia, en el cementerio m¨¢s bonito y triste del mundo
Do?a Silvia, en el cementerio m¨¢s bonito y triste del mundo

 

Busco al delegado de Xcalak, un cargo similar al alcalde pero con menos competencias, para una entrevista. Al menos una decena de testimonios recogidos apuntan a Luis Lorenzo L¨®pez y a su segundo como los capos del lugar en asociaci¨®n con su compadre, el alcalde de Mahahual, la cabecera municipal. De ellos dicen que son los encargados de comprar, equipar y pagar los campamentos y la mercanc¨ªa. El delegado tiene que salir del pueblo, explica, pero me remite al subdelegado, que vive al final de la calle.

A la sombra de las buganvilias y los cocoteros, dos familias amigas terminan de comer. R¨ªen, bromean y se sacan los restos de comida de la boca con el palillo dental. Una de ellas es la de Enrique Esteban Valencia y la otra, la del alcalde de Mahahual, Obed Dur¨®n G¨®mez. Sobre el mantel de cuadros hay restos de langosta y camarones y cuatro polic¨ªas municipales aguardan de pie con el arma colgada del cuello. No tienen derecho a silla ni a comida familiar, pero interact¨²an con naturalidad con los hombres m¨¢s poderosos de la regi¨®n. Est¨¢n a gusto.

?Qu¨¦ propone para el sargazo? ?Quiere que el Gobierno env¨ªe gente para su limpieza, como proponen los hoteleros?, pregunto al subdelegado.

¡°Que no vengan, esa no es nuestra soluci¨®n, no, aqu¨ª no necesitamos que venga nadie¡±, contesta. Al subdelegado no le hace ni pizca de gracia la posibilidad de que comiencen a llegar cuadrillas de gente extra?a a revolver las playas del pueblo.

?C¨®mo atiende el problema narcotr¨¢fico y el hecho de que los j¨®venes se dediquen a esta actividad?

¡°Yo no lo llamar¨ªa actividad. La gente es libre de caminar por donde quiera. No es un tema que nos incumba, hay autoridades para ello¡±, responde.

Pero es obvio que mucha gente se dedica a playear y su pueblo es un punto importante de entrada de droga.

¡°No s¨¦ de qu¨¦ me habla. Es un tema que no nos incumbe¡±, contesta el alcalde y asiente su compadre.

?Y los campamentos que hemos visto?

¡°No s¨¦ qu¨¦ informaci¨®n trae usted pero no son campamentos. La gente necesita tierra para vivir y si no tiene pues hay que d¨¢rsela¡±, dice el alcalde de Mahahual.

Muchas voces los vinculan con la compra de la mercanc¨ªa encontrada en el mar.

¡°Pueden decir lo que quieran, llamarme narcotraficante o lo que quiera, pero lo que pasa es que estamos haciendo cosas y eso molesta¡±, protesta el subdelegado.

?Qu¨¦ cosas?

"Luchando por nuestros derechos, por dejar de estar abandonados y tambi¨¦n contra la delincuencia".

?Querr¨ªan que hubiera m¨¢s polic¨ªa? ?Quieren la presencia de la Guardia Nacional?

¡°Mire, nosotros vigilamos a nuestra manera¡±, dice Obed Dur¨¢n, que pas¨® de jefe de la polic¨ªa a alcalde de Mahahual hace cuatro meses. ¡°Y hay tres formas de resolverlo [si alguien crea problemas]. Primero, se le da una oportunidad y lo llevamos a un centro de rehabilitaci¨®n sin golpearlo ni nada. Si lo vuelve a hacer, se le advierte y si se vuelve a pasar¡­ pues un saco de cal y me evito muchos gastos¡±, dice con una carcajada tan grande que su compadre se incorpora y golpea la mesa.

?Qu¨¦ propone para el sargazo? ?Quiere que el Gobierno env¨ªe gente para su limpieza, como piden los hoteleros?, pregunto al subdelegado.

¡°Que no vengan, esa no es nuestra soluci¨®n, no, aqu¨ª no necesitamos que venga nadie¡±, contesta. Al subdelegado no le hace ni pizca de gracia la posibilidad de que comiencen a llegar cuadrillas de gente extra?a a revolver las playas del pueblo.

?C¨®mo atiende el problema del narcotr¨¢fico y el hecho de que los j¨®venes se dediquen a esta actividad?

¡°Yo no lo llamar¨ªa actividad. La gente es libre de caminar por donde quiera. No es un tema que nos incumba, hay autoridades para ello¡±, responde.

Pero es obvio que mucha gente se dedica a playear y su pueblo es un punto importante de entrada de droga.

¡°No s¨¦ de qu¨¦ me habla. Es un tema que no nos incumbe¡±, contesta el alcalde y asiente su compadre.

?Y los campamentos que hemos visto?

¡°No s¨¦ qu¨¦ informaci¨®n trae usted pero no son campamentos. La gente necesita tierra para vivir y si no tiene pues hay que d¨¢rsela¡±, dice el alcalde de Mahahual.

Muchas voces los vinculan con la compra de la mercanc¨ªa encontrada en el mar.

¡°Pueden decir lo que quieran, llamarme narcotraficante o lo que quiera, pero lo que pasa es que estamos haciendo cosas y eso molesta¡±, protesta el subdelegado.

?Qu¨¦ cosas?

"Luchando por nuestros derechos, por dejar de estar abandonados y tambi¨¦n contra la delincuencia".

?Querr¨ªan que hubiera m¨¢s polic¨ªa? ?Quieren la presencia de la Guardia Nacional?

¡°Mire, nosotros vigilamos a nuestra manera¡±, dice Obed Dur¨®n, que pas¨® de jefe de la polic¨ªa a alcalde de Mahahual hace cuatro meses. ¡°Y hay tres formas de resolverlo [si alguien crea problemas]. Primero, se le da una oportunidad y lo llevamos a un centro de rehabilitaci¨®n sin golpearlo ni nada. Si lo vuelve a hacer, se le advierte y si se vuelve a pasar¡­ pues un saco de cal y me evito muchos gastos¡±, dice con una carcajada tan grande que su compadre se incorpora y golpea la mesa.

Cae la tarde en Xcalak y una ligera brisa se levanta moviendo las palmeras y las embarcaciones. La traducci¨®n de origen lat¨ªn de ¡°alisios¡± lo describe como ¡°un viento suave y amable¡± que los ingleses tradujeron como trade wings, los vientos del comercio. La facilidad de Xcalak para crear palabras ha logrado tambi¨¦n en este caso refinar el t¨¦rmino fusionando ambas definiciones.

LA CUARTA NACI?N

El oficial del Instituto Nacional de Migraci¨®n (INM) sale de la oficina con la mitad del uniforme reglamentario, el pantal¨®n verde olivo y una camiseta blanca de tirantes. El agente mira de arriba abajo, se frota los test¨ªculos, se toca la barba canosa de varios d¨ªas y vuelve a los test¨ªculos. Est¨¢ sorprendido ante la aparici¨®n de alguien que no es menonita, ni negro ni habitante de La Uni¨®n.

La oficina de migraci¨®n de La Uni¨®n, en Quintana Roo, aparece en la base de datos del INM como un inmueble de dos pisos, con aire acondicionado y una sala de atenci¨®n al p¨²blico. La realidad, a 1.396 kil¨®metros de la capital de M¨¦xico, es que es una mezcla de vivienda, garaje, oficina y gallinero, donde la tecnolog¨ªa m¨¢s avanzada son un cuaderno, un ventilador y la mano en los test¨ªculos, ahora con la pluma.

¡°?Va a pasar a Belice? Pero si ah¨ª no hay nada¡±, se responde a s¨ª mismo.

Lo que el agente llama ¡°nada¡± es un pa¨ªs de 370.000 personas que hablan ingl¨¦s y creole y que reconocen a la reina Isabel II de Inglaterra como cabeza del Estado. Adem¨¢s, a esa misma hora, de ese lado, se celebra el funeral de Henry, un buen tipo que muri¨® de dos machetazos en la cabeza y al que sus amigos menonitas conoc¨ªan como El Happy.

¡°Del otro lado no hay nadie para sellarte la entrada a Belice¡±, dice el oficial, ¡°as¨ª que, si vas aqu¨ª cerca, pasa as¨ª no m¨¢s¡±.

En el tiempo que dura la conversaci¨®n, por este frondoso lugar de calor y moscas, han pasado de M¨¦xico a Belice, sin m¨¢s documentos que levantar la ceja una pareja con una bicicleta, cuatro mujeres cargadas con productos de limpieza y un joven con la camiseta del FC Barcelona y una caja de cerveza. Y, en sentido contrario, una familia de menonitas y otro menonita m¨¢s con su ch¨®fer negro. A 18 horas en coche de la capital, en la triple frontera que comparten M¨¦xico, Belice y Guatemala, el registro migratorio se resuelve por ¡°tu cara me suena¡±.

La Uni¨®n es el ¨²ltimo pueblo importante de Quintana Roo ¡ªimportante quiere decir que tiene tienda de abarrotes, iglesia, una oficina p¨²blica (la del INM) y una base de la Marina¡ª en el conocido como ¡°camino blanco¡±, por ser uno de los lugares favoritos de la regi¨®n para el paso de coca¨ªna desde el Caribe hacia Estados Unidos.

Una carretera que avanza por el lado mexicano en paralelo al R¨ªo Hondo en la que hay m¨¢s de 30 comunidades distribuidas en 100 kil¨®metros, donde la naturalidad fronteriza se impone al pasaporte. Una ribera que cientos de familias recorren y cruzan cada d¨ªa para ir a clase, visitar a un familiar, enamorarse o comprar m¨¢s barato, desde antes de que se llamara contrabando.

En Cocoyol, una de esas comunidades dedicadas a la milpa y a la ca?a de az¨²car, me encuentro a Carmen Mart¨ªnez, de 48 a?os, y Jos¨¦ Jones, de 47, que bajan de un cayuco de madera que llega de Belice. Un trayecto que se cubre de una pedrada. El ¡°matrimonio Jones¡±, como se presenta, personaliza la perfecta definici¨®n de mestizaje.

Mexicanos y belice?os cruzan a diario el R¨ªo Hondo para realizar compras o visitar familiares
Mexicanos y belice?os cruzan a diario el R¨ªo Hondo para realizar compras o visitar familiares

?l, belice?o, tiene la piel caf¨¦, es robusto y musculoso y de profesi¨®n ¡°yerbatero¡±, cura con plantas y ra¨ªces a sus vecinos enfermedades como la neumon¨ªa, el reuma o las picaduras de reptil. Ella, mexicana, es menuda, tiene los ojos profundos y vende ropa de segunda mano a uno y otro lado. Se conocieron cuando Jos¨¦ cruz¨® para jugar un partido de f¨²tbol. Se gustaron, se casaron y se fueron a vivir a Belice porque los salarios son mejores, pero llegan cada d¨ªa a comer con la familia.

¡°Mi hija estudi¨® el colegio en ingl¨¦s del otro lado (Belice) y ahora trabaja en un hotel en Canc¨²n¡±, dice Carmen, orgullosa de criar una hija en un mundo biling¨¹e.

Para cruzar de un lugar a otro ¡°nadie controla el paso¡± pero a veces la Marina, ¡°te lo pone complicado cuando, por ejemplo, traes un animal vivo, como un cochinito para Navidad, por lo que es mejor avisar antes a los soldados¡±, explica a pocos pasos de la base militar.

Sobre lo que le gusta de uno y otro pa¨ªs, critica la brutalidad que ha hecho tristemente famosa a la polic¨ªa de Belice. ¡°En M¨¦xico hay m¨¢s cuidado por los derechos humanos. Hasta para la corrupci¨®n y las mordidas hay un ritual, pero en Belice les da igual y los agentes te extorsionan y te sacan el dinero delante de todo el mundo¡±, resume Carmen.

A lo largo de la ruta hay infinitos accesos sin control como el de Cocoyol. Pero si quiere ¡°actividad¡± vaya a San Francisco Botes, sugiere otro joven que la describe como ¡°la Tijuana de R¨ªo Hondo¡±.

Rodeada de un frondoso verde, en los l¨ªmites de la Reserva de la Biosfera de Calakmul, la localidad, de 400 habitantes, nada tiene que ver con Tijuana. Sin embargo, acierta al describirla como el principal lugar de paso entre los dos pa¨ªses de mercanc¨ªas, animales y personas sin control alguno. Cuando llego a media ma?ana al embarcadero de Botes, la sensaci¨®n es que alguien apag¨® la m¨²sica de repente. Y todos dejan de hacer lo que estaban haciendo con la llegada del extra?o: el joven que descargaba cajas silba al cielo, el lanchero mira al suelo y la mujer que bajaba mercanc¨ªa del pickup vuelve al carro y cierra la puerta para evitar preguntas inc¨®modas.

Las fronteras entre pobres son un espacio pr¨¢ctico que tiene que ver con la supervivencia, el amor o el cochinito en Navidad. Donde el d¨ªa a d¨ªa se impone a los s¨ªmbolos patrios. Un lugar de cruce e intercambio donde el lanchero es el taxista de Acapulco o Reynosa; el hombre que mejor calla y nunca pregunta si lo que transporta son campesinos, migrantes o armas.

La discreci¨®n es el mejor remedio en una zona donde, en el ¨²ltimo a?o, cayeron entre los ca?averales una decena de ¡®narcoavionetas¡¯, seg¨²n la prensa local que lleva el conteo de los hallazgos. Un remoto paraje donde el zumbido nocturno de las Cessna, las Rockwell o los Jet con las luces apagadas es un soniquete frecuente sobre la cabeza, que llega acompa?ado en tierra de una eficaz red de colaboradores que provee combustible junto a las pistas clandestinas. Cuando en marzo la Marina localiz¨® la ¨²ltima avioneta, a pocos kil¨®metros de aqu¨ª, entre la maleza hab¨ªa tambi¨¦n dos camionetas con mil litros de turbosina. El caso m¨¢s reciente y descarado sucedi¨® en diciembre, cuando una avioneta aterriz¨® suavemente a las 3:30 en el aeropuerto internacional de Chetumal. Cuando la seguridad del recinto reaccion¨®, los dos pilotos ya hab¨ªan escapado saltando la barda y abandonado en la pista un Jet Hawker para 15 pasajeros con una tonelada y media de coca¨ªna

¡°Claro que se escuchan avionetas a diario", me dice apoyado en la puerta de su oficina el agente de La Uni¨®n, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias de sus superiores. "En este lado de la frontera pasa de todo sin que nadie haga nada. Pero no crea, lo gordo no cruza por aqu¨ª delante¡±, advierte cuando aparece un hombre con una caja de cerveza mexicana en cada mano caminando hacia Belice. ¡°Ah¨ª mismo¡±, se?ala con la barbilla ¡°van y vienen los veh¨ªculos tranquilamente¡±, dice sobre el espacio seco en el rio que tiene delante, a 50 metros del cuartel.

Para el agente aduanero, cabreado con su instituci¨®n y con la vida, el incremento de la actividad delictiva en la zona tiene que ver con el nuevo presidente de M¨¦xico, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador.

Matadero de pollos y plantaciones de arroz cultivadas por inmigrantes irregulares mexicanos
Matadero de pollos y plantaciones de arroz cultivadas por inmigrantes irregulares mexicanos

Desde que lleg¨® al poder en diciembre de 2018, el mandatario ha puesto en la mira al Instituto de Migraci¨®n, al que su secretario, Alejandro Encinas, calific¨® ¡°como el cuerpo m¨¢s corrupto de M¨¦xico¡±, que es algo as¨ª como licenciarse cum laude de franc¨¦s en la Sorbona. Desde entonces, han sido expulsados 67 funcionarios de su oficina en Chetumal y en lugares como Tapachula (Chiapas) la putrefacci¨®n era de tal dimensi¨®n que el gobierno, directamente, decidi¨® cerrar la estaci¨®n migratoria completa, dejando a cientos de migrantes en un limbo.

¡°Nos han humillado y ofendido. Nos han expulsado sin explicaciones a muchos compa?eros y as¨ª no se vale¡±, protesta. El oficial extra?a los tiempos de la mano dura cuando hab¨ªa ¡°operativos sorpresa¡± y participaba en redadas para detener centroamericanos. Aunque las cifras confirman que esos tiempos han regresado ¡ªen los meses de abril y mayo de 2019 las deportaciones de migrantes fueron un 68% superiores a las de Enrique Pe?a Nieto en el mismo periodo del a?o anterior¡ª el agente culpa del descontrol fronterizo a la pol¨ªtica de ¡°puertas abiertas¡± de L¨®pez Obrador y a la llegada de caravanas de migrantes que, dice, "extienden virus y enfermedades por los pueblos que pasan¡±.

 

Al otro lado del r¨ªo, del lado belice?o, dos enormes agentes negros sin camisa se parten de risa viendo una serie en la garita aduanera de Blue Creek. Es una austera caseta prefabricada con una mesa, una televisi¨®n y un sill¨®n descosido en el que los gigantones siguen su cap¨ªtulo favorito con la pistola y el mando a distancia apoyados en el descansabrazos.

¡°Si solo va a estar en zona de los menonitas lets¡¯go, let¡¯s go¡±, grita uno de ellos mezclando idiomas y agitando la mano en el aire. Sin apartar la mirada de la pantalla, el imponente negro abre la puerta a un nuevo mundo y una de las im¨¢genes m¨¢s contrastantes de la frontera.

A un lado, La Uni¨®n, el ¨²ltimo pueblo de M¨¦xico es ca¨®tico, cat¨®lico, rural, algo sucio, trabaja la ca?a de az¨²car y bebe cerveza como si fuera agua. Al otro, Blue Creek, el primero de Belice, es conservador, eficaz, tecnificado, protestante, habla alem¨¢n antiguo y es imposible conseguir una gota de alcohol. Un desconcertante lugar que deb¨ªa de ser de otra manera.

Repartidos por pa¨ªses como Canad¨¢, M¨¦xico, Paraguay o Bolivia, los menonitas son una variante protestante surgida en el siglo XVI, con m¨¢s de un mill¨®n de creyentes en Am¨¦rica Latina. Una corriente pacifista que naci¨® en lo que hoy es Suiza, Alemania y Polonia que ha vivido perseguida y emigrando por pa¨ªses como Francia, Rusia o Canad¨¢ desde su ruptura en 1536 con la Iglesia Cat¨®lica y la Reforma Luterana.

Blue Creek no es un pueblo como tal, es una comunidad de 800 familias menonitas que viven en casas estilo estadounidense, con porche y tejado a dos aguas, dispersas entre campos perfectamente cultivados y comunicados entre s¨ª por carreteras de pavimento e iluminaci¨®n impecable. En Blue Creek, que tiene 20 kil¨®metros de punta a punta, no hay gente caminando, ni un papel en el suelo ni un borracho ni una plaza ni un Ayuntamiento ni un bar. Hasta donde se pierde la vista todo son mataderos de pollo y plantaciones de arroz, frijol, palma africana o caoba. En la ¨²nica tienda del pueblo, que hace de banco y centro c¨ªvico, todos, blancos pecosos, casi transparentes, y alg¨²n trabajador salvadore?o, se saludan al cruzarse.

Blue Creek est¨¢ hermanado con otras dos comunidades menonitas, Shipyard y Spanish Lookout, en las que viven unas 3.000 familias. Ambas de corte ultraconservador han renunciado a la electricidad y se mueven en carros de caballos.

Pocas fronteras en el mundo han dado tanto juego visual como la que separa a Estados Unidos y M¨¦xico. En lugares como Ciudad Ju¨¢rez y El Paso o Tijuana y San Diego, las casas de l¨¢mina se levantan hacinadas frente a campos de golf trazados con escuadra y cartab¨®n. A 3.600 kil¨®metros de distancia de esa frontera, en la que separa La Uni¨®n de Blue Creek, se repite la imagen: uno de los lugares m¨¢s abandonados de M¨¦xico frente a uno de los m¨¢s eficaces del mundo. En esta remota esquina se repite la escena de trabajadores mexicanos huyendo entre las plantaciones de arroz al vernos llegar, pensando que quienes aparec¨ªan no eran los periodistas de EL PA?S y El Faro sino la migra belice?a para detenerlos.

Menonitas, el lunar blanco de la frontera

Un menonita de Shipyard se transporta en su carreta tirada por un caballo.
Johan, un menonita de 33 a?os de la comunidad de Shipyard, trabaja con el torno en Orange Walk (Belice).
La familia Dick comparte una tarde de domingo en su casa de Shipyard, comunidad que acoge a 4.000 menonitas.
Aganeta limpia las ventanas de su casa en una comunidad en la que las mujeres tienes poca interacci¨®n con los forasteros.
Los guatemaltecos ?scar Ram¨ªrez, de 68 a?os, y Sara P¨¦rez, de 40, trabajan instalando los cercos de un potrero menonita.
El emigrante guatemalteco Herbert Villafuerte, de 22 a?os, trabaja en un aserradero de menonitas en Shipyard.

Al pa¨ªs caribe?o los menonitas llegaron hace casi 60 a?os, con una mano delante y otra detr¨¢s, procedentes de Chihuahua (M¨¦xico). El Gobierno de Belice, cuando todav¨ªa se llamaba Honduras Brit¨¢nica, les dio en la ¨²ltima punta del pa¨ªs m¨¢s de 85.000 acres (casi 35.000 hect¨¢reas) de frondoso monte cubierto de ceibas, mangos y caobas de las que ya no quedan ni las raspas.

A cambio de tierras y de autonom¨ªa, se pusieron a producir como locos y hoy son el motor alimentario del pa¨ªs. Los menonitas producen el 95% del pollo que se come en Belice y el 80 % del ma¨ªz, arroz, frijol y sorgo. Paralelamente son un mundo aparte que opera con independencia religiosa, fiscal y educativa donde los ni?os reciben clase en alem¨¢n del medievo. Cuentan adem¨¢s con su propio sistema de salud, de polic¨ªa, una red de carreteras y hasta una peque?a central el¨¦ctrica.

Pero el poder que ha ganado un pu?ado de familias que parecen reci¨¦n desembarcadas de Europa Central, despierta desconfianza entre la clase gobernante de Belice, poco dada a las sorpresas econ¨®micas que no vengan de Gran Breta?a. ¡°Somos conscientes de que provocamos recelo y envidia y quieren restarnos independencia¡±, admite Rub¨¦n Fonseca, alcalde de Blue Creek. Para intentar terminar con ello, el narcotr¨¢fico es tambi¨¦n un buen argumento.

Las avionetas que entran por el Caribe encuentran en estos campos perfectamente labrados el lugar ideal para aterrizar y abastecerse y, desde enero de 2019, al menos una avioneta aparece calcinada cada mes en el pueblo, confirma Fonseca.

Rub¨¦n Fonseca es, adem¨¢s de alcalde, accionista de la poderosa Caribean Chicken, que produce un tercio de los pollos que come el pa¨ªs. Pero llega a la entrevista con las manos sucias del matadero, la camisa de cuadros manchada de aceite y las botas de trabajo. Pertenece a los menonitas modernos ¡ªlos que usan celular, autom¨®vil y descargan aplicaciones¡ª y es padre de tres ni?os rubios que parecen salidos de un anuncio de perfume.

Fonseca admite que hay varios menonitas detenidos por narcotr¨¢fico y que el asunto da?a la reputaci¨®n de la comunidad. ¡°Pero esto supera a nosotros y a los propios Gobiernos de los pa¨ªses. Cuando escuchar que se estrella avioneta no hacemos nada, dejamos quemar todo y ni metemos en eso¡±, explica en un ex¨®tico idioma que mezcla ingl¨¦s de Hollywood, espa?ol aprendido con los campesinos y alem¨¢n de la ¨¦poca de Menno Simons, el fundador muerto en 1561.

¡°En los a?os 70 y 80 esto era una locura¡±, recuerda en referencia a los a?os en que el mexicano Amado Carrillo Fuentes, El Se?or de los Cielos, o el colombiano Pablo Escobar descubrieron que las avionetas peque?as eran la mejor forma para meter una tonelada de coca¨ªna en M¨¦xico o Estados Unidos, volando tan bajo y sin luces, que no pod¨ªan ser detectadas por los radares. ¡°Aquello frenar en los a?os noventa, pero ahorita la zona ha vuelto a activar¡±, dice Fonseca, se?alando la perfecta carretera de dos kil¨®metros que divide como el cuchillo a la mantequilla los campos de cebada. ¡°Se han visto hasta dos avionetas repostar en nom¨¢s en un d¨ªa¡±, explica.

Fonseca admite que el lugar es perfecto para una operaci¨®n que se resuelven en cuesti¨®n de minutos: el piloto env¨ªa las coordenadas, una cuadrilla ilumina la pista con botes y trapos empapados en gasolina, la avioneta aterriza, descarga y en poco tiempo la mercanc¨ªa est¨¢ del lado mexicano rumbo a Esc¨¢rcega y el Golfo de M¨¦xico, uno de los principales puntos de paso de drogas y migrantes.

Abraham Rempel, otro de los hombres exitosos de la comunidad, viste jeans y una camisa desgastada. Es piloto y el propietario de una de las empresas que fumiga los campos menonitas. Rempel reconoce que es tentador trabajar para el narco y conoce varios casos de pilotos formados por ¨¦l de quienes nunca se ha vuelto a saber nada. Rempel explica que hasta Blue Creek llegan dos tipos de avionetas: ¡°Las King Air, que cubren cortas ¨¢reas y aterrizan en pista de menos de kil¨®metro, y los Jet, con mayor speed pero menos autonom¨ªa, y que necesitan pista larga que solo encuentran aqu¨ª¡±, explica en su precario espa?ol.

 

¡°Al Happy no le habr¨ªa gustado esto¡±, dice una de sus mejores amigas durante su funeral. Amortajado, metido en una caja y con el rictus blanqueado por el polvo de arroz, Henry, de 34 a?os, tiene el peor apodo para ser el protagonista de un velorio. Si se incorporara ahora mismo y echara un vistazo a su alrededor ver¨ªa a una anciana quit¨¢ndole las moscas de la cara con un plumero, otras cuatro llorando y cien hombres de negro repitiendo una oraci¨®n mortuoria del siglo XVI. El trabajo de taxidermista de las ancianas impedir¨ªa que se le vieran las dos brechas de machete en el cr¨¢neo.

En 1966 las comunidades menonitas del norte de Belice se dividieron entre Blue Creek y Shipyard, f¨ªsicamente vecinas, pero socialmente diferenciadas. La primera, de unas 800 familias, eran partidarias de la modernidad, las nuevas tecnolog¨ªas y la industrializaci¨®n del campo. Las segundas, de unas 3.000, optaron por la l¨ªnea ortodoxa, y ni la compa?¨ªa el¨¦ctrica ha podido llevar la luz al pueblo.

Funeral de 'El Happy', menonita muerto a machetazos
Funeral de 'El Happy', menonita muerto a machetazos

En Shipyard utilizan ruedas de hierro, velas para iluminarse, le?a para cocinar, animales para trabajar el campo y la m¨²sica est¨¢ prohibida. No hace falta decir que en el lugar m¨¢s aburrido del mundo no hay un cine, una biblioteca ni un parque, y el principal delito de la juventud es utilizar el celular a escondidas. De todo esto hab¨ªa huido El Happy hace muchos a?os cuando conoci¨® gente que tocaba la guitarra o escuchaba la radio, recuerda su amiga frente al ata¨²d.

La llegada al funeral es un viaje en el tiempo, la escenograf¨ªa perfecta de una pel¨ªcula de ¨¦poca. Decenas de carros tirados por caballos esperan a la entrada. Fuera, aguardan un mont¨®n de ni?os muy blancos, rubios, bien peinados y vestidos con petos. No gritan, no juegan, no corren y no tiran del pelo al resto de ni?os. Visten camisas de manga corta a las que les cosieron dos mangas extra para que hoy fuera de manga larga. Las mujeres usan tocados y largos vestidos negros de fieltro con medias, sin importar los 40 grados de temperatura. Dentro, los hombres de tirantes y camisa abotonada hasta el cuello, con los cachetes rojos por el sol y las manos grandes del campo, recitan junto al cad¨¢ver pasajes del Gesangbuch, el libro de oraciones.

Nadie quiere explicar qu¨¦ pas¨® con El Happy. Solo se sabe que recibi¨® dos machetazos en la cabeza y que despu¨¦s apareci¨® abandonado en un canal de riego. Si andaba metido en l¨ªos de drogas, si fue la borrachera o su mala cabeza nadie quiere hablarlo ni investigarlo ni saberlo.

Mientras tanto, el soniquete f¨²nebre entra en su sexta hora sin alteraci¨®n de ritmo ni cadencia. El silencio menonita extiende su manto. Su supervivencia va en ello.

MIEDO EN TIERRA FIRME

El taxista mueve el volante del viejo Toyota por Puerto Barrios con los brazos r¨ªgidos como bates de b¨¦isbol y sin apartar la vista del espejo.

¡°Mire, no estoy para pendejadas¡±, vuelve a musitar al pasaje entre dientes.

La puerta no cierra, el cristal delantero tiene dos grietas unidas con cinta canela y del hueco de la radio asoman un pu?ado de cables. Pero Adri¨¢n me exige que no cierre de golpe, pagar con cambio y no da?ar con los pies las vestiduras de un veh¨ªculo que parece salido de la zona cero de Alepo.

El conductor suda mucho y solo aparta la mirada del espejo para frotarse la cara con la manga de la camiseta. El ¨²nico gesto amistoso de la tarde es para otro taxista, a quien le dedica un toque de claxon y un movimiento con la mano cuando se cruzan. La simpat¨ªa caribe?a jam¨¢s subi¨® a este taxi y el hombre se enfada un poco m¨¢s por lo que considera un rumbo absurdo. Y, en realidad, lo es.

Los dos hombres que acaban de intercambiar saludo y claxon participaron hace tres meses en una paliza multitudinaria en la que, a pocas calles de aqu¨ª, fueron apedreados y pateados hasta la muerte dos malandros. El lunes 18 de febrero de 2019 ambos taxistas formaban parte del grupo de entre 500 y 700 personas que aplaudieron la llegada de la traca final como la ca¨ªda del tel¨®n tras un espect¨¢culo.

Ese momento lleg¨® casi a las nueve de la noche, cuando despu¨¦s de recibir todas las patadas imaginables, el espont¨¢neo lanz¨® una cerilla sobre el cuerpo ba?ado en gasolina de Oliver Gonz¨¢lez. Cuando del chico de 18 a?os ya solo quedaba un tronco carbonizado que daba espasmos en el asfalto, se acercaban a ¨¦l para escupirle y gritarle ¡°?ratero!¡±. Desde m¨¢s atr¨¢s, los menos violentos, gritaban ¡°?s¨ª se puede!¡± y grababan la escena con su tel¨¦fono.

En la mel¨¦ de al lado, los taxistas se cebaban con V¨ªctor Reyes, de 19 a?os. Lo hab¨ªan arrastrado de los pelos, saltado en el est¨®mago y golpeado con una se?al de tr¨¢fico y un ladrillo. La ¨²ltima media hora, la masa pate¨® la cabeza como un bal¨®n de rugby. La llegada de su padre tampoco fren¨® al medio millar de taxistas, vecinos y espont¨¢neos. Cuando el anciano tom¨® un machete y se interpuso entre el muchacho y las bestias, su hijo era un gui?apo que agonizaba ensangrentado. Al hombre la valent¨ªa le dur¨® lo que tardaron en gritar: ¡°?Quemen al viejo tambi¨¦n!¡±.

Hace seis meses lleg¨® a la ciudad la violenta pandilla Barrio 18 y comenz¨® a exigir a los taxistas el pago de cuotas semanales, explica en la comisar¨ªa el jefe de la polic¨ªa. As¨ª que, uno a uno, los l¨ªderes gremiales fueron recibiendo el aviso, siempre de la misma forma: un tipo desde una moto se coloca en paralelo al conductor y le lanza un tel¨¦fono barato y dice una frase: ¡°Pilas, que ah¨ª te van a hablar al rato¡±

Despu¨¦s de tres meses resisti¨¦ndose, finalmente los mil taxistas accedieron y pactaron una primera entrega a la pandilla de 150.000 quetzales (20.000 d¨®lares), correspondientes al abono de 150 quetzales (20 d¨®lares) por semana y coche. El pago era, en realidad, una trampa para atrapar a los extorsionadores cuando recogieran el dinero. Y lo lograron. Y los entregaron a la polic¨ªa.

Pero los que quer¨ªan m¨¢s, los que ped¨ªan venganza y no justicia, empezaron a calentar la emisora interna y los grupos de WhatsApp diciendo que los iban a liberar por falta de pruebas. Entonces la gente comenz¨® a llegar a la estaci¨®n de polic¨ªa y a agolparse frente a la valla met¨¢lica. Y aquello fue subiendo de tono hasta que finalmente se llevaron de los pelos a los hampones para entreg¨¢rselos a la multitud.

Tres meses despu¨¦s del linchamiento, al lugar ha regresado el bochorno y la naturalidad tropical. Por momentos, hasta el veh¨ªculo parece haberse contagiado de la calma chicha. Hasta que, a las nueve menos cuarto de la noche, el hombre que solo sabe rega?ar, frena en seco y suelta por fin todo lo que lleva dentro:

"Mire, amigo, yo por esas calles ya no voy. Y otra cosa, yo ya no le puedo trabajar m¨¢s. Aqu¨ª terminamos".

?Por?

"Por la hora", zanja.

Tras el linchamiento, la respuesta de la pandilla fue iniciar una cacer¨ªa de taxistas. A trav¨¦s de un mensaje en Facebook firmado por El Barrio 18, la pandilla amenaz¨® con matar ¡°uno a uno a esos hijos de puta de taxistas¡± y anunci¨® un toque de queda desde las siete de la tarde, bajo la amenaza de que acabar¨ªan con cualquiera que circulara despu¨¦s de esa hora.

La amenaza tard¨® poco en concretase, apenas unos d¨ªas, y de las motos dejaron de salir tel¨¦fonos y empezaron a salir balazos a la cabeza. Un atentado cada 15 d¨ªas que han dejado cuatro conductores muertos y otros dos m¨¢s entre la vida y la muerte. Exigen la cabeza de los l¨ªderes de los taxistas. Cuando uno de ellos rechaz¨® la entrevista, aquel hombre del tama?o de un armario lo hizo llorando. Llevaba tres meses sin salir de casa. ¡°Los pandilleros me quieren matar, la polic¨ªa me quiere detener y ya ni trabajo tengo para mantenerme¡±, sollozaba.

Antes de pisar el acelerador y despedirse con un gru?ido, Adri¨¢n, que pidi¨® cambiar su nombre a cambio de poder contar su historia, vuelve a secarse el sudor. Lleva dos horas sin perder de vista cada moto que aparece en el retrovisor. Ahora tambi¨¦n suda el pasaje. Los finlandeses tienen 40 palabras para nombrar la nieve y los pintores reconocen 105 tipos de rojo. En la ciudad m¨¢s sofocante de Guatemala, el calor tambi¨¦n tiene muchas tonalidades.

 

Puerto Barrios, en la costa Caribe de Guatemala, entre Belice y Honduras, es la ciudad m¨¢s grande del departamento de Izabal, a cinco horas en coche de la capital. Una ciudad hostil y polvorienta de unos 260.000 habitantes, que en los ¨²ltimos a?os aparece siempre en el grupo de las diez ciudades m¨¢s violentas de Guatemala. Es tambi¨¦n cabecera municipal de lugares como Morales, el Estor o Livingston, donde la m¨ªstica portuaria qued¨® sepultada por ingredientes m¨¢s mundanos como el ir y venir de camiones, el narcotr¨¢fico y la corrupci¨®n. Una urbe de ¡°clima enfermizo¡±, como lo defini¨® la misi¨®n de exploradores enviada por el gobierno en 1902 para describir aquel remoto lugar con temperaturas de 40 grados y una humedad del 90%.

Puerto Barrios es una ciudad plana y difusa donde las calles terminan en el mar. El mercado es el centro vital de una mancha construida con viviendas a medio terminar de las que asoman varillas de hierro con una botella de refresco en la punta. En Puerto Barrios no hay una construcci¨®n de m¨¢s de tres alturas, ni una escalera mec¨¢nica y los lugares de esparcimiento son Pollo Campero y el diminuto malec¨®n donde los ni?os juegan a la sombra de los contenedores de Chikita, la multinacional bananera. La vida de Barrios gira en torno a dos puertos, uno p¨²blico, Santo Tom¨¢s de Castilla, y uno privado, construido por la United Fruit Company, que dan empleo directo a unas 5.000 personas. Las principales calles son un continuo rugido de camiones sacando pl¨¢tano, palma africana y n¨ªquel, 24 horas los 365 d¨ªas del a?o, y metiendo pl¨¢sticos de Colombia o veh¨ªculos siniestrados de Estados Unidos para la reventa.

Puerto Barrios podr¨ªa haber sido un lugar paradisiaco, rodeado de selvas, bah¨ªas, islotes de arena blanca y aguas cristalinas, pero m¨¢s de la mitad de las calles est¨¢ sin asfaltar y el agua y la luz se van con la naturalidad con la que llegan las olas. En la puerta de Guatemala al Caribe es m¨¢s f¨¢cil morir atropellado por un cami¨®n de 28 toneladas que por la ca¨ªda de un coco en la cabeza.

Barrios es el remate feo a la ¨²nica salida de Guatemala hacia el Atl¨¢ntico. Un tramo de 148 kil¨®metros de costa entre Honduras y Belice, a seis horas de la frontera con M¨¦xico, clave en el trasiego entre Centroam¨¦rica y las islas del Caribe.

A la importancia del puerto se suma una topograf¨ªa tan recortada como el encefalograma de un desquiciado. Infinitas entradas y salidas de la costa, camufladas por las palmeras, la caoba y las ceibas, que hacen de este lugar un punto obligado de escala y llegada de las avionetas y las lanchas en la revitalizada ruta de la coca¨ªna que une el Caribe con M¨¦xico a trav¨¦s a trav¨¦s de R¨ªo Dulce y Pet¨¦n.

A mediados de los a?os ochenta, m¨¢s del 75% de la coca¨ªna incautada que iba hacia EE.UU. era interceptada en el Caribe. Sin embargo, la regi¨®n hab¨ªa perdido importancia desde la ¨¦poca del cartel de Medell¨ªn, cuando Pablo Escobar usaba el Cayo Norman en las Bahamas para que repostaran los aviones con destino a Estados Unidos.

El volumen de droga que pasa por el Caribe descendi¨® hasta el 10% en el a?o 2010, seg¨²n la DEA, la agencia antinarc¨®ticos de EE.UU.

Sin embargo, el Departamento de Estado considera que la ruta vive una segunda juventud y en los ¨²ltimos a?os se ha cuadriplicado el flujo de drogas gracias al protagonismo de Rep¨²blica Dominicana y Venezuela.

Estados Unidos considera que por Guatemala pasa cerca del 80% de la coca¨ªna que consumen y que el pa¨ªs centroamericano apenas captura el 0,5 %, seg¨²n los datos proporcionados por el presidente Jimmy Morales, que ha calificado de ¡°r¨¦cord¡± las cantidades de droga incautadas desde que lleg¨® al poder en 2016.

Ese mismo a?o, la conocida narcotraficante Marllory Chac¨®n declar¨® en una corte de Florida que sus antiguos socios, Los Lorenzana, uno de los clanes familiares que han dominado tradicionalmente el narcotr¨¢fico en Guatemala, recibieron al menos cinco cargamentos de coca¨ªna de entre una y dos toneladas en su finca de Puerto Barrios. La droga llegaba en lanchas r¨¢pidas desde Colombia tras una parada en Panam¨¢ para repostar. Gracias a aquella confesi¨®n Chac¨®n, que hab¨ªa sido condenada a 12 a?os de c¨¢rcel en EE.UU. logr¨® su libertad en marzo.

Puerto Barrios es tambi¨¦n uno de esos lugares f¨¢ciles escogidos por los grupos criminales en EE.UU. para introducir armas en Centroam¨¦rica, la regi¨®n m¨¢s violenta del mundo. En 2016 y 2017 la agencia tributaria (SAT) report¨® el decomiso de m¨¢s de una decena de contenedores provenientes de EE. UU. y Panam¨¢ al puerto Santo Tom¨¢s de Castilla con fusiles, rifles, armas cortas y munici¨®n, lo que hace de Izabal el segundo Departamento donde m¨¢s armas fueron incautadas en el pa¨ªs despu¨¦s de la capital, seg¨²n el SAT.

En sentido contrario, Puerto Barrios es importante por la salida de miles de animales ex¨®ticos, el tercer negocio il¨ªcito que m¨¢s dinero deja despu¨¦s de armas y drogas. Una guacamaya roja de Belice o Guatemala, dos de los pa¨ªses con mayor biodiversiad del mundo, puede llegar a costar 3.000 d¨®lares en el mercado negro previo acuerdo entre comprador y vendedor v¨ªa Internet, seg¨²n la Wild Conservation Society (WCS).

¡°La geograf¨ªa del lugar est¨¢ muy cabrona y estas aguas est¨¢n casi siempre en calma. Son ideales para moverse en la noche. Solo en el ¨¢rea que tenemos delante", dice el polic¨ªa, se?alando la bah¨ªa de Manabique, "hemos contabilizado hasta 98 accesos f¨¢ciles para las descargas. Y para vigilar todo esto, han comprado m¨¢s patrullas s¨ª, pero ni una barca, ni una moto¡±, a?ade mirando al fondo las luces de Puerto Castilla. El agente de Barrios, un oficial de rango medio con 15 a?os en el cuerpo, hastiado de tener que hacer ¨¦l mismo los arreglos mec¨¢nicos a la patrulla, me acompa?a a hacer una ronda nocturna de cabotaje a cambio de no mencionar su nombre.

Durante la misma entramos por una de las calles del barrio El Estrecho, donde la polic¨ªa entra de refil¨®n, no por violento, sino porque ni siquiera tiene motos para hacerlo por el barro. Construcciones al borde del mar, con calles de tierra y sin servicios b¨¢sicos donde las familias pasan las horas en la silla a la puerta de casa. Con una mezcla de resignaci¨®n y orgullo, el agente recuerda que a Puerto Barrios ¡°le vale madre lo que pase en la capital, porque aqu¨ª miran hacia los pa¨ªses del Caribe con los que hace frontera¡±.

?Es cierto que han llegado las pandillas como dice la versi¨®n oficial?, pregunto en referencia al Barrio 18.

"No, la mayor¨ªa son las bandas de siempre que van cambiando de nombre", responde.

 

A pocos kil¨®metros de Puerto Barrios, en las localidades de R¨ªo Dulce o en Livingston, cientos de j¨®venes mochileros de todo el mundo r¨ªen, beben y llenan los restaurantes tur¨ªsticos. Pero Puerto Barrios ha quedado excluido de la privilegiada ruta y escupe al visitante. Pocos quieren quedarse en un lugar por el que pasan mil camiones diarios de 28 toneladas y en el que el ¨²nico hotel decente es de la ¨¦poca de Tarz¨¢n, as¨ª que los turistas m¨¢s valientes llegan al embarcadero y salen corriendo hacia el otro extremo de la bah¨ªa.

La tripulaci¨®n de los buques, conformada por filipinos, liberianos o chinos, ni siquiera desciende para no ser asaltados. El trapicheo y la magia de los muelles, las cantinas y los burdeles fueron fagocitados por grandes gr¨²as que vac¨ªan un carguero en seis horas.

El puerto Santo Tom¨¢s de Castilla es una miniciudad que opera 24 horas al d¨ªa y genera 2.500 puestos de trabajo directos y otros tantos indirectos. Donde las gr¨²as con sus enormes brazos se mueven fren¨¦ticamente de lado a lado levantando cajas que colocan una a una sobre las decenas de camiones que esperan en fila india.

Desde los a?os setenta, los puertos del Atl¨¢ntico guatemalteco han sido utilizados como corredor de coca¨ªna. Desde aqu¨ª se llega en seis horas por mar a Miami y la droga sal¨ªa camuflada en contenedores de frutas, hortalizas o camar¨®n. Era un negocio controlado b¨¢sicamente por exiliados cubanos en Miami y en Guatemala, que contaban con la protecci¨®n del ej¨¦rcito y de algunos empresarios locales comprometidos con la causa anticastrista. El trasiego de la droga en aquellos a?os hizo millonarios a empresarios guatemaltecos y cubanos en el pa¨ªs. Posteriormente el negocio qued¨® en manos de peque?os carteles locales, que se abrieron al tr¨¢fico de migrantes o animales, pero dependientes de los carteles mexicanos.

En una bodega del puerto, dos agentes antinarc¨®ticos revisan un contenedor que lleg¨® de Colombia. En su ¨²ltimo informe sobre drogas (Emcdda) Europa alert¨® a principios de junio sobre el aumento en la llegada a sus costas de coca¨ªna, cada vez con mayor pureza, en contenedores procedentes de ?frica y el Caribe

Seg¨²n datos de Naciones Unidas el 90% del comercio mundial se mueve en barco pero apenas se inspecciona el 2%, se?ala la organizaci¨®n que ha puesto en marcha un programa para reforzar el control, conscientes de que los puertos son el gran coladero.

¡°Revisamos casi todo lo que viene de Colombia, Venezuela o Panam¨¢, dice uno de los agentes antes de ordenar que vuelvan a guardar la carga, tras comprobar que solo llevaba millones de vasos y platos de unicel para servir comida r¨¢pida.

?Tienen esc¨¢ner?, pregunto al agente

"No, a¨²n no".

?Y c¨®mo hacen para revisar los casi 1.000 contenedores que se mueven cada d¨ªa?

"Seleccionando pa¨ªses sospechosos como Venezuela, Colombia o Panam¨¢", contesta

?Cu¨¢ntos perros tienen?

"Tres, pero solo uno ahora trabajando, se llama Molly", dice en referencia al pastor belga que juega con un trozo de hueso.

Puerto Castilla no cuenta con c¨¢mara de fr¨ªo durante las inspecciones por lo que las compa?¨ªas aseguradoras presionan con millonarias demandas contra el puerto en caso de que se da?e la carga, as¨ª que los agentes se limitan a revisar latas, pl¨¢sticos o veh¨ªculos a un ritmo de unos 10 al d¨ªa, casi 1% del total y entre los que se incluyen los sospechosos de fraude fiscal. De los 40 polic¨ªas con los que cuenta el cuerpo, ocho est¨¢n destinados a antinarc¨®ticos, repartidos en tres turnos. Dos polic¨ªas por turno para controlar el paso de mil contenedores diarios. Y Molly.

Los organismos internacionales consideran que cada vez hay m¨¢s control en los puertos mexicanos y que el tr¨¢fico de componentes qu¨ªmicos para la elaboraci¨®n de drogas se ha desviado a Guatemala.

El puerto Santo Tom¨¢s de Castilla ha estado operado durante d¨¦cadas por el ej¨¦rcito y en los ¨²ltimos a?os se ha convertido en el bot¨ªn perfecto de la clase pol¨ªtica gracias a la intrincada red de empresas, proveedores, clientes y operaciones que se mueven en un puerto por el que pasa el 30% del comercio del pa¨ªs. El anterior presidente, Otto P¨¦rez Molina, y su vicepresidenta, Roxana Baldetti, fueron encarcelados en 2015, entre otras cosas, por elaborar contratos falsos para proveer de gr¨²as, en el caso conocido como La L¨ªnea.

¡°Aqu¨ª no hay ausencia de Estado, hay saqueo, porque claro que est¨¢n (los funcionarios y pol¨ªticos) pero es para robar¡±, explica en su despacho, a pocos metros del puerto, una l¨ªder sindical que prefiere no dar su nombre por las graves amenazas recibidas.

 

Despu¨¦s de una larga entrevista sobre las maravillas de Izabal, el gobernador resopl¨®. Durante una hora y cuatro minutos, Erik Bosbelli Mart¨ªnez, sentado en su despacho de madera, hab¨ªa explicado que es el segundo Departamento m¨¢s grande de Guatemala, que est¨¢ ¡°bendecido por Dios¡± por la gran cantidad de recursos naturales que alberga, que provee al Estado el 4% de ingresos en minas, turismo y puertos y que es el ¨²nico Departamento que hace frontera con el Caribe.

El gobernador hablaba bajo un enorme cuadro del presidente Jimmy Morales y otro m¨¢s de ¨¦l mismo abrazado a su esposa. Pero cuando explica por qu¨¦ han pasado cinco gobernadores por el cargo en menos de tres a?os, se esfuma la institucionalidad: ¡°Es demasiado conflictivo¡±, resopla.

En contraste con M¨¦xico, el gobernador en Guatemala es una figura decorativa sin apenas presupuesto que reconoce que el m¨¢ximo legado que aspira a dejar durante su gesti¨®n es el R¨ªo limpio. Las pandillas y los emigrantes de Honduras son el problema m¨¢s grave que ha tenido que enfrentar desde que hace siete meses lleg¨® al cargo.

?Est¨¢n las pandillas detr¨¢s de la muerte de los taxistas?, pregunto.

"S¨ª, bueno, ellos y los migrantes hondure?os que pasan en las caravanas cerca de aqu¨ª, por Corinto", responde.

?Los migrantes o las pandillas?

"Bueno, son migrantes que quieren ser pandilleros".

Pero son cosas distintas...

"Bueno, s¨ª, mejor preg¨²ntele a la polic¨ªa".

?Est¨¢n las pandillas detr¨¢s de la muerte de los taxistas?, pregunto.

"S¨ª, bueno, ellos y los migrantes hondure?os que pasan en las caravanas cerca de aqu¨ª, por Corinto", responde.

?Los migrantes o las pandillas?

"Bueno, son migrantes que quieren ser pandilleros".

Pero son cosas distintas...

"Bueno, s¨ª, mejor preg¨²ntele a la polic¨ªa".

La equiparaci¨®n entre pandillero y migrante, ya utilizada antes por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es la excusa perfecta ante la falta de respuestas.

 

Joseph Conrad retrat¨® las ciudades portuarias como un lugar de intercambio de fiebres y relatos y para Maqrol el Gaviero, el marino de ?lvaro Mutis, eran el difuso umbral entre el mar y la tierra firme. Los puertos importantes se miden por los personajes ilustres que ah¨ª vivieron. Bowles y Hemingway hicieron inmortales T¨¢nger o La Habana, pero los puertos anodinos se conforman con saber qui¨¦n pas¨® por ah¨ª.

Por Puerto Barrios, en el ¨²ltimo siglo, han pasado tres personajes destacados. En 1935 el actor Bruce Benett durmi¨® aqu¨ª unos d¨ªas durante el rodaje de Las nuevas aventuras de Tarz¨¢n. Los negros de Livingston y los mayas de Izabal proporcionaron una combinaci¨®n perfecta para grabar sus escenas de salvajes interactuando con el hombre blanco.

Casi 20 a?os despu¨¦s, en 1954, Ernesto Che Guevara estuvo en Barrios durante su segundo viaje por Latinoam¨¦rica. Ten¨ªa 25 a?os y trabaj¨® algunas semanas en el puerto descargando toneles de alquitr¨¢n, confes¨® a su madre en una carta. El Ch¨¦ quer¨ªa conocer de primera mano el socialismo de Jacobo Arbenz, quien se atrevi¨® a expropiar parte de las tierras de la United Fruit Company, que hasta entonces pose¨ªa el 50% del suelo cultivable de Guatemala.

A una hora en coche de Puerto Barrios est¨¢ el municipio de Morales. Para llegar aqu¨ª hay que seguir la ruta al Atl¨¢ntico y desviarse en el kil¨®metro 245 a la altura de la gasolinera de la Ruidosa. La puerta de la estaci¨®n de servicio tiene un balazo en el cristal. Parece la macabra advertencia de que hemos llegado a la tierra de los Mendoza.

Morales es un pueblo sin mucha gracia donde lo ¨²nico que resalta son las casas de los capos que aqu¨ª viven, pero que se levanta en un estrat¨¦gico cruce de carreteras que comunica las costas de Guatemala y Honduras con M¨¦xico a trav¨¦s del Pet¨¦n. Los Mendoza concentran su poder en este municipio sin bares ni m¨¢s fiesta que la que ellos permiten. Morales ha sido para ellos lo que Sicilia para los Corleone, el lugar desde el que han operado sus negocios ilegales y la red de empresas de transporte, construcci¨®n o gasolineras de las que son propietarios.

Un clan familiar cuyo nombre se pronuncia en voz baja igual que el de Los Lorenzana o Los Le¨®n. En Guatemala, a diferencia de M¨¦xico, dos o hasta tres grandes familias del narco pueden coexistir en un mismo lugar, como ocurre en Izabal, Pet¨¦n o Zacapa. En la costa del Caribe y en la frontera con Honduras nada se mueve sin que ellos lo sepan y por eso fue la zona elegida para esconderse por Joaqu¨ªn El Chapo Guzm¨¢n en 2011, el tercer visitante ilustre que ha pasado por Barrios.

Tras la muerte del patriarca de la familia Mendoza, sus cuatro hijos (Obdulio, Milton, Alfredo y Haroldo) tomaron las riendas de los negocios y actualmente tienen tierras y casas en Morales y en Pet¨¦n. Las residencias de Morales destacan por encima de las dem¨¢s. La de Haroldo Mendoza- acusado en 2014 de masacre, desaparici¨®n forzada y robo de propiedades- es una enorme vivienda color salm¨®n con un gimnasio a pie de calle. La de Obdulio tiene la fachada de piedra con farolitos. La de su hermano Edwin, un port¨®n blanco de media cuadra y la otra vivienda de Haroldo, es una hermosa casa con buganvilias, balcones y un techo de teja. Todas ellas y cinco inmuebles m¨¢s fueron registrados simult¨¢neamente durante una operaci¨®n policial en 2014.

Aunque su apellido todav¨ªa se pronuncia en voz baja, el polic¨ªa que me acompa?a durante la ronda reconoce que ya no tienen la capacidad de fuego ni los v¨ªnculos pol¨ªticos de antes. La captura del patriarca de los Mendoza, la detenci¨®n del Chapo y la condena en Estados Unidos de Sergio Mej¨ªa, apodado El Compa, operador del cartel de Sinaloa en la zona, los ha debilitado ¡°y hay nuevos grupos m¨¢s peque?os que cierran sus acuerdos all¨¢ en Colombia¡±, resume.

De vuelta a Puerto Barrios, una fila de Kenworth de 400 caballos y 20 ruedas atraviesa la ciudad como una estampida de bisontes.

Entre los tugurios que sobreviven en la decadencia portuaria est¨¢ el Medell¨ªn, el prost¨ªbulo frente al puerto. Un lugar tan s¨®rdido que llamarlo night-club distorsionar¨ªa el concepto. Quince borrachos miran el tubo ensordecidos por el reggaet¨®n y en las pantallas proyectan f¨²tbol europeo. En el Exa, el otro prost¨ªbulo, los tragos son 15 pesos m¨¢s caros (menos de un d¨®lar) porque tiene aire acondicionado, explica Virginia, una prostituta hondure?a de 20 a?os; Virginia odia Puerto Barrios pero ofrece una c¨¢tedra de adaptaci¨®n al explicar c¨®mo, la semana pasada, logr¨® cerrar un servicio de sexo oral con un chino utilizando el traductor de Google.

Son casi las doce de la noche y debo tomar un taxi. Lo m¨¢s sorprendente es que alguien lleg¨® a pesar del toque de queda. Al final, Puerto Barrios, como los marineros de Conrad, no tiene futuro, sino destino, y m¨¢s literatura de lo que parece.

[Consulte todos los cap¨ªtulos de Frontera sur]

Sobre este proyecto

La frontera desconocida de Am¨¦rica

Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente

Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.

Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.

Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.

Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.

Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.

EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.

Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.

Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.

Cap¨ªtulo 2 de Frontera Sur, pr¨®ximamente.

Cr¨¦ditos

  • Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
  • Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser
  • Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
  • Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez
  • Front-end: Nelly Natal¨ª
  • Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
  • V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Campos
  • Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
  • Redes Sociales: Anna Lagos
  • Edici¨®n de textos: Ana Lorite
  • Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco, Eduardo Ort¨ªz
  • Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel
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