La belleza y esplendor de un jard¨ªn tambi¨¦n es posible en invierno
Dej¨¦monos sorprender por el olor a hojas ca¨ªdas y a tierra mojada, por el de las plantas arom¨¢ticas como el romero o el tomillo y por los ¨¢rboles caducos que durante esta temporada ense?an la perfecci¨®n de su ramaje
En la obra de arte que es el jard¨ªn nada permanece est¨¢tico, como bien es sabido. No puede serlo cuando la planta evoluciona cada a?o que pasa. De la misma manera, al cambiar ella, tambi¨¦n afecta a las plantas que la rodean. Y eso origina modificaciones en el cultivo de todas. Puede que ahora ese arbusto de lilo (Syringa vulgaris) se vea sombreado por el arce (Acer sp.), que ha decidido ensanchar por fin su copa. As¨ª que el a?o que viene habr¨¢ menos flores de lilas, y tendr¨¢n un color ligeramente m¨¢s p¨¢lido por ese d¨¦ficit de luminosidad. Por el contrario, en el otro lado del jard¨ªn, un viburno (Viburnum sp.) ha muerto, lo que va a permitir a todas las gaillardias (Gaillardia sp.) que lo rodeaban recibir m¨¢s energ¨ªa del sol y florecer con m¨¢s fuerza si cabe.
El clima, gran soberano que reina y rige el jard¨ªn, tambi¨¦n aportar¨¢ con su mera presencia el sino de cualquier espacio lleno de plantas. El invierno que hemos vivido hasta ahora en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica no ha sido especialmente fr¨ªo. En muchos lugares vemos c¨®mo los rosales se resisten a dejar de formar sus flores, que aunque sean err¨¢ticas, y no tan llenas como en los meses m¨¢s c¨¢lidos, all¨ª que siguen coloreando las ma?anas. Quienes piensen que un jard¨ªn en el invierno de las zonas m¨¢s fr¨ªas tiene menos inter¨¦s se equivocan por completo. La tierra sigue dando frutos y flores, y muchas plantas tambi¨¦n se presentan al desnudo.
Ahora, en un paseo por cualquier jard¨ªn invernal, se hace preciso admirar la anatom¨ªa de los ¨¢rboles caducos que nos ense?an la perfecci¨®n de su ramaje. Hay que levantar la vista y contemplar sin prisa la distribuci¨®n de cada una de las partes de sus copas; nos hace ser conscientes de c¨®mo crean un sofisticado dispositivo de captaci¨®n de la luz, ocupando hasta el ¨²ltimo cent¨ªmetro de cielo con sus ramillas. Sus respectivas cortezas cobran en estos momentos mayor protagonismo. Se pueden comparar las diferentes texturas de cada especie, sus tonos, su grosor... De las cortezas lisas y pulidas de tacto dulce de los ¨¢rboles de J¨²piter (Lagerstroemia indica) se puede pasar en unos metros a la m¨¢s rugosa, ¨¢spera y gruesa de los robles (Quercus spp.). En las oquedades que ha creado puede que el musgo est¨¦ campando a sus anchas y sus bellos verdes sean un complemento perfecto para los marrones oscuros y negruzcos de la piel del roble.
Los efectos del roc¨ªo y de la escarcha encuentran en ciertas plantas un escenario de excepci¨®n, un escaparate en el que las gotas de agua y los cristales de hielo desean ser observados antes de que la ma?ana los reduzca a vapor y vuelen hacia las alturas. La admiraci¨®n que siente el jardinero ante una euforbia (Euphorbia characias) cubierta de roc¨ªo le lleva a perpetuar su espect¨¢culo en una foto con su tel¨¦fono. En el fr¨ªo, las hojas rojas de las variedades de acelgas (Beta vulgaris var.) incendian el jard¨ªn y aportan calor con solo mirarlas. Est¨¢n creciendo al lado de las hojas m¨¢s vigorosas de cardos y alcachofas (Cynara spp.) o de las matas de habas (Vicia faba), vegetales que no temen al fr¨ªo y que siguen vegetando durante todo enero. Colocar especies hort¨ªcolas estrat¨¦gicamente en ciertas partes de los jardines siempre es un acierto.
Las plantas glaucas ¡ªde colores azulados¡ª o las variegadas generan contrastes; muchas de ellas casi que parecen flores en s¨ª mismas, aunque solo porten hojas y m¨¢s hojas en estos d¨ªas. Pero es que hasta las plantas que han amarronado, como consecuencia de sus procesos naturales, tambi¨¦n nos muestran su hermosura, al contrastar vivamente con los verdes del jard¨ªn. Un sedo (Sedum telephium) permanece con toda su parte a¨¦rea muerta, de color marr¨®n chocolate intenso, a¨²n m¨¢s vivo si ha recibido el agua de lluvia. Rodeado de otras plantas tapizantes, ve realzado esos tonos c¨¢lidos amarronados. Vemos que no todo son los verdes en una composici¨®n, y los penachos pajizos de los miscantus (Miscanthus sinensis) y de otras gram¨ªneas crean puntos de inter¨¦s en el jard¨ªn adormilado por el fr¨ªo.
Los frutos del a?o anterior permanecen sobre las ramas, como los rojizos de los escaramujos de las rosas (Rosa spp.) o los de las piracantas (Pyracantha spp.) y de los cotoneaster (Cotoneaster spp.), as¨ª como los frutos de los c¨ªtricos (Citrus spp. y otros g¨¦neros), plantas maestras a la hora de te?ir de tonos c¨¢lidos los d¨ªas plomizos y nublados. Y quienes piensen que enero no tiene flores, solo ha de fijarse bien en ellas para encontrar las del durillo (Viburnum tinus), de la hortensia de invierno (Bergenia crassifolia), de los avellanos (Corylus avellana), de los brezos (Erica spp.), de los hel¨¦boros (Helleborus spp.), de los lirios de Argelia (Iris unguicularis), de las mahonias (Mahonia spp.)¡ As¨ª que claro que encontramos flores, aunque no nos asalten a cada paso como en un recorrido primaveral. Adem¨¢s, los colores de las hierbas silvestres complementan a la perfecci¨®n a todas las otras plantas cultivadas.
Dej¨¦monos tambi¨¦n sorprender por el olor a hojas ca¨ªdas y a tierra mojada, por el de las plantas arom¨¢ticas como el romero (Salvia rosmarinus) o el tomillo (Thymus vulgaris). Asimismo, las yemas que se hinchan en las ramas y a ras del suelo vaticinan el renuevo necesario para todas aquellas especies caducas. Un jard¨ªn en el invierno parece menos acogedor. ?D¨®nde ha ido toda su belleza y esplendor? Siguen all¨ª, solo han cambiado. Son en estos peque?os detalles donde la vida incesante del jard¨ªn nos sigue recompensando.
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