La ambig¨¹edad del consentimiento y el deseo femenino. Un testimonio personal
¡®Ideas¡¯ adelanta un extracto del nuevo ensayo de Maggie Nelson, ¡®Sobre la libertad¡¯. En el texto, bas¨¢ndose en su propia experiencia, confiesa que vivencias que hab¨ªa sentido como consensuadas estuvieron en realidad salpicadas de coacci¨®n

Quiero hablar un poco sobre el tiempo, la memoria, el sexo y la libertad; si pudiera (que s¨¦ que no puedo, al menos no del todo), me gustar¨ªa hablar de todo eso lejos de la imago mis¨®gina de la acusadora-arp¨ªa que supuestamente consiente (o al menos accede) en tener sexo por la noche y a la ma?ana siguiente (o diez a?os despu¨¦s) presenta cargos, y tambi¨¦n lejos de la delicada cuesti¨®n de c¨®mo, cu¨¢ndo y de qui¨¦n se puede uno fiar al rememorar los encuentros sexuales. Quiero hablar sobre el tiempo y el sexo y la memoria y la libertad porque me parece interesante que, probablemente porque el sexo puede tener la virtud de fijarnos en el momento presente, ofreci¨¦ndonos un escape moment¨¢neo de las implacables garras de la creaci¨®n de significado, a menudo es solo en retrospectiva como podemos aprehender las diversas fuerzas que originan una situaci¨®n particular.
A veces, estas fuerzas parecen imbuidas de magia, como en: ?C¨®mo acabamos encontr¨¢ndonos? ?C¨®mo supiste c¨®mo me sent¨ªa? ?C¨®mo tuve tanta suerte? Otras veces, tienen un tinte m¨¢s sombr¨ªo, tipo ?C¨®mo pudo pasarme esto a m¨ª (otra vez)? Es posible ver en retrospectiva sucesos y elecciones y decidir que fuimos m¨¢s libres de lo que supon¨ªamos en ese momento, aunque apuesto a que m¨¢s a menudo sentimos lo contrario. Vemos, en retrospectiva, c¨®mo nuestras vidas y elecciones estaban determinadas, tal vez sobredeterminadas, por las fuerzas y pautas que nos han conformado hasta ahora, as¨ª como por las que modelaron a los dem¨¢s con los que colisionamos. Mientras que a veces pensamos que este enredo nos hace ¡°menos libres¡±, tambi¨¦n es posible que consideremos nuestra capacidad de evaluarlo y reevaluarlo con el tiempo una pr¨¢ctica de libertad en s¨ª misma.
Un tsunami de atenci¨®n sexual
Reunir los diversos encuentros y tribulaciones de una vida en un relato que intente reformular el azar como karma siempre me ha parecido un tanto sospechoso. Esto es especialmente cierto cuando se trata de historias sexuales, ya que, sobre todo para las chicas, el relato de ¡°van pidiendo guerra¡± siempre se esgrime para disfrazar el hecho puro y duro de que casi todas nos hemos visto sometidas a un tsunami de atenci¨®n sexual no deseada antes incluso de llegar a la pubertad. (Mi propia preadolescencia fue de lo m¨¢s anodina en este aspecto, pero todav¨ªa puedo ver con cinem¨¢tica claridad la polla incircuncisa que asoma de los pantalones del traje de un hombre mientras me segu¨ªa, a mis diez a?os, por nuestra papeler¨ªa local; todav¨ªa puedo escuchar la voz amenazadora del tipo que se me acerc¨®, a mis doce a?os, en un chiringuito de la playa, y me susurr¨®: ¡°Todav¨ªa pareces lo bastante joven como para sangrar¡±). Tuve abundante sexo en la escuela secundaria, que en su mayor parte no me pareci¨® fant¨¢stico ni terrible. M¨¢s tarde, como suelen hacer las estudiantes universitarias feministas, somet¨ª mi historia a una reevaluaci¨®n completa, y me qued¨¦ previsiblemente desorientada al darme cuenta de que las experiencias que en su momento hab¨ªa considerado consensuadas parec¨ªan salpicadas, en retrospectiva, de al menos cierto grado de coacci¨®n, principalmente de la variedad de la cabeza empujada hacia-la-entrepierna mientras oyes las palabras ¡°simplemente ch¨²pala¡±.
Y, sin embargo, mientras meditaba sobre mi principal fijaci¨®n er¨®tica de la secundaria, un chico muy aficionado a empujar la cabeza hacia la entrepierna y a humillarme de manera leve pero potente, tambi¨¦n tuve que considerar el hecho de que conduc¨ªa repetidamente casi cien kil¨®metros de ida y otros cien de vuelta para verlo, le ment¨ªa a mi madre sobre mi paradero cuando lo hac¨ªa, y luego evocaba obsesivamente los detalles de cada encuentro como acicate masturbatorio. En pocas palabras, no hab¨ªa ninguna historia verdadera que reflejara nuestra relaci¨®n. ?l a veces era grosero, pero yo era en gran medida el motor de la relaci¨®n, y aportaba una impresionante cantidad de deseo, a menudo vergonzosamente no correspondido. En retrospectiva, comprendo que experimentaba con el masoquismo er¨®tico mientras trataba de evitar cualquier autolesi¨®n o humillaci¨®n verdaderamente desestabilizadora. Solo lo consegu¨ª a medias, pero apenas ten¨ªa diecis¨¦is a?os. Esas complicaciones fueron en parte lo que me llev¨® a renunciar a mi trabajo de ense?ar a los estudiantes universitarios de primer a?o lo que era el consentimiento, ya que consider¨¦ que el programa no dejaba suficiente espacio para discutir el hecho voraz y turbulento del deseo femenino, que yo hab¨ªa experimentado como la fuerza m¨¢s poderosa que atravesaba mi vida, pero que literalmente no ten¨ªa cabida en el programa, que se centraba principalmente en juegos de rol sobre c¨®mo expulsar a un chico de tu dormitorio si un masaje se volv¨ªa sexual.
La interpretaci¨®n nunca es una actividad est¨¢tica; muy raramente una historia permanece inalterable a lo largo de toda una vida. A medida que nos hacemos mayores, a menudo nos encontramos con que nuestros relatos ya no funcionan; descubrimos que tenemos que cambiarlos, para que puedan aportarnos algo diferente y acomodar nuevos conocimientos e intuiciones. En este sentido no existe una historia verdadera. Esto no significa que todos los hechos sean intercambiables, ni que no todos tengamos derecho a contar nuestras propias historias. Solo significa que veremos los sucesos de nuestra vida de manera diferente en diferentes momentos, y que nuestra atracci¨®n, aversi¨®n o indiferencia hacia objetos, personas o acontecimientos siempre est¨¢n condicionados por nuestro estado de ¨¢nimo.
El testimonio de Monica Lewinsky
Un famoso ejemplo de reevaluaci¨®n constante es el de Monica Lewinsky, que ha revisado la historia de su romance con Bill Clinton en m¨²ltiples ocasiones a lo largo de los a?os, sobre todo inmediatamente despu¨¦s del movimiento #MeToo. Su ¨²ltima versi¨®n me parece notable por varias razones, por lo que la citar¨¦ generosamente:
(¡)
¡°Dado mi trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico y mi comprensi¨®n del trauma, es muy probable que mi pensamiento en esta ocasi¨®n no estuviera cambiando de no haber sido por el movimiento #MeToo, no solo por la nueva lente que nos ha proporcionado, sino tambi¨¦n por c¨®mo ha ofrecido nuevas v¨ªas hacia la seguridad que surgen de la solidaridad. Hace apenas cuatro a?os, en un ensayo para esta revista, escrib¨ª lo siguiente: ¡°Claro que mi jefe se aprovech¨® de m¨ª, pero siempre me mantendr¨¦ firme en este punto: fue una relaci¨®n consentida. Si hubo ¡°abuso¡± vino despu¨¦s, cuando me convirtieron en un chivo expiatorio para proteger su posici¨®n de poder¡±. Ahora me parece problem¨¢tico que en alg¨²n momento los dos estuvi¨¦ramos en una situaci¨®n en la que se planteara el consentimiento. Por el contrario, el camino que conduc¨ªa a ese lugar estaba plagado de abusos inapropiados de autoridad, posici¨®n y privilegio. (Punto final). Ahora, a los cuarenta y cuatro, estoy comenzando (apenas comenzando) a considerar las implicaciones de los inmensos diferenciales de poder entre un presidente y una licenciada en pr¨¢cticas de la Casa Blanca. Estoy empezando a contemplar la idea de que en tales circunstancias la idea del consentimiento podr¨ªa ser totalmente irrelevante. (Aunque los desequilibrios de poder, y la capacidad de abusar de ellos, existen incluso cuando el sexo ha sido consensuado.) Pero tambi¨¦n es complicado. Muy muy complicado. ?La definici¨®n del diccionario de ¡°consentimiento¡±? ¡°Dar permiso para que algo suceda¡±. Y, sin embargo, ?qu¨¦ significaba ese ¡°algo¡± en este caso, dada la din¨¢mica de poder, su posici¨®n y mi edad? ?Ese ¡°algo¡± consist¨ªa en cruzar una l¨ªnea de intimidad sexual (y luego emocional)? (Una intimidad que yo deseaba, con la limitada comprensi¨®n de las consecuencias de mis veintid¨®s a?os). ?l era mi jefe. ?l era el hombre m¨¢s poderoso del planeta. Ten¨ªa veintisiete a?os m¨¢s que yo, con suficiente experiencia en la vida para saber c¨®mo actuar. ?l estaba, en ese momento, en el pin¨¢culo de su carrera, mientras que ese era mi primer trabajo despu¨¦s de la universidad. (Nota para los trolls, tanto dem¨®cratas como republicanos: nada de lo que he mencionado me exime de mi responsabilidad por lo sucedido. Me arrepiento todos los d¨ªas.)
¡®Esto¡¯ (suspiro) es lo m¨¢s lejos que he llegado en mi reevaluaci¨®n; quiero ser reflexiva. Pero hay algo que s¨¦ con certeza: lo que me ha permitido cambiar, en parte, es saber que ya no estoy sola. Y por eso estoy agradecida¡±.
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