¡®Viaje por la Espa?a que nunca fue¡¯: Sergio del Molino retorna a la ¡®Espa?a vac¨ªa¡¯
¡®Babelia¡¯ adelanta el prologo a la nueva edici¨®n del ensayo de 2016 que puso sobre la mesa el debate de la despoblaci¨®n rural
A veces he defendido La Espa?a vac¨ªa como la obra de un intruso. La despoblaci¨®n, la memoria campesina, el desarraigo y dem¨¢s cuestiones de pueblo han sido patrimonio literario de sus protagonistas. No s¨®lo la narrativa, la poes¨ªa y el cine se han conjugado en primera persona, sino tambi¨¦n la literatura cient¨ªfica. Casi todos los que engordan con sus obras este acervo cuentan en el fondo su propia vida. Ah¨ª est¨¢n Julio Llamazares y su pueblo inundado (por el ingeniero Juan Benet) de Vegami¨¢n, Antonio Mu?oz Molina y la sierra de M¨¢gina, Alejandro L¨®pez Andrada y los valles cordobeses o Jes¨²s Moncada y los ecos desiertos de Mequinenza, pero tambi¨¦n Miguel Delibes y sus madrugones castellanos o sus nostalgias c¨¢ntabras. Todos hablan de su infancia y de sus pueblos, y lo mismo les sucede a los periodistas, ge¨®grafos, historiadores, soci¨®logos y economistas que se han especializado en estos problemas: para ellos es una cuesti¨®n personal, aunque la disimulen tras el m¨¦todo cient¨ªfico y la objetividad epistemol¨®gica.
Esta historia ten¨ªa un trasfondo com¨²n a otras que me iba encontrando conforme el ensayo ganaba lectores y provocaba alusiones, por menci¨®n o por omisi¨®n: el reproche ¨²ltimo que se me hac¨ªa era meterme donde nadie me llamaba. Hab¨ªa escrito un libro sobre una cuesti¨®n que para muchos era ¨ªntima, y lo hab¨ªa hecho desde mi piso de la ciudad, sin llevar en el coraz¨®n el desgarro de un ¨¦xodo ni dominar el nombre de los p¨¢jaros ni recitar refranes. Una pregunta recurrente en las entrevistas era si me ir¨ªa a vivir a un pueblo, se?al de que no hab¨ªan le¨ªdo la coda, donde hablaba de mi calle, del silencio y de la pertenencia a un lugar (alguien que s¨ª la ley¨® y comprendi¨® lo importante que era para m¨ª me regal¨® en Don Benito, Badajoz, unas semillas de albahaca, uno de los muchos gestos conmovedores y elegantes que los lectores han tenido conmigo; espero haber sabido agradecerlos todos). No me hab¨ªa planteado jam¨¢s estos asuntos mientras escrib¨ªa el ensayo. En ning¨²n momento me cuestion¨¦ si ten¨ªa derecho a escribirlo, pero con el paso de los meses se convirti¨® en un tema ineludible en los debates.
Por eso decid¨ª dar la vuelta a ese argumento. Cuando me ped¨ªan razones del ¨¦xito, explicaba que una de las virtudes de la obra era que no estaba escrita desde la raz¨®n ¨ªntima, sino desde la social. Los problemas pol¨ªticos planteados eran de ¨ªndole democr¨¢tica, y como tales apelaban a toda la sociedad espa?ola, no eran un repertorio de reclamaciones localistas ni un pu?ado de memorias personales. Por tanto, ten¨ªa sentido que alguien sin ra¨ªces campesinas escribiese sobre lo que nos concierne a todos, para dejar claro que nadie es ajeno a los grandes conflictos de su pa¨ªs. Algunas veces me aventur¨¦ un poco m¨¢s all¨¢ y atribu¨ª el ¨¦xito precisamente a ese punto de vista, a que yo no tengo una casa como la de Abel Hern¨¢ndez, sino que soy el turista que pasa de largo junto a ella, y eso me da una perspectiva ins¨®lita sobre un tema viejo, orillado y triturado por la digesti¨®n lenta de las autobiograf¨ªas.
Ment¨ªa. O, al menos, exageraba, crecido en la respuesta a ese reproche que me pintaba como un urbanita advenedizo. Yo tambi¨¦n ten¨ªa razones autobiogr¨¢ficas, aunque presumiera de lo contrario, y razones muy fuertes.
Cuando me ped¨ªan razones del ¨¦xito, explicaba que una de las virtudes de la obra era que no estaba escrita desde la raz¨®n ¨ªntima, sino desde la socia
El germen de La Espa?a vac¨ªa est¨¢ en una novela que publiqu¨¦ en 2014 y se titula Lo que a nadie le importa. Retrataba en ella a mi abuelo materno, Jos¨¦ Molina, muerto en 1997, cuando yo estaba a punto de cumplir dieciocho a?os, y narraba parte de su vida acompasada con la m¨ªa, en dos planos superpuestos que atravesaban la historia de Espa?a del siglo XX. No voy a desmenuzar la trama, por si alguien no la ha le¨ªdo y se anima a hacerlo, tan s¨®lo me referir¨¦ al momento germinal de La Espa?a vac¨ªa. Tras la guerra, Jos¨¦ Molina se coloc¨® en una tiendina de la calle Preciados conocida como El Corte Ingl¨¦s. Cuando se jubil¨® en 1979, el a?o en que nac¨ª, la tiendina era un emporio, pero mi abuelo segu¨ªa siendo un ciudadan¨ªn, un se?or hecho de silencios y traumas de una guerra que nunca super¨®. Los due?os de la empresa premiaron sus a?os de lealtad con un capital que mi abuelo invirti¨® en parte en comprar y reformar una casa en ruinas en su pueblo natal, Bubierca, provincia de Zaragoza, poco m¨¢s que una aldea. All¨ª hab¨ªa nacido en 1914, pero no hab¨ªa vivido nunca. Mi bisabuela llevaba a nacer a sus hijos al pueblo para no perder el v¨ªnculo administrativo y sentimental, pero la familia llevaba tiempo instalada en la ciudad. Deb¨ªa de ser muy fuerte el influjo de mis bisabuelos, porque Jos¨¦ Molina sufri¨® y cultiv¨® toda su vida una nostalgia intensa por un pueblo del que s¨®lo ten¨ªa recuerdos de vacaciones infantiles. Nunca rompieron la relaci¨®n con los parientes, cada vez m¨¢s lejanos, que segu¨ªan all¨ª, arando sus huertas y regalando cajas de melocotones. No pasaba un verano sin visitarlo y lo hab¨ªa retratado con su Leica desde todos los ¨¢ngulos a lo largo de varias d¨¦cadas (en el ayuntamiento de Bubierca se puede ver una exposici¨®n permanente de las fotos de mi abuelo, que mi t¨ªo don¨® al municipio).
Cuando Jos¨¦ reform¨® la casa y se instal¨® en ella con mi abuela, empez¨® una metamorfosis. Poco a poco, de manera casi inadvertida, se fundi¨® con el paisaje rural. Empez¨® a llevar boina, que nunca se pon¨ªa en Madrid, se compr¨® el best seller El horticultor autosuficiente, y llen¨® de aperos y semillas el corral de la casa, en un proyecto de huerto que nunca dio frutos. Visti¨® pantalones de pana y coleccion¨® bastones y gayatas r¨²sticas y retorcidas. Al atardecer se sentaba en el carasol con su amigo Miguel, un labriego sin imposturas, y juntos dejaban que la noche cayera sin palabras, haci¨¦ndose una compa?¨ªa primordial, como si ya se lo hubiesen dicho todo.
Me maravillaba la atracci¨®n gigante que ejerc¨ªa ese trocito de pa¨ªs sobre mi abuelo, alguien tan lleno de tristuras y cicatrices, un espa?ol que nunca se quit¨® el fr¨ªo de la derrota y que se lo transmiti¨® a sus hijos. Era monosil¨¢bico, viv¨ªa incomunicado y acorazado en un hermetismo frustrante y generacional, pero en aquel pueblo encontr¨® la respuesta a todas las preguntas que se hac¨ªa.
Lo que cuento en este libro me importa mucho, no son los apuntes distra¨ªdos de un viajero curioso e impertinente ni los sermones de un predicador ambulante, sino parte de mi vida. Quiz¨¢ de forma menos clara que las obras radicalmente autobiogr¨¢ficas que constituyen el canon de la literatura sobre la desaparici¨®n de la cultura campesina, pero igual de poderoso. Muchos lectores as¨ª lo han percibido.
Leyendo el libro, algunos tomaron conciencia de que sus sentimientos no eran nostalgias ?o?as y vergonzantes
Conforme me reclamaban de pueblos y ciudades para debatir aspectos del libro y de toda la ola pol¨ªtica, social y cultural que iba creciendo en torno al sintagma de su t¨ªtulo, descubr¨ª que mi intuici¨®n se hab¨ªa quedado corta. La premisa con la que empec¨¦ a escribirlo era que la despoblaci¨®n y el fin del mundo rural como algo opuesto al urbano constituye uno de los rasgos hist¨®ricos y culturales m¨¢s hondos de Espa?a, y a la vez uno de los menos considerados. En La Espa?a vac¨ªa defend¨ª que el ¨²ltimo ¨¦xodo rural, el que empez¨® con el Plan de Estabilizaci¨®n de 1959, supon¨ªa un a?o cero hist¨®rico tan importante como 1936, por eso titul¨¦ la primera parte ¡®El Gran Trauma¡¯, porque la geograf¨ªa pol¨ªtica de Espa?a, as¨ª como su sistema electoral o algunos de sus conflictos end¨¦micos, se explicaban por la mala digesti¨®n de un cambio demogr¨¢fico, social y econ¨®mico tan grande que nunca se asimil¨® del todo. No imagin¨¦ hasta qu¨¦ punto era as¨ª.
Tras acompa?arme a varios foros, mi editora me hizo notar que la mayor¨ªa de la gente que me abordaba a cuenta del libro acababa hablando de su pueblo. Hab¨ªan interiorizado la lectura y la usaban como palanca para narrar su propia historia. Los ruegos y preguntas de las conferencias se convert¨ªan en terapias de grupo donde cada cual aventaba sus tristezas, culpas y rabias, de suerte que empec¨¦ a entender que el libro sacaba del armario a mucha gente. Ley¨¦ndolo, tomaron conciencia de que sus sentimientos no eran nostalgias ?o?as y vergonzantes que deb¨ªan reprimir para no sonar cursis ni aburrir a los sobrinos, sino que formaban parte de una discusi¨®n nacional con much¨ªsimas aristas. Contar sus vidas y hablar de su relaci¨®n con sus bubiercas particulares se volv¨ªa imperioso.
De todo lo que ha sucedido estos a?os (la emergencia de movimientos sociales y pol¨ªticos, la creaci¨®n de una vicepresidencia del gobierno dedicada al reto demogr¨¢fico, la avalancha de libros, pel¨ªculas y series en torno, sobre, en y bajo la Espa?a vac¨ªa, etc¨¦tera), lo m¨¢s impresionante ha sido asistir a la liberaci¨®n de esa presi¨®n contenida.
La Espa?a vac¨ªa se public¨® en 2016, un a?o de cambios hist¨®ricos profundos: fue el a?o de la victoria de Trump, el a?o del Brexit, el a?o del proc¨¦s catal¨¢n (o de su pr¨®logo, con el cl¨ªmax de 2017), el a?o del descontento en Francia, que descompuso el sistema pol¨ªtico e hizo presidente a un pol¨ªtico inclasificable como Macron. Fue el a?o en que los fantasmas populistas se encarnaron en monstruos, y yo no fui capaz de anticiparme a ello, pese a que expliqu¨¦ el malestar de la Espa?a vac¨ªa como una respuesta a la globalizaci¨®n y a la sociedad l¨ªquida, esas que combaten ahora los nacionalismos ¨¦tnicos.
Para no jugar sucio, he conservado esa ceguera. La Espa?a vac¨ªa se escribi¨® en un tiempo y en un lugar, y el autor que la escribi¨® (una parte del cual sigue viviendo en m¨ª) merece un poco de respeto. Un libro de historia puede enriquecerse con nuevos datos y precisiones sin que se altere su discurso. Un ensayo literario no puede reescribirse sin convertirse en otro libro, y mi intenci¨®n aqu¨ª no es otra que ofrecer al lector una versi¨®n revisada y mejorada all¨ª donde se puede intervenir sin pervertir el texto original. Ni siquiera he actualizado los datos, que son los que ten¨ªa disponibles en 2015, pues es importante que el lector sepa que se refieren a la Espa?a del tiempo de la escritura. No s¨¦ si esta es la versi¨®n definitiva del texto, tal vez le haga una visita cada tantos a?os y lo ali?e un poco, pero me gustar¨ªa que esta nueva edici¨®n se fijase ya como cl¨¢sica, y la raz¨®n aqu¨ª tambi¨¦n es ¨ªntima.
Por sugerencia de la editora, hemos suprimido el subt¨ªtulo. La Espa?a vac¨ªa segu¨ªa Viaje por un pa¨ªs que nunca fue. Para no perderlo del todo, he titulado as¨ª este pr¨®logo. La funci¨®n de esos subt¨ªtulos suele ser aclaratoria, por eso son enunciativos y largos, a veces, verdaderas sinopsis. Viaje por un pa¨ªs que nunca fue es ambiguo, problem¨¢tico y oscuro. Lejos de dar indicios sobre el contenido y las intenciones del ensayo, despista al lector, sugiri¨¦ndole que est¨¢ ante una especie de libro de viajes. Para m¨ª era una puerta a la reflexi¨®n hist¨®rica y pol¨ªtica: el viaje es real y a la vez literario, un viaje cultural a trav¨¦s de libros, pel¨ªculas y obras de arte, y el pa¨ªs que nunca fue alude a la condici¨®n ficticia de las naciones, pero tambi¨¦n a la fantasmagor¨ªa de las identidades. En realidad, era una forma de poner en la portada lasciate ogni speranza, para disuadir a aquellos lectores ansiosos y literales que buscan respuestas y recetas claras. No las hay, la literatura consiste en mirar y preguntar, y esto, pese a todo lo que digan los dem¨¢s, es una obra literaria. Ojal¨¢ la disfruten como tal.
¡®La Espa?a vac¨ªa¡¯. Sergio del Molino. Alfaguara, 2022. 304 p¨¢ginas, 19,90 euros.
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