¡°Es preocupante la de ni?os que desarrollan psicopat¨ªas por querer ser el mejor¡±: c¨®mo los jurados de la tele se metieron en nuestra cabeza
Pueden elevarte o destrozarte, puede haber l¨¢grimas de tristeza o de emoci¨®n, pueden crear superestrellas o chistes, pero no podemos dejar de mirar. Los 'talent shows¡¯ triunfan en televisi¨®n y el exitoso ¡®Masterchef¡¯, que acaba de ganar un Ondas, es solo uno de los muchos ejemplos
Risto Mejide dici¨¦ndole a un concursante que ¡°no compra su producto¡± o que su n¨²mero ¡°es una porquer¨ªa, no funciona¡±. Los jurados de Masterchef amonestando a otro por ¡°mostrar pocas ganas, poca ambici¨®n¡± o criticando la tibieza de un abogado mallorqu¨ªn ante las expectativas de entrar en el concurso: ¡°Has jugado con mi tiempo, con mi pasi¨®n y con mi oficio, eres mi ant¨ªtesis, adi¨®s¡±, le dice Jordi Cruz, ofendido por la falta de entusiasmo.
T¨² s¨ª que vales, Maestros de la Costura, La Voz, Got Talent, Factor X, etc. Los jurados de la tele pendulan entre estas posturas inquisitoriales y otras m¨¢s parecidas a la del profe enrollado, la madre comprensiva o el curita de pueblo, pero el mensaje siempre es el mismo: una mezcla de coaching, emotividad y pensamiento neoliberal. Hay que darlo todo, competir, triunfar a cualquier precio. Todo depende de tu esfuerzo. Estas nominado. Solo puede quedar uno.
El fil¨®sofo franc¨¦s Michel Foucault teoriz¨® sobre las ¡°sociedades disciplinarias¡±, aquellas en las que ciertas instituciones como la escuela, los hospitales, los cuarteles o las prisiones reproducen los discursos del sistema, imparten las disciplinas. Se vigila, se busca el orden, se castiga y se recompensa, se moldea al individuo a las normas prefijadas. Hoy podr¨ªamos unir a estas instituciones los plat¨®s de los talents shows y la estancia de la casa donde colocamos el televisor, lugares en los que, con la coartada de la m¨²sica, la cocina o la costura, se nos adoctrina en las ideas del capitalismo neoliberal: la cultura del esfuerzo, la competici¨®n, el individualismo, el sue?o de dar un zambombazo y llegar al estrellato medi¨¢tico. Uno de los pioneros no se llama Operaci¨®n Canci¨®n, sino Operaci¨®n Triunfo, por si cupiera alguna duda. Los concursos de talentos como correa de transmisi¨®n de los valores del sistema.
¡°Presentan a los participantes como emprendedores, responsables, autores de sus propias vidas, de forma consistente con las relaciones de mercado seg¨²n las describen los te¨®ricos neoliberales¡±, escribe Guy Redden, profesor de la Universidad de S¨ªdney. ¡°Aqu¨ª el papel de la ¡®gente normal¡¯ es el de mostrar una mentalidad empresarial competitiva sin esperar una recompensa justa, pero con la esperanza de obtener recompensas extraordinarias¡±. Para Redden, todo esto tiene tambi¨¦n relaci¨®n con el declive del apoyo social colectivo y la creciente desigualdad entre los ciudadanos. Pero envuelto en mucho brilli-brilli televisivo.La televisi¨®n se ha llenado de jurados que escrutan y dictaminan sobre las actividades de los ciudadanos participantes: ellos, y no la ¡°gente normal¡±, son los verdaderos protagonistas. ¡°Los jurados suelen ser los que aportan la serialidad, las ganas de verlo otra vez, el hilo conductor¡±, explica Rosa Mar¨ªa Ferrer, doctora en Comunicaci¨®n y Periodismo y autora de la tesis Calidad televisiva y ¡®mala¡¯ televisi¨®n. Los programas contenedores en los canales de televisi¨®n espa?oles. Ocupar uno de estos sillones desde donde se juzga y discrimina es una buena reconversi¨®n para artistas a cuyas carreras les hace falta un achuch¨®n. O un retiro m¨¢s o menos tranquilo: Isabel Pantoja ha protagonizado su propio revival como jurado de talent y participante de realities.
Al otro lado de la pantalla, entendemos que es bueno que el mundo funcione as¨ª, siempre observados minuciosamente por nuestros superiores y amonestados por ellos, siempre impelidos a dar lo mejor de nosotros mismos, adelantar al de al lado, mostrando el m¨¢ximo entusiasmo mientras perseguimos nuestros sue?os. No son ideas ajenas al ¨¢mbito laboral de todos los d¨ªas, al discurso managerial o a las corrientes de pensamiento positivo, pero que se caramelizan por las noches en nuestras pantallas y se nos presentan como naturales y hasta deseables. Esta obsesi¨®n por el triunfo individual contra viento y marea luego trae las angustias y las ansiedades. Es como si se nos hubiera metido un jurado dentro del cr¨¢neo.
¡°Eso se ve no solo en los talent shows, sino en todas partes¡±, dice la psic¨®loga sanitaria B¨¢rbara Zapico. ¡°Es preocupante la cantidad de ni?os y adolescentes que desarrollan psicopat¨ªas por querer ser el mejor, el m¨¢s alto, el m¨¢s guapo, influenciados por lo que ven en Internet o en la televisi¨®n (si es que ven la tele)¡±. Los talent nos hacen creer en una falsa meritocracia, en la mitolog¨ªa de que si nos esforzamos lo suficiente, podremos conseguirlo, en que la vida es una carrera entre ganadores y los perdedores: as¨ª funciona la sociedad. Para la an¨¦cdota queda que en Masterchef llegaron a ridiculizar y a expulsar al autor de un plato que era plena vanguardia gastron¨®mica, que estaba lleno de ternura y dada¨ªsmo y que, de hecho, pas¨® con gloria al imaginario popular: el ya cl¨¢sico le¨®n come gamba, obra de un tal Alberto.
Pan y circo
¡°Estos programas se pueden entender como una actualizaci¨®n del espect¨¢culo de gladiadores de la antigua Roma, con el p¨²blico muchas veces opinando y finalmente el dictamen del emperador con el pulgar hacia arriba o hacia abajo¡±, dice el fil¨®sofo Fernando Castro, cr¨ªtico de arte y profesor de Est¨¦tica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid. ¡°El pan y circo de toda la vida, vaya¡±.
Un caso extremo es el del actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump (podr¨ªa ser el equivalente de un emperador romano, digamos Ner¨®n): buena parte de su carrera televisiva anterior (que tanto ayud¨® a llevarle a la Casa Blanca) consisti¨® en gritarle ¡°You¡¯re fired!¡± ("?Est¨¢s despedido!) a los que trataban de mostrar sus habilidades empresariales en el reality show estadounidense El aprendiz (que conoci¨® una versi¨®n espa?ola con el magnate publicitario Luis Bassat). Despedido a la m¨ªnima y sin indemnizaci¨®n, se entiende. Un exjurado televisivo se convirti¨® en el considerado hombre m¨¢s poderoso del mundo, con los resultados que ya conocemos.
Si buscamos en Internet los momentos estelares de estos talent shows, suelen agruparse en dos categor¨ªas. Una es la de los m¨¢s duros o inc¨®modos, en los que el jurado pone a caldo a los concursantes (encontramos en estos momentos el mismo placer morboso que viendo a los militares totalitarios de pel¨ªculas como El sargento de hierro o La chaqueta met¨¢lica, aunque en este caso sin atisbo de cr¨ªtica). ¡°Lo que se muestra en los talents son relaciones muy desiguales, donde el que tiene el poder muchas veces humilla al otro, son espacios parecidos a las antiguas escuelas donde se aprend¨ªa a trav¨¦s de la f¨¦rrea obediencia y la reprimenda¡±, dice la psic¨®loga Zapico. ¡°Luego resultan programas adictivos, porque nunca sabemos qu¨¦ va a pasar con el participante, si va recibir una bronca o una alabanza: es lo que se llama refuerzo intermitente¡±.
La otra categor¨ªa m¨¢s recordada y comentada por la audiencia es la de los momentos m¨¢s ¡°emocionantes¡±, aquellos que nos hacen soltar la lagrimilla. Un ejemplo paradigm¨¢tico es el de la brit¨¢nica Susan Boyle en Britain¡¯s got talent, una mujer con aspecto de ¡°perdedora¡± que al ponerse a cantar de forma prodigiosa se metamorfosea como el patito feo en un cisne. Una historia de superaci¨®n personal que nos toca el coraz¨®n.
¡°Todo empez¨® cuando David Bustamante baj¨® del andamio, deber¨ªan haberlo evitado policialmente¡±, opina Castro, aficionado a ¡°desatascar la mente¡± con estos productos televisivos, a los que tambi¨¦n reconoce su poder adictivo. ¡°Ah¨ª se inici¨® una fase melodram¨¢tica y lacrim¨®gena, lo importante era ver qui¨¦n lloraba m¨¢s. Ahora lloran todos, los participantes, los jurados, los coachs¡ En esta cultura de los afectos la ¨²nica verdad es la verdad de las l¨¢grimas¡±.
En algunas versiones de estos talents esa ¡°gente normal¡± de la que hablaba Redden se convierte en ni?os (en la versi¨®n kids) o en famosos (en la versi¨®n celebrity) en un intento de atrapar nuevas franjas de audiencia, en las que la actividad en s¨ª a realizar, ya sea cantar una de Britney o preparar un souffl¨¦, quedan todav¨ªa m¨¢s apagadas ante el espect¨¢culo telenovelesco que se da entre los protagonistas y los jurados.
El medievo en la tele
¡°Son programas que imponen patrones regresivos¡±, reflexiona Castro. ¡°Tienen algo de justas medievales, de torneos de trovadores, del amor cort¨¦s heterosexual, de melodrama medieval. Incluso se reproduce algo as¨ª como el vasallaje entre los participantes y sus tutores, o entre los jurados que tienen concursantes predilectos y por los que abogan, como si fueran pr¨ªncipes o se?ores de un dominio feudal¡±.
Los defensores de estos programas suelen utilizar la siempre ¨²til carta del ¡°entretenimiento¡±: da la impresi¨®n de que en el sector televisivo cuando algo entretiene (y, sobre todo, cuando tiene audiencia) se considera inocuo y descargado de toda responsabilidad social. ¡°Tengo una opini¨®n negativa sobre el discurrir de la televisi¨®n de entretenimiento, que parece haber olvidado su funci¨®n social¡±, opina Rosa Mar¨ªa Ferrer. ¡°La tele no tiene necesariamente que educar, pero s¨ª promover una visi¨®n cr¨ªtica del mundo. Ahora parece solo enfocada al beneficio econ¨®mico, incluso utilizando la humillaci¨®n o la espectacularizaci¨®n, aprovechando las m¨¢s bajas pasiones¡±. Y aunque se vendan con la coartada de la m¨²sica, la cocina, la danza, la costura, del buen hacer y el virtuosismo, en realidad todo esto es accesorio: un talent show es propaganda de los mecanismos del sistema competitivo, pornograf¨ªa emocional, premios y castigos, l¨¢grimas y traiciones.
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