No hay que abusar de las analog¨ªas entre 1933 y hoy, pero existen
No es tiempo de utop¨ªas factibles, sino de distop¨ªas. Y las de Huxley y Orwell nos ayudan a entender d¨®nde estamos

Santos Juli¨¢, como los grandes historiadores, era muy precavido con las analog¨ªas. Estaba contra la abundancia de su uso por parte de cient¨ªficos de otras materias sociales y, a veces, de sus colegas. Cuando es preciso hacerlas hay que acompa?arlas de una especie de columnas mentales con los aspectos en los que se parecen las situaciones y los tiempos, y los que las diferencian. Lo muestra con claridad en su ¨²ltimo libro p¨®stumo, reci¨¦n aparecido (Nunca son inocentes las palabras, editado por Miguel Martorell y Javier Moreno Luz¨®n, Galaxia Gutenberg), que recoge tribunas y columnas de opini¨®n publicadas en EL PA?S durante tantos a?os, debidamente editados y ordenados.
?C¨®mo matizar¨ªa Santos Juli¨¢ las comparaciones entre la Espa?a republicana, abandonada a su suerte por las grandes potencias occidentales mientras los facciosos eran apoyados por nazis y fascistas, y la Ucrania actual de Zelenski, uno de cuyos principales apoyos militares y financieros se ha pasado al otro bando, nada m¨¢s llegado Trump a la Casa Blanca? ?Qu¨¦ tendr¨ªa que decir de la situaci¨®n de los emigrantes pobres, tratados en todas partes como manteros, y los primeros decretos de Hitler contra los jud¨ªos (los inmigrantes de anta?o)? ?Qu¨¦ tiene que ver el ambiente de normalidad que, pese a las primeras medidas belicistas (en uno u otro sentido) e imperialistas del nuevo presidente americano, se observa en nuestras ciudades con aquel que describen en su intercambio de correspondencia Joseph Roth y Stefan Zweig poco antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial? Un ambiente de balneario, dice uno de ellos.
Las analog¨ªas son siempre un terreno resbaladizo, aunque sean utilizadas como herramientas para entender el mundo, en lo que se califica como primer borrador de la historia que son los medios de comunicaci¨®n. En medicina se describe como ¡°s¨ªndrome¡± a un conjunto de se?ales y s¨ªntomas que constituyen las causas de una enfermedad o un proceso degenerativo. ?Se debe conjurar, por una especie de superstici¨®n, la vinculaci¨®n entre el s¨ªndrome de los a?os treinta en Europa y el actual, el ¡°s¨ªndrome 1933¡± y el ¡°s¨ªndrome Trump¡± (que en justicia es anterior a Trump), como hace en su libro el corresponsal Siegmund Ginzberg (S¨ªndrome 1933, Gatopardo)?
Hoy no parece tiempo de utop¨ªas factibles, sino de distop¨ªas. Se mezclan pol¨ªticas tan contradictorias como la desregulaci¨®n y el proteccionismo, la libertad de la zorra en el gallinero y los aranceles. Huxley y Orwell. Con ambos nos podr¨ªamos preguntar si es la pol¨ªtica la que altera el lenguaje o es el lenguaje el que altera la pol¨ªtica.
Aldous Huxley fue un escritor y fil¨®sofo brit¨¢nico que a principios de los a?os treinta (se comenzaba a conocer la profundidad de la Gran Depresi¨®n) escribi¨® un libro titulado Un mundo feliz, en el que anticipaba el modo en que la tecnolog¨ªa despiadada transforma radicalmente a la sociedad. Los individuos se entregaban libremente a un sistema predeterminado por su casta social. No val¨ªa la ingenier¨ªa social: cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje. Existe un ¡°Estado mundial¡± que gobierna ese mundo feliz, sin intervenciones. M¨¢s se conoce aqu¨ª a George Orwell, periodista y ensayista brit¨¢nico que combati¨® en la guerra de Espa?a, que al menos escribi¨® dos libros, 1984 y Rebeli¨®n en la granja, que toquetearon los efectos del totalitarismo. En el primero, publicado una vez que hab¨ªa terminado la Segunda Guerra Mundial y se notaban los efectos iniciales de una recuperaci¨®n mundial, criticaba las t¨¦cnicas modernas de la vigilancia, la polic¨ªa del pensamiento, o la neolengua de la que habl¨¢bamos al principio. Huxley y Orwell son una mixtura de mundo hedonista y mundo totalitario.
En el libro citado, Ginzberg recuerda a sus lectores que las crisis siempre se producen a c¨¢mara lenta; pueden durar a?os. Las cat¨¢strofes llegan de golpe, pillan desprevenidos. En 1933 todo sucedi¨® deprisa, a un ritmo vertiginoso. Y advierte: si gritamos ¡°?que viene el lobo!¡± muy a menudo corremos el riesgo de que nadie preste atenci¨®n cuando aparezca. Pero existe otro riesgo: que callemos ahora, fingiendo que no ocurre algo extraordinario en el peor sentido del t¨¦rmino.
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