Aquel largo viaje con Bob Dylan
Con Dylan me pasa lo que con ¡®The Wire¡¯: me parecen vi?ctimas de unos admiradores muy pesados
Con Bob Dylan me pasa lo mismo que con The Wire, ambos me parecen vi?ctimas de unos admiradores muy pesados entre los que por desgracia me encuentro. Cuando escribo esto, 24 de mayo, es el 80 cumplean?os de uno de mis i?dolos absolutos, asi? que con algo de culpa he pasado el di?a escarbando en mi longeva y to?pica relacio?n con e?l. A Dylan me aficione? por mi ti?o Jose? Manuel, el u?nico hermano de mi madre. Mi abuela escuchaba a Julio Iglesias, mi madre oscilaba entre Joan Baez y Concha Piquer y mi padre no se movi?a de la Antologi?a del Cante Flamenco de Caballero Bonald, tesoro que herede? y aprendi? a valorar.
Pero entonces, los u?nicos gustos que me interesaban eran los de mi ti?o. Era cosmopolita, guapo y simpa?tico, le gustaba la Fo?rmula 1 y me llevaba a las carreras de caballos. Estaba entrando en la adolescencia cuando mi ti?o se mato? esquiando, tambie?n era un fana?tico de este deporte, y yo supere? el trauma familiar encerrada en mi cuarto escuchando a Dylan. Julio Iglesias dejo? de sonar, mi padre se llevo? sus cosas y sus discos de flamenco, pero Dylan se mantuvo firme a mi lado.
Mi primer concierto suyo fue en el estadio Rayo Vallecano en 1984. Au?n conservo la entrada, como las de todos los que vinieron despue?s y que, como saben sus seguidores, se acabaron convirtiendo en retorcidos pulsos contra su alargada sombra. Pero aquel di?a las cosas au?n eran sencillas y el plasta era Santana, que haci?a de telonero y nos resulto? interminable.
El tiempo se la juega a los i?dolos de la adolescencia y Dylan tambie?n paso? sus an?os de barbecho, aunque no deje? de ir a sus conciertos ni de comprarme sus discos. Pero el reencuentro definitivo ocurrio? hace no tanto. Hace 11 an?os, en un largo viaje en coche desde Chicago a Portland atravesando Estados Unidos. Nos enfrenta?bamos a horas interminables de carretera y tomamos una decisio?n que cambio? el rumbo de la aventura: apuntarnos a la XM Satellite Radio y escuchar las sesiones del programa Theme Time Radio Hour, monogra?ficos de una hora en los que el mu?sico se centraba en tema?ticas variopintas: la luna, los trenes, California, el alcohol, el agua, el verano, la familia, el divorcio, el tabaco o la Biblia.
Con canciones que nunca eran suyas, infinitas ane?cdotas y sabios consejos de vida, muchas veces de estrellas invitadas como Marianne Faithfull, John C. Reilly o Elvis Cos-tello, el coche se convirtio? en el mejor viaje. Como una aute?ntica Sherezade, Dylan nos embrujaba con mucho humor y muy buenas historias. Recuerdo despertarme una man?ana en el asiento del copiloto rodeada de un campo gigante de flores amarillas cerca de un lugar indio que queri?amos visitar, y escuchar uno de aquellos relatos con los que Dylan ilustraba su programa. El despliegue era brutal, detra?s del mu?sico habi?a un equipo de 15 personas que trabajaban en la documentacio?n y los guiones. Daba igual lo banal que podi?a parecer el tema, siempre aterrizaba en lugares importantes. Pero quiza? lo ma?s revelador de aquel reencuentro fue descubrir que camuflado entre rarezas discogra?ficas y con su particular retranca, Dylan era un mito?mano ma?s que disfrutaba con leyendas y citas literarias, en el fondo y pese a todo no tan diferente a su legio?n de inco?modos fans.
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