En Morrocoy aprend¨ª la vida despaciosa y tarda
Un paraje venezolano lleva al autor a descubrir que vivir no tiene prop¨®sito ni sentido, tan solo es una constataci¨®n del ser
El morrocoyo o tequeteque es una tortuga gigante caribe?a, y por analog¨ªa, en Venezuela llaman morrocoyos a los vagos y torpones. El fil¨®logo Pic¨®n Febres defini¨® morrocoyo, ¡°en sentido familiar¡±, como ¡°persona despaciosa o tarda en el hacer¡±, definici¨®n insuperable que me ca¨ªa divinamente aquella ma?ana de hace m¨¢s de 10 a?os, cuando me ba?aba en las aguas superficiales de los manglares con la esperanza y el temor de ver alg¨²n morrocoyo de verdad, con su caparaz¨®n y sus aletas, nadando entre mis piernas. ...
El morrocoyo o tequeteque es una tortuga gigante caribe?a, y por analog¨ªa, en Venezuela llaman morrocoyos a los vagos y torpones. El fil¨®logo Pic¨®n Febres defini¨® morrocoyo, ¡°en sentido familiar¡±, como ¡°persona despaciosa o tarda en el hacer¡±, definici¨®n insuperable que me ca¨ªa divinamente aquella ma?ana de hace m¨¢s de 10 a?os, cuando me ba?aba en las aguas superficiales de los manglares con la esperanza y el temor de ver alg¨²n morrocoyo de verdad, con su caparaz¨®n y sus aletas, nadando entre mis piernas. No hubo suerte: la ¨²nica tortuga despaciosa y tarda en el hacer que perturb¨® aquel para¨ªso llamado Morrocoy fui yo. Me acompa?aban en la perturbaci¨®n unos pocos colegas escritores ¡ªalgunos, poetas, m¨¢s despaciosos y tardos en el hacer que yo¡ª y unos vendedores de ostras que aprovechaban la circunstancia geogr¨¢fica de que el mar solo cubr¨ªa hasta la cintura para acarrear bandejas de marisco y cerveza fr¨ªa que nosotros beb¨ªamos y com¨ªamos con el placer morboso de infringir todas las normativas sanitarias vigentes en el mundo. A lo mejor nos mataba una de esas ostras, tan lejos de cualquier hospital, pero qu¨¦ hermosas ser¨ªan nuestras ¨²ltimas vistas: Morrocoy bien val¨ªa una gastroenteritis.
Est¨¢bamos all¨ª para un festival literario en el que Espa?a era el pa¨ªs invitado de honor. Venezuela era ya entonces un destino cultureta muy disuasorio: la ruina financiera, la crisis pol¨ªtica eterna, la violencia, la inseguridad y, sobre todo, la salida a escape de las grandes editoriales ¡ªque hab¨ªan liquidado el que otrora fuese un mercado librero potente sostenido por una clase media culta¡ª se lo pon¨ªan muy dif¨ªcil a los organizadores de saraos literarios. Hab¨ªan invitado primero a los grandes escritores espa?oles, sin ¨¦xito. Luego intentaron atraer a los escritores espa?oles medianos, tambi¨¦n sin ¨¦xito. Y al final, para representar al Reino de Espa?a, montaron un cartel con un grupo de autores emergentes, que es el eufemismo gremial de pringadillos (para que lo entiendan: es como si la selecci¨®n sub-21 fuera a un campeonato en lugar de la Roja absoluta, y no porque el campeonato sea para j¨®venes, sino porque ning¨²n mayor quiere jugarlo).
As¨ª que mientras los escritores de primera cenaban en Fr¨¢ncfort o en Miami, los miembros de la versi¨®n AliExpress de la literatura espa?ola de aquel a?o com¨ªamos ostras en Morrocoy y nos hac¨ªamos amigos para siempre. Aquella excursi¨®n era uno de los pocos d¨ªas de asueto en una agenda t¨ªpica de coloquios y soliloquios. Nos escapamos en coche hacia el norte, y cuantos m¨¢s kil¨®metros hac¨ªa el veh¨ªculo ¡ªconducido por la hija de un gran poeta venezolano¡ª, menos nos importaban las tendencias actuales de la narrativa en espa?ol o las aportaciones a la comprensi¨®n po¨¦tica entre las dos orillas del Atl¨¢ntico o cualquier otro t¨ªtulo de mesa redonda que nos hubiera ocupado en los d¨ªas previos. Cuando nuestra anfitriona se detuvo ante un puesto callejero de fruta y llen¨® el maletero de mangos, guayabas y otras maravillas que no sabr¨ªa nombrar, nuestro lugar en el canon y las diatribas entre defensores de la ficci¨®n y la verdad nos parec¨ªan ya chorradas teol¨®gicas tan grandes como la parus¨ªa o el motor primero. ?A qui¨¦n le importa su carrerita literaria cuando los peces de colores le hacen cosquillas en los pies?
A nadie, salvo a uno. Hubo una persona que, bajo ese sol morrocoyo y despacioso, quiso aprovechar la circunstancia para hacer negocios, como el Sazatornil de La escopeta nacional. Hab¨ªa estudiado a toda la comitiva y comprob¨® que, aunque ¨¦ramos de saldo, pod¨ªa colocarnos unos porteros autom¨¢ticos. El que menos era periodista y pod¨ªa darle un hueco en un programa o una menci¨®n en un peri¨®dico, y el que m¨¢s era gestor cultural y pod¨ªa invitarle a dar una charla a un pueblo de Ourense o alrededores. Y este conoc¨ªa a este otro que era un editor, por lo que conven¨ªa trabaj¨¢rselo para colocarle un manuscrito, porque nunca se sabe. El buen hombre no descansaba ni un segundo. Estaba decidido a salir de Venezuela con contrato firmado y medio Premio Cervantes en la maleta, y nosotros ¨¦ramos sus rehenes. En cuanto nos admir¨¢bamos de la forma retorcida de un ¨¢rbol que parec¨ªa flotar sobre el agua o intent¨¢bamos contar los cien tonos de azul que tiene all¨ª el mar, ¨¦l nos hablaba de lo bien que encajar¨ªa su manuscrito en la editorial X y nos preguntaba qu¨¦ hab¨ªa que hacer para que te rese?ara el cr¨ªtico Y.
Vaya turra, amigo.
Byung-Chul Han a¨²n no era famoso, y los libros sobre la vida lenta y la tiran¨ªa de la productividad no ganaban premios ni ten¨ªan lectores. Ni siquiera se hab¨ªa reeditado el Walden en condiciones, as¨ª que carec¨ªamos de argumentos o citas de autoridad para acallar al trepa. Sin palabras, acordamos ahogarle y abandonar su cuerpo en los manglares, como alimento para morrocoyos o tequeteques, pero nuestra anfitriona, pacifista ella, nos disuadi¨® del crimen, record¨¢ndonos que en ese parque nacional estaba prohibido dar de comer a la fauna salvaje. ?Qu¨¦ pod¨ªamos hacer? Aquel mundo prepand¨¦mico era neoliberal y meritocr¨¢tico sin complejos. Los raros ¨¦ramos nosotros. Deb¨ªamos compadecer la ambici¨®n infatigable de aquel tipo, desaprovechada entre esa recua despaciosa y tarda en el nadar. Te has equivocado de sitio y de personas ¡ªdeber¨ªamos haberle dicho¡ª, no vas a rascar nada de estos autores emergentes que solo aspiran a ser sumergentes en el mar de Morrocoy.
La paradoja que yo desconoc¨ªa era que aquel viaje iba a ser important¨ªsimo para mi carrera. Sin ¨¦l no habr¨ªa escrito La Espa?a vac¨ªa, por ejemplo. Pero yo no ten¨ªa forma de saber lo decisivos que iban a ser algunos de los personajes con los que me re¨ªa cada noche al fresco venezolano, y si lo hubiera sospechado, lo habr¨ªa echado todo a perder. Si algo aprend¨ª en aquel ba?o con ostras y cervezas fue que la ¨²nica vida posible es la despaciosa y tarda en el hacer. Las brazadas que di para dejar de o¨ªr la tabarra del amigo ansioso me llevaron a un presentismo radical. Si est¨¢s en Morrocoy, est¨¢s con todo el cuerpo. En cada Morrocoy, tus expectativas nunca deben ser m¨¢s amplias que el horizonte que te enmarca. Vivir no tiene prop¨®sito ni sentido, tan solo es una constataci¨®n del ser, una manera de saber que el aqu¨ª y el ahora son aqu¨ªes y ahoras cuya elusi¨®n solo expresa estupidez. En otras palabras: no hay pr¨®rrogas, ma?anas, promesas o planes. Toda la sem¨¢ntica del futuro es la ansiedad que ciega el presente, que no es inaprensible como creen los fil¨®sofos, sino la ¨²nica existencia disponible. Distraerla por querer ser tibur¨®n o pira?a en lugar de una tortuga despaciosa es una atrocidad cotidiana y tr¨¢gica que cualquiera puede evitar sin necesidad de viajar a Venezuela.
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