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Tres cameruneses han muerto en M¨¦xico. Se ahogaron a 11.000 kil¨®metros de casa y a poco menos de 2.000 de su destino: Estados Unidos. Poco despu¨¦s de morir comenzaron a revelar verdades de dimensiones globales. Y no han parado desde entonces. Yo me encontr¨¦ con su muerte casi por casualidad.
Reci¨¦n hab¨ªa llegado a Tapachula, en el sureste mexicano, cuando supe que una lancha hab¨ªa volcado frente a las playas donde colindan los Estados de Chiapas y Oaxaca. A las 7.30 del 11 de octubre, un pescador observ¨® ropas desperdigadas en una duna de playa desierta cerca de Puerto Arista, Chiapas, y alert¨® a rescatistas locales. Cuando llegaron, observaron un sendero de huellas que se extend¨ªa unos 400 metros tierra adentro. All¨ª encontraron el primer cuerpo, mal cubierto con hierba arrancada de ra¨ªz de esos mont¨ªculos de arena.
La Marina mexicana y la Fiscal¨ªa de Chiapas llegaron poco despu¨¦s. Encontraron un documento de tr¨¢nsito de Costa Rica, lo que sirvi¨® para identificar al muerto: Emmanuel Cheo Ngu. 39 a?os. Procedente de Bamenda, Camer¨²n.
De los arbustos que coronan las dunas emergieron ocho n¨¢ufragos derrotados por el trauma del accidente, la sed y las picaduras de mosquitos y se entregaron a los agentes mexicanos. Siete hombres y una mujer. Cameruneses tambi¨¦n. Fueron trasladados a un hospital cercano. ¡°La mujer iba embarazada¡±, me contar¨¢ dos d¨ªas despu¨¦s Francisco ?lvarez, uno de los rescatistas locales. ¡°Todos ven¨ªan ya muy golpeados¡±. Los coyotes los abandonaron.
Por la tarde, los pescadores encontraron otro cuerpo. Atabong Michael Atembe. 32 a?os. Tambi¨¦n de Camer¨²n. El mar lo deposit¨® casi en el mismo lugar: un peque?o banco de arena con espejos, casi espejismos de agua que dejan atr¨¢s las mareas altas; y dunas que al mediod¨ªa, contra el cielo azul, producen un paisaje del universo de Dal¨ª.
Llegu¨¦ all¨¢ tras media hora de viaje por la playa desierta, a bordo de una cuatrimoto conducida por un adolescente local que ofreci¨® servir de gu¨ªa.
A¨²n encontramos ropa tirada en la arena, ¨²nica evidencia del naufragio. Apunt¨¦ en mi libreta: un pantal¨®n de mujer; dos vestidos; un calcet¨ªn caf¨¦; una barra de jab¨®n; un su¨¦ter; otro pantal¨®n de mujer; una sandalia de pl¨¢stico; un pantaloncito de ni?o junto a una camiseta negra de similar talla; una camiseta roja, de adulto; un paquete de Kotex; una bolsita de pl¨¢stico llena de granos blancos como la sal gruesa, con indicaciones m¨¦dicas en franc¨¦s; un bote de jab¨®n l¨ªquido; tres bragas: una roja, una rosada y una azul; un paquete de copos de algod¨®n; un calcet¨ªn rosado; dos sostenes: uno negro y otro rosado; un par de bragas negras; un pantaloncito azul turquesa; dos jeans de talla infantil; una camiseta rosada junto a unos pantalones y una toalla del mismo color; un sost¨¦n malva; un par de jeans color ocre. Un su¨¦ter verde; una frazada con estampados de corazones en rojo y amarillo; una botella de pl¨¢stico verde; una camiseta gris de ni?a y unos jeans volteados, rotos; una camiseta negra con estampados en blanco de la torre Eiffel; un jersey t¨¦rmico infantil. Las autoridades mexicanas dijeron que todos los sobrevivientes son adultos. Pero esto fue lo que encontr¨¦.
El oc¨¦ano Pac¨ªfico escupi¨® un tercer cuerpo en una playa cercana llamada Cachimbo, que pertenece ya a Oaxaca. Los pescadores lo encontraron al siguiente d¨ªa. Tambi¨¦n un hombre. Tambi¨¦n camerun¨¦s.
?Qu¨¦ hac¨ªan all¨ª, tan lejos de casa, unos africanos? ?D¨®nde se hab¨ªan embarcado?
Cuando llegu¨¦ a Puerto Arista, llevaba un mes buscando la ruta mar¨ªtima de los migrantes suponiendo que, si el Gobierno mexicano, que accedi¨® a las presiones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reforzado la frontera sur con miles de agentes de la Guardia Nacional, la migraci¨®n por la costa deb¨ªa haberse incrementado. El naufragio de los cameruneses parec¨ªa confirmar que, efectivamente, hab¨ªa tr¨¢fico humano por el mar. Pero eso fue casi al final del viaje que inici¨¦ cuatro semanas antes, buscando lanchas en las costas de Guatemala. All¨¢ lo que encontr¨¦ fue otra cosa.
I. LA NUBE EN LOS OJOS
Fui primero a Oc¨®s; una oscura y abandonada esquina de Guatemala sobre el oc¨¦ano Pac¨ªfico, junto a la desembocadura del r¨ªo Suchiate, que durante a?os ha sido nido de narcotraficantes y de coyotes.
Poco se sabe de este lugar, que adem¨¢s a casi nadie le importa. Ni los periodistas de la capital guatemalteca, ni los pol¨ªticos, ni los fiscales, tienen informaci¨®n actualizada de lo que pasa all¨ª. A ese lugar, me dijeron todos semanas antes, no se va. Es un municipio de acceso muy controlado al que no entra ni la Polic¨ªa. ?A qu¨¦ ir? Eso es territorio de bananeras y de narcos. All¨ª no se va.
Pero si acaso se va, comprob¨¦, uno cambia no solo de lugar sino tambi¨¦n de tiempo. Uno retrocede 70 a?os hasta los tiempos de la todopoderosa United Fruit. Es como entrar, a trav¨¦s de un camino polvoso de 20 kil¨®metros, en una novela de Miguel ?ngel Asturias: las bananeras, los empresarios, los peones, la miseria, el acaparamiento de los recursos naturales. Solo dos cosas parecen haber cambiado: que estas tierras ya no pertenecen a la todopoderosa United Fruit sino a todopoderosos terratenientes guatemaltecos; y que tienen por vecinos a narcotraficantes. Oc¨®s es una novela de Asturias, pero con narco.
Entr¨¦ con un campesino que hizo el viaje conmigo desde la Ciudad de Guatemala. ?l es originario de La Blanca, una colecci¨®n de rancher¨ªas y caser¨ªos entre bananeras que hasta hace cinco a?os era parte de Oc¨®s. Ahora es un municipio independiente. El peque?o casco urbano donde se asienta la nueva Alcald¨ªa, que es el centro y lugar de encuentro de la comunidad, es uno de esos pueblos de calles que se cuentan con las manos, en los que la librer¨ªa no vende libros sino cuadernos, l¨¢pices, reglas, compases y monograf¨ªas de los pr¨®ceres nacionales. El pueblo recibe al visitante con un letrero en el que se lee ¡°Bienvenidos a La Blanca, capital del oro verde¡±. El oro verde es el banano, el producto que mueve la econom¨ªa de toda esta regi¨®n y que aqu¨ª raras veces alcanza el color amarillo.
Entre bananeras nos internamos y llegamos a la aldea de Chiquirines, hogar de unas cuantas familias de campesinos rodeada por las plantaciones, por lo que los pesticidas rociados por las avionetas de las bananeras caen sobre sus tejados, sobre sus patios, sobre sus animales, sobre sus cabezas.
En una de estas casas vive Narciso Due?as. Es un hombre flaco pero macizo al que los aldeanos llaman don Chicho; un moreno de piel lustrosa y lisa que tiene 55 a?os, vividos todos aqu¨ª. Est¨¢ sentado en una silla de pl¨¢stico, sobre el piso de tierra apenas bordeado por ladrillos sobrepuestos que delimitan la entrada de su hogar, a escasos 15 kil¨®metros de M¨¦xico y a un siglo de historia de las capitales latinoamericanas. Junto a Chicho y su silla de pl¨¢stico hay dos sacos rebosantes de olotes, los huesos secos del ma¨ªz. Son las sobras del consumo familiar, alimento para los cerdos, a la venta para quien necesite engordar a sus animales. A su lado derecho, su esposa Irma se sienta en un pedazo de tronco porque las dos sillas de pl¨¢stico que poseen no alcanzan cuando hay invitados. Ahora tienen un poco de agua, dice ella, porque es la temporada de lluvias. Pero el pozo se seca en el largo verano de las latitudes tropicales que debe comenzar el pr¨®ximo mes.
Don Chicho Due?as dice que ya recuper¨® la vista, pero cuesta creerle. Busca mis ojos mientras habla y no siempre los encuentra. Aventura explicaciones alternativas: ¡°Se me rompi¨® la patita de mis lentes y por eso no puedo usarlos¡ La vista se me recupera poco a poco¡ No puedo leer, pero todo lo dem¨¢s s¨ª¡¡±
La primera retina, la del ojo derecho, se le desprendi¨® un d¨ªa abrasador de 2016 mientras caminaba rociando pesticida, tanque a la espalda, entre matas de bananos, a m¨¢s de 35 grados cent¨ªgrados. Una semana despu¨¦s, se le desprendi¨® la otra.
¡°Yo era bueno para tirar herbicida¡±, dice ahora mirando al frente, adonde no estoy. ¡°Tir¨¢bamos 10, 15 toneles. ¡®Hay que avanzar m¨¢s¡¯, me dec¨ªan. ¡®Hay que avanzar m¨¢s. Hay que avanzar m¨¢s¡¯. Tomaba pastillas para la fiebre y el dolor porque no pod¨ªa dejar de trabajar. En la empacadora tambi¨¦n trabajaba con el cloro. Y se me desprendi¨® la retina. Me mandaron a cortar la fruta hasta que se me termin¨® de desprender y ya no mir¨¦ m¨¢s. Le dije al patr¨®n que ya no ve¨ªa y ¨¦l vio la nube en mi ojo y me mand¨® con un doctor que ¨¦l conoc¨ªa en la ciudad. Pero el doctor me cobr¨®. La empresa nunca pag¨® mi seguro social aunque me descontaba la cuota todos los meses. El doctor me dijo que hab¨ªa perdido el ojo por trabajar tanto tiempo con los qu¨ªmicos. Tuvimos que vender los animales y sacar lo poquito que ten¨ªamos para que me operaran. Ahora ya puedo ver¡±, dice. Pero cuesta creerle.
La familia vende animales que cr¨ªa Irma; olotes y las hamacas que Chicho teje a la velocidad que su ceguera le permite. Cuando perdi¨® sus dos ojos ya no pudo trabajar. Su hijo dej¨® los estudios de enfermer¨ªa y ofreci¨® sus brazos a las bananeras. Es joven y suficientemente fuerte para cargar las pencas, rociar herbicida, hacer bordas o empacar la fruta. Para avanzar m¨¢s. La empresa para la que laboraba su padre no lo quiso contratar. Trabaja en lo que encuentra: a destajo en parcelas ajenas. A veces saca dos d¨ªas, a veces tres. A veces nada. El joven lo que quiere es irse de Guatemala. Agarrar para el norte. Aqu¨ª no parece haber alternativas para la miseria. ¡°Aqu¨ª la gente come m¨¢s de lo que gana¡±, dice Irma. Y aqu¨ª la gente no come mucho.
Chicho dice que ya ni siquiera puede mantener sus parcelas para consumo propio porque las bananeras han desviado los r¨ªos, secado las pampas y colocado bordas y diques, de manera que en verano acaparan toda el agua y en invierno inundan todo a su alrededor. No solo lo dice ¨¦l. Lo dicen cientos de demandas y testimonios en toda la Guatemala rural, del Pac¨ªfico al Caribe. De las costas a las selvas.
Chicho me lleva al patio trasero de su casa, donde unas gallinas corren entre monte y lodo. Escucho las avionetas sobre nosotros rociando insecticida. Al final del patio, el l¨ªmite de su propiedad marcado con palos es pared de una borda: un canal de m¨¢s de dos metros de altura y otros dos de ancho que rodea toda la propiedad de enfrente: la bananera. All¨ª, a dos metros de distancia de su casa. La plantaci¨®n en la que Chicho perdi¨® la vista. Desde aqu¨ª vemos decenas de aspersores tirando agua sin parar entre las matas de las que cuelgan pencas del oro verde que, en un proceso perfectamente calculado, mutar¨¢ su color mientras viaja hasta alcanzar un perfecto amarillo banana en los anaqueles de fruta de mercados y supermercados de Nueva York, Nueva Orleans, San Francisco, Los ?ngeles y Chicago. Don Chicho observa los aspersores distribuyendo el agua que a ¨¦l le falta. El agua de los r¨ªos desviada para alimentar a las plantas. ¡°Yo cav¨¦ mi tumba en esas bananeras¡±, dice.
Hace apenas tres a?os, el Ministerio de Medio Ambiente de Guatemala denunci¨® que, solo en la costa sur, m¨¢s de 50 r¨ªos fueron desviados por empresas agroindustriales dedicadas al cultivo de ca?a, palma africana y bananas. En la zona de Oc¨®s, como en toda Guatemala, los dos grandes emporios de la industria agr¨ªcola son el Grupo Hame, de la familia Molina, y Banasa, de la familia Bola?os. Ambos tienen como clientes a las grandes empresas estadounidenses de distribuci¨®n de fruta: Chiquita, Dole y Del Monte. Ambos grupos son receptores de generosas exenciones fiscales y cultivan, adem¨¢s del banano, palma africana, ca?a de az¨²car, hule y caf¨¦.
En esta esquina de la costa sur, los campos de banana son vecinos de los grandes palmares. Hame produce adem¨¢s aceite de palma y aceites de cocina y es el segundo mayor exportador de aceite de palma de Am¨¦rica Latina. Eso a pesar de que dos grandes emporios, como Nestl¨¦ y Cargill, le suspendieron millonarios contratos. La p¨¢gina corporativa de Cargill especifica que el contrato fue suspendido debido a denuncias de ¡°violaciones a los derechos humanos y degradaci¨®n ambiental¡±.
Hame son las iniciales de su fundador, Hugo Alberto Molina Espinoza, quien inici¨® su negocio con una refiner¨ªa en la que se asoci¨® con la todopoderosa United Fruit. Muri¨® el pasado abril. Su empresa ha recibido denuncias no solo por desv¨ªo de r¨ªos sino tambi¨¦n por ecocidio, defraudaci¨®n fiscal e incumplimiento de las leyes laborales. Aqu¨ª, en la La Blanca y Oc¨®s, Hame y Banasa han sido denunciadas por 11 comunidades debido al desv¨ªo de los r¨ªos Pacay¨¢ y Mop¨¢. El juez resolvi¨® un amparo a favor de los campesinos, pero los r¨ªos no han vuelto a su cauce.
Felipe Molina, director ejecutivo de Hame, acept¨® atenderme por tel¨¦fono. Hablamos apenas cinco minutos porque, dijo, ten¨ªa prisa, y me dej¨® hablando con sus gerentes. Pero alcanc¨¦ a preguntarle por las acusaciones contra su empresa. ¡°Hay activistas que recurren muy r¨¢pido a la denuncia de los hechos sin haber tenido acercamiento ni pedido explicaciones. Denuncia no es sin¨®nimo de condena. Hay mucho ruido sobre denuncias. ?Pero qu¨¦ est¨¢ fundamentado o no?¡±. Cuando mencion¨¦ condenas del Ministerio de Medio Ambiente y de instituciones relacionadas con derechos laborales e impuestos me remiti¨® a sus gerentes. Antes de que se retirara alcanc¨¦ a preguntarle por el apresamiento, hace a?o y medio, de uno de sus hermanos, acusado de defraudaci¨®n fiscal por la Comisi¨®n Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). ¡°Efectivamente hay denuncias contra miembros de mi familia pero son eso, denuncias¡±, dijo. El caso sigue abierto, su hermano atiende el juicio en libertad pero la Cicig, asediada por el Gobierno guatemalteco y los grandes empresarios como Molina, ces¨® sus funciones a finales de agosto de este a?o.
En La Blanca conoc¨ª tambi¨¦n a Porfirio Escobar, un hombre recio de 64 a?os con las manos como dos enormes callos, al que es pr¨¢cticamente imposible sacarle una sonrisa. Vive justo en la ribera del Pacay¨¢, uno de los r¨ªos desviados por las bananeras. Ahora mismo, en ¨¦poca de lluvias, el Pacay¨¢ m¨¢s que r¨ªo parece un riachuelo. El campesino hace un resumen del lugar: aqu¨ª el pescado sobraba porque el r¨ªo era alimentado por las pampas y en el invierno el pescado pasaba de la pampa al r¨ªo. En los noventa llegaron las bananeras y la palma. Se fue reduciendo la tierra. ¡°En mayo de 2005, se acab¨® todo por los cambios de la naturaleza que hicieron las fincas. Los bordes, las desviaciones del r¨ªo. Ese d¨ªa el agua se top¨® con la borda y nos inund¨® a nosotros. Se acab¨® toda la siembra. En octubre vino el hurac¨¢n Stan a quitarnos lo poquito que quedaba¡±.
En el patio de la casa, la esposa de Porfirio calienta agua sobre fuego de le?a. Hoy comer¨¢n caldo de pescado. A la mano, sobre un tabl¨®n, una docena de mojarras fam¨¦licas esperan en una cubeta. Est¨¢n cubiertas por una nube de moscas. Un par de mojarritas abren a¨²n la boca, apenas sus cabezas libres de las succiones de las moscas. La mujer espanta la nube, toma una mojarra a¨²n viva y la abre con una cuchilla para limpiar las v¨ªsceras. ¡°Es lo m¨¢s que sacamos hoy de ese r¨ªo¡±, dice Porfirio. ¡°Nos quitaron el recurso del pescado. Nos quitaron el recurso de la tierra. Ahora ya solo sembramos una cosecha al a?o¡±.
Atr¨¢s de ¨¦l, una gallina se desploma. Muerta. Cuando Porfirio se percata la toma del pescuezo y pregunta a gritos a los otros miembros de su familia si alguien le dio de comer algo indebido. Nadie responde. Al fondo de la casa el hijo de Porfirio mira, en una vieja televisi¨®n, un cap¨ªtulo de Ley y orden.
Le pregunto a Porfirio si a¨²n hay migrantes que pasen por aqu¨ª. No. Hace d¨ªas que no sabe nada de centroamericanos pasando en lanchas. Solo sabe de los emigrantes locales: ¡°Los j¨®venes se fueron. Se?ores grandes y se?oras tambi¨¦n, con hambre, se fueron. Nosotros en medio, por un lado las fincas y por el otro los narcos que compran fincas a precios elevados para lavar dinero. Todos nos despojan de las parcelas. A un muchacho de por aqu¨ª lo contrataron para que transportara carga, ?me entend¨¦s? Llev¨® su primera carga. Luego otra m¨¢s larguito y as¨ª. Se fue haciendo de billetes. Hizo su casa. Compr¨® su cami¨®n, su carrito¡ Como una canci¨®n de Los Tigres del Norte. Cuando subi¨® demasiado lo mandaron a matar. Es as¨ª. Si me meto a trabajar con ellos luego viene mi hijo. Ver¨¢ un dinero bueno. ?Y despu¨¦s? Mejor con el sudor del cuerpo. Pero el narco no es el problema aqu¨ª. El narco solo es problema si te metes con el narco. Aqu¨ª el problema son las bananeras¡±.
En una improvisada plataforma de madera con motor, sobre las aguas del r¨ªo Naranjo, subimos al carro para cruzar a lo que queda del municipio de Oc¨®s. Ya del otro lado entramos, como se entra por aqu¨ª a todos lados, por veredas entre bananeras. El mismo paisaje asturiano, los mismos caminos polvosos transitados por contenedores con los logos de Chiquita y Dole. Las mismas pistas de aterrizaje para las fumigadoras. La misma miseria. La industria guatemalteca de la palma africana exporta cada a?o 400 millones de d¨®lares (363 millones de euros). El banano produce a¨²n m¨¢s. Poco parece llegar a los habitantes de estos caminos.
Cuando me qued¨¦ hablando con los gerentes de Hame, me dijeron que el Pacay¨¢ se hab¨ªa secado por el cambio clim¨¢tico. Despu¨¦s admitieron ¡°fallos¡± pero ahora hacen estudios de impacto ambiental y redujeron el consumo de agua. Sus pr¨¢cticas han mejorado desde la cancelaci¨®n de los contratos de Nestl¨¦ y Cargill, con la esperanza de que m¨¢s adelante reviertan la decisi¨®n.
Les pregunt¨¦ cu¨¢l era su idea de desarrollo, habida cuenta de que en las zonas en las que producen su riqueza la gente vive en tal atraso. ?Desarrollo? Ellos aportan, dicen, contratando a 10.000 empleados de la zona. Invierten tambi¨¦n en salud y educaci¨®n para sus empleados. El problema, me dijo uno de los gerentes, es la ausencia del Estado. Y en eso hasta el presidente guatemalteco, Jimmy Morales, est¨¢ de acuerdo.
Pocos d¨ªas despu¨¦s de mi conversaci¨®n con los ejecutivos del grupo, Felipe Molina recibi¨® de manos de Morales un reconocimiento en memoria de su padre. El presidente anunci¨® la apertura de consulados en pa¨ªses productores de palma africana; y nuevas carreteras en las zonas de grandes plantaciones. Despu¨¦s pidi¨® ayuda a los agroindustriales guatemaltecos: ¡°Se habla de que no hay presencia del Estado, pero es que el Estado tiene recursos muy limitados y ustedes lo saben. Si ustedes pueden ayudarnos a realizar proyectos de proyecci¨®n social all¨ª, ser¨¢n bienvenidos y se los agradecer¨¢ la naci¨®n y la historia se los reconocer¨¢¡±. Lo escucho y no dejo de pensar en los tiempos de la United Fruit, que construy¨® el ferrocarril y las escuelas y las cl¨ªnicas y las aduanas y exig¨ªa a Guatemala que se lo reconociera mediante reformas legales y exenciones tributarias a su favor. Hace 70 a?os.
II. LA RUTA DEL SE?OR NGU
Emmanuel Cheo Ngu sali¨® de su casa en Bamenda el 30 de julio de este a?o, con su esposa Antoinette y sus cuatro hijos. Condujo siete horas hacia el sur de Camer¨²n, hasta el aeropuerto de la ciudad de Douala. All¨ª se despidi¨® de su familia e inici¨® su expedici¨®n a¨¦rea rumbo a Quito (Ecuador).
El se?or Ngu era profesor de una escuela secundaria p¨²blica en la regi¨®n angl¨®fona de Camer¨²n, donde fuerzas separatistas resisten desde hace dos a?os contra el Gobierno franc¨®fono de Paul Biya, quien preside un r¨¦gimen dictatorial desde 1982. El conflicto ha dejado casi dos mil muertos y medio mill¨®n de desplazados.
Antoinette, la viuda de Emmanuel Ngu, me cont¨® por tel¨¦fono que su esposo huy¨® porque cre¨ªa que lo iban a matar. Su mejor amigo, un colega llamado Oliver, fue decapitado en mayo pasado. Ngu qued¨® atrapado en el conflicto. Recib¨ªa amenazas de muerte de los separatistas; y las fuerzas del dictador lo apalearon hasta deformar uno de sus dedos. Le dejaron tales cicatrices que permitieron, meses despu¨¦s, el reconocimiento de su cad¨¢ver.
No es un caso ¨²nico. En la explanada de la estaci¨®n migratoria Siglo XXI, en Tapachula, encontr¨¦ a miles de africanos huyendo de dictaduras y reg¨ªmenes corruptos apoyados por Gobiernos europeos a cambio de protecci¨®n a empresas europeas que se lucran de la extracci¨®n de recursos en el continente negro; o por problemas que tienen su origen en las administraciones coloniales.
Los migrantes africanos tienen todos en sus tel¨¦fonos videos terribles de la situaci¨®n en sus pa¨ªses: hombres decapitando a una mujer; adolescentes ejecutados por uniformados; linchamientos p¨²blicos; balaceras indiscriminadas contra poblaci¨®n civil. Im¨¢genes que confirman lo que escriben los corresponsales de la prensa internacional y las organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Europa ha cerrado las puertas a inmigrantes africanos. Se ahogan por miles intentando cruzar el Mediterr¨¢neo en pateras o terminan en campos de detenci¨®n o esclavizados en Libia.
En consecuencia, miles atraviesan ahora medio planeta para llegar a Estados Unidos. Ese era tambi¨¦n, a grandes rasgos, el plan de Emmanuel Cheo Ngu: Llegar a Estados Unidos y pedir asilo. All¨¢ viven dos de sus hermanas y su mam¨¢. Pero los viajes no se hacen a grandes rasgos. No los viajes de los migrantes.
Emmanuel hizo la larga traves¨ªa con su primo Forch¨¦ Takwi, de 19 a?os. El primer vuelo los llev¨® de Douala a Estambul. Solo cambiaron aviones. Su ¨²ltima escala a¨¦rea fue Panam¨¢, pero all¨ª no bajaron porque no ten¨ªan visado. Volaron a Ecuador y de vuelta a Panam¨¢ por caminos peligrosos, por los que entran quienes no pueden bajar en el aeropuerto porque no son europeos ni estadounidenses ni tienen visa.
Llegaron a Quito el 2 de agosto y viajaron en autobuses hasta el peque?o puerto de Turbo, en la costa norte de Colombia. All¨ª se embarcaron en una lancha que los llev¨® hasta Capurgan¨¢, pen¨²ltima playa colombiana en el Caribe. Es un pueblo aislado, sin acceso por tierra, que vive principalmente de ese segmento de turistas de aventuras que huye de los lugares que recomiendan las agencias de viajes y que llega all¨ª en las mismas lanchas en las que navegaron Emmanuel y Forch¨¦. Capurgan¨¢ es tambi¨¦n puerta de entrada a la selva del Dari¨¦n.
Forch¨¦ Takwi cuenta ese trayecto:
¡°Conoc¨ªamos la ruta porque nos la hab¨ªan dicho unos amigos. Es la que hacen todos los cameruneses. En Capurgan¨¢ le pagamos a una gente para que nos llevara. Cuatro noches y cinco d¨ªas caminando en la selva. El cuarto d¨ªa nos asaltaron unos ladrones. Salieron de la nada. Nos rodearon. Nos robaron todo el dinero. 2.000 d¨®lares. 1.000 a Emmanuel y 1.000 a m¨ª. Un chico no les quiso dar el dinero y le dispararon all¨ª mismo. Era un chico de Camer¨²n, a quien apenas hab¨ªamos conocido unos d¨ªas antes en Capurgan¨¢. Los gu¨ªas nos dijeron que nos fu¨¦ramos de inmediato para no atraer m¨¢s problemas. Agarramos las mochilas y seguimos el camino. Ni siquiera nos dio tiempo de saber qui¨¦n era el muchacho. All¨ª qued¨® tirado. Muerto. Nos fuimos¡±.
Nom¨¢s llegar a la Ciudad de Panam¨¢, Emmanuel Cheo Ngu llam¨® a su esposa Antoinette. No le cont¨® del chico muerto ni del asalto. Solo le dijo que la parte m¨¢s peligrosa del viaje ya hab¨ªa pasado.
Le envi¨® tambi¨¦n fotos de su paso por la selva que ella me reenvi¨®. Aparece en medio de un grupo de migrantes africanos. Viste una camisola del Barcelona, unos shorts sobre mallas deportivas y, a manera de calzado, unos crocs. No parece la vestimenta m¨¢s apropiada para cruzar una de las regiones m¨¢s inh¨®spitas del continente americano.
Otros africanos con los que habl¨¦ en Tapachula coinciden en que el Dari¨¦n es el peor tramo del camino. Que est¨¢n expuestos a la voluntad de las mafias, de traficantes y cuatreros. A todos les robaron. Algunas mujeres son violadas. Todos han atestiguado o escuchado las historias de asesinatos en la selva. All¨ª quedan, muertos sin nombre, pero con familias en ?frica que esperan noticias de ellos. Me confirmaron que esta fue tambi¨¦n la ruta del segundo ahogado, Atabong Michael Atembe.
Como el camino de los centroamericanos hacia Estados Unidos, el de los africanos por el Dari¨¦n est¨¢ lleno de muertos y desaparecidos. Pero entre migrantes tambi¨¦n hay unos m¨¢s jodidos que otros: si los africanos sobreviven al Dari¨¦n, a¨²n tienen que atravesar el camino de los centroamericanos. La frontera de Guatemala con M¨¦xico, que para los centroamericanos es el inicio del infierno, para los africanos es el ¨²ltimo tramo de su odisea.
El se?or Ngu y su primo Forch¨¦ se costearon el resto del viaje con dinero prestado a otros cameruneses. Cruzaron el Suchiate sobre una balsa el 16 de septiembre, seis semanas despu¨¦s de su salida de Bamenda. Estaban a 11.000 kil¨®metros de casa en l¨ªnea recta. Pero entre vuelos, buses, lanchas y a pie hab¨ªan recorrido 22.000 kil¨®metros.
Se registraron en la estaci¨®n migratoria de Tapachula y solicitaron papeles para atravesar M¨¦xico. Como provienen de pa¨ªses sin representaci¨®n diplom¨¢tica, M¨¦xico considera ap¨¢tridas a los africanos. Como a los dem¨¢s migrantes, les otorga un permiso de estancia temporal que les proh¨ªbe abandonar Chiapas, ant¨ªpoda mexicana de la frontera con Estados Unidos.
Despu¨¦s de varias semanas durmiendo a la intemperie en las tiendas de campa?a instaladas en la explanada de la estaci¨®n migratoria, el primo Forch¨¦ se fue por tierra hacia el norte, con coyotes. Emmanuel Ngu prefiri¨® quedarse.
1. Bamenda (Camer¨²n)
Siete horas en coche
2. Aeropuerto de Douala (Camer¨²n)
En avi¨®n
3. Estambul (Turqu¨ªa)
En avi¨®n
4. Ciudad de Panam¨¢ (Panam¨¢) No pueden bajar porque no tienen visado
En avi¨®n
5. Quito (Ecuador)
En autob¨²s
6. Puerto de Turbo (Colombia)
En lancha
7. Capurgan¨¢ (Colombia)
4 d¨ªas a pie por la selva del Dari¨¦n
8. L¨ªmite del tap¨®n del Dari¨¦n (Panam¨¢)
Veh¨ªculo
9. Ciudad de Panam¨¢
Veh¨ªculo
10. R¨ªo Suchiate (frontera con Guatemala, a la altura de Tapachula, M¨¦xico)
En lancha
11. Frontera con M¨¦xico
Veh¨ªculo
12. Tapachula
Veh¨ªculo
13. Puerto Madero
(Se sube a la lancha que ten¨ªa que llevarle hasta EE UU. La lancha naufraga)
naufragioEl recorrido de Emmanuel Ngu es una reconstrucci¨®n basada en el testimonio de su primo Forch¨¦ Takwi, con quien viaj¨®. La distancia y el tiempo para viajar de un punto a otro ha sido calculada teniendo en cuenta el trayecto entre el lugar de partida y el destino, el camino m¨¢s r¨¢pido para llegar y la velocidad media de los veh¨ªculos en los que se desplazaban.
Antoinette recuerda una conversaci¨®n telef¨®nica con su esposo durante esos d¨ªas: ¡°Me dijo algo que me preocup¨®: que descubri¨® que la polic¨ªa era muy corrupta en M¨¦xico, que no pod¨ªa protegerlos. Llevaba casi un mes en [el sur de] M¨¦xico y las autoridades no les daban pase a la capital. Que estaban como rehenes y que M¨¦xico no era un pa¨ªs seguro. Me dijo que se mov¨ªa al norte, no me dijo c¨®mo¡±.
El 10 de octubre, pocas horas antes de embarcarse en la fat¨ªdica lancha, Emmanuel Cheo Ngu grab¨® un mensaje en WhatsApp para Antoinette. Cumpl¨ªan 10 a?os de casados y 70 d¨ªas de haberse separado. ¡°A pesar de estar tan pero tan lejos no puedo olvidar nuestro aniversario. 10 a?os de altas y bajas¡ Gracias por estar all¨ª. Por ser una buena esposa y una fant¨¢stica madre. Por demostrarle al mundo que yo ten¨ªa todas las razones para casarme contigo. Con compromiso, concentraci¨®n y fe podremos hacer todas las cosas que queremos hacer. Probablemente este es el momento correcto. Probablemente Dios estaba esperando por 10 a?os de nuestra relaci¨®n y a partir de aqu¨ª las cosas comenzar¨¢n a funcionar. Tengamos fe y hagamos que suceda. Que nuestro amor sea m¨¢s fuerte para que el mundo siempre pueda tomarnos como ejemplo¡±.
Escuche el mensaje que Emmanuel Cheo Ngu envi¨® a su esposa
Despu¨¦s anunci¨® en Facebook su aniversario nupcial e incluy¨® fotos familiares. Abajo se acumularon 42 reacciones de sus contactos: felicitaciones, bendiciones, feliz aniversario¡ La 43 interrumpe todo el hilo con un breve texto: ¡°?l ya no existe¡±. El siguiente dice simplemente ¡°Rip¡± y otro m¨¢s pregunta por qu¨¦ su nombre est¨¢ en los peri¨®dicos mexicanos. As¨ª supo Antoinette que su esposo hab¨ªa muerto. As¨ª lo supo tambi¨¦n Cecilia Ngu, 25 a?os, polic¨ªa residente en Minneapolis, Minnesota. Sin saber exactamente ad¨®nde ir, Cecilia Ngu vol¨® a Chiapas para buscar a su hermano.
III. EL CORRIDO DE OC?S
Fui a Oc¨®s porque sab¨ªa que all¨ª embarcaban migrantes en lanchas y los dejaban en M¨¦xico. Pero hac¨ªa algunos a?os que no escuchaba historias de coyotes o de centroamericanos embarcados all¨ª; y quer¨ªa comprobar si la ruta a¨²n exist¨ªa.
Solo hay dos maneras de llegar a Oc¨®s: por tierra, transitando la ¨²nica calle que baja desde Tec¨²n Um¨¢n, o en la plataforma flotante en la que pasamos el carro desde La Blanca, a trav¨¦s del r¨ªo Naranjo. V¨ªctor Pe?a, el fot¨®grafo, hizo esfuerzos para maniobrar su c¨¢mara con discreci¨®n desde que bajamos en la ribera occidental del r¨ªo. Est¨¢bamos en tierra de narcos.
Nos metimos entre las bananeras hasta tomar una vereda que no sale en los mapas, que corre junto al Suchiate y que, de tan estrecha e irregular, apenas pudimos transitar. La vereda termina cerca de la desembocadura, en un caser¨ªo al que llaman apropiadamente Los Faros porque all¨ª se encuentran los ¨²ltimos dos faros de Am¨¦rica Central: dos bloques rectangulares de concreto pintados como una bandera guatemalteca. All¨ª termina tambi¨¦n el peque?o casco urbano de Oc¨®s, con su l¨ªnea de casas vac¨ªas frente al mar y su silencio sospechoso.
Oc¨®s es una playa sin veraneantes. Un pueblo fantasma. Pero no es silencio ni aparente calma que inviten a la contemplaci¨®n.
En la estaci¨®n lluviosa, el mar es un lodazal contaminado por las aguas crecidas del Naranjo y el Suchiate. Caminamos un par de kil¨®metros sobre una lengua de arena transitable en marea baja, hasta la desembocadura del Suchiate. No encontr¨¦ vida en la playa: ni cangrejos, ni jutes, ni caracolas ni estrellitas. Nada. Lo m¨¢s cerca de la vida con que tropec¨¦ fueron troncos y ramas que el r¨ªo trajo hasta el mar y que el mar devolvi¨® a la tierra. Eso y el cad¨¢ver de un cachorro de perro que debe haberse ahogado revolcado por las olas truculentas de Oc¨®s, minutos antes de mi paso.
Esquiv¨¦ una masa de basura compuesta por botellas de soda y agua, jeringas, vidrios, zapatos, bolsas y toda suerte de productos de pl¨¢stico. (Apunte curioso: la primera playa paname?a, La Miel, al otro extremo del istmo, es tambi¨¦n una alfombra de basura escupida por las aguas. Centroam¨¦rica comienza y termina en basureros).
Los ranchos de playa en Oc¨®s parecen vac¨ªos, pero si uno aventura segundas miradas puede advertir signos de vidas desconfiadas: algunas casas con altos muros tienen en cada esquina torretas de concreto con apenas una mirilla; all¨ª hay ojos que lo siguen a uno. Y c¨¢maras por si los ojos no vieron.
Estos fueron, durante muchos a?os, los territorios de Juan Ortiz L¨®pez, conocido como Hermano Juan o Chamal¨¦, uno de los narcos m¨¢s poderosos de Centroam¨¦rica. Comenz¨® pasando migrantes a M¨¦xico en las balsas que cruzan el Suchiate y despu¨¦s contrabande¨® mercanc¨ªa entre ambos pa¨ªses, actividades tradicionales en la franja fronteriza. Cuando fue capturado, en marzo de 2011, Chamal¨¦ era uno de los principales traficantes de coca¨ªna, la sucursal guatemalteca del cartel de Sinaloa.
Funcionaba as¨ª: las avionetas que ven¨ªan de Ecuador, Venezuela o Colombia arrojaban los paquetes con coca¨ªna en el mar; y los lancheros de Chamal¨¦ la desembarcaban en Oc¨®s. De aqu¨ª la enviaba otra vez por lancha a M¨¦xico o la sub¨ªa por tierra hasta Tec¨²n Um¨¢n.
Al conocerse su captura, cientos de guatemaltecos, que ve¨ªan en Chamal¨¦ a un benefactor, se manifestaron frente a la Corte Suprema de Justicia, en la capital, exigiendo su liberaci¨®n. Antes que ¨¦l cay¨® su socio, Mauro Ram¨ªrez, apodado Lobo de Mar. Ambos fueron extraditados y juzgados en Estados Unidos. El llamado cartel de Oc¨®s b¨¢sicamente se desintegr¨® ese a?o. Pero no desapareci¨®.
Una peque?a parte del cartel qued¨® a cargo de Wilson Wilfredo Luarcas, apodado El Primazo, jefe de seguridad del extraditado Lobo de Mar. Se limitaba a coordinar las lanchas para recoger los paquetes en el mar y trasladarlos a Tec¨²n Um¨¢n. De all¨ª hacia M¨¦xico, la operaci¨®n corr¨ªa a cargo de otros actores en Tec¨²n Um¨¢n.
El Primazo cay¨® preso a principios de este a?o y ¨¦l mismo pidi¨® su extradici¨®n a Estados Unidos porque, dijo, en la c¨¢rcel lo quer¨ªa matar otro reo al que apodan El Taquero, por su habilidad con el cuchillo, aunque nunca ha cocinado ni un huevo duro.
Donis, hermano de El Primazo, instalado en Tec¨²n Um¨¢n como enlace, se cruz¨® a M¨¦xico para comer un mediod¨ªa de marzo. All¨ª llegaron cuatro sicarios a asesinarlo. El v¨ªdeo del crimen circul¨® ampliamente en Guatemala. Pero a¨²n as¨ª qued¨® una peque?a organizaci¨®n en Oc¨®s para mantener el servicio de lanchas.
La otra red criminal de Oc¨®s, la de traficantes de migrantes, fue desmantelada en 2015. Convers¨¦ recientemente con un fiscal guatemalteco que particip¨® en aquel operativo. ¡°Tuvimos que entrar por aire, mar y tierra, porque esa zona es muy peligrosa. Fue un operativo conjunto de Polic¨ªa y Ej¨¦rcito. Como solo hay una calle para llegar, todos en el pueblo sab¨ªan que un gran operativo iba en camino desde que pasamos Tec¨²n Um¨¢n. Parec¨ªa una pel¨ªcula porque, como no sab¨ªan por qui¨¦n ¨ªbamos, nos cruzamos con la mitad del pueblo que iba para afuera en sus carros¡±. La banda de coyotes ten¨ªa dos hoteles donde manten¨ªa a los migrantes hasta que los lancheros encontraban condiciones para navegar. En ese operativo capturaron a 12 personas.
No sab¨ªamos si a¨²n hab¨ªa tr¨¢fico de migrantes en Oc¨®s, pero s¨ª que el narcotr¨¢fico continuaba. Me lo dijo un periodista local:
¡ªYo, cuando me entero de que hay muertos en Oc¨®s, espero media hora.
¡ª?Media hora para qu¨¦?
¡ªSi nadie me ha llamado en media hora, entonces bajo.
¡ª?Qui¨¦n te llama?
¡ªLos se?ores. Me llaman para decirme que no cubra el muerto. Y pues, si sos periodista en estos rumbos, ya sab¨¦s que no vas.
¡ª?Te han llamado muchas veces?
¡ª14.
Pasamos los primeros cuatro d¨ªas en Oc¨®s buscando lanchas y no encontramos nada. El quinto d¨ªa entramos con un local a quien llamar¨¦ Luz que, por razones obvias, pidi¨® no ser identificado. La experiencia que enseguida contar¨¦ me record¨® esas enormes maquetas con trenes el¨¦ctricos que pasan por un pueblo y se pierden en las monta?as y vuelven; maquetas que tienen botones en el per¨ªmetro que, a medida que se van apretando, encienden luces en lugares que no hab¨ªamos visto: un bot¨®n prende un foquito en la taberna donde dos marineros beben cerveza; otro bot¨®n ilumina una cueva en la monta?a desde la cual un felino vigila el valle. Uno m¨¢s y, adentro de la estaci¨®n, los pasajeros jalan maletas o compran boletos. Todo lo que ve¨ªamos antes de apretarlos.
Luz fue apretando uno por uno los botones de Oc¨®s. ¡°?Ven esos carros que vienen por all¨¢? El de adelante es un narco, el de atr¨¢s es su seguridad... Por esta vereda a la derecha se llega a otra vereda que corre junto al r¨ªo. Por all¨ª no se vayan a meter. ?Ya se metieron? Uy, es que all¨ª es botadero de muertos. ?Lanchas? ?No las vieron? Vengan, se las voy a ense?ar¡±.
Luz nos gui¨® hasta un puente que cruza un peque?o estero. Nos detuvimos y se?al¨® hacia el sur, a unos 10 metros de distancia. ¡°?Ven aquellos matorrales? All¨¢ detr¨¢s del ¨¢rbol... ?No las ven?¡± S¨ª, las vimos. All¨ª estaban las lanchas. Apenas asomaban, blancas y azules. Frente a la Alcald¨ªa tomamos una peque?a calle de tierra y llegamos al embarcadero. Tres muchachos descamisados descansaban, recostados sobre un ¨¢rbol. Uno fumaba. Cuando nos vieron llegar se alertaron y uno llam¨® por tel¨¦fono. Nos quedamos un par de minutos all¨ª, sin bajarnos del carro. Dimos la vuelta para salir y vimos una camioneta negra venir de frente hacia nosotros. Se desvi¨® para dejarnos pasar y nos fuimos.
¡ªAqu¨ª es como la Colombia de Pablo. Si no obedeces, te cae el plomo. Si obedeces te echan la mano¡ª, dijo Luz.
¡ª?Qu¨¦ significa obedecer?
¡ªNo joderlos, pues. Y no te joden.
Seguimos el tour del se?or Luz. Pasamos por grandes construcciones desiertas y ¨¦l mismo nos las fue explicando. La casa de all¨¢ era de una pastora evang¨¦lica que cay¨® presa por tr¨¢fico de drogas. Debajo del templo ten¨ªa una bodega con droga. Aquella construcci¨®n de all¨¢, un edificio abierto e inconcluso de tres plantas frente a la plaza, esa es de una mujer detenida por lavado de dinero. Quer¨ªa construir un mega restaurante.
¡ª?Y el otro restaurante, ese frente a la playa, con las puertas abiertas, en el que no hemos visto a nadie en cinco d¨ªas¡?
¡ªEse es de do?a Edilma.
¡ªPero est¨¢ vac¨ªo
¡ªS¨ª. Ni cocineros ni meseros ni clientes. As¨ª es aqu¨ª.
¡ªPero est¨¢ la puerta abierta¡
¡ª?Y qu¨¦ le van a robar? ?A do?a Edilma?
Edilma Navarijo fue alcaldesa de Oc¨®s cuando el municipio inclu¨ªa tambi¨¦n La Blanca, entre 2008 y 2016. Ella y su esposo, Carlos Preciado, tuvieron un crecimiento econ¨®mico notable en los a?os anteriores a su ingreso a la pol¨ªtica. En Oc¨®s hay quienes los recuerdan de novios: ¨¦l manejando una bicicleta vieja, descalzo, y ella sentada en la tijera de la bicicleta. Los a?os de prosperidad les permitieron r¨¢pidamente hacerse de tierras y construir viviendas y negocios.
Alrededor de 2007, Edilma Navarijo de Preciado inici¨® una relaci¨®n extramarital con un hombre que ya ten¨ªa su propia leyenda negra en Guatemala: V¨ªctor Soto Di¨¦guez, jefe de investigaciones de la Polic¨ªa Nacional Civil, involucrado en la masacre de reos en el penal de Pav¨®n y en el encubrimiento por el asesinato de tres diputados salvadore?os al Parlamento centroamericano. A partir de entonces, Soto Di¨¦guez visitaba Oc¨®s con frecuencia.
La relaci¨®n extramarital dividi¨® a la familia Preciado Navarijo a tal grado que Carlos, el hijo mayor del matrimonio, fue rival de su mam¨¢ en las elecciones para alcalde. Ella gan¨®. Poco despu¨¦s, en una reyerta a¨²n no esclarecida judicialmente, el esposo de la alcaldesa y otro de sus hijos murieron baleados. Soto Di¨¦guez termin¨® ese d¨ªa con una herida de bala tambi¨¦n. En Oc¨®s, todos se?alan al jefe policial como responsable de la muerte de los Preciado.
Vivian Preciado, la hija de la alcaldesa y del muerto, fue detenida por encubrir a Soto Di¨¦guez, el presunto asesino de su pap¨¢. El jefe policial se libr¨® de pagar por ese crimen, pero fue finalmente condenado a 33 a?os de prisi¨®n por ejecuciones extrajudiciales en la c¨¢rcel de Pav¨®n. Edilma Navarijo, desde entonces, viaja con frecuencia a la capital guatemalteca para visitarlo en prisi¨®n.
Luz apret¨® tambi¨¦n esos botones. Cuando pasamos enfrente de la casa de Edilma Navarijo la se?al¨®: ¡°Aqu¨ª estaba ella con V¨ªctor Soto y vino el hijo de ella, Carlos, y dispar¨® contra la casa. Soto se encabron¨® y se fue para la casa de ellos. Dale para adelante, vamos a ver la otra casa. All¨ª todav¨ªa vive Carlos... Aqu¨ª es. Pues se vino para ac¨¢ con sus hombres y dispar¨® parejo. Parece que hab¨ªa una reuni¨®n familiar y mat¨® al se?or y a otro de los hijos¡±. Le pregunt¨¦ si la noticia hab¨ªa salido en los peri¨®dicos o en los noticieros. Me dijo que s¨ª. Ese d¨ªa, al parecer, el periodista local s¨ª cubri¨® la noticia.
En enero de 2020, Edilma Navarijo tomar¨¢ posesi¨®n como alcaldesa de La Blanca. Pero ahora convive con dos de sus hijos en la pol¨ªtica. Carlos, el que estaba enemistado con ella, fue electo alcalde de Oc¨®s. Vivian, la hija acusada de encubrir a Soto Di¨¦guez, es diputada por el departamento de San Marcos. La familia Navarijo es la nueva dinast¨ªa pol¨ªtica en este rinc¨®n de narcos y bananeras.
Madre e hija son miembros del partido Uni¨®n del Cambio Nacional, cuyo candidato a la Presidencia, Mario Estrada, fue arrestado en Miami en abril pasado, dos meses antes de la elecci¨®n. La DEA grab¨® una reuni¨®n entre Estrada y emisarios del cartel de Sinaloa en la que el candidato les prometi¨®, si ganaba las elecciones, entregarles el control de las Aduanas y de la Polic¨ªa. A cambio, pidi¨® 12 millones de d¨®lares (10,9 millones de euros) para financiar su campa?a y un peque?o atajo: que el cartel asesinara a Thelma Aldana, candidata presidencial que le superaba en las encuestas. Para fortuna de la candidata, los narcos sinaloenses eran en realidad agentes encubiertos de la DEA.
Dos semanas antes de su captura, Estrada recibi¨® en su rancho al presidente guatemalteco Jimmy Morales. En su defensa, Morales dijo que se reunieron para coordinar una transici¨®n pac¨ªfica y ordenada despu¨¦s de las elecciones.
Intent¨¦ hablar con la diputada Vivian Preciado Navarijo y, a trav¨¦s de ella, con Edilma, su mam¨¢. No obtuve ninguna respuesta. Ahora est¨¢bamos frente a la casa de su hermano Carlos, alcalde electo de Oc¨®s. Las ventanas estaban abiertas y parec¨ªa que alguien acababa de levantarse del estudio. Tocamos la puerta y el timbre durante m¨¢s de 10 minutos. Nadie sali¨®.
Hay otro alcalde en la zona, 20 kil¨®metros r¨ªo arriba, que es hoy el hombre fuerte de los territorios del sur: Erik S¨²?iga, alias El Pocho, alcalde de Tec¨²n Um¨¢n. Notas de El Peri¨®dico de Guatemala lo se?alan como el heredero de Juan Chamal¨¦ y padrino de las operaciones del cartel de Sinaloa en la regi¨®n. Es decir, el jefe.
Todo lo il¨ªcito ¡ªdrogas, contrabando, tr¨¢fico de migrantes¡ª pasa por Tec¨²n Um¨¢n. S¨²?iga ha colocado un sistema de c¨¢maras que registran qui¨¦n entra y qui¨¦n sale de la ciudad y desde all¨ª controla tambi¨¦n el ¨²nico camino a Oc¨®s. No tiene que preocuparse por adversarios o rivales pol¨ªticos: no tiene ninguno. Los habitantes, adem¨¢s, le apoyan mayoritariamente. Luz lo explica: ¡°En Tec¨²n Um¨¢n comenzaron a instalarse las maras y estaban dando muchos problemas. Pero ese problema ya no lo tenemos. Erik se encarg¨®. Tambi¨¦n se encarg¨® de los ladrones. Tec¨²n Um¨¢n es hoy un lugar seguro¡±.
Una corte de Texas solicit¨® su extradici¨®n en abril pasado. ¡°Ha asistido y coordinado el transporte de varias toneladas de coca¨ªna viajando a trav¨¦s de Guatemala hacia M¨¦xico¡±, dice la investigaci¨®n de la DEA que da pie a la solicitud judicial. Pero en Guatemala los alcaldes gozan de inmunidad. Ya fue abierto un proceso de antejuicio contra S¨²?iga, pero no ha prosperado.
La gran pregunta en la ciudad fronteriza es qu¨¦ har¨¢ su alcalde en enero, cuando termine su periodo y pierda la inmunidad. No pudo competir para su reelecci¨®n porque el Tribunal Supremo Electoral anul¨® su candidatura debido a la solicitud de extradici¨®n. Pero pas¨® algo digno de narcocorridos: como no hab¨ªa tiempo para reemplazarlo, su candidatura qued¨® vacante, pero tampoco hubo tiempo para reimprimir las boletas electorales. A pesar de que todos en el municipio sab¨ªan que ¨¦l ya no compet¨ªa, y que hab¨ªa sido acusado en Estados Unidos por narcotr¨¢fico, igual votaron por ¨¦l. Dejar¨¢ la alcald¨ªa en enero, pero asumir¨¢ su planilla.
Salimos de Oc¨®s convencidos de que la ruta mar¨ªtima desde Guatemala ya no existe. Que las fronteras, din¨¢micas y cambiantes para adaptarse a las realidades dictadas por los flujos migratorios, el crimen organizado y las decisiones pol¨ªticas, han vuelto a moverse.
Varios migrantes me contaron en M¨¦xico que se pasan con casi absoluta libertad el r¨ªo, subidos en las balsas de siempre. Lo comprob¨¦ tambi¨¦n cuando cruc¨¦ el puente, rumbo a Tapachula. En los lugares tradicionales de desembarco de migrantes en Ciudad Hidalgo, ahora hay puestos de la reci¨¦n creada Guardia Nacional. Sirven simplemente para que los migrantes ya no desembarquen all¨ª. Se cruzan r¨ªo arriba, donde la Guardia no llega, porque por alg¨²n lado los tiene que dejar pasar. Por donde se cruzaron Emmanuel Ngu y Forch¨¦ Takwi y Atabong Michael Atembe y los tres mil africanos que encontr¨¦ en Tapachula.
Pero si los cameruneses ya estaban en M¨¦xico¡ ?D¨®nde se embarcaron Emmanuel Cheo Ngu, Atabong Michael Atembe y el tercer hombre que termin¨® ahogado? ?Para qu¨¦ subieron en una lancha que los llevar¨ªa durante horas, de noche, por un mar picado? Me hice estas preguntas, desde luego, cuando supe del accidente en Puerto Arista. Porque cuando cruc¨¦ el puente de Tec¨²n Um¨¢n y entr¨¦ a territorio mexicano, dos d¨ªas antes, ni siquiera pensaba escribir sobre cameruneses ni hab¨ªa escuchado esos nombres: Atabong Michael Atembe. Emmanuel Cheo Ngu. Emmanuel Cheo Ngu.
IV. LA NUEVA FRONTERA
El 12 de octubre, casi 3.000 migrantes salieron en caravana de Tapachula rumbo a la Ciudad de M¨¦xico. Por la carretera a Oaxaca marcharon juntos salvadore?os, hondure?os, cameruneses, haitianos, ghaneses, cubanos, mauritanos, congole?os, venezolanos, sierraleoneses, angole?os, eritreos...
Se dijeron inspirados por los centroamericanos que un a?o antes marcharon en masa hasta la frontera con Estados Unidos. Pero el M¨¦xico de 2018 no es el mismo de finales de 2019. Si entonces el Gobierno de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador a¨²n predicaba humanismo y solidaridad con los centroamericanos y ofreci¨® permisos de trabajo para todos, ahora ese mismo gobierno convirti¨® la frontera sur en el muro de Donald J. Trump, pagado por los mexicanos. Cre¨® la Guardia Nacional para impedir el paso de los migrantes.
Todas las carreteras de salida de Tapachula, salvo la que conduce a Guatemala, est¨¢n selladas por la Guardia Nacional y la Polic¨ªa Federal. All¨ª est¨¢ hoy la nueva frontera entre M¨¦xico y Centroam¨¦rica.
Los cuerpos de seguridad cerraron el paso de la caravana en Huixtla; detuvieron a cientos y los dem¨¢s se vieron obligados a volver a tiendas de campa?a cubiertas con pl¨¢stico negro en la explanada de la estaci¨®n migratoria, expuestos a inundaciones, donde deben caminar dos kil¨®metros a un r¨ªo para ba?arse, orinar y defecar, porque el Gobierno mexicano ni siquiera les ha puesto ba?os m¨®viles; donde dependen de organizaciones no gubernamentales para alimentarse y vestirse; donde todos los d¨ªas reciben los insultos y el rechazo de una ciudad cuya capacidad para recibir migrantes ha sido rebasada. Donde ellos tampoco quieren estar, porque su destino es otro.
¡°A m¨ª no me sorprende ni la corrupci¨®n ni los coyotes ni los migrantes. A m¨ª lo que me sorprende es el odio que he visto contra ellos en las ¨²ltimas semanas¡±, dice Luis Garc¨ªa Villagr¨¢n, director del Centro de Documentaci¨®n Humana, una organizaci¨®n dedicada a la defensa de los migrantes. Villagr¨¢n calcula que en Tapachula hay aproximadamente 50.000 migrantes, equivalente al 10% de la poblaci¨®n local. Cincuenta mil visitantes extranjeros y ni un solo turista.
A Emmanuel Ngu lo vieron en la estaci¨®n migratoria pocos d¨ªas antes del naufragio. Pero una ma?ana desapareci¨®. ¡°Iba para Puerto Madero. All¨ª se embarcan¡±, me dijo un camerun¨¦s. El mismo lugar que mencion¨®, en Puerto Arista, un fiscal de Chiapas que investigaba la muerte de los africanos. Ubicado tambi¨¦n como lugar de embarque por los medios locales que dieron a conocer el naufragio. Puerto Madero, Chiapas. All¨ª estaba el punto inicial de la nueva ruta mar¨ªtima.
A solo 30 kil¨®metros de Tapachula, y junto a una base naval mexicana, Puerto Madero es un peque?o poblado de pescadores y restaurantes deprimidos que ofrecen pescado frito y la posibilidad de ba?arse en piletas a las que llaman piscinas. Fuimos a las dos cooperativas de pescadores. En una de ellas, sobre pl¨¢stico negro, cientos de aletas de tibur¨®n eran secadas al sol. Los pescadores dijeron no saber nada del naufragio del que toda la costa chiapaneca hablaba. Es m¨¢s, nunca hab¨ªan visto un africano en Puerto Madero. Ni en ning¨²n otro lado. Nunca han visto un africano. Nunca han visto un hombre negro.
No encontramos all¨ª polic¨ªas, ni fiscales, ni agentes de migraci¨®n, ni miembros de la Guardia Nacional.
En cuanto a los sobrevivientes del naufragio, el peri¨®dico mexicano Animal Pol¨ªtico revel¨® que fueron trasladados por las autoridades mexicanas a Tuxtla Guti¨¦rrez, la capital del Estado, y encerrados en una dependencia conocida como La Mosca. Un defensor de migrantes que logr¨® hablar con los sobrevivientes dijo al peri¨®dico que ninguno de ellos recordaba el nombre del puerto en el que se embarcaron.
El 14 de octubre contact¨¦ a Cecilia Ngu, la hermana de Emmanuel. Estaba a punto de abordar el vuelo en compa?¨ªa de su cu?ado, Walters Feh. Quedamos de vernos en Tuxtla. Antes de cortar me dijo: ¡°Pero no crea lo que dicen los peri¨®dicos mexicanos. Ya vi las fotos. Le aseguro que ese muerto no es Emmanuel Cheo Ngu. Ese no es mi hermano¡±.
Cuando aterriz¨® en Tuxtla Guti¨¦rrez, Cecilia Ngu ten¨ªa en su tel¨¦fono una nota de un peri¨®dico oaxaque?o. El tercer muerto, el que encontraron el 12 de octubre en la playa de Cachimbo, Oaxaca, fue identificado por las autoridades de ese Estado tambi¨¦n como Emmanuel Cheo Ngu. Es decir, un cuerpo en Chiapas y uno en Oaxaca fueron registrados por las autoridades de cada Estado como la misma persona.
Pero Cecilia no necesitaba informes: las fotos del hombre de Oaxaca eran, sin duda, las correspondientes a su hermano. Emmanuel Cheo Ngu era el tercer muerto. No el primero.
Cecilia Ngu y Walters Feh se subieron al auto en Tuxtla y tomamos la carretera para buscar el cuerpo de Emmanuel. ¡°?l nunca me dijo que se hab¨ªa ido de Camer¨²n. En los ¨²ltimos meses nos comunic¨¢bamos por WhatsApp pero no me dijo nada¡±, dice Cecilia. ¡°Ahora s¨¦ que iba a Minneapolis, a reunirse con nosotros. Si yo hubiera sabido, nunca lo hubiera dejado subirse a esa lancha. Nosotros somos gente de monta?a, no tenemos nada que hacer en el agua. Emmanuel no sab¨ªa nadar¡±.
Cecilia quiso ir a Cachimbo atendiendo a una tradici¨®n camerunesa: enterrar a su hermano, cuando esto sea posible, en la tierra donde naci¨®, pero con un pu?ado de tierra del lugar donde muri¨®. Una tormenta nos impidi¨® el paso m¨¢s all¨¢ de Ixhuat¨¢n. Tuvo que conformarse con coleccionar un poco de tierra mojada del pueblo m¨¢s cercano de donde perdi¨® la vida su hermano.
Supimos que el cuerpo de Emmanuel Cheo Ngu hab¨ªa sido trasladado a Ixtepec, un municipio oaxaque?o de paso de migrantes. Dormimos all¨ª. Por la ma?ana fuimos al cementerio en el que le practicaron la autopsia. No tuvimos suerte. Fue trasladado pocas horas antes a una funeraria privada porque en Ixtepec no hay c¨¢mara frigor¨ªfica y el cuerpo llevaba ya varios d¨ªas descomponi¨¦ndose a la intemperie.
La Fiscal¨ªa de Atenci¨®n al Migrante de Ixtepec, bajo cuya autoridad estaba el cuerpo de Emmanuel Ngu, nos confirm¨® el traslado a una funeraria en Mat¨ªas Romero, a 70 kil¨®metros de distancia. Antes de irnos, mostraron a Cecilia fotos del cuerpo de su hermano tomadas en la playa. Por primera vez en todo el viaje, la mujer polic¨ªa se quebr¨®. De inmediato reconoci¨® a su hermano en aquel cuerpo hinchado, descompuesto y con la palidez de la muerte que lo alcanz¨® en una tierra lejana. Cecilia Ngu hab¨ªa llegado justo a tiempo para rescatarlo de su ¨²ltimo abandono: una fosa com¨²n. Tomamos la carretera hacia Mat¨ªas Romero.
La funeraria Reysan, en Mat¨ªas Romero, parece una fantas¨ªa de David Lynch. La entrada est¨¢ adornada con cintas naranjas y negras, calabazas, duendes de pl¨¢stico, espantap¨¢jaros y brujas. Junto a la puerta, un mapache encadenado lucha por moverse m¨¢s all¨¢ del metro de radio que le permite la cadena. Adentro, una mecedora de madera que ya pas¨® sus mejores a?os y dos sillas de pl¨¢stico hacen las veces de recepci¨®n, frente a dos filas de ata¨²des. Un mono ara?a con la cadera rota intenta moverse entre los sillones de la sala. Dos jaulas con loras alebrestan al simio.
La funeraria es tambi¨¦n residencia de la propietaria, Araceli Valdivieso. Residir en una zona de paso la ha especializado en migrantes. Cuando un centroamericano muere o es muerto en la zona, es ella frecuentemente quien traslada los restos al pa¨ªs de origen. Al siguiente d¨ªa, nos dijo, sal¨ªa para Nicaragua con el cuerpo de un migrante asesinado por el amor de una mujer. Pero una cosa es llevar un cuerpo en carro a Nicaragua. ?frica es otra cosa.
Cecilia y Walters ingresaron al cuarto en el que hab¨ªan preparado el cuerpo de Emmanuel Ngu. Ella busc¨® las cicatrices en el cuerpo deforme que ten¨ªa enfrente. All¨ª estaban: la marca de la herida en el tobillo derecho y la u?a que nunca volvi¨® a crecer en el dedo gordo del pie izquierdo; las huellas de la violencia en Bamenda que lo empujaron hacia su ¨²ltimo viaje. Las razones de su huida a¨²n visibles en un cuerpo por lo dem¨¢s casi irreconocible, en una muy extra?a funeraria de un pueblo mexicano al otro lado del mundo. Un muerto solitario.
Solos frente al difunto, en familia, Cecilia y su cu?ado reprodujeron mensajes que otros parientes les enviaron previamente para despedirse del se?or Ngu, para decirle que lo esperan en casa, que all¨¢ volver¨¢, al pueblo que lo vio nacer y crecer y que lo expuls¨®. Que all¨¢ lo recibir¨¢n cuando vuelva.
Cuando vuelva en una caja proporcionada por Araceli Valdivieso.
Antes de marcharnos de la funeraria, los familiares del muerto advirtieron que necesitar¨¢n tiempo para costear el traslado del cuerpo. Araceli Valdivieso les tranquiliz¨®: ¡°Se puede quedar aqu¨ª el tiempo que haga falta. Tengo aqu¨ª cuerpos desde hace ocho a?os, imag¨ªnense...¡±. Les ofreci¨® tambi¨¦n cremarlo. Es m¨¢s barato llevarlo en una urna, les dijo, y menos burocr¨¢tico. Cecilia Ngu se neg¨®: ¡°Nuestra costumbre es enterrarlos. Si no hay cuerpo no hay muerto. Nadie creer¨¢ en Bamenda que unas cenizas son los restos de mi hermano¡±. Volvimos a la fiscal¨ªa de Ixtepec para levantar el acta de defunci¨®n. All¨ª me desped¨ª de la hermana y del cu?ado del se?or Ngu.
Llam¨¦ a Cecilia Ngu a Minneapolis hace dos semanas. El cuerpo de Emmanuel segu¨ªa en la funeraria Reysan de Mat¨ªas Romero, varado por tr¨¢mites burocr¨¢ticos. Le pregunt¨¦ si sab¨ªa algo m¨¢s del naufragio. ¡°No. Ped¨ª a las autoridades mexicanas que me dejaran hablar con los sobrevivientes. Solo ellos saben qu¨¦ pas¨®. Pero no me dejaron hablar con ellos¡±.
Parece que la ruta mar¨ªtima en la que fallecieron los cameruneses ha sido, al menos temporalmente, clausurada. Los caminos de los migrantes est¨¢n cambiando una vez m¨¢s. No solo all¨ª: diez d¨ªas despu¨¦s de que Emmanuel y Forch¨¦ aterrizaron en Quito, el Gobierno de Ecuador anunci¨® que los cameruneses y ciudadanos de otros 11 pa¨ªses africanos requieren ahora visa para ingresar a su territorio.
El 22 de octubre, varios peri¨®dicos mexicanos reportaron que el director del Instituto Nacional de Migraci¨®n de M¨¦xico, Felipe Gardu?o, inaugur¨® una muestra fotogr¨¢fica que reconoce los aportes de migrantes a M¨¦xico durante m¨¢s de un siglo. All¨ª mismo le preguntaron sobre los migrantes africanos varados en Tapachula. ¡°?As¨ª sean de Marte los vamos a deportar! ?Los vamos a enviar a la India, a Camer¨²n, hasta el ?frica!¡±, dijo Gardu?o. Y dio por inaugurada la exposici¨®n.
Dos jueces de Chiapas frenaron las amenazas interplanetarias de Gardu?o. En respuesta a seis demandas de amparo interpuestas por 350 migrantes africanos, concluyeron que M¨¦xico incumpli¨® las leyes mexicanas al impedirles el libre tr¨¢nsito m¨¢s all¨¢ de Chiapas; y, al ser ap¨¢tridas, el Estado mexicano debe protegerlos.
La resoluci¨®n sent¨® precedente legal, por lo que cubre no solo a los demandantes sino a todos los africanos varados en Tapachula. En menos de tres d¨ªas, M¨¦xico otorg¨® dos mil residencias permanentes.
Debo contar, finalmente, algo m¨¢s: he visto la lista de los africanos que demandaron al Estado mexicano. Uno a uno registraron sus nombres en secuencia numerada. El 112 pertenece a Atabong Michael Atembe. Firm¨® seis semanas antes de morir. Es el segundo ahogado.
No aparece Emmanuel Cheo Ngu en la lista. Pero es v¨¢lido suponer que, si estuviera vivo como los dos mil africanos que hoy tienen residencia permanente, el profesor de Bamenda llamar¨ªa a Antoinette y le contar¨ªa con su voz pausada y optimista que continuar¨ªa seguro su camino al norte.
Pero decirlo as¨ª puede prestarse a la infeliz conclusi¨®n de que a los tres cameruneses los mat¨® la impaciencia. Es m¨¢s preciso apuntar la responsabilidad estatal, en sinton¨ªa con la resoluci¨®n de los jueces: murieron porque las autoridades mexicanas incumplieron sus propias leyes. Si las hubiesen respetado en vez de sucumbir a las pol¨ªticas del presidente de Estados Unidos, ni Atabong Michael Atembe, ni Emmanuel Cheo Ngu, ni la otra v¨ªctima que el Estado de Chiapas a¨²n cree que se llamaba Emmanuel Cheo Ngu, habr¨ªan necesitado abordar una lancha. Hoy los tres estar¨ªan vivos.
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Sobre este proyecto
La frontera desconocida de Am¨¦rica
Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente
Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.
Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.
Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.
Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.
Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.
EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.
Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.
Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.
Cr¨¦ditos
- Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
- Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser y Patricia R. Blanco
- Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
- Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez y Ana Fern¨¢ndez
- Front-end: Bel¨¦n Polo y Nelly Natal¨ª
- Desarrollo: Jacinto Corral
- Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
- V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Gonzalez
- Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
- Edici¨®n de Imagen: H¨¦ctor Guerrero
- Redes Sociales: Anna Lagos
- Edici¨®n de textos: Ana Lorite y Marta Nieto
- Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco y Eduardo Ort¨ªz
- Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel y Omnionn