Lo que no quiero saber
La sociedad se mantiene gracias a una serie de ficciones que damos por buenas. Eso es lo que estamos perdiendo
La civilizaci¨®n se basa en la palabra. Pero la convivencia, esencia de la civilizaci¨®n, se basa en el silencio. Temo que este dif¨ªcil equilibrio est¨¦ y¨¦ndose a hacer pu?etas.
Vayamos al inicio del proceso. Hoy se habla bastante del derecho a la privacidad, un t¨¦rmino que, como libertad o justicia, define un anhelo abstracto m¨¢s que una realidad. En t¨¦rminos generales, la idea de lo privado adquiri¨® forma durante el siglo XIX, gracias a la progresiva generalizaci¨®n del agua corriente y la iluminaci¨®n el¨¦ctrica: si uno no se ve obligado a defecar en p¨²blico, comprueba que hay otras muchas cosas que resultan m¨¢s confortables (otro t¨¦rmino surgido en el XIX) cuando se hacen a solas o en compa?¨ªa restringida.
¡°Lo privado¡± no dur¨® mucho: el auge de la fotograf¨ªa y de la prensa popular suscitaron un debate muy parecido al que se desarrolla ahora en torno a internet. El debate es en el fondo est¨¦ril, porque la privacidad no parece importarnos demasiado: hacemos lo posible por destruirla, diseminando por las redes todas nuestras miserias.
El siguiente paso, en el primer tercio del siglo XX, fue la democratizaci¨®n. El fen¨®meno de las multitudes y su reci¨¦n estrenada influencia alarm¨® a pensadores elitistas como el fil¨®sofo espa?ol Jos¨¦ Ortega y Gasset en La rebeli¨®n de las masas: ¡°La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares mejores de la sociedad¡±.
El gran Yogi Berra dijo lo mismo con m¨¢s gracia: ¡°Ya nadie va a ese sitio, hay demasiada gente¡±.
Sin entrar en criterios de calidad, creo que la sociedad puede sobrevivir con muy poca privacidad y bajo esa idea est¨²pida (pero no tan est¨²pida como las dem¨¢s) seg¨²n la cual, en lo tocante a la gesti¨®n pol¨ªtica, un mill¨®n de idiotas tiene mejor criterio que un comit¨¦ de sabios.
Pero no podemos vivir sin el silencio. ?Se imaginan que siempre pens¨¢ramos en voz alta? ?Que lo dij¨¦ramos todo? Logramos soportarnos de forma colectiva gracias a que no andamos pregonando por ah¨ª lo idiotas que nos parecen los dem¨¢s, y a que intentamos no exhibir por ah¨ª lo idiotas que somos nosotros. La hipocres¨ªa, en t¨¦rminos sociol¨®gicos, constituye una gran virtud.
Eso es lo que estamos perdiendo. La sociedad se mantiene gracias a una serie de ficciones que damos por buenas. El papel moneda es la principal de ellas. Pero hay muchas m¨¢s. Damos por supuesto, porque lo necesitamos, que el m¨¦dico que nos va a operar es un profesional competente. Tambi¨¦n necesitamos creer que el magistrado que va a juzgarnos es un tipo instruido y equilibrado. As¨ª con todo.
El gran problema, ahora, consiste en que gracias a las redes sociales (y al impudor general) estamos descubriendo que el cirujano es muchas veces un cretino y que el juez puede ser un cenutrio ignorante y sectario. Nos lo gritan ellos mismos con sus mensajes. Y da mucho miedo. No hay sociedad que resista esa renuncia al respeto, al misterio si quieren, base de la confianza. Quienes, por la obligaci¨®n de hablar, perdimos hace tiempo el respeto ajeno (me refiero a periodistas y pol¨ªticos) conocemos bien el riesgo de andar pregonando nuestras limitaciones.
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