El delirante caso del marchante de arte que decidi¨® autoincriminarse por delitos que nadie hab¨ªa descubierto
El australiano Andy Valmorbida, seg¨²n el juez ¡°un estafador en serie¡± de cuya existencia hay que alertar al mundo, lleva a?os metido en embrollos legales cada vez mayores a pesar de que su ¨²nica intenci¨®n es sepultar sus deslices con la justicia
Dec¨ªa el consultor financiero Peter F. Drucker que lo primero que hay que hacer para salir de un hoyo es dejar de cavar. Andy Valmorbida (Melbourne, 1979) pas¨® por varias escuelas de negocios en Australia y Estados Unidos, pero no debi¨® de acudir a clase el d¨ªa en que se repasaba el c¨¦lebre consejo de Drucker. Porque si algo ha venido haciendo Valmorbida en lo ¨²ltimos cuatro a?os es cavar con una despreocupaci¨®n y un denuedo dignos de mejor causa, hasta acabar enterr¨¢ndose en un agujero econ¨®mico cuyo per¨ªmetro supera ya los 43 millones de d¨®lares y que amenaza con engullir su carrera y su imagen.
Podr¨ªa decirse que todo empez¨® con un error de c¨¢lculo garrafal o un alarde de candidez incomprensible, seg¨²n se interprete. El c¨¦lebre marchante de arte australiano acudi¨® en septiembre de 2021 a un careo en un tribunal de Jersey, una de las islas brit¨¢nicas del Canal de la Mancha, para responder por el impago de varios plazos de una deuda. Una vez all¨ª, reconoci¨®, ante el estupor de la concurrencia, haber cometido una larga ristra de delitos que nadie le imputaba, empezando por el de atribuirse de manera fraudulenta la propiedad de varias obras de Basquiat, George Condo, Francis Bacon o Frank Auerbach que no le pertenec¨ªan.
Su l¨ªnea argumental, por delirante que parezca, consist¨ªa en reconocer que no estaba en condiciones de devolver el importe del pr¨¦stamo que hab¨ªa solicitado al gestor de capital riesgo David Hore porque las muy valiosas piezas de arte que le hab¨ªan servido de aval en realidad no eran suyas. Cierto, exist¨ªan unas pruebas de propiedad de las que Hore conservaba copias. Pero eran falsas. Tambi¨¦n se hab¨ªan falsificado comprobantes de pagos no realizados.
El juez que mediaba en el careo record¨® a Valmorbida que autoincriminarse de esa manera (y por delitos de una gravedad considerable) resultaba ¡°francamente extra?o¡± en un pleito civil, y le sugiri¨® que no volviese a hacer uso de la palabra sin haber consultado previamente su estrategia de defensa con su abogado. Pero Valmorbida no se estaba defendiendo. Estaba huyendo hacia adelante y, en m¨¢s de un sentido, hacia abajo. Hab¨ªa empu?ado el pico y la pala y empezaba a cavar en direcci¨®n al infierno.
Riesgos reputacionales
La demanda se acabar¨ªa zanjando con un acuerdo extrajudicial entre las partes. Pese a todo, el juez insisti¨® en hacer p¨²blico un informe detallando los (presuntos) delitos que Valmorbida se hab¨ªa atribuido en sede judicial, porque le consideraba un individuo de moralidad muy cuestionable, un ¡°estafador en serie¡± de cuya existencia hab¨ªa que alertar al mundo. Hassan Khan, representante legal del vendedor de arte, argument¨® que las consideraciones del tribunal eran tendenciosas e improcedentes, que su cliente nunca hab¨ªa sido denunciado por falsedad documental, usurpaci¨®n o estafa.
Pero ya era demasiado tarde. Por primera vez, el infatigable promotor del arte digital contempor¨¢neo, el hombre que hab¨ªa contribuido a patentar las galer¨ªas pop-up, el anfitri¨®n de las fiestas neoyorquinas m¨¢s exquisitas, el colaborador de Giorgio Armani, el amigo de Paris Hilton y Lindsay Lohan, el marchante de cabecera de Alicia Keys y P. Diddy, ve¨ªa su nombre asociado a pr¨¢cticas de legalidad al menos dudosa y que ¨¦l mismo se hab¨ªa encargado de divulgar.
Hoy sabemos que, para salir de esa primera gran encrucijada, Valmorbida se vio obligado a seguir cavando y meterse, en consecuencia, en un embrollo a¨²n mayor. Esta vez, obtuvo un cr¨¦dito de 47 millones de d¨®lares de la compa?¨ªa luxemburguesa Regera S¨¤rl y dedic¨® el dinero a saldar su deuda con Hore y a embarcarse en nuevas inversiones. Como aval, ofreci¨® varios prototipos de Ferrari, una vivienda de lujo en el oeste de Londres y, de nuevo, una obra de Jean-Michel Basquiat.
Tambi¨¦n en este caso, el pr¨¦stamo ha acabado dando pie a una demanda judicial por impago y a la exigencia de expropiaci¨®n de los bienes presentados como garant¨ªa. Regera S¨¤rl argumenta, adem¨¢s, que Valmorbida estar¨ªa realizando gestiones bajo cuerda para vender algunos de esos bienes. Valmorbida, a su vez, pide tiempo para completar una serie de ventas de obras de arte y autom¨®viles de lujo en el Reino Unido y Bahamas que le permitir¨ªan cumplir con sus obligaciones financieras. La demanda, en cualquier caso, amenaza con empujar a la bancarrota al heredero de una gran fortuna y al que viene siendo uno de los profesionales de mayor ¨¦xito (aparente) en su campo desde hace 20 a?os.
Andrew Valmorbida es el heredero de una familia de inmigrantes italianos que acumul¨® una fortuna de m¨¢s de 400 millones de euros importando a Australia, seg¨²n la revista The Age, ¡°caf¨¦ Lavazza, at¨²n y tomates en conserva¡±. Creci¨® en Melbourne y se traslad¨® muy joven a Nueva York, donde complet¨® sus estudios universitarios de gesti¨®n empresarial y comercio. A finales de la d¨¦cada de 1990, empez¨® a frecuentar fiestas de mucho tron¨ªo y a rodearse de gente rica y famosa. Su agenda de contactos l¨²dicos le ser¨ªa muy ¨²til poco despu¨¦s, cuando decidi¨® dedicarse a la venta de arte, tras una corta etapa en el negocio familiar y como agente burs¨¢til en Wall Street.
El arte urbano se va de gira
Su biograf¨ªa oficial le atribuye haza?as empresariales como haber ¡°redescubierto¡± al artista urbano Richard Hambleton. A sus 57 a?os, en 2009, el grafitero canadiense, coet¨¢neo y compinche de Keith Haring, languidec¨ªa en Nueva York, v¨ªctima de un persistente bloqueo creativo y de los estragos causados en su organismo por d¨¦cadas de consumo de hero¨ªna. Valmorbida lo sac¨® del ba¨²l, le dise?¨® una ambiciosa campa?a de relanzamiento en compa?¨ªa de su por entonces socio, el comisario art¨ªstico franco-estadounidense Vladimir Restoin-Roitfeld, y se lo llev¨® de gira por Estados Unidos y Europa.
En su operaci¨®n de rescate de esta gloria en declive del muralismo neoyorquino, Valmorbida cont¨® con la ayuda del dise?ador de moda Giorgio Armani, coleccionista contumaz de la obra de Hambleton. Juntos trabajaron en el audaz concepto de muestra ef¨ªmera (pop-up), que convirti¨® las exposiciones itinerantes de la obra del veterano grafitero en acontecimientos singulares, como conciertos de rock, pero con aura de exclusividad exquisita que los hizo atractivos para modelos, intelectuales, millonarios y gente de la far¨¢ndula.
Hambleton falleci¨® en 2017, tras darse la satisfacci¨®n de frecuentar, en sus minutos de propina, hoteles de cinco estrellas y exhibir por todo el planeta versiones en lienzo de sus c¨¦lebres grafitis de los ochenta, de Shadowman a Marlboro Man. Y Valmorbida, albacea de una parte sustancial de su legado art¨ªstico, se convirti¨® en el marchante de moda, el perejil de todas las salsas y el impulsor de proyectos tan audaces y de tanto impacto como los muy exitosos pop-up dedicados a Retna, Futura o Francis Bacon.
De esta ¨¦poca de m¨¢xima notoriedad y auge sostenido, entre 2010 y 2020, datan la gran cantidad de fotos en que Valmorbida aparece code¨¢ndose con juerguistas notorios y coleccionistas de arte ilustres, de las hermanas Hilton a Simon Le Bon, Rachel Hunter, Jessica Hart o Mary-Kate Olsen. Despu¨¦s de todo, si los traficantes de armas llevan d¨¦cadas alternando con la jet set internacional, ?por qu¨¦ no iban a hacerlo los marchantes de arte j¨®venes, glamurosos y con pedigr¨ª?
En 2022, Valmorbida presentaba River-Labs, su personal contribuci¨®n al desarrollo del arte digital generativo. Por entonces, la prensa sectorial segu¨ªa present¨¢ndole como un marchante innovador, especializado en atraer al mundo de las inversiones art¨ªsticas a una nueva generaci¨®n con mucho dinero y muy pocos prejuicios. ?l insist¨ªa, en paralelo, en la necesidad de promover tambi¨¦n, a trav¨¦s de plataformas digitales como la suya, un arte digital de consumo instant¨¢neo y al alcance de todo tipo de bolsillos. Democratizar, en fin, el mismo producto que sus amigos de la noche neoyorquina estaban contribuyendo por otro lado a convertir en suntuario.
Por entonces, el acto de sinceridad mal calibrada (o suicida) en que hab¨ªa incurrido en Jersey estaba empezando a quedar atr¨¢s, porque raro es el riesgo reputacional que no caduca a medio plazo si sabes capearlo con elegancia. El problema es m¨¢s bien que sus intentos de sepultar ese desliz bajo tierra han acabado meti¨¦ndole en un hoyo del que le va a costar salir.
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