Pepinos con ansiedad
En mi imaginaci¨®n se alzan, como castillos hinchables gigantescos, los campos de f¨²tbol y los grandes estadios deportivos convertidos en magn¨ªficos campos de nabos regados por aspersores
El cuerpo de un humano joven tiene una cantidad proporcional de agua parecida a la de un pepino. De alg¨²n modo, podemos decir que las personas somos pepinos andantes con ansiedad, y con el tiempo, si no tenemos cuidado, esa ansiedad nos avinagra.
Sin agua no hay vida ni forma posible de disolver esa angustia para hacerla m¨¢s liviana, sin jugos ni salivaci¨®n la comida pasa por la garganta como el cepillo de un deshollinador por una chimenea. Es por esto que poblamos un planeta azul y no uno rojo, y es dif¨ªcil que en un paisaje sin agua puedan crecer tanto los pepinos como el optimismo de cualquier tipo. En Catalu?a estamos en el periodo m¨¢s largo de sequ¨ªa desde 1905, a?o en que empezaron los registros; esto son m¨¢s de 30 meses sin ver lluvia significativa. En algunos puntos de Espa?a hace m¨¢s de 100 d¨ªas que no cae una sola gota, y en gran parte del pa¨ªs este a?o no se va a poder cosechar ni un solo grano de cereal. En las cocinas profesionales el ambiente es tan seco que los chispazos que pega el film transparente al desenrollarlo parecen los de Son Goku transform¨¢ndose en Super Saiyan.
Llevo semanas leyendo acerca de la sequ¨ªa y no he sido capaz de encontrar una sola visi¨®n optimista sobre el tema. Mi teor¨ªa no falla: sin agua, somos pepinos pochos presos de la ansiedad. Amargos. Y lejos de pretender trivializar acerca de las tribulaciones o las perspectivas agoreras del sector del campo, de los agricultores y los ganaderos, gremio que lo est¨¢ pasando realmente mal, s¨ª que creo que andamos sedientos de, a aparte de agua, relatos alternativos, f¨¢bulas, visiones que ofrezcan posibilidades m¨¢s all¨¢ del catastrofismo clim¨¢tico, el colapsismo ecol¨®gico, el autoodio, o los manifiestos en pro de la huelga general de fecundidad y la extinci¨®n de la especie humana.
Desde abogados del fin del Antropoceno blandiendo las innumerables formas en que la humanidad ha sido inequ¨ªvocamente mala para el planeta y para casi todos los dem¨¢s seres vivos que lo habitan, hasta zelotes de la tecno-utop¨ªa de Silicon Valley que profetizan la fusi¨®n del esp¨ªritu humano con las m¨¢quinas hasta trascender la humanidad en forma de ciborgs inmortales mejorados por computadoras: estos d¨ªas es m¨¢s f¨¢cil leer acerca de todo esto que de propuestas ilusionantes.
Y a m¨ª me viene la cocina a la cabeza, y me sonr¨ªo.
Entro en un bar a tomarme un caf¨¦, veo por el rabillo del ojo la portada de alg¨²n peri¨®dico deportivo con un titular en letras gordas que dice ¡°Sequ¨ªa¡±, en referencia a la falta de goles que est¨¢ llevando al Bar?a al hoyo, y en mi imaginaci¨®n se alzan, como castillos hinchables gigantescos, los campos de f¨²tbol y los grandes estadios deportivos ¡ªque junto con cualquier instalaci¨®n destinada a la pr¨¢ctica del deporte federado son las ¨²nicas zonas verdes con permiso de riego ahora mismo¡ª convertidos en magn¨ªficos campos de nabos regados por aspersores. Veo ringleras de pepinos, de pimientos y de tomateras atadas a hilos de tender tensados de porter¨ªa a porter¨ªa, mosaicos de colores rebosantes de abejorros, mariposas y p¨¢jaros, siendo trabajados por todos aquellos que hasta ahora observaban los encuentros desde las gradas o desde la comodidad de sus casas. Como frutos de una desamortizaci¨®n invertida, devenidos en una especie de huertos comunales, tierra de todos y de nadie, estos oasis urbanos ser¨ªan cuidados por turnos de una horita o una horita y media a la semana a cambio de una cesta de ingredientes para cocinar gazpachos, salmorejos, ensaladas y ensaladillas refrescantes de todo tipo y condici¨®n.
En mi suerte de utop¨ªa marxista-ecol¨®gico-festivo-culinaria, el agua de riego de las parcelas ser¨ªa el agua de cocci¨®n de las legumbres dom¨¦sticas. Caldo gelatinoso y nutritivo resultante de hervir garbanzos, lentejas y alubias, cargado a cuestas dentro de las mismas ollas de cocci¨®n por cocineros y cocineras de todas las casas, de todos los barrios, formando hilillos por las calles como columnas de hormigas titilantes; porque habr¨ªamos entendido, tambi¨¦n, que la distop¨ªa tecnol¨®gica siliconvalleyana no puede aplicarse sin ir de la mano de un monopolio agroalimentario altamente tecnificado y solo al alcance de grandes corporaciones con el m¨²sculo financiero suficiente. La soberan¨ªa alimentaria se sofr¨ªe en el fondo de las cazuelas y frente a bl¨ªsteres plastificados con instrucciones de recalentado en microondas.
Observo la inevitabilidad de los grandes incendios forestales, agazapados a la vuelta de la esquina, expectantes, pendientes de saltar a escena a la primera colilla lanzada con desd¨¦n desde la ventanilla de un coche, y nos veo admirar y redescubrir la estepa blanca, ?la cistus albidus!, que nos susurra al o¨ªdo y nos recuerda que siempre hay algo bueno, por peque?o que sea o que parezca, detr¨¢s de una cat¨¢strofe. Esta planta de florecillas rosadas, con su especie de instinto autodestructivo, produce unas sustancias y resinas muy arom¨¢ticas y altamente inflamables mientras paralelamente fabrica y va dejando guardadas en el suelo semillas muy duras y resistentes. Amante de los paisajes soleados, cuando el campo es arrasado por un incendio forestal sus individuos mueren quemados junto con todos sus competidores, pinos, encinas, robles y otros arbustos m¨¢s altos que ella y que hasta ese momento le tapaban el sol y le imped¨ªan prosperar. Extinguidas las llamas, sus semillas resistentes al fuego germinan, brotan y se levantan como reinas de las estepas mediterr¨¢neas. Sus usos tradicionales son variados y curiosos e incluyen el de ser tanto un gran antiinflamatorio como un sustituto del tabaco: sus hojas se secan, se tuestan, se trinchan y, mezcladas con churrasca, se enrollan para llenar cigarrillos; sus hojas y tallos secos han servido durante generaciones como estropajo para lavar cazuelas.
Tarde o temprano llover¨¢. Y llover¨¢ mal, y de golpe, y se lo llevar¨¢ todo por delante como el temporal Gloria se llev¨® hace tres a?os carreteras, puentes y caminos. Pero llover¨¢. Y mientras tanto, necesitamos saber que, de un modo u otro, saldremos adelante.
Mientras escrib¨ªa esta columna han ca¨ªdo cuatro gotas.