La escalera de Chambord
No sabemos qu¨¦ peque?as o grandes decisiones del presente ser¨¢n vistas como s¨ªmbolos de lo que naci¨® en el siglo XXI
La escalera m¨¢s hermosa y extra?a del mundo est¨¢ en un castillo franc¨¦s, el de Chambord. Es la c¨¦lebre escalera de doble h¨¦lice ideada (no construida) por Leonardo da Vinci. Quienes suben y quienes bajan pueden verse, pero no cruzarse. Se trata de una delicia arquitect¨®nica y, en cierto sentido, tambi¨¦n de una escalera hacia el futuro. Fue erigida en uno de esos momentos en que el mundo se ampl¨ªa y se contrae de forma simult¨¢nea, la historia se fractura, la gente empieza a pensar d...
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La escalera m¨¢s hermosa y extra?a del mundo est¨¢ en un castillo franc¨¦s, el de Chambord. Es la c¨¦lebre escalera de doble h¨¦lice ideada (no construida) por Leonardo da Vinci. Quienes suben y quienes bajan pueden verse, pero no cruzarse. Se trata de una delicia arquitect¨®nica y, en cierto sentido, tambi¨¦n de una escalera hacia el futuro. Fue erigida en uno de esos momentos en que el mundo se ampl¨ªa y se contrae de forma simult¨¢nea, la historia se fractura, la gente empieza a pensar de otra forma y nadie sabe muy bien qu¨¦ va a ocurrir. Sucedi¨® en el siglo XVI y sucede ahora.
Francisco I, el due?o de Chambord, invit¨® al viejo Leonardo a su corte en cuanto ascendi¨® al trono. No fue una decisi¨®n reflexiva: simplemente admiraba al genio renacentista y quer¨ªa tenerlo cerca. Esos a?os finales de Leonardo en Francia, unidos a la frivolidad personal del rey, a su pragmatismo y a su devoci¨®n por la cultura, crearon la Francia de los siglos siguientes. Igual que la voluntad de construir, el gran proyecto trascendente de Carlos I, est¨¢ en el origen de Espa?a. El doble juego de Enrique VIII de Inglaterra, uni¨¦ndose a Francisco o Carlos, los dos grandes rivales, para que ninguno de ellos llegara a ser demasiado poderoso, configur¨® la posici¨®n que en adelante iban a mantener las islas Brit¨¢nicas respecto al continente europeo.
El hoy naci¨® entonces. Naci¨® de forma improvisada, en una cadena de reacciones de emergencia ante una realidad nueva e incomprensible. El peque?o mundo europeo hab¨ªa experimentado una extensi¨®n vertiginosa con la colonizaci¨®n de Am¨¦rica, la aparici¨®n de la imprenta de tipos m¨®viles multiplic¨® la difusi¨®n del conocimiento y ampli¨® la mente humana y, pese a tanto espacio nuevo, no hab¨ªa forma de moverse sin chocar con una fuerza rival. El XVI fue un siglo hermoso y ca¨®tico.
Lo que ocurre ahora es bastante similar a aquello. La revoluci¨®n de las comunicaciones gracias a internet, la exploraci¨®n del espacio (algo esencial a lo que no prestamos mucha atenci¨®n porque permanecemos entretenidos con nuestras cosas), la alteraci¨®n clim¨¢tica y, tal vez, el choque de la pandemia supondr¨¢n, o m¨¢s bien suponen ya, una fractura en la historia.
Todo est¨¢ en discusi¨®n, desde la forma de alimentarnos o trabajar hasta las estructuras econ¨®micas y las f¨®rmulas de gobernanza. La suerte es que la vida cotidiana, bastante complicada en s¨ª misma, nos ahorra el v¨¦rtigo de mirar hacia un futuro ignoto.
No sabemos siquiera qu¨¦ peque?as o grandes decisiones del presente ser¨¢n recordadas como fundacionales o como s¨ªmbolos de lo que naci¨® en el siglo XXI. A nadie se le ocurri¨®, hace exactamente 500 a?os, que aquella escalera pintoresca en el cuerpo central del castillo de Chambord pudiera ser contemplada como un rasgo fundamental de un cierto esp¨ªritu colectivo, el que llev¨® a la Ilustraci¨®n, a la Revoluci¨®n Francesa y a ciertas certidumbres que hasta hoy nos parec¨ªan indiscutibles.
No sabemos qui¨¦n est¨¢ creando algo como la escalera de Chambord, ni d¨®nde. Pero alguien est¨¢ haci¨¦ndolo en alg¨²n lugar.