¡®El invierno en Lisboa¡¯ de Antonio Mu?oz Molina se hace joya
La casa Su¨¢rez crea una colecci¨®n de 18 piezas de alta joyer¨ªa basadas en la obra del escritor de 1987, con la asesor¨ªa y complicidad del autor. ¡°Me emociona lo que est¨¢ bien hecho¡±, reconoce
Antes de ser novela, El invierno en Lisboa fue t¨ªtulo. Un t¨ªtulo sonoro que lleg¨® a la mente de su autor, Antonio Mu?oz Molina, a mediados de los a?os ochenta, que le sent¨® al escritorio, oblig¨¢ndole a llenar ese enunciado de texto. E incluso a viajar. Por aquel entonces, el ubetense era un funcionario treinta?ero sin demasiado tiempo ni recursos que nunca hab¨ªa pisado la capital portuguesa, pero que cuando llevaba escritas 150 p¨¢ginas se oblig¨® a visitarla. Durante dos d¨ªas de enero, el autor recorri¨® las cuestas de la ciudad para localizar, cargado con una c¨¢mara de fotos que le ayud¨® a fichar, a recordar despu¨¦s los lugares donde quer¨ªa situar a sus personajes. Tras publicarse, en 1987, El invierno en Lisboa fue un ¨¦xito. En ventas, cr¨ªticas y premios, y en convertir a Mu?oz Molina en el autor de peso que es hoy. Pero tambi¨¦n fue una pel¨ªcula, en 1991. Y una banda sonora, tambi¨¦n exitosa, que dio pie a que se creara un ballet. Y ahora, casi 35 a?os despu¨¦s y en una inesperada vuelta de tuerca art¨ªstica, se ha convertido en una colecci¨®n de joyas.
Fue Gabriel Su¨¢rez, director creativo de la misma casa joyera que lleva en el apellido y tercera generaci¨®n de la saga, quien se empe?¨® en hacer esta ins¨®lita colaboraci¨®n; hasta donde ¨¦l sabe, nunca se ha hecho nada similar con una novela as¨ª (m¨¢s all¨¢ de algo muy fantasioso, como Alicia en el pa¨ªs de las maravillas, que para muchos, incluidos ellos, ha sido de inspiraci¨®n) por parte de una firma de joyas. ?l quiso revisitar la novela que le cautiv¨® en su juventud y oblig¨® a leerla a Sandra Rojo, dise?adora de la firma. Los dos vieron que, sin apenas descripciones de los protagonistas, de la hipn¨®tica Lucrecia o de su pianista Santiago, todo ese ambiente de jazz, clubes, m¨²sica y estampas en blanco y negro eran material m¨¢s que suficiente para transformar las letras en joyas.
Las 18 piezas (tres de ellas ¨²nicas; con precios que arrancan en los 900 euros y van hasta, en una sortija con una gran gema, los 52.000) tienen toques art dec¨®, a?os veinte, pero no solo. Sus diamantes blancos y negros recuerdan a los flecos en movimiento de las bailarinas, a las plumas, al baile y el repiqueteo de los tacones al son de las trompetas. Con ecos del Cotton Club, del Caf¨¦ Society, de los brillantes azulejos descascarillados de Lisboa. ¡°Algo m¨¢s abstracto, con la novela como punto de partida; hacerlo literal ser¨ªa un fastidio¡±, explica Rojo, que enseguida se enamor¨® de Lucrecia (¡±me fascina hasta su nombre¡±) y que ha tardado dos a?os en crear una colecci¨®n que, adem¨¢s, ha sido t¨¦cnicamente muy exigente para el equipo, al requerir las piezas mucho movimiento.
Todas ellas se han ideado con la connivencia del autor, que se sent¨® con los artistas joyeros ¡ªque a partir de amigos comunes primero tocaron a la puerta de la escritora Elvira Lindo, su mujer, para al final dar con ¨¦l¡ª en un desayuno que despu¨¦s se transform¨® en un viaje juntos a la ciudad lusa. ¡°Me impresion¨® mucho, por la belleza, por el dise?o y el trabajo que hay detr¨¢s¡±, cuenta Mu?oz Molina sobre sus sentimientos tras ver sus letras convertidas en diamantes. ¡°Me emociona lo que est¨¢ bien hecho. Me produce una sensaci¨®n de respeto y de inspiraci¨®n, da autoridad¡±, afirma. ?l no dud¨® en ning¨²n momento en conocer a los responsables de las gemas, ¡°desde el principio fue algo que surgi¨® de forma natural¡±, reconoce, durante una peque?a presentaci¨®n privada de las piezas, explicando que es un hombre curioso, interesado en todas las artes.
La conversi¨®n de El invierno en Lisboa en joyas resulta especialmente m¨¢s llamativa porque en sus m¨¢s de 200 p¨¢ginas no se da cuenta de c¨®mo son sus personajes. Se basa m¨¢s en evocaciones, ideas y silencios que en una imagen concreta de Lucrecia o de Santiago, como recuerda Mu?oz Molina. ¡°El lector es el int¨¦rprete de mi partitura¡±, reflexiona el autor, que nunca termina de definir si los protagonistas son rubios o morenos, altos o bajos, blancos o negros. Y, por supuesto, Lucrecia no usa joyas. O no las usaba, porque ahora ya tiene las suyas propias.
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