Amia Srinivasan, fil¨®sofa: ¡°Hay que crear una cultura sexual que desestabilice la jerarqu¨ªa del deseo¡±
El m¨¢s ¨ªntimo de los actos es en realidad algo p¨²blico, afirma esta pensadora de 37 a?os en ¡®El derecho al sexo¡¯. Defiende un feminismo en la intersecci¨®n del g¨¦nero, la clase y la raza
Amia Srinivasan (Bar¨¦in, 37 a?os) es una r¨¢faga que no cesa de fogonazos de inteligencia que deslumbran al interlocutor, lo arrinconan en sus prejuicios y lo sacan de pronto de esa esquina acorralada con ideas y propuestas provocadoras e inesperadas. Hija de un banquero de inversi¨®n y de una bailarina cl¨¢sica, ambos de origen indio y educados en el hinduismo, su recorrido vital por medio mundo ¡ªBar¨¦in, Nueva York, Taiw¨¢n, Londres¡ª la empuj¨® hacia la filosof¨ªa anal¨ªtica, que estudi¨® en Yale y en Oxford, para buscar una manera de explicarse a s¨ª misma y su lugar en el mundo. La hall¨® en el femin...
Amia Srinivasan (Bar¨¦in, 37 a?os) es una r¨¢faga que no cesa de fogonazos de inteligencia que deslumbran al interlocutor, lo arrinconan en sus prejuicios y lo sacan de pronto de esa esquina acorralada con ideas y propuestas provocadoras e inesperadas. Hija de un banquero de inversi¨®n y de una bailarina cl¨¢sica, ambos de origen indio y educados en el hinduismo, su recorrido vital por medio mundo ¡ªBar¨¦in, Nueva York, Taiw¨¢n, Londres¡ª la empuj¨® hacia la filosof¨ªa anal¨ªtica, que estudi¨® en Yale y en Oxford, para buscar una manera de explicarse a s¨ª misma y su lugar en el mundo. La hall¨® en el feminismo, que ha estudiado a fondo para ser capaz de hacer viajes de ida y vuelta entre cada una de sus etapas hist¨®ricas y dibujar la coherencia de una lucha pol¨ªtica que nunca termina.
En 2019 obtuvo, despu¨¦s de un examen de rigor extremo, la c¨¢tedra Chichele ¡ªen honor del fundador, Henry Chichele¡ª de Teor¨ªa Pol¨ªtica y Social, en el All Souls College de la Universidad de Oxford. El mismo y preciado puesto que ocup¨® previamente el fil¨®sofo rusobrit¨¢nico Isaiah Berlin. La primera mujer de raza no blanca, y la persona m¨¢s joven en alcanzar esa posici¨®n acad¨¦mica.
Srinivasan recibe a EL PA?S en su refugio universitario, una estancia de paredes forradas en madera noble, chimenea, sillones ch¨¦ster, vidrieras emplomadas que dan a uno de los claustros del edificio de medio siglo de historia y libros, muchos libros, en estanter¨ªas, en cajas por desembalar, sobre la mesa de estudio.
En el club de los se?ores serios y circunspectos, de chaqueta de tweed y pajarita, con todo el peso de la filosof¨ªa cl¨¢sica de Occidente a sus espaldas, ha irrumpido una mujer medi¨¢tica y avasalladora. Su libro El derecho al sexo (Anagrama), con una escritura ¨¢gil, punzante, certera e inteligente, ha despertado un inter¨¦s y entusiasmo en la literatura feminista como no se recordaba en mucho tiempo. Srinivasan abarca como ensayista muchos otros asuntos, pero como ella misma se?ala, citando a Mich¨¨le Le D?uff, ¡°cuando eres mujer y fil¨®sofa, resulta ¨²til contar con el feminismo para entender todo lo que te ocurre¡±.
Pregunta. ?Qu¨¦ es el feminismo?
Respuesta. El feminismo no es una idea, una teor¨ªa ni una creencia. Algunos piensan que es la creencia de que los hombres y las mujeres deber¨ªan ser iguales. Pero eso deja abiertas muchas interrogantes. Las mujeres deben ser iguales¡ ?respecto a qu¨¦ clase de hombres? Porque no existe igualdad entre los hombres. ?Y qu¨¦ tipo de igualdad? ?Material? ?Econ¨®mica? ?Pol¨ªtica? ?Legal? Incluso puede ser que creas que las mujeres deben aspirar a la igualdad con los hombres, pero no quieras luchar por ello. Por eso sostengo que el feminismo debe ser contemplado en primer lugar y sobre todo como una lucha pol¨ªtica. Una serie de movimientos que ocurren por todo el mundo, en diferentes momentos hist¨®ricos, con sus altibajos y con diferentes tipos de compromisos. En definitiva, un movimiento que pretende acercar a la realidad una serie de posibilidades a¨²n no imaginadas.
P. El nuevo feminismo ha establecido el consentimiento como criterio fundamental en las relaciones sexuales. En Espa?a, ha sido el resultado de la llamada ley del solo s¨ª es s¨ª.
R.?Es un asunto de extrema importancia. La permisibilidad legal del sexo, en lo que se refiere al consentimiento, ha supuesto un gran avance del feminismo, frente al modo hist¨®rico en que se planteaban estos supuestos, cuando la fuerza era el criterio fundamental en la agresi¨®n sexual. Ya sabemos que hay casos en los que la fuerza no se usa, como cuando las v¨ªctimas son personas vulnerables o ni?os, pero que suponen, sin embargo, una violaci¨®n obvia. En este sentido, avanzar hacia el consentimiento ha supuesto una victoria.
P. Pero¡
R. Pero plantea varios problemas. En una sala de justicia, necesitas tener criterios claros. Criterios que resulten operativos y que te permitan tomar decisiones en las que quede clara la distinci¨®n entre casos de sexo legal e ilegal. Pero cuando sales de esa sala de justicia, en una relaci¨®n interpersonal real, las cosas son mucho m¨¢s complicadas. Hay casos en los que uno de los dos no solamente no dir¨¢ ¡°no¡± ni se resistir¨¢, sino que incluso dir¨¢ ¡°s¨ª¡±, pero ser¨¢ un ¡°s¨ª¡± producto de ciertas expectativas de comportamiento social que, a lo mejor, la otra persona ni siquiera comparte. Es algo que puede observarse especialmente en mujeres j¨®venes, que han consentido activamente, y, sin embargo, no quieren tener esa relaci¨®n.
A veces algunas feministas son culpables de apoyar excesos de regulaci¨®n. Quieren utilizar la ley ¡ªo suced¨¢neos de la ley, como la normativa en centros universitarios¡ª para forzar a las personas a actuar como debieran hacerlo en una situaci¨®n moral ideal. Por eso uno de los temas centrales de mi libro versa sobre los l¨ªmites de la ley a la hora de cambiar esos h¨¢bitos culturales, y sobre los modos alternativos que tenemos para lograrlo.
P. En determinadas sociedades, hay sectores que no entienden el tono excesivamente combativo del feminismo. Creen percibir una agresividad que no ven necesaria.
R. El objetivo de un movimiento pol¨ªtico no siempre consiste en convencer a tus oponentes, ?no? Puede haber un valor, y de hecho hay un valor, en la idea de expresar o experimentar ciertos tipos de emociones pol¨ªticas extremas, como modo de movilizar a un grupo de personas. Un ejemplo obvio es el caso de Malcolm X y el Black Power en Estados Unidos. Un modo extremo de desconcertar y asustar al pensamiento predominante, blanco y masculino. Result¨® ser bastante eficaz porque logr¨® que Martin Luther King, un pol¨ªtico bastante radical por s¨ª mismo, sobre todo en sus planteamientos econ¨®micos, pareciera alguien moderado.
?Deber¨ªamos pensar del mismo modo en la rabia que usted se?ala acertadamente como elemento central de los movimientos feministas? Por supuesto. Puede resultar desconcertante, pero tambi¨¦n puede galvanizar a las personas. Y, en ocasiones, resultar muy persuasiva. La gente puede acabar respondiendo simplemente por miedo a no hacer lo correcto. O, por puro contraste, puede lograr que algunas exigencias resulten moderadas y sensatas. Y, finalmente, esa rabia, aunque a veces sea contraproducente, puede ser justamente la emoci¨®n que necesitamos sentir.
P. Uno de sus ensayos, motivado por la aparici¨®n del movimiento incel [celibato involuntario: foros en red de hombres rabiosos por ser ignorados sexualmente], plantea un debate provocador: ?existe un derecho al sexo?, ?qu¨¦ pasa con todas aquellas personas a las que se niega?
R. Ya est¨¢ muy documentado, por ejemplo, el modo en que las personas de cierta raza resultan discriminadas en las aplicaciones para ligar. Sabemos que las mujeres, a partir de cierta edad, ya no se consideran deseables para los hombres de esa misma edad. Nuestro mercado sexual est¨¢ organizado por una jerarqu¨ªa del deseo sobre los ejes de raza, g¨¦nero, rasgos de discapacidad, etc¨¦tera. ?Qu¨¦ hacemos a ese respecto? En los a?os setenta, algunas feministas experimentaron con soluciones separatistas, como el celibato forzado en las mujeres de su grupo, o la exigencia de que se practicara un lesbianismo pol¨ªtico. Pero esos proyectos siempre acaban mal e ignoran otras realidades. Por eso me gustar¨ªa recalcar dos cosas. La primera: nos corresponde a todos crear una cultura sexual que desestabilice la noci¨®n jer¨¢rquica actual. Y dos: quiero que la gente recuerde esos momentos que la mayor¨ªa hemos experimentado alguna vez, donde nos hemos visto atra¨ªdos ¡ªsexual, rom¨¢ntica o amistosamente¡ª hacia alguien que no nos deber¨ªa atraer de acuerdo con el marco pol¨ªtico que nos condiciona. Porque su cuerpo no es el tipo de cuerpo al que aspiramos, porque su raza no es la que nos tiene que atraer, porque su entorno social o la clase de la que procede no son las indicadas. Todos hemos tenido esa clase de experiencias.
P. ?Se tratar¨ªa entonces de reeducar nuestro deseo?
R. S¨ª, pero no en el sentido de autoimponernos una cierta disciplina. Se trata simplemente de recordar de modo cr¨ªtico esos sentimientos que tuvimos en alg¨²n momento y que luego hemos negado. Es una experiencia que resulta muy familiar para las personas queer. Todas ellas han crecido con emociones y sentimientos que la sociedad y la pol¨ªtica les dec¨ªan que no deb¨ªan tener, y que silenciaban. Ese acto de romper el silencio, de rememorar en su plenitud nuestros deseos y afinidades, es algo bueno.
P. Hay una batalla en ciernes entre el feminismo nuevo y el tradicional en torno a las mujeres trans que confunde y angustia a mucha gente.
R. Al igual que ocurri¨® con la incorporaci¨®n de la mujer al mercado laboral, o con el matrimonio homosexual, las personas trans suponen una amenaza a la vida tradicional o al orden establecido. Alteran el sistema de g¨¦nero, sexualidad e identidad que forma parte fundamental de una visi¨®n tradicional y patriarcal del mundo. Las personas trans se dirigen directamente a una ansiedad que sufrimos muchos, aunque nos veamos decididamente a nosotros mismos como mujeres u hombres. Una ansiedad que sentimos respecto a nuestra relaci¨®n con el g¨¦nero y el sexo. A veces tenemos sue?os sexuales con las personas equivocadas, con los cuerpos equivocados, con los deseos equivocados, y para regresar a la vida pol¨ªtica y social predominante necesitamos reprimir todo eso.
Por eso mi mensaje para aquellas feministas que oponen resistencia a la gente trans es que deben comenzar a detectar los lazos de continuidad que existen entre las personas cis [que se identifican con el g¨¦nero asignado al nacer] y las personas trans, y comenzar a trabajar a partir de esos puntos comunes. Por supuesto que deber¨¢n establecerse determinadas normativas concretas, pero creo que este p¨¢nico desatado respecto a asuntos como los cuartos de ba?o comunes, o los bloqueadores de la pubertad para los menores que deciden llevar a cabo la transici¨®n, nos alejan de la conversaci¨®n fundamental que debemos tener entre nosotros: ?Tan segura est¨¢s de ser una mujer? ?Tan seguro est¨¢s de ser un hombre? ?Y qu¨¦ significa realmente ese sentimiento?
P. ?Qu¨¦ hay detr¨¢s del debate de las falsas denuncias? ?Es un problema? ?Un efecto no deseado?
R. Es dif¨ªcil hacerse con buenas estad¨ªsticas, pero en Estados Unidos, por ejemplo, cuando buscas casos de personas condenadas y luego exoneradas ¡ªpor ejemplo, con el uso de pruebas de ADN¡ª, los hombres negros representan una proporci¨®n inmensa. De hecho, representan una proporci¨®n inmensa en todo tipo de delitos que luego se demuestran falsos. Quiz¨¢ al hablar de acusaciones falsas deber¨ªamos centrarnos m¨¢s en los fallos generales del sistema. Pero, en cualquier caso, yo s¨ª quiero centrarme, dedicar tiempo y tomarme en serio el hecho de que una falsa acusaci¨®n de violaci¨®n es algo terrible. No podemos ignorarlo. En parte, porque comparte puntos comunes con la experiencia de una mujer violada, que consisten sobre todo en el hecho de que no te crean. Ambos, el hombre falsamente acusado y la mujer que ha sido violada, se enfrentan a una misma conspiraci¨®n de incredulidad. Pero pregunt¨¦monos a la vez qui¨¦nes son los hombres que m¨¢s sufren esta situaci¨®n y por qu¨¦. La respuesta, muy a menudo, es que suelen ser hombres negros o de clase trabajadora.
P. Pensado con cierta l¨®gica, la crisis de 2008 tiene mucho que ver con el renacer del feminismo.
R. As¨ª es, y es un resurgir del feminismo que reside en dos motivos. Las crisis econ¨®micas siempre afectan de modo concreto a determinados grupos, entre los que se encuentran las mujeres pobres. Suelen ser las responsables de lograr la cuadratura de un c¨ªrculo imposible de salarios decrecientes, desigualdad en aumento, mayor coste de la vida o desaparici¨®n de la protecci¨®n social. Son las mujeres las que deben arregl¨¢rselas para alimentar a sus hijos, para que sus maridos trabajen y para encontrar trabajo ellas mismas. Pero es que, adem¨¢s, la crisis de 2008 fue el fin de ciertas verdades ortodoxas, como que siempre habr¨ªa un crecimiento econ¨®mico, o que los tecn¨®cratas iban a asegurarse de que nos llegaran a todos las ventajas del motor del capitalismo. En pa¨ªses en los que el socialismo era casi una palabra maldita, como EE UU, ha surgido un inter¨¦s creciente, especialmente entre los j¨®venes, por un socialismo radical marxista y por alternativas feministas marxistas. Del mismo modo que ha surgido un mayor impulso contra el cambio clim¨¢tico.
P. Y, sin embargo, hay una izquierda tradicional que considera que el debate identitario ¡ªo fragmentado¡ª ha acabado arruinando el discurso progresista.
R.?M¨¢s bien al contrario. Creo que no tenemos ninguna duda de que el capitalismo se ha apropiado con ¨¦xito de la energ¨ªa radical que suponen el feminismo o el movimiento antirracista, ?no? En el propio inter¨¦s de las empresas est¨¢ el deshacerse del racismo o el machismo, para lograr que funcione de modo m¨¢s fluido el sistema de la meritocracia y lograr mejores trabajadores. Otra cosa es el an¨¢lisis de clase, que siempre queda fuera. Hablar de la clase trabajadora, de su opresi¨®n o de su poder, resulta bastante amenazador para el capital. Pero si la vieja izquierda busca simplemente un an¨¢lisis basado en las relaciones salariales, o en la relaci¨®n entre los propietarios del capital y los que venden su fuerza laboral, nunca acabar¨¢ de entender la estabilidad del capitalismo. ?Por qu¨¦ Estados Unidos no ha tenido nunca un movimiento potente de la clase trabajadora? Por un racismo que permiti¨® a los propietarios segregar entre obreros blancos, negros y latinos y forj¨® l¨ªneas de animosidad entre ellos. Del mismo modo que no se puede pensar en la fortaleza del capital sin tener en cuenta el trabajo no retribuido de las mujeres en el hogar. El an¨¢lisis completo que persigue la izquierda tradicional no se puede lograr sin incluir las llamadas pol¨ªticas identitarias.
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