Placeres de verano | La gran pausa en la (de repente) peque?a ciudad
Resulta imposible no romantizar la idea de un verano solo en la urbe. Cualquier gui?o en la piscina, tarde un poco achispada o llamada intempestiva en la noche puede terminar en algo memorable
Calles vac¨ªas, comercios cerrados, un sol de justicia y nuestras amistades en la playa. Todo retransmitido en directo mediante reels, stories y tiktoks. Y, sin embargo, la ciudad en verano tiene algo diferente. Son los meses en los que resulta m¨¢s f¨¢cil reservar en esos restaurantes recomendados por foodies y cr¨ªticos y saborear los pr¨®ximos tartares y ceviches de la temporada; coger el transporte p¨²blico y sentirnos como si estuvi¨¦ramos en una verdadera ciudad europea, sin agobios ni vagones saturados; visitar el centro comercial m¨¢s cercano y quedarnos a vivir all¨ª, con ese aire acondicionado glacial y los probadores con poca gente; o chapotear tranquilamente en la piscina de la comunidad sin tener que esquivar a todos los ni?os y vecinos del edificio.
Estas son fechas en las que la ciudad se mueve a otro ritmo, como a trompicones. El horario de verano hace de las suyas, el ciclismo alarga y comprime las horas, y la siesta nos dice que as¨ª s¨ª merece la pena. Esa modorra casi anestesiante, que recuerda a los mejores instantes de la ketamina, con una sensaci¨®n de pl¨¢cida irrealidad, consigue que nuestro cuerpo enfile las horas que quedan del d¨ªa completamente renovado.
Por mucho que se intente, resulta imposible no romantizar la idea de un verano solo en la ciudad. Cualquier gui?o en la piscina, tarde un poco achispada o llamada intempestiva en la noche puede terminar en algo memorable. El azar siempre ayuda: nos cruza con amistades a las que ya ten¨ªamos casi olvidadas pero que nos sacan una sonrisa y nos ponen al d¨ªa de salseos varios. Es el momento de dar el salto del spritz ¡ªa ser posible con Campari¡ª al negroni. O, porque no, a ese frozen daiquiri que evoca al del Floridita de La Habana, con una lima c¨ªtrica y fresca y bien de ron. No es de extra?ar que de esta forma las farolas muten en palmeras caribe?as
En Los p¨¢jaros de Baden-Baden, el brev¨ªsimo relato escrito por Ignacio Aldecoa en 1965, la ciudad es dibujada como si de un puerto de mar se tratara. ¡°Era la hora del ocaso y estaba sentada en la terraza de aquel bar del paseo de Rosales como si estuviera en un mirador que al mismo tiempo fuese un muelle¡±, comienza contando. El verano en Madrid le sirve al escritor vitoriano para recrearse en suaves oleajes y rumores de peces, mientras varios hombres intentan ligar con una mujer unos a?os m¨¢s joven que ellos. Son los d¨ªas que desfilan entre julio y agosto, en los que todo se ralentiza y las amistades parecen otra cosa. El aburrimiento y una ciudad desierta, con sus terrazas a medio gas y una sensualidad a punto de explotar, llenan el tiempo entre una cerveza bien fr¨ªa y otra.
Unos a?os antes, Francisco Umbral contaba parte de su experiencia en los madriles, durante los meses de asueto, en Traves¨ªa de Madrid. ¡°Era verano, hac¨ªa bochorno, ol¨ªa la ciudad a neum¨¢tico recalentado y sal¨ª a la azotea para dormir al aire libre¡±, escribe. Sin embargo, a pesar de los olores, los ruidos y el calorazo, Umbral disfruta este tiempo ¡°como una gran pausa¡±. Otros escritores han querido contar este momento como una gran gymkana repleta de sucesos y actividades. Un no parar, donde todo parece que es posible. El d¨ªa del Watusi del genial Francisco Casavella sucede un 15 de agosto de 1971. Los protagonistas de la primera novela de su trilog¨ªa, Los juegos feroces, transitan por algunos de los lugares m¨¢s emblem¨¢ticos de una Barcelona hoy irreconocible, previa a La transici¨®n.
¡°D¨ªas largu¨ªsimos. Bebo, fumo, me curo de la resaca de ayer emprendiendo el camino de la de ma?ana¡±, confiesa Rafael Chirbes en sus diarios, escritos desde su Valencia natal. ¡°Est¨¢ haciendo uno de esos veranos mesetarios que te vuelven loco¡±. Salir a beber, en soledad, quedar con aquel amigo al que hace mil que no se ve, pero con el que te une algo especial, o, directamente, dejarse llevar por la luz de la noche, deambulando, a la deriva, siempre es algo bello. ¡°Una de esas noches en las que no hay nada que no pueda ocurrir¡±, relata Gianfranco Calligarich en El ¨²ltimo verano en Roma, retrato enso?ador y disfrut¨®n de la metr¨®poli italiana en la d¨¦cada de los setenta. Las madrugadas y el estio, en los grandes y despoblados n¨²cleos urbanos, con su reconocible brisilla, podr¨ªamos decir que se hacen match. Es lo ¨²nico que el cambio clim¨¢tico no ha logrado quitarnos.
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