El pez¨®n femenino no, el masculino s¨ª: un absurdo que empez¨® en 1517 y contin¨²a en Instagram
Facebook censur¨® en 2018 una estatua de hace 28.000 a?os. Tambi¨¦n un anuncio de lactancia. Hace nada, Instagram lo hac¨ªa con Madonna y con el cartel de ¡®Madres paralelas¡¯. Una t¨®nica que no parece que vaya a cambiar. Mientras, el hombre puede mostrar sus pezones como y donde quiera. ?Por qu¨¦? La respuesta lleva fabric¨¢ndose siglos.
¡°Alexa, mu¨¦strame noticias que incluyan la frase ¡®ense?a un pez¨®n¡±. La de Alexa es la voz de un programa de inteligencia artificial que no se azora ante el fantasma de una protuberancia rodeada por su aureola de piel rosada: es la voz del sentido com¨²n, la voz de la raz¨®n. Y recita: ¡°Cristina Pedroche la l¨ªa ense?ando un pez¨®n por descuido en Instagram¡±. ¡°Anabel Pantoja ense?a un pez¨®n por descuido y acaba rompi¨¦ndose en S¨¢lvame¡±. ¡°Karol G se descuida y ense?a un pez¨®n en Instagram¡±. ¡°Marta L¨®pez, novia de Matamoros, ense?a un pez¨®n en un descuido¡±.
Queda claro, por la mon¨®tona cadencia de los resultados, que un pez¨®n femenino es un asunto problem¨¢tico cuya muestra en p¨²blico obedece, un¨ªvocamente, a un descuido de su propietaria: mostrar un pez¨®n no es algo que una mujer haga sino algo que le sucede, como si durante un paseo por el parque del Retiro le cayera un rayo en la cabeza. E, igual que con el rayo, es probable que a la desafortunada le acabe saliendo humo de la coronilla. Porque ense?ar un pez¨®n en p¨²blico, siendo mujer, puede dar lugar a titulares tan delirantes como este otro: ¡°A 14 a?os del nipplegate: lo que realmente pas¨® en el show de la Superbowl¡±.
Para que lo entiendan los miembros de la Generaci¨®n Z y mileniales olvidadizos, el art¨ªculo hace alusi¨®n a la conmoci¨®n internacional que supuso la salida a la luz del pez¨®n izquierdo de Janet Jackson durante el concierto con el que se amenizaba uno de los mayores eventos deportivos de los Estados Unidos. Aquello fue en 2004 y, m¨¢s de una d¨¦cada despu¨¦s, en 2018, la publicaci¨®n USA Sports abri¨® una investigaci¨®n al respecto para rastrear a los implicados y sus posibles motivaciones a la hora de preparar el asunto del pez¨®n. Un dato: las malas lenguas dicen que Justin Timberlake, con el que Jackson compart¨ªa escenario, fue quien provoc¨® el ¡°accidente¡±. Otro dato: tras el nipplegate, la carrera de uno de los dos cantantes se hundi¨® y la del otro sali¨® reforzada. Hagan sus apuestas.
Pero ?cu¨¢ndo convertimos al pez¨®n femenino en un tab¨² de semejante poder? ?Cu¨¢ndo lo escindimos de sus partenaires masculinos y adquiri¨® la naturaleza de elemento disruptivo, de esc¨¢ndalo, de elefante rosa en la habitaci¨®n? Porque eso es algo que, obviamente, hemos hecho nosotros. No se trata de algo innato, de un temor at¨¢vico que haya caminado siempre de la mano de los pezones femeninos, y la historia del arte ofrece buenas muestras de ello: nadie puede ignorar la contundencia mamaria de la primera escultura del mundo conservada, la Venus de Willendorf (data del a?o 28.000 a.C., Facebook la censur¨® en 2018 d.C.). En el arte egipcio torsos de mujeres y de hombres son retratados sin pudor, lo que nos indica que ambos g¨¦neros iban desnudos de cintura para arriba. Igual sucede con la cer¨¢mica precolombina (echen un vistazo a la cer¨¢mica del pueblo mochica), la escultura griega y romana y, por extensi¨®n, las manifestaciones art¨ªsticas del Renacimiento.
Y pese al aura de oscurantismo y cerraz¨®n que rodea al medievo, una iconograf¨ªa habitual de esos siglos demuestra que, en el asunto de lo pezones, nos llevaban ventaja. Ya en el arte bizantino contamos con ejemplos de esta iconograf¨ªa, La Virgen de la Leche, que muestra a la madre de Cristo dando de mamar a su hijo con mucho menos pudor del que hoy sentir¨ªa una mujer en el metro. Es m¨¢s: esta tipolog¨ªa de imagen virginal tuvo tanto recorrido que por toda Europa se pueden encontrar ejemplos ¨Choy escandalosos¨C de pinturas en las que la Virgen da de mamar a un hombre hecho y derecho como San Bernardo. Apret¨¢ndose un pecho, la Virgen de la Leche dispara con pericia un chorro l¨¢cteo en la boca del santo, como vemos en el retablo de San Bernardo de la Capilla de los Templarios de Palma de Mallorca, del siglo XIII.
Debemos tener en cuenta que hablamos de una imagen sacra ¨Cno solo sacra, tambi¨¦n asociada a la pureza y la virginidad¨C en una actitud que hoy nos resultar¨ªa impensable por imp¨²dica y sexualizada. Y sin embargo parece que, en la extensa horquilla que abarca los siglos entre la Edad Antigua y el siglo XV, el pez¨®n femenino no superaba el ins¨ªpido rango de protuberancia, incluso en el contexto de la imagen religiosa. En un suspiro hist¨®rico nos plantamos en el siglo XVI, cuando la h¨ªpersensualidad del arte barroco llena las iglesias.
Santos, m¨¢rtires y m¨ªsticas se convierten en criaturas celestiales de innegable sex appeal gracias a sus anatom¨ªas expuestas y retorcidas, sus bocas entreabiertas y una lograda actitud entre la pena y la fiebre m¨¢s luminosa. Las devotas tienen que abandonar las iglesias debido a los calores que les produce la imagen de San Sebasti¨¢n (hoy flamante icono gay), y algunos p¨¢rrocos retiran cuadros y esculturas para evitar pensamientos obscenos. Los m¨¢rmoles se hacen carne y los cerebros, gelatina.
Llegamos a un momento clave: esta voluptuosidad corporal, adem¨¢s del hedonismo de una Iglesia cada vez m¨¢s complaciente consigo misma, es lo que conduce al cristianismo a su mayor cisma hist¨®rico. En 1517, el fraile agustino Martin Lutero se rebela ante el Papado y exige la separaci¨®n de la Iglesia romana y la vuelta a la sobriedad est¨¦tica y moral. Nace as¨ª la rama protestante del cristianismo, que se extender¨¢ con enorme ¨¦xito por Inglaterra y Estados Unidos, donde a¨²n hoy es la confesi¨®n principal. Y de esos barros, estos lodos: porque all¨ª donde el protestantismo echa ra¨ªces comienza a gestarse un ecosistema puritano que identifica cuerpo y vicio y que observa a las mujeres con una mirada tan pudorosa como sexualizada, un exacerbamiento de la diferencia de g¨¦nero que acabar¨¢ convirtiendo los pezones femeninos en el s¨ªmbolo de todo eso que la mujer es y el hombre no: una tentaci¨®n de la que uno debe defenderse.
No es que previamente no existieran tab¨²es respecto al cuerpo de la mujer: un tobillo o una mu?eca eran un asunto serio, m¨¢s que un pez¨®n. La moda de lo siglos XVII y XVIII, con sus cors¨¦s elevadores de escote y sus cuellos extremadamente bajos, daba lugar a numerosos ¡°accidentes¡± que han quedado reflejados en el arte de la ¨¦poca, como vemos en el retrato de Lady Thornhagh ejecutado por William Larkin en 1617.
Sin embargo, la subida al trono de la reina Victoria en 1837 dar¨¢ al vestuario femenino el car¨¢cter de fortaleza: se impone la manga larga incluso en los d¨ªas de calor, los guantes, las faldas largas. Y no solo eso: el cors¨¦, antes destinado a elevar el pecho, se convierte en un instrumento de tortura que impide caminar durante un buen rato, agacharse o gritar sin caer desmayada. No se trata solo de tapar a la mujer: se trata, sobre todo, de controlarla. Y es ese control, al margen de la parte anat¨®mica escogida para cristalizarlo, el que hoy lleva a pixelar pezones y considerar ofensivos pedazos de piel a priori inocuos.
Dejando a un lado Inglaterra, el otro gran basti¨®n del puritanismo, Estados Unidos, se impone desde el final de la Segunda Guerra Mundial como espejo en el que el mundo occidental va a mirarse hasta hoy. Mientras por la costa mediterr¨¢nea es usual ver a mujeres practicando top less, espolvoreadas como con un salero sobre toallas y colchonetas de colores vibrantes, en Estados Unidos el cuerpo de las mujeres es un asunto delicado y en muchos de sus estados relajarse con las tetas al aire est¨¢ penado por ley. Es m¨¢s, a¨²n en los lugares donde se permite, como Haw¨¢i o California, la due?a de unos pechos al descubierto sentir¨¢ la mirada reprobadora del resto de ba?istas, y hasta puede ser arrestada por conducta indecente a pesar de que la ley federal del Estado le permita quitarse la parte de arriba del bikini.
Un pez¨®n femenino es un campo de batalla, un territorio sobre el que derramar r¨ªos de tinta con af¨¢n autoritario. De hecho, en virtud de esa mirada conservadora, Estados Unidos legisl¨® a favor de la lactancia en p¨²blico siempre que la madre en cuesti¨®n no tuviera la osad¨ªa de mostrar el pez¨®n en el proceso: el amamantamiento tiene que darse bajo una prenda que lo oculte, sin mostrar el pecho ni alcanzar los ojos de transe¨²ntes o comensales que compartan espacio con la madre y su beb¨¦. Heredera de este sentir general, la red social por excelencia, Facebook, censur¨® el pasado marzo por su contenido expl¨ªcito un anuncio de la compa?¨ªa de productos de crianza Tommee Tippee, que muestra a varias mujeres dando el pecho a sus beb¨¦s en distintas situaciones cotidianas.
Pero no nos equivoquemos: esa tendencia a restringir la libertad de movimiento de las mujeres y sus pezones acaba donde comienza el cuerpo femenino como espect¨¢culo. Mientras Facebook e Instagram censuran pezones mediante algoritmos de reconocimiento, el desnudo integral satura las revistas masculinas americanas desde el nacimiento de Playboy en 1953. El camino de la c¨¦lebre publicaci¨®n comenz¨® con el ¨¦xito asegurado gracias a un desnudo de Marilyn Monroe que Hugh Hefner hab¨ªa adquirido cuando esta era solo una aspirante a actriz. El cuerpo de la mujer, pezones incluidos, es mostrado o censurado en funci¨®n de su capital er¨®tico, de su utilidad para la mirada masculina.
De cara a la galer¨ªa, en un intento por estandarizar las im¨¢genes que la sociedad deber¨ªa considerar ¡°aceptables¡±, las redes gobernadas por Mark Zuckerberg siguen censurando las temidas protuberancias femeninas pese a las numerosas campa?as en contra de esta pol¨ªtica, (la m¨¢s conocida, Free the nipple, impulsada por la actriz Lina Esco). El ¨²ltimo gran esc¨¢ndalo ha girado en torno al cartel de la ¨²ltima pel¨ªcula de Pedro Almod¨®var, Madres paralelas, obra de Javier Ja¨¦n: un pez¨®n femenino del que gotea leche y cuyo dise?o lo entronca m¨¢s con la est¨¦tica de Hitchcock o Bu?uel que con cualquier publicaci¨®n er¨®tica. Pese al posterior mea culpa de Instagram, que repuso el cartel alegando su obvio car¨¢cter art¨ªstico, nada en el argumentario de la red sugiere que se prevea un cambio de talante en torno a la aceptaci¨®n de los cuerpos de las mujeres.
En un paralelismo como poco llamativo, los pezones de los hombres siguen a salvo en redes sociales, playas y plat¨®s de televisi¨®n, entendi¨¦ndose como territorios de los que estos son due?os y se?ores, incapaces de despertar el bochorno o ser la causa de airados debates entre congresistas. Tal vez esta extravagante distancia entre las connotaciones de unas y otras protuberancias se deba a que el crecimiento de los pechos marca ese momento, a menudo tortuoso para las adolescentes, en las que una ni?a deja de ser tal y pasa a convertirse en una mujer: ya no es un cachorro humano como otro cualquiera, sino uno de cuya visi¨®n hay que defender a los hombres ¨Ctambi¨¦n de los adultos¨C para que no se sientan incomodados por la presencia de esos cuerpos liminales. No hace falta rebuscar demasiado para encontrar casos en los que un crecimiento temprano o llamativo de los pechos de una adolescente ha conducido a aut¨¦nticos casos de bullying: Ali Marsh, joven activista y v¨ªctima de este tipo de acoso, habla de ello abiertamente en Gurls Talk, el proyecto destinado a dar voz y generar di¨¢logo entre chicas j¨®venes dirigido por la modelo brit¨¢nica Adwoa Aboah.
Esta sexualizaci¨®n y sus ramificaciones violentas, huelga decir, solo se dan cuando las due?as de los pechos son las ni?as: a nadie se le ocurr¨ªa que los torsos masculinos que en los noventa poblaban las portadas de revistas adolescentes como You o Bravo fueran a despertar algo m¨¢s que los grititos exaltados de una pandilla de colegialas. Y es que la esencia de los objetos no reside en estos, si no en la mirada mediante la que son observados.
En este sentido, y hace ya casi un siglo, hablaba el periodista Adolfo Marsillach y Costa para defender el nudismo de sus detractores durante sus primeros pinitos en Espa?a: ¡°El vestido es la causa, el origen de la inquietud sexual, hoy aguda enfermedad del alma. Con el vestido, el individuo toma para s¨ª lo que no es suyo, imagina, fantasea, dibuja, siempre fuera de la realidad (¡). El desnudo absoluto es casto¡±.
Dadas las escasas diferencias entre protuberancias masculinas y femeninas, que tienen m¨¢s que ver con la utilidad que con la est¨¦tica ¨Clos pezones masculinos perduran en el cuerpo porque sencillamente no molestan, aunque a nivel evolutivo sean, por lo visto, desechables¨C, no queda m¨¢s remedio que explicar esa distinci¨®n de trato en donde siempre suele encontrarse: en una cultura que considera el cuerpo de la mujer como un objeto sobre el que ejercer un control que, en ¨²ltima instancia, se autolegitima en la propia arbitrariedad de su naturaleza.
Mar¨ªa Bastar¨®s es escritora, historiadora del arte, comisaria y autora de t¨ªtulos como ¡®Historia de Espa?a contada a las ni?as¡¯ (Fulgencio Pimentel, 2018), ¡®Herstory. Una historia ilustrada de las mujeres¡¯ (Lumen, 2018), ¡®Sexbook. Una historia ilustrada de la sexualidad¡¯ (Lumen, 2021) y el volumen de relatos ¡®No era a esto a lo que ven¨ªamos¡¯ (Candaya, 2021).
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