Por qu¨¦ exterminar a los carn¨ªvoros no eliminar¨ªa el sufrimiento animal
Un aumento de la poblaci¨®n de los herb¨ªvoros por encima de las posibilidades ecol¨®gicas del medio ambiente acabar¨ªa causando su muerte por hambruna, escribe en su ¨²ltimo libro el fil¨®sofo Ernesto Castro
Una de las medidas ecol¨®gicas m¨¢s conocidas y pol¨¦micas es la reintroducci¨®n de depredadores en entornos naturales para controlar plagas de especies que tradicionalmente son sus presas. El experimento m¨¢s importante en este sentido fue la reinserci¨®n del lobo en el Parque Nacional de Yellowstone (Estados Unidos). El ¨²ltimo lobo aut¨®ctono del parque fue abatido en el a?o 1926. Entre 1926 y 1995 no hubo un solo lobo en esa reserva natural. Fue entonces cuando el gobierno federal decide importar una camada de lobos desde Canad¨¢. A d¨ªa de hoy, la poblaci¨®n lobuna del parque se encuentra estabilizada alrededor de los ciento cincuenta espec¨ªmenes. El resultado de este experimento ha sido una ecolog¨ªa pol¨ªtica del miedo: los lobos no solo inciden en el ecosistema en la medida en que cazan alces, sino tambi¨¦n en tanto en cuanto generan un medio ambiente emocional en el que los alces no se atreven a salir a pasar a terreno abierto, lo cual termina incidiendo en su dieta y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, en su bienestar y supervivencia. El problema de este tipo de experimentos desde una perspectiva antiespecista es evidente.
El enfoque ecologista mainstream actual asume que cuanta mayor biodiversidad m¨¢s valioso es un ecosistema. A modo de respuesta, el movimiento de liberaci¨®n animal suele traer a colaci¨®n la ¡°paradoja de la mera adici¨®n¡± de Derek Parfit, que viene a cuestionar la idea de que la cantidad de seres vivos coexistentes en un mismo momento sea un valor moral a maximizar por encima de la calidad y cantidad de vida de esos seres vivos. ?Acaso la mera adici¨®n de un individuo m¨¢s a un ecosistema es un bien, a pesar de que el hecho de a?adirlo (o reinsertarlo, como hicieron con los lobos en Yellowstone) suponga un descenso de la cantidad y calidad de vida de todos los dem¨¢s individuos que forman parte de ese ecosistema? ?Qu¨¦ es preferible, se pregunta Parfit y, con ¨¦l, el movimiento de liberaci¨®n animal: que haya muchos individuos infelices, o solo unos pocos pero infinitamente m¨¢s dichosos? La posici¨®n del antiespecismo es clara a favor de esta segunda opci¨®n, como vamos a ver a continuaci¨®n cuando hablemos de la propuesta de exterminar a todos los carn¨ªvoros que ha sido formulada recientemente, y parad¨®jicamente, por algunas de las primeras espadas del movimiento de liberaci¨®n animal.
?Qu¨¦ es preferible: que haya muchos individuos infelices o solo unos pocos pero infinitamente m¨¢s dichosos? La posici¨®n del antiespecismo es clara a favor de esta segunda opci¨®n
Jeff McMahan seguramente sea el m¨¢s famoso de los antiespecistas que han propuesto el exterminio de las especies carn¨ªvoras como soluci¨®n de compromiso ante la evidencia del sufrimiento de los animales en el estado natural. El principal problema al que se enfrenta esta propuesta es c¨®mo exterminar a una especie sin infringir da?o a sus individuos. La propuesta conf¨ªa en las posibilidades de una esterilizaci¨®n masiva indolora. La principal objeci¨®n en tal caso es la siguiente: la extinci¨®n de los carn¨ªvoros conllevar¨ªa un aumento de la poblaci¨®n de los herb¨ªvoros por encima de las posibilidades ecol¨®gicas del medio ambiente, lo que conllevar¨ªa una disminuci¨®n dr¨¢stica de los recursos naturales, lo que a su vez conllevar¨ªa el sufrimiento y la muerte por hambruna de esos mismos herb¨ªvoros a los que pretend¨ªamos ayudar y salvar de la depredaci¨®n en primer lugar, de modo que terminamos en un punto de llegada que, en t¨¦rminos puramente utilitarios y consecuencialistas, resulta peor que el punto de partida original.
La cuesti¨®n pol¨¦mica es que no est¨¢ del todo claro que, en el caso de que se eliminara la presi¨®n ambiental que los carn¨ªvoros ejercen sobre los herb¨ªvoros, estos vayan necesariamente a aumentar su poblaci¨®n hasta rebasar la capacidad de carga de su entorno, destruyendo inevitablemente los recursos naturales sobre los que se basa su propio sustento. En el caso de los mam¨ªferos superiores, cuya estrategia reproductiva privilegia tener pocas cr¨ªas y cuidarlas durante un tiempo superior a la media, no es tan evidente que una situaci¨®n en la que no haya depredadores naturales conlleve necesariamente un crecimiento exponencial de la prole.
En Escocia, por ejemplo, el principal depredador local, el lobo, se extingui¨® en el siglo XVIII. Desde entonces hasta ahora las crisis ecol¨®gicas derivadas de la relativa tranquilidad y comodidad de los herb¨ªvoros no han sido tantas, aunque es cierto que alguna crisis reciente ha llevado al parlamento escoc¨¦s a plantear la reinserci¨®n del lobo como mecanismo de correcci¨®n poblacional en las Highlands. El ejemplo escoc¨¦s desmonta la premisa b¨¢sica tanto de McMahan como del movimiento ecologista en sus momentos m¨¢s delirantes de ingenier¨ªa ambiental, a saber: que el ser depredado es el principal problema al que se enfrentan los animales en estado salvaje. No es cierto. Un porcentaje muy peque?o de espec¨ªmenes silvestres mueren por causas derivadas de la depredaci¨®n, incluyendo las causas oblicuas de la ya mencionada ecolog¨ªa pol¨ªtica del miedo. Antes de llegar a ninguna conclusi¨®n, hay que analizar con detalle las diferentes estrategias reproductivas que utilizan las diferentes especies animales dependiendo de su complejidad social.
Si el problema no es tanto la depredaci¨®n cuanto el hambre, el fr¨ªo o los par¨¢sitos, la pregunta es: ?tenemos el clima y los recursos como para convertir la naturaleza en un para¨ªso terrenal hedonista, en un parque tem¨¢tico antiespecista?
Dicho sea esquem¨¢ticamente: por un lado tenemos la estrategia reproductiva K, que prioriza el cuidado sobre el n¨²mero de cr¨ªas, maximizando sus oportunidades individuales de supervivencia; y por otro lado tenemos la estrategia reproductiva r, que prioriza el n¨²mero de cr¨ªas sobre su cuidado, maximizando sus oportunidades colectivas de supervivencia. En un extremo del espectro poblacional est¨¢n los insectos y, en el otro, la pol¨ªtica china del hijo ¨²nico. Solamente los primeros, los insectos, el arquetipo de la estrategia r, tienden naturalmente a convertirse en plagas cuando no tienen sobre s¨ª una presi¨®n ambiental fuerte. El resto de especies, especialmente las que tienen estrategias reproductivas de tipo K, est¨¢n sometidas a muchas otras presiones ambientales, m¨¢s all¨¢ de la depredaci¨®n, como es el caso de la disponibilidad de los recursos naturales, la hostilidad del clima o el parasitismo.
Si el problema, por tanto, no es tanto la depredaci¨®n cuanto el hambre, el fr¨ªo o los par¨¢sitos, entonces la pregunta es: ?tenemos el clima y los recursos como para convertir la naturaleza en un para¨ªso terrenal hedonista, en un parque tem¨¢tico antiespecista? A ojo de buen cubero, los recursos necesarios para exterminar a todos los carn¨ªvoros est¨¢n a nuestro alcance. Solamente se necesitan unas cuantas armas o jeringuillas y mucha vocaci¨®n de aventura. De lo cual los seres humanos andamos sobrados. Ahora bien, tambi¨¦n es evidente que, por muy eficazmente que se llevase a cabo la propuesta de McMahan, todav¨ªa tendr¨ªamos el problema del hambre, el fr¨ªo y los par¨¢sitos. Y es que, a¨²n sin habitantes, la naturaleza sigue siendo cruel.
Ernesto Castro (Madrid, 1990) es doctor en filosof¨ªa por la Universidad Complutense de Madrid. Este texto es un adelanto de su libro ¡®?tica, est¨¦tica y pol¨ªtica. Ensayos (y errores) de un metaindignado¡¯, que la editorial Arpa publica el 17 de junio.
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