Ponga una gallina en su vida
Dice la prensa econ¨®mica internacional que las gallinas y los corrales est¨¢n de moda, pero hay muchos (entre ellos grandes dise?adores y artistas) que llevamos a?os adorando a estos animales
Las gallinas est¨¢n de moda y espero que nadie se lo tome como una broma. The Financial Times le dedic¨® un amplio reportaje al asunto en vista del creciente n¨²mero de brit¨¢nicos que desde la pandemia han decido criarlas en sus jardines. Ya son un mill¨®n y medio de hogares. Muchas de ellas fueron rescatadas de granjas en condiciones lamentables, como recuerda el jardinero Arthur Parkinson, gur¨² de una tendencia que pone en valor la convivencia con las aves de corral.
En la National Portrait Gallery de Londres hay un retrato de Deborah Vivien Cavendish, difunta duquesa de Devonshire, con sus adoradas gallinas. Eran el orgullo de su casa, el palacio de Chatsworth, y a la arist¨®crata le gustaba fotografiarse con ellas. En esa imagen, obra de Harry Borden, la duquesa, con la sobria elegancia de una maestra rural, sonr¨ªe mientras sujeta con sus manos dos hermosos ejemplares. Existen otros retratos suyos m¨¢s grandilocuentes, como el que le hizo Bruce Weber mientras alimentaba al gallinero vestida de alta costura. Seg¨²n asegura Parkinson, la duquesa invitaba a la mesa de sus cenas de gala a algunos ejemplares de su especie de cochinchina, raza que lleg¨® a Inglaterra desde Asia en el siglo XIX.
No hace falta pertenecer a la aristocracia brit¨¢nica para ser entusiasta de las aves de corral. Basta con seguir el trabajo de la fot¨®grafa californiana Jean Pagliuso para comprender lo fascinantes que son. Pagliuso es conocida por sus retratos de famosos de Hollywood, pero yo prefiero su serie The Poultry Suite, dedicada a retratar como si fueran estrellas a fabulosos gallos y gallinas. Empez¨® despu¨¦s de la muerte de su padre, como homenaje a su afici¨®n, hasta convertirlo en un proyecto capaz de transmitir toda la elegancia en el porte de cada ave. Son im¨¢genes en blanco y negro y resulta sorprendente la capacidad expresiva de sus plumajes y cabezas. Pagliuso pasa horas con ellas, las acicala hasta que lucen en todo su esplendor.
Recuerdo que, en los a?os noventa, el zapatero Manolo Blahnik decor¨® su tienda de Old Church Street con nidos y huevos de gallinas en el escaparate. Es otro amante de estas aves y en su casa de Canarias construy¨® un gallinero de ensue?o. En su isla he visto monstruosas peleas de gallos y a mujeres mayores ir impolutas y perfumadas a sus corrales mientras los ni?os las segu¨ªan hipnotizados. La idea de que esas bolas de plumas pongan huevos es m¨¢gica e intrigante. Mi bisabuela, una cubana de poder omnipresente, ten¨ªa muchas. Ella misma era una gallina gigante: sabia, observadora, risue?a, fuerte y c¨¢lida. A sus bisnietos nos escond¨ªa debajo de la falda.
Hace mucho tiempo que en las grandes ciudades apenas hay corrales, aunque una de las fotos m¨¢s famosas de Madrid es La vendedora de pavos, de Alfonso. Seguro que muchos de mi generaci¨®n recuerdan la atrocidad de aquellos pollitos de colores que cada Navidad vend¨ªan en cajas en la calle. Los pobres estaban condenados a muerte, ya fuera por la toxicidad del tinte o por el amor entendido como estrangulamiento. Yo tuve al menos dos, verde y rosa, y hoy trato de pagar mi penitencia con eso que se llama consumo responsable. Mientras tanto, sue?o con tener alg¨²n d¨ªa mi propio gallinero.
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