Contra la expresi¨®n ¡°masculino gen¨¦rico¡±
La visibilizaci¨®n de las mujeres y de las hembras produjo la formaci¨®n de los g¨¦neros como los conocemos ahora
Cu¨¢ntos problemas nos ahorrar¨ªamos ahora si al ¡°masculino gen¨¦rico¡± se le hubiera llamado solamente ¡°gen¨¦rico¡±. Porque al introducir en esa locuci¨®n el concepto ¡°masculino¡± se incita quiz¨¢s a pensar que un masculino de origen se apropi¨® luego del femenino para abarcar ambos y convertirse en gen¨¦rico sin dejar de ser un masculino.
Sin embargo, ocurri¨® al rev¨¦s.
Los g¨¦neros se formaron en el indoeuropeo, nuestra lengua abuela; de cuya fragmentaci¨®n durante siglos nacieron el lat¨ªn ¡ªnuestra lengua madre¡ª, el griego o el s¨¢nscrito, entre otras. En aquel idioma que se hablaba hace ahora unos 5.000 a?os en zonas de Europa y de Asia exist¨ªan dos g¨¦neros: el de los seres animados y el de los seres inanimados. Es decir, all¨ª se diferenciaba entre lo que se mov¨ªa y, por tanto, pod¨ªa constituir una amenaza, como los animales, y lo que se estaba quieto y preocupaba poco. Cuando ya se hab¨ªan establecido las sociedades ganaderas ¡ªy en un proceso sumamente lento¡ª, a partir del g¨¦nero de los seres animados naci¨® el femenino como una ramificaci¨®n propia, quiz¨¢s por la relevancia de las mujeres y de las hembras en la reproducci¨®n familiar de las unas y la ganadera de las otras. No era lo mismo tener tres vacas y un toro que tres toros y una vaca.
La visibilizaci¨®n de mujeres y hembras produjo entonces la formaci¨®n de los g¨¦neros como los usamos ahora. Al crearse el femenino a partir de ese gen¨¦rico anterior, el viejo g¨¦nero inicial de los seres animados (el genuino ¡°gen¨¦rico¡±) se desdobl¨® para asumir el papel del masculino en aquellos casos en que se opon¨ªa al nuevo femenino, sin abandonar su funci¨®n primigenia como gen¨¦rico.
Entonces, ?por qu¨¦ llamarlo ¡°masculino gen¨¦rico¡± cuando abarca los dos g¨¦neros, si ah¨ª no cumple ning¨²n papel significador del masculino? Una misma palabra puede desempe?ar distintas misiones gramaticales. Por ejemplo, el vocablo ¡°fuerte¡± ejerce como sustantivo (¡°se refugi¨® en el fuerte apache¡±), como adjetivo (¡°es una mujer fuerte¡±) o como adverbio (¡°lo apret¨® fuerte¡±). Por eso si observ¨¢semos ¡°fuerte¡± como mero adjetivo estar¨ªamos incurriendo en un error. Del mismo modo que si observamos el gen¨¦rico ¡°los ni?os¡± como un mero masculino.
Esto despista a muchos hablantes, que ponen el ojo en el primer t¨¦rmino (masculino) y se les difumina el segundo (gen¨¦rico). Que fue a su vez el primero.
As¨ª, ¡°los ni?os¡± ejerce a veces como gen¨¦rico y a veces como masculino, por culpa de aquel desdoblamiento primigenio en el idioma indoeuropeo ocurrido como consecuencia de la creaci¨®n del femenino, del mismo modo que ¡°fuerte¡± ejerce a veces como adjetivo, a veces como adverbio y a veces como sustantivo. Igual que ¡°duro¡± sirve como adjetivo (¡°es un trabajo duro¡±), como adverbio (¡°aqu¨ª se trabaja duro¡±) o como sustantivo (¡°esa moto no vale un duro¡±). La polisemia y la polifunci¨®n andan por todo el idioma, y por ello los expertos suelen ser cuidadosos en la definici¨®n de los vocablos: ?dir¨ªan que ¡°duro¡± o ¡°fuerte¡± son adjetivos? No: dir¨ªan que depende. Y as¨ª como un gram¨¢tico no explicar¨ªa que ¡°duro¡± es un ¡°sustantivo adjetivo¡±, podemos cuestionar igualmente que se hable del ¡°masculino gen¨¦rico¡±. Cuando una misma palabra puede cumplir distintas misiones, vale la pena no simplificar su denominaci¨®n.
Suena fuerte (adverbio): pero es que el masculino no existe. Lo vemos, lo escribimos, concuerda; pero no existe. Existe el primitivo gen¨¦rico, eso s¨ª, desdoblado para asumir el papel de no-femenino. El masculino es en realidad un enga?o de los sentidos.
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