Para hablar de Dios despu¨¦s de Auschwitz, hay que escuchar las palabras de Simone Weil
La pensadora de origen jud¨ªo, v¨ªctima de la persecuci¨®n nazi, experiment¨® la vivencia religiosa y el ate¨ªsmo. El historiador Josep Ot¨®n analiza su legado en un nuevo libro, del que ¡®Ideas¡¯ publica un extracto
Una voz de mujer joven y jud¨ªa, la de Simone Weil, habla del encuentro y de la ausencia, de la revelaci¨®n y del silencio de Dios en una ¨¦poca de desconcierto. En Literatura del siglo XX y cristianismo, Charles Moeller incluye el an¨¢lisis del pensamiento de Simone Weil en el primer tomo de su obra, subtitulado El silencio de Dios. Aludiendo al existencialismo sartreano, afirma: ¡°Silencio de Dios: otra expresi¨®n para significar la absurdidad del universo. ?Ser¨¢ el hombre una ¡®pasi¨®n in¨²til?¡±.
Dos aspectos concurren para revestir las palabras de Weil de una autoridad especial: su trayectoria vital est¨¢ inmersa en el contexto de la II Guerra Mundial, a la sombra de Auschwitz, y su reflexi¨®n sobre el hecho religioso, a pesar de su s¨®lida formaci¨®n filos¨®fica, se fundamenta en la experiencia personal.
La II Guerra Mundial no fue un conflicto b¨¦lico m¨¢s de los que haya sufrido la humanidad. Durante los a?os cuarenta, se puso de manifiesto c¨®mo la misma direccionalidad de la historia que auguraba un futuro de progreso y de bienestar pod¨ªa conducir a la autodestrucci¨®n. Posibilidad que, una vez acabada la contienda, no ha desaparecido del panorama internacional. Los desastres de la II Guerra Mundial hicieron patente c¨®mo el avance t¨¦cnico no siempre va acompa?ado de un desarrollo ¨¦tico capaz de garantizar de manera contundente los derechos de los seres humanos. Las palabras de Weil son un testimonio de ese momento que, a¨²n hoy, puede conmover las conciencias, demasiado instaladas, tal vez, en la comodidad de dejarse llevar por el curso de la historia y por una excesiva confianza en el mito del progreso.
Como otras mujeres de origen jud¨ªo ¡ªHannah ?Arendt, Edith Stein, Ana Frank, Etty Hillesum¡ª, Simone Weil fue v¨ªctima de la persecuci¨®n de los nazis. Con la entrada de las tropas alemanas huy¨® de Par¨ªs, y despu¨¦s de Francia, para evitar caer en manos de la Gestapo. Tuvo que buscar refugio en Estados Unidos y en Inglaterra. Asimismo, se sinti¨® represaliada por su origen ¨¦tnico al no serle concedida la readmisi¨®n en el cuerpo de profesorado de secundaria. Su prematura muerte le impidi¨® conocer hasta d¨®nde llegaron las atrocidades del r¨¦gimen hitleriano.
Respecto a la cuesti¨®n religiosa, Weil no habla ni de la creencia ni de la descreencia desde el vac¨ªo, desde la especulaci¨®n te¨®rica fundamentada en la lectura y los silogismos. Parte de la realidad, mejor dicho, de su experiencia de la realidad. Sus palabras brotan de la propia experiencia, tienen el valor del testimonio, robustecido por la lectura y la reflexi¨®n. Por tanto, Simone Weil habla con la autoridad de aquel que ha visto y o¨ªdo. Porque ella ha experimentado, adem¨¢s de la vivencia religiosa, el ate¨ªsmo. Tiene autoridad para hablar del encuentro con Dios, pero tambi¨¦n de su ausencia, vivida tanto desde el agnosticismo como desde la fe. Haber experimentado el silencio de Dios desde estas dos vertientes hace que sus palabras resulten veros¨ªmiles.
Simone Weil se deja interpelar por la ausencia de Dios y somete esta vivencia a su poderosa capacidad de an¨¢lisis. Es un tema omnipresente en sus escritos, en concreto en los elaborados durante la segunda etapa de su vida, despu¨¦s del contacto con el catolicismo. Desde la experiencia que la acerca al cristianismo, no elude la escabrosa pregunta por el silencio de Dios, aunque pueda hacer tambalear su incipiente fe. No se evade del problema, refugi¨¢ndose en certezas incuestionables. Lo afronta con valent¨ªa.
En un mundo sumido en el ruido, donde los gemidos de las v¨ªctimas quedan ahogados por los gritos de victoria de los vencedores, Weil se siente profundamente interpelada por el silencio de Dios. En sus escritos se encuentran confesiones sobrecogedoras que ponen de manifiesto esta inquietud ante la falta de respuesta:
¡°Cuando en el propio fondo de nuestras entra?as sentimos la necesidad de un ruido que diga algo, cuando gritamos para obtener una respuesta que no se nos concede, entonces llegamos a tocar el silencio de Dios. De costumbre nuestra imaginaci¨®n pone palabras en los ruidos, como cuando se juega perezosamente a ver formas en el humo. Pero cuando nos encontramos muy agotados, cuando ya no tenemos valor para seguir jugando, entonces necesitamos palabras de verdad. Gritamos para conseguirlas. El grito nos desgarra las entra?as. No obtenemos m¨¢s que silencio¡±.
La experiencia religiosa no la ha convertido en una apologeta, inflexible defensora de los ideales cristianos. Al contrario: no renuncia nunca a su esp¨ªritu cr¨ªtico. Sigue comprometida con la b¨²squeda de la verdad, sin aceptar respuestas poco convincentes para su poderosa inteligencia. Constantemente buscar¨¢ nuevos autores, nuevos puntos de vista, nuevos planteamientos para enriquecer su reflexi¨®n.
Tampoco aborda el silencio de Dios como un reto acad¨¦mico, seducida por un problema de l¨®gica que pone a prueba su intelecto y la hace competir con otros especialistas. Afronta la pregunta con plena implicaci¨®n vital y con absoluta consciencia de la relevancia de un tema que desaf¨ªa tanto su fe como su condici¨®n humana.
La falta de respuestas por parte de Dios resulta especialmente terrible en determinadas situaciones hist¨®ricas como las que ella vive, presididas por la tragedia de Auschwitz. Espoleada por el contraste entre los ruidos de la injusticia y el enmudecimiento de Dios, se ve obligada a replantearse qui¨¦n es ese Dios y c¨®mo es. Por ello, reconoce que un individuo que haya visto a su familia maltratada y asesinada, y que haya sido sometido a tortura en un campo de concentraci¨®n, si alguna vez hubiera cre¨ªdo en la misericordia de Dios, despu¨¦s de esa horrible experiencia, o bien dejar¨ªa de creer, o bien la concebir¨ªa de una manera muy distinta.
Convencida de que su ¨¦poca no ostenta el monopolio de la crueldad, tambi¨¦n plantea el ejemplo de otro ?Auschwitz, el genocidio de los ind¨ªgenas americanos del siglo XVI que fueron exterminados por los colonizadores europeos. Si bien ella no hab¨ªa sufrido este tipo de desgracias, conoc¨ªa de su existencia y, por tanto, deb¨ªa aspirar a una concepci¨®n de la misericordia divina m¨¢s estable, que no desapareciera ni cambiara con las fluctuaciones de la historia, que fuera independiente de las vicisitudes del destino y que pudiera ser transmitida a cualquier ser humano y no solo a aquellos que han tenido la suerte de escapar de tales formas de injusticia y de sufrimiento.
Si se aspira a hablar de Dios despu¨¦s de Auschwitz, hay que escuchar las palabras de Simone Weil; palabras m¨¢s o menos acertadas, que revelan una experiencia vivida desde la autenticidad. Se ha escrito mucho sobre ella y mucho ha sucedido en el mundo despu¨¦s de su muerte, pero la obra de Weil no ha desaparecido ni se ha olvidado, contrariamente a lo que ella, durante el exilio en Londres, confesaba que tem¨ªa que sucediera:
¡°Tengo una especie de certeza interior creciente de que hay en m¨ª un dep¨®sito de oro puro que es para transmitirlo. Pero la experiencia y la observaci¨®n de mis contempor¨¢neos me persuade cada vez m¨¢s de que no hay nadie para recibirlo. (¡) En cuanto a la posteridad, de aqu¨ª a que haya una generaci¨®n con m¨²sculo y pensamiento, los libros y los manuscritos de nuestra ¨¦poca ya habr¨¢n, sin duda, materialmente desaparecido¡±.
Josep Ot¨®n (Barcelona, 1963) es doctor en Historia. Este texto es un extracto de ¡®Simone Weil: El silencio de Dios¡¯, de la editorial Fragmenta, que se ha publicado esta semana, el 23 de junio.
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