Las mujeres que pescan los mejores percebes de Espa?a
El 85% de los mariscadores en Galicia son mujeres, casi todas mayores de 40 a?os. Las percebeiras de Corme, en la Costa da Morte, se la juegan para coger percebes en zonas de fuerte oleaje. ?sta es su historia.
El mar es un inmenso ser vivo que traga y escupe; come y da alimento. Desde lejos, las piedras y rocas de O Canteiro parecen una dentadura. Las olas golpean como si el animal salivase dejando escupitajos de espuma blanca a su paso; la marea baja y sube como si hiciese la digesti¨®n o bramase porque tiene hambre.
Es jueves de diciembre y Corme, en la Costa da Morte (A Coru?a), ha amanecido con el cielo revuelto. La cofrad¨ªa de percebeiras de este municipio es una de las m¨¢s famosas de Galicia porque sus trabajadoras suelen faenar -pescar el marisco en las rocas, como se conoce en la jerga- en el Cabo Roncudo. Aqu¨ª, dicen, est¨¢n los mejores percebes de toda la costa gallega porque, seg¨²n Carmen Su¨¢rez, patrona mayor de las percebeiras, el mejor marisco anida donde el mar bate con m¨¢s fuerza.
En Galicia, actualmente, un 85% de los mariscadores son mujeres: casi un 80% de ellas supera los 40 a?os, seg¨²n el censo elaborado por la Xunta. Pero antes de explicar en qu¨¦ consiste la labor de pesca y venta del marisco gallego, especialmente en esta ¨¦poca del a?o en la que el precio puede llegar a cuadriplicarse, es necesario diferenciar entre las mariscadoras de playa y las de percebe. "Las de playa baten la arena de la playa buscando almejas, berberechos y navajas; ellas sufren mucho de espalda. Aqu¨ª [en referencia a las de percebe] hace falta mucho de pata". Me lo cuenta Elvira, que pertenece al segundo grupo. Empez¨® a trabajar como mariscadora hace ya 30 a?os, tras haber emigrado a Suiza y haber regresado para criar a la hija que hab¨ªa tenido con su marido, Manuel. ?l, de profesi¨®n alba?il y cinco a?os mayor que Elvira, aprovecha su jubilaci¨®n para acompa?arla a las rocas. Avisa a su mujer cuando ve que una ola va a romper justo donde ella est¨¢ extrayendo el marisco y es el portador del salabardo, una especie de mochila o saco grande donde Elvira pasa los percebes que porta en la saqueira (un saco peque?ito atado en la cintura) cuando ya no caben m¨¢s en ella.
El marisqueo del percebe es especialmente peligroso: "Yo no me arriesgo, pero hasta hace unos a?os hab¨ªa muertes aqu¨ª". En el Cabo Roncudo hay cruces en memoria de quienes fallecieron en el mar. "Hay percebeiros que van con arn¨¦s, pero a la gente de aqu¨ª [de Corme] no nos gusta eso, no nos acostumbramos. No me da miedo este trabajo porque me arriesgo lo justo. Si bajo y veo que el mar est¨¢ muy revuelto, marcho para casa", reconoce Elvira. "Aqu¨ª es muy f¨¢cil resbalarte cuando llueve. Un mal golpe... y se acab¨®. Eso o te coge una ola y te arrastra para dentro¡±, cuenta la patrona mayor de las percebeiras de Corme, Carmen Su¨¢rez.
Elvira y su marido caminan con soltura por una bajada monta?osa. Ellos tardan aproximadamente diez minutos en recorrer el sendero, lleno de matorrales y barro, que lleva a las rocas. Yo invierto el doble de tiempo. Abajo, la percebeira se refugia en una peque?a cueva donde deja sus cosas: un chubasquero amarillo, la raspa o ferrada -una esp¨¢tula de madera y hierro con mango largo con el que se arrancan los percebes- y la saqueira. Si fuese mariscadora de playa, Elvira portar¨ªa un angazo, similar a un rastrillo, o un ganchelo (una especie de pala de jard¨ªn). Con ambas herramientas, estas mariscadoras se encorvan y rascan la arena hasta encontrar almejas y berberechos. De lejos, todas juntas y medio agachadas, parecen una plantaci¨®n de juncos doblados por el viento.
Son las once en punto cuando Elvira, su marido y yo llegamos a las piedras de O Canteiro. A las once y veinte, esta percebeira debe estar preparada para su jornada de trabajo: los bi¨®logos han calculado que en ese momento exacto es cuando la marea comienza a bajar. A partir de entonces tiene dos horas y media para recolectar cinco kilos de percebes. Una hora y media desde que la marea empieza a bajar y otra hora hasta que sube de nuevo.
La Xunta es el organismo que regula los d¨ªas y las horas de trabajo, as¨ª como la cantidad de marisco que pueden extraer de las rocas. Mientras Elvira salta de piedra en piedra, Manuel se acerca a m¨ª para explicarme que los percebes que "tienen culo no los quiere nadie". "Eso significa que al arrancarlo se abre por la parte de atr¨¢s, como si tuviese un culo", me dice. "Ese es un percebe feo; tiene que estar perfecto, si no, te pagan menos", a?ade. Cometo el error de darles el aviso de que dos rocas m¨¢s all¨¢ de donde est¨¢ Elvira, anidan unos cuantos percebes. Manuel me mira y pregunta: "?Por qu¨¦ crees que est¨¢n ah¨ª? Porque nadie los quiere, por eso nadie los ha cogido a¨²n. ?Ves? Son mucho m¨¢s peque?os", me dice compar¨¢ndolo con uno que saca del salabardo. "Y tienen menos color".
Desde lo alto del sendero, que son unos 300 metros en pendiente, se puede ver a varias percebeiras faenando. Est¨¢n desperdigadas por las piedras, como si el mar las hubiese lanzado con el oleaje y hubiesen salpicado las rocas. Diciembre es uno de los meses en los que m¨¢s se trabaja, precisamente porque es cuando la demanda aumenta. "En teor¨ªa trabajamos todo el a?o, pero claro, hay meses en los que por c¨®mo est¨¢ la marea apenas puedes ir a faenar; y tambi¨¦n hay que dejar que los percebes vuelvan a crecer", explica Elvira. Dice que este mes trabajar¨¢ 18 d¨ªas. Cada d¨ªa son cinco kilos; cada uno de ellos podr¨¢ subastarlos a entre 150 y 200 euros. "Piensa que un kilo el resto del a?o lo puedes vender a entre 20 y 50 euros; ahora, cuanto m¨¢s nos acercamos a Navidades, m¨¢s se encarece. Si tienes un buen g¨¦nero, en esta ¨¦poca puedes vender el kilo al triple o cu¨¢druple", cuenta Manuel. Elvira interrumpe a su marido y agazapada alza la voz: "A mi hija, que es profesora en Poio (Pontevedra), siempre la chincho diciendo que al final, aunque ella tiene tres carreras, ganamos casi lo mismo al mes. ?Y eso que este es un trabajo que puede hacer cualquiera!".
Cuando acaba de trabajar, Elvira vuelve a refugiarse en la cueva y procede a limpiar los manojos de percebes; despu¨¦s carga lo que ha pescado en la furgoneta. Pero su jornada de trabajo no ha terminado: a las dos de la madrugada, su marido y ella vuelven a echarse a la carretera y conducen hasta la lonja de A Coru?a, donde tienen que estar a las tres o cuatro de la madrugada para la venta. De la ganancia que obtiene, Elvira ha de pagar su cuota de aut¨®noma y un porcentaje a la cofrad¨ªa de la que forma parte. "Yo nunca he sido mariscadora furtiva", dice. Carmen Su¨¢rez asegura que uno de los mayores problemas de la zona han sido quienes mariscaban de manera furtiva, expoliando el medio marino: "Muchos lo hac¨ªan no solo para venderlo en lonjas, sino para vend¨¦rselo a la gente del pueblo. Yo siempre digo que la culpa es de ambas partes".
Aprovechar el agua con la que se cuece el percebe
"Yo no lo quiero el percebe; a m¨ª dame almeja o gamb¨®n", confiesa Elvira. "Entiendo que a la gente, la que lo puede pagar, le guste porque la verdad es que est¨¢ muy sabroso. Pero yo ya estoy cansada. ?Como percebes casi cada d¨ªa!".
Los percebes que "tienen culo", como dec¨ªa Manuel, no los vende. "Me van a pagar menos porque el precio depende de si est¨¢ sin rasgar, si es gordo y grueso...". Los que quedan con alg¨²n desperfecto, Elvira los guarda para consumo propio: "Siempre te queda un pu?ado de cortado. Est¨¢n feos o salen rotos. Esos me los llevo siempre que no est¨¦ la vigilancia de la Xunta arriba, si no me los quitan y encima me ponen multa", reconoce.
La clave para cocinar un marisco como el percebe es el agua, el tiempo de cocci¨®n y la sal, seg¨²n explica la propia Elvira: "Eso tarda nada en hacerse. Yo le echo una hojita de laurel, un pu?ado de sal gorda y el agua, claro. Cuando hierve echo el percebe y tapo la olla. Bajo el fuego y lo dejo un minuto. Lo escurro y me lo como. No tiene m¨¢s. Eso s¨ª, como el percebe es caro y muy sabroso, en vez de tirar el agua, yo la uso para cocer unos cachelos (patatas). As¨ª cogen el sabor".
Mar¨ªa Jos¨¦ forma parte de la asociaci¨®n Mulleres do Mar do Cambados (R¨ªas Baixas, Pontevedra). Tiene 58 a?os y lumbago. "Ser mariscadora de playa no es tan peligroso como ser percebeira, pero claro, los dolores de espalda son inaguantables y adem¨¢s no se gana tan bien", explica. Se dedica a la recogida de zamburi?as, almejas y berberechos casi por herencia familiar. Cuenta que su madre, que ya falleci¨®, tambi¨¦n fue mariscadora. "Mi padre, que era marinero, falleci¨®. Mi madre no le cogi¨® miedo al mar, sino que vio que era la ¨²nica forma de alimentarnos a m¨ª y a mis cuatro hermanos".
Habitualmente, Mar¨ªa Jos¨¦ y sus compa?eras trabajan unas cinco horas cuando salen a faenar. Cinco horas en las que aran la arena como si fuesen campos de cultivo. "Lo que ganamos en diciembre por las Navidades nos da para ahorrar y aguantar bien los meses en los que la marea viene mal y podemos salir a faenar¡±. Este a?o, dice, vende el kilo a entre 12 y 15 euros. El a?o pasado el precio era inasumible: la gran demanda y la escasez de oferta provoc¨® que el kilo alcanzase los 24 euros el kilo. "Para casa no te puedes llevar, o te multan. Y, claro, hay a?os que ni nosotras mismas, que cogemos el marisco, podemos pagarlo", se?ala Mar¨ªa Jos¨¦.
Tanto Elvira como Mar¨ªa Jos¨¦ dicen que el mar les ha permitido dar otra vida a sus hijas. "Yo prefer¨ªa que estudiase, este trabajo es duro y poco agradecido", dice la percebeira de Corme. Mar¨ªa Jos¨¦ tiene una opini¨®n similar: "Yo lo fui porque en mi ¨¦poca estudiar era m¨¢s complicado y mi madre me ense?¨®. Pero es un trabajo que desgasta mucho". Para ellas la Navidad no es una fecha para disfrutar del marisco y cometer algunos excesos sin sentirse culpable, sino una ¨¦poca para aprovechar el medio natural gracias al que sobreviven.
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