C¨®mo Boeing convirti¨® una nave de 10 hect¨¢reas en un pueblo falso en plena II Guerra Mundial
Tras el bombardeo de Pearl Harbour, los empleados de la compa?¨ªa se centraron en simular que su nave de ensamblaje era un barrio residencial para protegerse de posibles ataques. Lo consiguieron empleando los m¨¦todos del cine: pinturas, decorados y tramoyas
A finales del siglo XVIII, la emperatriz Catalina II de Rusia emprendi¨® un viaje por los territorios de Crimea y la Nueva Rusia, que acababan de anexionarse tras la guerra contra el Imperio Otomano. T¨¦cnicamente, el prop¨®sito del periplo era familiarizarse con las nuevas regiones conquistadas pero, en realidad, se trataba de impresionar a los aliados de Rusia de cara a una probable nueva guerra contra los otomanos.
Como Cat...
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A finales del siglo XVIII, la emperatriz Catalina II de Rusia emprendi¨® un viaje por los territorios de Crimea y la Nueva Rusia, que acababan de anexionarse tras la guerra contra el Imperio Otomano. T¨¦cnicamente, el prop¨®sito del periplo era familiarizarse con las nuevas regiones conquistadas pero, en realidad, se trataba de impresionar a los aliados de Rusia de cara a una probable nueva guerra contra los otomanos.
Como Catalina no se hac¨ªa llamar La Grande a la ligera, lo de impresionar ten¨ªa que ser algo serio. El problema es que los terrenos de Crimea, si bien geoestrat¨¦gicamente suculentos, no eran lo suficientemente voluptuosos para los gustos de la emperatriz porque estaban bastante despoblados.
En estas apareci¨® Grigory Potemkin, a la saz¨®n amante de Catalina, Comandante Jefe del Ej¨¦rcito Imperial y flamante nuevo Gobernador de Crimea y decidi¨® que su cari no iba a pasar verg¨¹enza viendo campos vac¨ªos, as¨ª que mont¨® una serie de pueblos de quita y pon a orillas del r¨ªo Dnieper. Pueblos de madera construidos con casas que eran solo fachada, sin nada dentro. Como grandes decorados.
A medida que la barcaza que transportaba a la Emperatriz y a su s¨¦quito se acercaba, los soldados de Potemkin se disfrazaban de campesinos y ocupaban el pueblo. Una vez la barcaza se hab¨ªa alejado, el pueblo se desmontaba y los soldados lo transportaban por piezas a toda prisa, para volver a reconstruirlo r¨ªo abajo durante la noche. Eso s¨ª, lo montaban con una conformaci¨®n distinta para simular que era otro pueblo y que la Emperatriz no se diese cuenta del astuto ardid.
En realidad, el ardid era bastante tosco y, a menos que Catalina fuese miope como un piojo, lo m¨¢s probable es que el tinglado no colase. Por eso, los historiadores modernos ponen en seria duda esta historia. Y sin embargo, sea cierta o no, sirvi¨® para bautizar uno de los fen¨®menos arquitect¨®nicos y urbanos m¨¢s peculiares del mundo. Desde el XIX, los pueblos falsos se denominan ¡°pueblos potemkin¡±.
Los pueblos potemkin son una peculiaridad, pero el caso es que ha habido ¡ªy hay¡ª un buen mont¨®n de ejemplos a lo largo y ancho del globo. AstaZero, en Suecia, simula ser el neoyorquino Harlem pero solo es una tramoya para estudiar sistemas de seguridad en autom¨®viles; Junction City IV parece una aldea de Oriente Medio, con su mezquita y todo, si no fuese porque est¨¢ en el desierto de Mojave y se usa para maniobras del Ej¨¦rcito de los Estados Unidos; o el norcoreano Kijong-dong, cuya ¨²nica funci¨®n es impresionar a los vecinos de Corea del Sur que lo miren desde el otro lado de la Zona Desmilitarizada.
La caracter¨ªstica com¨²n de estos pueblos es que juegan con la l¨®gica de la realidad porque no dejan de ser maquetas, pero a escala natural. Es decir, que son maquetas que intentan parecerse a una maqueta lo m¨ªnimo posible. Hasta el punto de que es necesario acercarse mucho para darse cuenta de que son un decorado. Por eso, uno de los pueblos potemkin m¨¢s divertidos fue el que la Boeing construy¨® durante la Segunda Guerra Mundial en la cubierta de una de sus f¨¢bricas m¨¢s grandes. Porque, como nadie iba a acercarse lo suficiente nunca, no necesitaron respetar la escala 1:1. Lo llamaron Boeing Wonderland.
A mediados de los a?os treinta, la antigua Planta 1 de Boeing en Seattle comenz¨® a quedarse peque?a. La compa?¨ªa estaba creciendo a enorme velocidad, espoleada por la expansi¨®n de la aviaci¨®n internacional y por una Fuerza A¨¦rea que cobraba cada vez mayor importancia dentro del Ej¨¦rcito de los Estados Unidos. Porque Boeing no solo fabricaba aviones comerciales; de sus cadenas de montaje tambi¨¦n ten¨ªan que salir algunas de las m¨¢quinas de guerra m¨¢s poderosas de los cielos. Por eso, en 1936, Boeing construy¨® una nueva planta mucho m¨¢s grande. Lo suficiente como para comenzar a fabricar los B-17 Flying Fortress: las fortalezas volantes.
Tras el estallido de la guerra en Europa, y en vista de una posible intervenci¨®n de los Estados Unidos, la Planta 2 de Boeing aument¨® el ritmo de fabricaci¨®n de los B-17, a los que a?adi¨® los nuevos B-29 Superfortress que, con su superior autonom¨ªa y armamento, parec¨ªan destinados a dominar el cielo.
Las cosas transcurrieron en un clima de calma tensa durante un par de a?os hasta que el 7 de diciembre de 1941 ocurri¨® algo que cambiar¨ªa la historia para siempre (y la del techo de la Planta 2 de Boeing durante un tiempo): la Armada Imperial Japonesa atac¨® la base naval de Pearl Harbor en Haw¨¢i y, acto seguido, los Estados Unidos declararon la guerra a Jap¨®n y entraron oficialmente en la Segunda Guerra Mundial.
En realidad, la marina estadounidense ya llevaba unos cuantos meses operando en el teatro del Atl¨¢ntico Norte, as¨ª que la entrada en la guerra estaba bastante cantada. Sin embargo, con lo que los Estados Unidos no contaba era con un ataque en su propio suelo soberano que, adem¨¢s, azuzaba el miedo a que los japoneses llegasen a la Costa Oeste continental. Porque Haw¨¢i est¨¢ en medio del Pac¨ªfico pero tambi¨¦n est¨¢ a apenas cinco horas de vuelo de San Francisco, Los ?ngeles o Seattle. Y si la aviaci¨®n nipona era capaz de llegar a California o Washington, era capaz de bombardear las instalaciones de Lockheed en Burbank y de Boeing en Seattle, todos ellos objetivos estrat¨¦gicos capitales en el devenir de la participaci¨®n estadounidense en la guerra.
Para intentar evitar la cat¨¢strofe, el ej¨¦rcito de los Estados Unidos ech¨® mano de uno de sus activos m¨¢s importantes: Hollywood. La idea era camuflar las naves donde se fabricaban los aviones y, en el caso espec¨ªfico de Seattle, de su gigantesca Planta 2. Vista desde el aire y con una pista de despegue al lado, la nave de Boeing era una diana demasiado f¨¢cil de identificar (y de acertar), as¨ª que, durante un fren¨¦tico mes de 1942, los esfuerzos de los empleados de la compa?¨ªa se centraron en simular que su nave de ensamblaje no era una nave de ensamblaje sino un inocente barrio residencial. Y qu¨¦ mejor manera para hacerlo que emplear los sistemas, los medios y los m¨¦todos del cine: pinturas, decorados y tramoyas.
Al mando de toda la operaci¨®n estaba el coronel John F. Ohmer, quien pens¨® que, puestos a emplear los artilugios de Hollywood, por qu¨¦ no emplear tambi¨¦n a sus profesionales, as¨ª que contrat¨® a John Stewart Detlie, dise?ador de producci¨®n y director de arte en m¨¢s de veinte pel¨ªculas. Ahora bien, las dimensiones de la empresa a la que se enfrentaba eran mucho mayores que las que hab¨ªa acometido en esos m¨¢s de veinte filmes. Diez hect¨¢reas, concretamente, que es lo que med¨ªa la Planta 2 de Boeing en Seattle.
Con la ayuda de carpinteros, tramoyistas, pintores y decoradores, pero tambi¨¦n de muchos empleados de Boeing, Detlie construy¨® un pueblo potemkin. Un barrio entero de calles y aceras falsas, colinas simuladas con cientos de metros cuadrados de tela de saco, ¨¢rboles de madera pintados de verde, cercas de cart¨®n, coches de pl¨¢stico hinchable y un mont¨®n de casas que, en realidad, solo eran una c¨¢scara de contrachapado. Todo sobre la cubierta de la Planta 2 porque, al fin y al cabo, los espectadores a quienes iba dirigido el enga?o solo iban a mirar el edificio desde el cielo: a 10.000 pies, la altitud de bombardeo de los Mitsubishi Ki-21 pesados de la Fuerza A¨¦rea nipona. Es m¨¢s, como solo se iba a ver desde arriba, todas esas casas y esos ¨¢rboles solo respetaban la escala en planta, pero eran sensiblemente m¨¢s peque?as en alzado. Casi nada superaba los 2 metros de altura porque nadie es capaz de hacer distinciones tan finas mirando a 3 kil¨®metros de distancia.
Durante los tres a?os siguientes, y hasta el fin de la guerra, la Planta 2 permaneci¨® oculta bajo un id¨ªlico suburbio de casitas liliputienses de pega. Los trabajadores de la planta estaban tan orgullosos de su tejado que llegaron a poner nombre a las calles falsas con se?ales que, obviamente, solo ellos eran capaces de leer. Nombres que, por supuesto, hac¨ªan referencia a la particular condici¨®n del barrio como la calle Sint¨¦tica o el bulevar Tela de Saco.
Termin¨® la guerra y la aviaci¨®n nipona no lleg¨® siquiera a aproximarse a la Costa Oeste, as¨ª que el monumental disfraz de la Planta 2 nunca fue testado. Boeing Wonderland se desmantel¨® en 1946 y, seg¨²n cuentan algunas cr¨®nicas, varios de sus restos, sobre todo los ¨¢rboles y los coches de cart¨®n, se repartieron entre los empleados que hab¨ªan trabajado en la planta durante la guerra. Quiz¨¢ quer¨ªan un recuerdo de cuando montaron un decorado de Hollywood para enga?ar a las bombas.